jueves, 16 de diciembre de 2010

El imperio de la ley

Una sociedad avanzada es aquella en la cual los individuos pueden realizar sus propios proyectos de vida, desplegando libremente su potencial y su creatividad a tal fin, y enriqueciendo, además, al conjunto en su totalidad. Una consecuencia de esta libertad es el progreso económico. No es casual que las sociedades liberales sean las más prosperas de la Tierra. De hecho, el surgimiento de la democracia liberal dio lugar a la trayectoria acelerada por la cual la humanidad logró su máximo bienestar en cuanto a libertades civiles, expectativas de vida y disponibilidad y abundancia de tecnologías y recursos.
Al sistema económico que produjo el mejor momento de la historia de la humanidad lo llamamos capitalismo. Pero el capitalismo no es causa última de este progreso. En realidad, para que el capitalismo sea posible lo realmente necesario es lo que en la tradición anglosajona se conoce como Rule of Law, que no es otra cosa que el imperio de la ley. Los órdenes sociales basados en este imperio de la ley aseguran que cada individuo por igual esté sujeto a un sistema jurídico preexistente y, además, que no haya ningún ciudadano por encima de estas leyes. La maravillosa amalgama de proyectos de vida realizables en las naciones con órdenes sociales basados en este concepto es lo que explica el progreso económico, la paz y el bienestar para todos.
La República Argentina, basándose en la constitución de Alberdi, adoptó para sí un sistema basado en el Rule of Law anglosajón que con cuidadosa paciencia fue perfeccionando, por ejemplo, a partir de la ley de voto universal de Sáenz Peña. Esta ley amplió muy favorablemente el horizonte cívico de los ciudadanos y les dio una participación muy activa en la vida política del país.
Como toda sociedad abierta, la República Argentina mantuvo un orden social perfectible. Tal sistema dio lugar a 70 años de progreso continuo, cuando la nación, por su prosperidad, atraía a millones de inmigrantes de los más diversos orígenes.
La sociedad liberal del primer centenario albergaba en su seno a conservadores, liberales, radicales y socialistas que contribuían a ella con poderes limitados por el imperio de la ley. Hacia 1930 los argentinos decidieron abandonar los fundamentos mismos de la sociedad que los había enriquecido, educado y proyectado al mundo con una identidad singular y respetable. El nacionalismo fascista de Uriburu fue el verdugo supremo de esa sociedad. En esa tragedia original, codo a codo con Uriburu, participó Juan Domingo Perón. Su consecuencia inevitable fue la gradual declinación económica de la nación con una sociedad políticamente militarizada y entregada al populismo nacionalista. Entonces, si la tarea es reconstruir un proyecto de desarrollo por el cual la Argentina vuelva a ser un país próspero, lo importante es restaurar el orden político que una vez la hizo grande. Sólo se trata de volver a defender un orden social basado en el imperio de la ley.
Autoridad, no autoritarismo, como concepto en el cual establecer una estructura de ley y orden en la que cada uno sea libre de vivir a su gusto. Capitalizar los aciertos de cada gobierno y llevarlos adelante en el siguiente, no rechazarlos porque no respondan a los intereses políticos del momento. Un gobierno sensato, racional, que tenga bien en claro que su función es representar a los ciudadanos al servicio de los intereses de éstos y, como punto especialmente importante, por tiempo limitado: los famosos "four years" de la constitución estadounidense que sirvieron de inspiración a todas las constituciones del mundo, incluso la argentina. Perón decía que el hombre es bueno pero si se lo vigila es mejor. ¿Y a Perón quién lo vigila? ¿La Revolución Libertadora?

lunes, 13 de diciembre de 2010

La reducción de impuestos y la reactivación de la economía

En 1978, el Congreso de los Estados Unidos, cuyas dos cámaras estaban controladas entonces por los demócratas, adoptaba la enmienda Steiger. Este texto reducía el impuesto a las ganancias del 49 al 28%. Un grupo de economistas “conservadores” había logrado persuadir a los legisladores de que una medida semejante permitiría en poco tiempo aumentar las recaudaciones fiscales del estado, ya que este impuesto reducido sería pagado sobre un acrecentado número de inversiones rentables. En 1981, el presidente Reagan llegó aún más lejos al reducir el mencionado impuesto al 20% al mismo tiempo que reducía fuertemente todas las tasas marginales de contribución tanto para las personas físicas como para las sociedades.
Los resultados fueron espectaculares y superaron las previsiones más optimistas. La reducción de la presión fiscal dio un gran impulso al conjunto de la economía. Entre 1978 y 1985, el número de nuevas empresas creció de 280.000 a 600.000 por año, lo cual representó un récord para el período de posguerra. Más del 80% de los puestos de trabajo creados en los Estados Unidos en ese período lo fueron por pequeñas y medianas empresas. Las inversiones produjeron innovaciones que permitieron mejorar la productividad y, por lo tanto, el conjunto de la economía. Además, las nuevas empresas competían directamente con las grandes y las obligaban así a mejorar su eficacia. Para hacer frente a su nueva competencia, las firmas muy importantes tuvieron que tornar más flexibles sus estructuras. En realidad, su forma misma de pensar.
Lo más interesante de estos nuevos empresarios era su diversidad: ex activistas estudiantiles, israelíes, negros, inmigrantes, y más mujeres que hombres fundaban empresas. Personas que sin las reducciones impositivas, jamás habrían podido competir en la economía norteamericana.
La historia nos demuestra, sin excepciones, que la intervención estatal en la economía convierte en paupérrimas a las comunidades más prósperas y que, por el contrario, poner en práctica los principios de la economía de libre mercado da como resultado progreso indefinido y bienestar para todos.
La explosión de las iniciativas y la reactivación de la economía coincide precisamente con las reducciones de impuestos. No se trata de casualidad sino de causalidad. La relación y, por consiguiente, la lección son evidentes.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El Gran Hermano te vigila reciclar

La ciudad de Cleveland, Ohio, está dando un gigantesco paso hacia un esquema de reciclaje obligatorio. En 2011 se exigirá a unos 25.000 hogares utilizar recipientes de reciclaje equipados con etiquetas de identificación por radiofrecuencia (RFID es su sigla en inglés), diminutos chips de computación que pueden proporcionar información a distancia, como el peso del contenido del recipiente y que permiten a los camiones de basura que circulan en sus cercanías verificar su presencia. Si una vivienda no coloca su recipiente de reciclaje en la acera, un inspector podrá revisar su basura en busca de objetos reciclables incorrectamente desechados y aplicar a los infractores una multa de 100 dólares. Además, si un recipiente es sacado a la vereda tardíamente o dejado en ella demasiado tiempo, la casa podrá ser multada. El municipio empleará de manera rutinaria a la “policía de la basura” que estará facultada para multar a los hogares que cometan contravenciones. Cleveland planea implementar el sistema en toda la ciudad dentro de un plazo de seis años.
Los programas de reciclaje extremos no son nada nuevo, incluso en las ciudades estadounidenses. En San Francisco el reciclaje y el compostaje son obligatorios; la basura es distribuida en tres recipientes distintos y el no cumplimiento de esto da lugar a multas. Nueva York posee un programa similar.
Tampoco los recipientes de reciclaje de tipo RFID son nuevos. Fueron introducidos en las calles londinenses en 2005 supuestamente para rastrear la cantidad de basura que producían los hogares y para desalentar la “sobreproducción," y también han sido ensayados en ciudades estadounidenses. A principios de este año, Alexandria, Virginia, aprobó tales contenedores.
Los ecologistas de todo el mundo justifican esta intromisión estatal en la vida de pacíficos ciudadanos como una medida "verde" para preservar el medio ambiente y combatir el efecto invernadero. George Orwell nos advirtió una vez sobre un futuro donde "el Gran Hermano te vigila." En su ficción, un Ministerio del Amor era el encargado de hacer prevalecer la justicia; es decir, infligía castigos y torturas a quienes no seguían los dictados prevalecidos. Si Orwell hubiera conocido los actuales y draconianos sistemas de reciclaje obligatorio, con toda seguridad en su obra habría figurado un Ministerio de la Buena Onda Ecológica que sería el encargado de torturar a los industriales por saturar la atmósfera de gases CFC. Y hasta los acusaría de ganar dinero. Los municipios en bancarrota a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos estarán observando el experimento de Cleveland. Ante el primer indicio de éxito, es decir, el aumento de ingresos para el fisco por las multas, los debates sobre el reciclaje obligatorio estallarán en todos los concejos municipales. No sería aventurado suponer que el experimento de Cleveland sea una debacle; es casi seguro que lo será como todas las políticas de intervención estatal, pero las debacles son a menudo rentables para quienes las provocan. Esa es la verdadera razón (o mejor dicho, la esperanza) por la cual los gobiernos realizan precisamente este tipo de políticas.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

La última llamada

El jefe de una fábrica norcoreana acusado de hacer llamadas telefónicas al extranjero fue ejecutado por un pelotón ante 150.000 personas.
Según publica Daily Mail, el directivo fue fusilado en un estadio al sur de Pyongyang después de que las autoridades denunciaran que se había contactado hasta 13 veces con otros países.
En conferencia de prensa, el Venerable Pomyun explicó que los fusilamientos en público son una medida muy extendida en Corea del Norte que tiene como fin "controlar a los norcoreanos y prevenir los crímenes."
La Asamblea General de la ONU adoptó una resolución en la que expresaba su "gran preocupación" sobre las violaciones de los derechos humanos cada vez más generalizadas en Corea del Norte, incluyendo ejecuciones públicas.
La resolución, apoyada por más de cincuenta países, fue enviada a los miembros de la Asamblea General para la votación final. Algo que el régimen de Pyongyang ha condenado asegurando que no es correcto e imparcial e insisten en que nunca han violado los derechos humanos.
Pensé que era demasiado bueno para dejarlo pasar. Me hizo acordar a un cuento de Ray Bradbury llamado "Night call, collect." Ahora se fusila a la gente por hablar por teléfono. No es tan grave: Rosas fusiló a Camila O'Gorman por quedarse embarazada. Si Stalin hubiera conocido Internet, nos habría fusilado a todos por buscar algo en Google. Espero que Macri no me fusile por viajar en el subte B.

Por obra de nazis y comunistas

En virtud del pacto alemán-soviético del 23 de agosto de 1939; Estonia, Letonia y Lituania fueron incorporadas a la URSS; Polonia quedó dividida entre la URSS y Alemania, y Rumania perdió Besarabia. El pacto de 1939 tenía dos partes: una pública, de no agresión, y una secreta. La primera permitió al gobierno de la Alemania nazi comenzar la Segunda Guerra Mundial al invadir Polonia, el 1 de setiembre de 1939. En esa ocasión, el dipómático alemán Ulrich von Hassell, escribía en su diario lo siguiente: "Veo claramente que los rusos han hecho el pacto con nosotros para alentarnos a llevar a Europa a la guerra... La parte soviética ha demostrado interés en Besarabia. La parte alemana declara su total desinterés por estas regiones."
Besarabia es la actual República de Moldavia. Hasta 1991, fue la República Socialista Soviética de Moldavia y su destino comenzó a perfilarse gradualmente.
El 26 de junio de 1940, el canciller soviético Molotov, que algunos meses antes había declarado públicamente que "entre la Unión Soviética y Rumania existe un problema no solucionado: el problema de Besarabia," presentó al gobierno rumano un ultimátum para que se cediera en el plazo perentorio de 24 horas Besarabia y parte de la región de Bucovina. Afirmaba que, en 1918, Rumania, "aprovechando la debilidad militar de Rusia, se apoderó de una parte de su territorio, Besarabia, poblada principalmente por ucranianos," y señalaba que el reclamo por Bucovina era "una insignificante indemnización de la gran pérdida causada por los 22 años de dominación rumana en Besarabia." El mundo ya había entrado de lleno en la guerra, las presiones eran muy fuertes en todas partes y Rumania no pudo hacer otra cosa que entregar los territorios que se le disputaban. "Por error," hubo algunos muertos. El balance de poder quedaba así constituído. Todo a favor del más poderoso, nada a favor de sus "asociados."
Por obra de nazis y comunistas, Rumania fue despojada de una parte de su territorio nacional. La conjuración entre ambos regímenes fue feroz, pero también quiso ser hábil para rehuir responsabilidades. A pesar de que los soviéticos alegaban velar por el interés de los rusos y de los ucranianos de ese país, su historia nada tiene en común con Rusia ni con Ucrania. Ocupado, como todas las tierras rumanas, por los turcos y desde mediados del siglo XIII por los mongoles, fue liberado con la fundación del Principado de Moldavia por la dinastía Mushat en la segunda mitad del siglo XIV.
Su historia fue agitada, tempestuosa y de guerras interminables ya que por el sur comenzaron, desde 1369, las incursiones otomanas, y por el norte siguieron las de los mongoles. Sin embargo, este estado logró mantenerse libre del dominio de los otomanos gracias al valeroso príncipe Esteban el Grande, que gobernó entre 1457 y 1504 y venció a los turcos en dos grandes batallas que tuvieron lugar en 1462 y en 1475, respectivamente. Rusia no llegó a limitar con Moldavia hasta la segunda partición de Polonia (1793), y sólo en 1812 logró, por primera vez, anexársela. Los censos rusos de 1817, 1858 y 1862 indicaron porcentajes de 86, 66, y 51 por ciento de rumanos con un crecimiento sostenido de ucranianos.
Sin embargo, cuando la región se reintegró a Rumania en 1918, los rumanos seguían siendo dos tercios de la población.
Durante los años de poder soviético la comunicación entre Moldavia y Rumania prácticamente no existió porque el Kremlin no lo permitía.
Hace mucho tiempo que cayó vencido el régimen nazi; también, el soviético, pero los efectos de su intriga todavía perduran. Este es sólo un ejemplo de la manera en que las dictaduras tergiversan y distorsionan la historia para llevar a cabo sus crímenes. Sus mentiras, sus engaños, su demagogia, alcanzan a las más profundas raíces y llevan a los pueblos a la más completa destrucción. El inhumano régimen de la dictadura sólo podrá ser vencido por la verdad ya que, como decía San Agustín, existirá la verdad aunque el mundo perezca.
Las inmortales palabras del obispo y filósofo son corolario de Juan 8:32: "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres."

domingo, 5 de diciembre de 2010

FSLN - Felices Son Los Nueve

Los simpatizantes del marxismo señalan las diferencias económicas de las sociedades liberales, pero irónicamente, es en los países que habían hecho suyas las políticas de distribución de la riqueza predicadas por el marxismo donde se registran las más grandes brechas. En la Nicaragua sandinista, por ejemplo, el ingenio popular había rebautizado -por sus siglas- al gobernante Frente Sandinista de Liberación Nacional como "Felices Son Los Nueve," en referencia a los nueve comandantes del régimen de Managua cuya gestión tuvo como resultado una caída del salario real del noventa por ciento y una hiperinflación del 33.000% anual. No es el único caso. Un "logro" parecido se dio en Perú con Alan García. Mientras los funcionarios vieron crecer sus patrimonios personales de manera astronómica, los cuales depositaban en el exterior, el dinero de los peruanos fue destruído asimismo por la hiperinflación de manera que quien tenía cien intis en el banco al comienzo del gobierno de Alan García, tenía apenas dos intis al finalizar su mandato. Cuba, por su parte, recibió un subsidio soviético a lo largo de tres décadas por un total de cien mil millones de dólares. El beneficiario, por supuesto, no ha sido otro que Fidel Castro quien hoy se encuentra entre los hombres más ricos del planeta.
Hay más ejemplos, pero estos solos bastan para demostrar que la historia de América Latina es una historia de países pobres y gobiernos ricos. Mientras más ricos los gobiernos; o, mejor dicho, mientras más rica las camarilla íntima del poder, mayor la incapacidad de crear sociedades donde la riqueza se extienda a toda la comunidad.
¿Y qué hace el gobierno con tanto dinero? ¿Construye escuelas y hospitales como propondría cualquier liberal? No. Paga clientelas políticas, financia inflación, y hace gastos estúpidos como estatizar empresas. Los gobiernos que se dicen amigos de los pobres se hacen ricos y gastan dinero en cosas que jamás redundan en beneficio de los pobres. Sus políticas progresistas y revolucionarias cargadas de buenas intenciones -ayudar a los pobres- consiguen exactamente lo contrario: hacer que los pobres sean más pobres. Irónicamente, se cumple el axioma marxista "los ricos son más ricos y los pobres son más pobres" porque los gobiernos son cada vez más ricos.
Y como los pobres son cada vez más pobres, quieren emigrar, salir a ganarse la vida en otros países donde consiguen abrirse camino, algunos muy exitosamente, otros no tanto, pero con suficiente fortuna para dar una mano a sus familiares, los que se quedaron atrás.
El ejemplo latinoamericano más notable de exilio exitoso es, sin duda, el de los cubanos, esa comunidad tan próspera y diligente de Estados Unidos que ha elegido este país porque, sencillamente, hay un clima institucional distinto al de la isla gobernada por el camarada Fidel.
Pese a todos sus defectos, el capitalismo es mejor que las políticas de izquierda para beneficio de los pobres. La prueba estriba, precisamente, en que hay que mirar hacia donde emigran. Cuando salen de sus países, lo hacen para ir a una sociedad capitalista. Buscan un sistema que garantice los derechos de propiedad, la inviolabilidad de los contratos, la eliminación de los derechos monopólicos, la reducción de los costos e insumos empresariales, la facilitación de la competencia. Factores todos estos indispensables de una economía de mercado.
Una de las principales características del capitalismo es su masificación a través del tiempo. Implementos de uso tan común en la actualidad como una radio o un televisor habrían parecido un lujo inconcebible para un rey de la Edad Media porque ni siquiera existían. Cuando recién se inventaron, esa radio y ese televisor eran objetos que sólo ostentaban los más ricos. El capitalismo, obviamente, beneficia en primer término a los ricos, pero enriquece también, aunque sea muy lentamente, a los demás. La paradoja es que la movilidad social ascendente radica en las desigualdades. ¿Qué incentivo puede tener un cubano para producir más si sabe que nunca podrá tener derecho a la propiedad privada de los medios de producción ni al usufructo de su esfuerzo, que será eternamente oveja de un rebaño anónimo en un reino de igualdad social, que será eternamente un cero en una cartilla de racionamiento? Al desaparecer el incentivo, desparece también el producto total, la riqueza en su conjunto, y lo que queda para distribuir es por tanto mucho más exiguo. El capitalismo pone en práctica el principio de la propiedad privada, permite al hombre usufructuar su esfuerzo y, en consecuencia, incentiva a producir más; y la riqueza en su conjunto crece en progresión geométrica. Es un proceso que debe realizarse bajo el imperio de una ley igual para todos.
Un clima institucional propicio para la empresa y estimulante para el ahorro sumado a la seguridad jurídica y la austeridad administrativa son los factores que aseguran el crecimiento y el desarrollo.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Teología de la liberación

En agosto de 1968, se realizó en Medellín la segunda reunión plenaria del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Para ese evento se pidió la colaboración de los más capacitados intelectuales con que contaba la Iglesia en ese momento; entre ellos, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez. Es para esa ocasión que Gutiérrez comienza a organizar sus reflexiones en un documento en torno a lo que ya llamó “teología de la liberación,” texto que fue enriqueciendo paulatinamente hasta su definitiva publicación en 1971 bajo el título “Hacia una teología de la liberación.”
Gutiérrez parte del análisis convencional de la izquierda marxista para lograr el cambio social. Define: “Los países pobres toman conciencia cada vez más clara de que su subdesarrollo no es sino el subproducto del desarrollo de otros países debido al tipo de relación que mantienen actualmente con ellos. Y, por lo tanto, que su propio desarrollo no se hará sino luchando por romper la dominación que sobre ellos ejercen los países ricos.” Y propone: “Unicamente una quiebra radical del presente estado de cosas, una transformación profunda del sistema de propiedad, el acceso al poder de la clase explotada, una revolución social que rompa con esa dependencia, pueden permitir el paso a una sociedad distinta, a una sociedad socialista.”
Como vemos, se trata de una “solución” verdaderamente violenta. O, por lo menos, drástica. Tácitamente, se alentaba a los cristianos a que mostrasen su compromiso aliándose con los comunistas en las universidades, los partidos políticos y, finalmente, las guerrillas. Si había que tomar las armas para combatir al imperialismo y a las clases dominantes, la Iglesia no iba a organizar ese empeño, pero se sumaría o apoyaría a quienes lo hicieran.
Para entender plenamente el concepto de la teología de la liberación hay que retener el contexto: la década de 1960. Indefectiblemente, la década de la protesta. Todos protestaban contra todo. Los cantantes de protesta protestaban contra las injusticias sociales, los pacifistas contra la guerra, los hippies contra la sociedad de consumo, los estudiantes contra los planes de estudio. Fue la era de la rebeldía y el inconformismo y, naturalmente, la grey católica no podía ser la excepción. De hecho, el sacerdote Camilo Torres moría peleando junto a una guerrilla castro-comunista colombiana en 1966. Y no era infrecuente que de los seminarios religiosos o del magisterio pastoral surgieran movimientos que luego evolucionaban hacia la lucha armada y el terrorismo. Esto sucedió muy especialmente en las guerrillas de Nicaragua y El Salvador y con los tupamaros de Uruguay, sólo por citar algunos ejemplos. La influencia de la teología de la liberación llevó a muchos jóvenes a la violencia, estimuló esa violencia y confirió legitimidad moral a terroristas y asesinos escudados tras las causas de la justicia social y la liberación de los pobres.
Gustavo Gutiérrez, que sigue prestando servicio en su humilde parroquia de Lima, es ante todo un hombre consecuente con sus ideas. Por eso, es una lástima que no haya escuchado a su jefe espiritual, el Papa Pío XI, cuando dijo, “el comunismo es intrínsecamente perverso.” Si lo hubiera hecho, tal vez su libro se habría llamado “Teología de la economía de mercado” y diría, por ejemplo, cosas como: “Todos los experimentos socializantes que se han realizado interviniendo en la economía y en la iniciativa privada no han hecho más que entorpecer la marcha de la sociedad hacia la riqueza y el crecimiento. Los procesos estatizantes llevados a cabo en los países latinoamericanos han hecho que el estado se desvíe de sus cauces naturales para asumir otras funciones acaparando el comercio, la industria, la banca, ahogando a sus súbditos en un mar de controles burocráticos y eliminando todo incentivo para progresar. Nadie puede tener interés en ejercer actividad alguna si sabe que su esfuerzo será usufructuado por un burócrata. Pero, en cambio, si se le permite al hombre ejercer libremente sus facultades creadoras, si se le asegura que tendrá derecho a disponer de lo que ha producido o recibido a cambio de su trabajo, el resultado no será otro que el progreso ilimitado.” Y probablemente añadiría, “La iniciativa privada, al verse libre, crea en forma incesante nuevas riquezas, porque se da lugar a que se trabaje con estímulo e inventiva, habilitando así el desarrollo del potencial humano. La verdadera función del estado no es, entonces, crear la riqueza, sino asegurar que se den las condiciones para que el mercado disponga de toda la libertad que necesita para operar libremente.”
De esa manera, pues, se habría evitado dar letra a muchos idiotas útiles. Al final, la teología de la liberación (original) no ha servido a los pobres ni a la Iglesia.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cómo funciona realmente la economía

La economía se mueve en base a ciertos parámetros que son tan antiguos como la economía misma, que son incluso anteriores al estado y que no dependen del mismo, aunque éste pretenda que sí.
En la economía hay ganadores y perdedores -es importante que esto se entienda- pero cuando se produce un desfasaje no hay que entronizar al estado como salvador del pueblo e inquisidor de los hambreadores del pueblo: hay que esperar a que el mercado presente su alternativa igual que un giroscopio que siempre vuelve a la posición de equilibrio por mucho que lo empujemos en un sentido o en otro. No hay nación sobre la faz de la Tierra que no pueda prosperar y crecer si sabe usar inteligentemente sus ventajas comparativas y competitivas.
Después de Estados Unidos y Canadá, las Islas Bahamas acreditan el ingreso por habitante más alto de todo el hemisferio occidental porque la alternativa del mercado pasa por el turismo y, consecuentemente, ese país recibe cada año varios millones de visitantes. Nueva Zelanda, en las antípodas del planeta y de los husos horarios, tiene un nivel de vida similar al de cualquier país europeo porque el sector servicios representa casi el 70 por ciento de su PBI y sus principales industrias de exportación son la agricultura, la horticultura y la pesca. Sin olvidar, por supuesto, también el turismo y sus innumerables opciones. Pero no porque el estado haya dispuesto por decreto nada de eso, sino porque el mercado y su complejo y elaborado sistema de ofertas y demandas es sencillamente un parco sistema de señales (el único que existe) concebido para que los procesos productivos cuenten con una lógica interna capaz de guiar a quienes llevan a cabo la difícil tarea de estimar los costos, fijar los precios de ventas, obtener beneficios, ahorrar, invertir y perpetuar el ciclo productivo de manera cautelosa y trabajosamente ascendente.
Nigeria es un país dotado de inmensos recursos naturales (que no existen ni en las Bahamas ni en Nueva Zelanda). Sin embargo, se encuentra en una desastrosa situación por haber sufrido décadas de dictaduras militares. Una dictadura interviene en cada aspecto de la vida de sus habitantes, los controla, los regimenta y así, como diría Adam Smith, "se retarda, en lugar de acelerar, el progreso de la sociedad hacia una riqueza y grandeza verdadera." El mercado, no la planificación estatal, es la única justicia económica posible. La prosperidad de una nación se da por la naturaleza misma de las cosas y de la historia, no porque su gobierno la pase por decreto.
De ahí la importancia de un estado restringido a ciertos límites. De ahí la importancia de asegurar que el mercado se mueva con toda la libertad que necesita. Los límites del estado son aquellas áreas que debe cumplir según los principios del liberalismo: salud, educación, relaciones exteriores, defensa y justicia.
Hace siglos que el estado está intentando establecer controles de precios y salarios. A comienzos del siglo IV, el emperador romano Diocleciano estableció, "bajo pena capital," precios máximos para 1.300 productos. La España de Franco estaba sometida a un sistema de "precios de tasa" que no tuvo más resultado que hacer florecer el mercado negro o "estraperlo," como se lo conoció durante los treinta y nueve largos años que duró el régimen franquista. En la Unión Soviética, existió un autodenominado Comité Estatal de Precios integrado por arcangélicos funcionarios de almas blancas e impolutas como la nieve que tenían la santa misión de asignar con total precisión los precios de quince millones de artículos, desde un preservativo hasta la antena de un satélite Sputnik.
Los ensayos populistas empobrecen a los pueblos en la medida en que los empantanan en el caos financiero causado por las crecientes distorsiones de precios arbitrariamente decididos por burócratas ya que, con cada decisión, confunden cada vez más al aparato productivo hasta el punto en que el costo real de los productos tienen poca o ninguna relación con los precios que por ellos se paga. Los ensayos populistas, en definitiva, victimizan a los pueblos. La antítesis es que glorifican la demagogia y la burocracia.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El nuevo orden mundial y la democracia

En 1945, el "nuevo orden" imaginado por Hitler fue vencido y, en su lugar, el mundo intentó establecer un orden basado en la ley y en la razón: la Carta de las Naciones Unidas. Fue el acontecimiento histórico más importante hasta la caída del muro de Berlín.
Sin embargo, aunque el orden legal de posguerra fue ejemplar, en la práctica hubo una tragedia: dos países, dos ideologías, dos sistemas se enfrentaron de uno y otro lado de lo que Winston Churchill llamó "cortina de hierro" en una larga y costosa rivalidad que significó un monstruoso desgaste de recursos de toda índole. La bipolaridad de la guerra fría sacrificó muchas potencialidades.
Hoy que la Unión Soviética es un recuerdo (o más bien una pesadilla), el mundo moderno enfrenta el dilema de la productividad y la democracia. Problemas de desempleo, inflación, pobreza y vivienda plantean un largo y difícil período de ajuste entre la economía de mercado y la seguridad social. Hay un mundo suspendido entre el modelo de desarrollo capitalista y la persistencia de problemas sociales que no pueden resolverse sin la acción política del estado. ¿Contradicción? El liberalismo es el primero que dice que el estado debe atender las siempre necesitadas áreas de salud y educación.
El fin del antiguo orden bipolar de la guerra fría capitalista-comunista dio paso a una estructura de poder totalmente diferente. El mundo se abrió como un abanico a un universo multipolar en el que la liberalización del comercio y la constante y permanente cooperación entre las diversas naciones justificarán plenamente el carácter global de las relaciones económicas internacionales. Esto significa que la cooperación económica internacional será un verdadero acto de mutuo interés.
El capitalismo celebra su triunfo y se propone a sí mismo como solución universal identificada con la razón misma del progreso económico y hasta con la inevitable dimensión política de la democracia. Profesa una ideología de la iniciativa privada desregulada y la abstención del estado como factor de la economía. Mas la institución estatal debe operar activamente para asegurar el cumplimiento de las elementales normas de equidad social.
Esta última ha sido, en términos generales, la política del capitalismo continental europeo a partir de la caída del comunismo soviético, en la medida en que solicita el consenso social del trabajador, promueve su participación social en la empresa y le extiende una amplia cobertura social. En cambio, el capitalismo norteamericano prioriza la movilidad y el esfuerzo por sobre el amortiguamiento del infortunio social.
En el nuevo orden desbipolarizado, multifacético y multipolar, cada país debe lograr una sociedad interna sana. Y ese es un desafío que coloca el tema social en el centro de la relación de ese país consigo mismo. De su resolución dependerá el papel que ese país pueda jugar en la escena internacional. El deber es poner en orden la propia casa.
No se trata, entonces, de crear un club privado de ricos mientras que una masa pobre y anónima queda desperdigada por el resto del planeta. No se trata, como decía Jacques Attali, de un nomadismo rico, nómades en jet, acompañados de una cultura portátil y efímera. Se trata de unir la democracia al desarrollo, y éste a la justicia social.
Sin los tres factores conjugados -democracia, desarrollo y justicia- la vida resulta más pobre, más arriesgada, más incompleta y cruel, peligrosa e insensata; pues uno o dos de estos factores, sin el tercero, representa sólo un espejismo, pronto vencido por la realidad. Estados Unidos cuenta con un establecimiento científico y humanista de primer orden, y con un sistema federal flexible e inteligente que es una de las grandes creaciones humanas; por lo tanto, está perfectamente capacitado para inspirar esos logros como líder mundial en el actual momento histórico.
La globalización se viene sucediendo en el nuevo orden mundial, y en forma cada vez más vertiginosa. En la producción de bienes, en la información, en las comunicaciones, en las finanzas, en el orden jurídico, en las decisiones políticas, el mundo está cada vez más interconectado. Se está haciendo realidad el pronóstico de Nietzsche cuando decía "el centro está en todas partes." Por lo tanto, la democracia en el nuevo orden mundial será un valor que deberá encontrar el cauce histórico de la cultura a la que pertenecen sus ciudadanos. José Ortega y Gasset decía que la cultura es una respuesta a los desafíos de la vida, y el verdadero desafío para nosotros es enriquecer la vida universal con la contribución de nuestra experiencia histórica en un verdadero orden multipolar que incluya a Japón y a China, a la India y al Islam, al Africa y a América latina, a los pueblos de Europa oriental y a América del Norte. Allí donde haya una cultura que tenga algo que decir.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Lo absoluto y lo relativo

El eclipse de los valores absolutos atemporales y su sustitución por valores relativos es una característica de la historia moderna.
Este cambio de lo absoluto a lo relativo comienza con la Reforma protestante, la cual interioriza la experiencia religiosa. Lo absoluto, representado por la religión, cambia de lugar: se recluye en el templo, pero más que eso, en la conciencia individual. La religión abandona el Consejo de Estado y el campo de batalla. El estado deja de tener jurisdicción sobre las creencias de los ciudadanos y la fe se convierte en una cuestión privada: es el diálogo de la conciencia de cada hombre y lo divino. En Inglaterra, el rey deja de ser la máxima autoridad eclesiástica como lo es hoy el Papa en la Ciudad del Vaticano. Lo absoluto se retira de la historia.
En forma similar, lo absoluto es reemplazado por lo relativo en el terreno político. La democracia griega había logrado para el ciudadano el derecho a participar en la vida política. La democracia moderna, de alguna manera, complementa este logro histórico. En efecto, el estado pierde el derecho de intervenir en la vida privada de los ciudadanos. El valor central de la vida ya no es, como en la antigua Roma, la gloria indefinida del imperio sino el funcionamiento neto y transparente de las instituciones republicanas y el bienestar de los ciudadanos y sus familias. La civilización ya no se basa en el dominio o en la conquista sino en el amor y en la justicia. El estado profesa una moralidad heredada del cristianismo reformista y de la ilustración. El poder es tolerante con todas las iglesias. La voluntad de de la mayoría es ley, y esa ley, absoluta e infalible, es la expresión de la única soberanía verdadera: la del pueblo. La ley es un código que, como una religión, está hecha de unos pocos y claros mandamientos. Esta verdadera "religión" civil emana de la voluntad del pueblo. El pueblo es rey y, como verdadero rey, no tolera opiniones contrarias a las suyas.
Los últimos cuatro o cinco siglos fueron testigo de esta transición de lo absoluto a lo relativo. Las monarquías despóticas del pasado dieron paso a las actuales democracias liberales en las que el pueblo, no el estado, es el verdadero soberano. El estado es un mero guardián y protector de las instituciones democráticas. Las formas de organización social funcionan como sistemas de fronteras más o menos móviles que realizan un permanente movimiento de reajuste o equilibrio para adaptarse a las transformaciones que constantemente se plantean, y esa movilidad es la que determina su supervivencia. La religión pasó de ser la encarnación de la palabra divina en la acción de unos hombres y en la política de un estado a convertirse en una cuestión privada de conciencia. El cambio consistió en la inversión de la posición de las dos esferas que componen la sociedad: la pública y la privada. Los valores absolutos se han trasvasado de la primera esfera a la segunda. Ha cambiado el orden de las prioridades.
Sin embargo, hay un valor absoluto que trasciende la historia: la fe en Dios.
La comunión del hombre con la divinidad realizada según los dictados de su propia conciencia es un notable ejemplo de la vinculación entre lo absoluto y lo relativo, lo público y lo privado.
Thomas Jefferson autor de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, conmovió al mundo al proclamar la idea de que el hombre tiene ciertos derechos y libertades consagradas por el Creador, y que la razón de ser de los gobiernos es proteger esos derechos y libertades. El siguiente es un extracto de dicho documento: "Sostenemos como evidentes por sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad." Este concepto tan simple y, a la vez, brillante, es también un claro ejemplo de vinculación entre lo absoluto y atemporal y lo relativo y temporal. Creador y creado. Los dones y talentos otorgados por el primero a los segundos y la manera en que éstos habrán de desempeñarlos en virtud del bien común.
La historia nos demuestra cuán rara y fugaz ha sido la libertad a través del tiempo. Luego de miles de años de despotismo, hemos sido cobijados por unos pocos siglos de libertad. Y los costos y sacrificios para ganar esa libertad fueron incalculables. Por lo tanto, debemos rechazar a toda costa las políticas estatistas e intervencionistas que sólo buscan devolverle al estado su carácter medieval y pre-reformista de absoluto. Son las políticas que buscan revertir nuevamente la posición de las esferas pública y privada, atribuyéndole al estado toda clase de poderes y privilegios como antiguamente sólo tenían los monarcas más absolutos. Son las políticas que intentan sacar al estado de su posición de relativo y volver a colocarlo en el lugar de absoluto. Nada es para siempre y los que no aprenden de las lecciones del pasado están condenados a repetirlo. La dictadura jacobina duró dos años y causó miles de muertos. La dictadura comunista, más de setenta y causó no miles sino decenas de millones de muertos. Son dos ejemplos de verdadero absolutismo en que el estado tenía literalmente poder de vida y muerte sobre sus súbditos. La historia se repite, pero la segunda vez no como farsa sino como tragedia inmensa y despiadadamente real.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Inflación, demagogia y nazismo

El precio, en su función normal, se constituye por las relaciones interpersonales estre compradores y vendedores por la ley de la oferta y la demanda. Como todo lo que pertenece a la vida pública, es algo estable, aunque variable; es decir, varía lentamente. El precio es lo que cuestan las cosas, lo que se cobra y se paga por ellas, por eso cumple una función social: prever el comportamiento ajeno y el de la sociedad en su conjunto.
Cuando los precios son manipulados por el estado, cuando dejan de ser un mecanismo social; se tergiversan y se convierten en otra cosa. Esta tergiversación causa la quiebra de los usos sociales. No se sabe lo que cuesta nada, no se sabe lo que vale nada; y esta inestabilidad se proyecta sobre lo que el individuo piensa y hace en sociedad. Es un enorme factor de desmoralización. La España franquista estaba sometida a un sistema de "precios de tasa" establecidos por decreto, y al mismo tiempo florecía el mercado negro llamado entonces "estraperlo." Los precios, claro está, son un hecho económico, pero llevan consigo una dimensión social y aún moral que no podemos pasar por alto.
La peor tergiversación que sufren los precios es la inflación. Veamos dos situaciones bien distintas. En Europa, desde 1870 aproximandamente hasta la Primera Guerra Mundial, hubo una gran estabilidad de los precios. Se sabía lo que las cosas costaban, que fue casi lo mismo por varias décadas. El valor del dinero era constante y eso dio una gran estabilidad a la vida para los europeos.
Comparado con esto, en la Alemania de Weimar hubo una monstruosa inflación. El valor del dinero llegó a ser un billón de veces menos que el normal. Los artículos aumentaban de precio no todos los días sino varias veces por día. De la misma manera, los sueldos se pagaban al día o incluso también varias veces en el mismo día para que tuvieran alguna significación.
¿Cuáles fueron las consecuencias? Hubo una relación entre esta inflación y el surgimiento del nazismo. Es un hecho que por entonces se inicia la formación del partido Nacional-Socialista. El nacionalsocialismo fue, ante todo, una enorme expresión de demagogia que pretendía justificarse por el desastre económico. La corrupción causada a su vez por este movimiento alcanzó a las más profundas raíces con una gravedad nunca antes conocida y llevó a Alemania a la más completa destrucción. Lo que importa señalar es que esa inflación tuvo las más graves consecuencias sociales y morales y abrió el camino a la más devastadora demagogia.
La moral se presenta en principio y para la mayoría de los hombres como un conjunto de vigencias: lo que se hace y la manera en que se lo hace. Por lo tanto, la quiebra de los usos, entre ellos muy especialmente el de los precios, tiene una gran repercusión desmoralizadora. Los negociados, abusos, enriquecimientos ilícitos en desmedro de la mayoría afectan primariamente a la economía, pero en un sentido más estricto, esa desmoralización se extiende al conjunto de la población, no solamente a los que participan de esas maniobras incorrectas.
Se habla de la inflación como si fuera una calamidad llovida del cielo (o brotada del infierno), se la considera como un terremoto o una erupción volcánica, no como lo que es: un resultado de acciones humanas deliberadas, de decisiones que han llevado a crearla. Se suele echar la culpa a cierto tipo de gobierno, olvidando que otros enteramente distintos la han causado igualmente, quizás todavía en mayor proporción. Como en muchos otros campos de la política, hay una tendencia a buscar las causas allí donde no están, lo cual significa la decisión de no enterarse, de no averiguar las causas de los problemas, lo que hace imposible encontrarles soluciones.
Cuando la inflación rebasa ciertos límites, se convierte en un peligro. Porque no amenaza sólo con la crisis de la economía, con la pobreza o la quiebra, sino con la descomposición misma de la sociedad. Abre las puertas a la irresponsabilidad y a la desorientación, y entonces llega la demagogia, cuyo efecto inmediato suele ser la multiplicación de la situación que la ha provocado.
La inflación destruye el valor del dinero y hace que los precios dejen de ser un uso social. Los economistas pueden enfrentarse a este problema con una condición: que tengan presente que la solución de los grandes problemas económicos está fuera de la economía, allí donde esta misma tiene sus raíces: en el conjunto de la sociedad.

Adiós socialismo, bienvenido capitalismo

Según el contrato que tenían con sus patrocinadores en Londres, todo lo que los Peregrinos producían en la colonia que habían fundado en Massachusetts debía ir en pricipio a una bodega común de la cual todos los miembros de la comunidad extraían luego una parte igual. Asimismo, las tierras y las casas que construían pertenecían en conjunto a toda la comunidad.
El gobernador William Bradford notó muy pronto que esta forma de colectivismo era costosa y destructiva para los Peregrinos, especialmente después de aquel primer crudo invierno que había costado tantas vidas, y decidió tomar acción. Bradford asignó a cada familia una parcela de tierra para que la trabaje y administre, disponiendo libremente de las cosechas y de todo lo que produjeran.
Increíble pero real. Mucho antes de que Marx ni siquiera naciera, los Peregrinos habían experimentado con lo que únicamente podría ser descrito como socialismo colectivista. ¡En plena Norteamérica! ¿Y cuál fue el resultado? No funcionó. ¡Bradford y su comunidad descubrieron enseguida que nadie tenía incentivos para trabajar y producir en un régimen colectivista de distribución de la riqueza!
"Nuestra experiencia pretendió demostrar que eliminar la propiedad privada y basar la comunidad en la disposición común de bienes económicos, nos haría felices y prósperos," escribió Bradford. "Esta comunidad se encontró con que cosechó mucha confusión y descontento, y se retrasó mucho el progreso que podría haberse logrado para su beneficio y bienestar. Los hombres jóvenes más capaces y apropiados para la labor y el servicio se afligían de emplear su tiempo y fuerza en trabajar para las esposas e hijos de otros hombres sin ninguna recompensa... eso era una gran injusticia."
Los Peregrinos descubrieron pronto que una economía central planificada elimina todo incentivo para el trabajo y el progreso. A continuación, pusieron en práctica un sistema de economía de mercado apuntalando el principio capitalista de la propiedad privada. Se le asignó a cada familia una parcela de tierra y a todos se les permitió comercializar libremente sus propias cosechas y demás productos. ¿Y cuál fue el resultado entonces?
"Esto trajo un gran éxito," escribió Bradford, "ya que hizo industriosas a todas las manos y se plantó mucho más maíz de lo que hubiera sido posible de cualquier otra manera." Se dio rienda suelta al poder de la economía libre y, parafraseando a Adam Smith, el sistema simple y obvio de la libertad natural se estableció espontáneamente.
En no mucho tiempo, los Peregrinos encontraron que tenían más alimentos de los que posiblemente podían comer, por lo que establecieron postas comerciales y de intercambio de bienes con los indios. Los beneficios les permitió pagar sus deudas a los patrocinadores en Londres, el éxito y la prosperidad de la colonia atrajo a más inmigrantes, y "la tierra produjo a montones." (Génesis 41:47).
Pero produjo a montones porque el faraón había reducido los impuestos a un 20 por ciento. (Génesis 41:34).
Todas estas nociones fueron comprendidas y puestas en práctica por una comunidad de devotos cristianos que estudiaban la Biblia, un libro que enseña que el gobierno limitado y la empresa privada son los mejores sistemas políticos y económicos.

Y el mundo se convirtió en el mundo

El descubrimiento y la conquista de América son dos acontecimientos que, como la Reforma y el Renacimiento, abren la era moderna. Sin la ciencia y la técnica de esa época no habría sido factible la navegación en pleno océano; tampoco, la conquista sin armas de fuego. Esa técnica y esa ciencia eran el resultado de dos mil años de continua especulación y experimentación. Lo mismo se da con las concepciones políticas. Ciencias, técnicas, utensilios e ideas anuncian la modernidad.
El revisionismo histórico tiende a omitir lo principal sobre el descubrimiento de América, un hecho que se da casi como una ironía: sin esas exploraciones, conquistas, acciones admirables y abominables, heroísmos, destrucciones y creaciones; el mundo no sería mundo. En 1492, el mundo comenzó a tener forma y figura de mundo tal como lo conocemos hoy.
Existe una experiencia histórica invaluable: mientras que las sociedades indígenas, incluso las más desarrolladas como las de México, no tenían noción de la existencia de otras tierras y de otras civilizaciones, los españoles conocían sociedades distintas a las suyas, con otras lenguas y otras religiones. Al ver a los invasores, los indios se preguntaron: ¿quiénes son y de dónde vienen? Una pregunta, por decirlo así, fuera del tiempo y, en el fondo, religiosa: para ellos, los españoles eran lo inédito, lo desconocido. El conquistador, en cambio, inmediatamente intenta insertar la rareza india en una categoría histórica conocida: sus ciudades les recuerdan a Constantinopla; sus santuarios, a las mezquitas.
El impulso también era moderno: era una exploración y una conquista. Hasta ese momento, las gestas realizadas por Occidente habían sido las Cruzadas, el rescate del Santo Sepulcro y, para los españoles, la Reconquista. En las empresas de portugueses y españoles aparece algo nuevo y contrario a la tradición medieval: penetrar en lo desconocido, conocerlo y dominarlo. No es un rescate sino un descubrimiento. Los conquistadores se lanzaban a lo desconocido. No miraban atrás. Tenían por delante una empresa: conquistar. No se equivocaban: con ellos se inicia la gran expansión de Occidente.
La conquista fue grande y heroica; fue violenta y abominable. No debieramos negar ninguno de esos dos aspectos; tampoco tratar de reconciliarlos.
Pero los revisionistas sí tratan de negar uno de ellos o de reconciliarlos a ambos porque después de la caída del comunismo en todo el mundo, es el único recurso que les queda para cumplir su objetivo de socavar la credibilidad en los valores de Occidente.
Los revisionistas señalan los pillajes y la sed de oro de los conquistadores. Pero la rapacidad, la violencia, la lujuria y la sangre siempre han acompañado a los hombres. En la España de la Reconquista, por ejemplo, encontramos esos mismos excesos entre los guerreros musulmanes. Sin embargo, sería injusto reducir la Reconquista a una serie de incursiones de bandas cristianas y musulmanas. Tampoco es posible comprender la conquista de América en su totalidad si se le quita su faceta atemporal: la evangelización. Al lado del saco de oro, la pila bautismal.
Aunque parezca contradictorio, es natural que en muchas almas coexistiese la sed de oro con el ideal de la conversión. Al contrario de la codicia, que es inmemorial y común a todas las épocas humanas, el afán de conversión no aparece en todas las épocas ni en todas las civilizaciones. Y ese afán es el que da fisonomía a esa época y sentido a la vida de aquellos aventureros: el tiempo de aquí y ahora estaba orientado a trascender. La razón de ser de aquellos hechos estaba referida en realidad a un valor supremo: cumplir los Evangelios, cristianizar a los nativos. Fray Bartolomé de las Casas lo afirmó categóricamente: "Los indios fueron descubiertos para ser salvados."
Rousseau condena a la civilización como portadora de la desigualdad, la opresión, la mentira y el crimen, y al mismo tiempo exalta al buen salvaje, el hombre natural e inocente. Pero, ¿en dónde encontrar al hombre inocente? Las sociedades precolombinas no eran, en definitiva, tan primitivas. Algunas de ellas eran bastante avanzadas. Los mayas, por ejemplo, realizaban las cuatro operaciones básicas. Sabían, pues, que los números no mienten. ¿Dónde está la inocencia, señores revisionistas?

La dimensión religiosa en la civilización

A diferencia de lo que ocurrió en los dominios americanos de España y Portugal, la prédica del cristianismo a los indios no figura como motivo dominante en la colonización de América del Norte. Para los españoles, la política vive en función de la religión, es un instrumento de la vida religiosa. En cambio, la evangelización no fue parte de la política de la corona inglesa ni figuró entre las prioridades de los colonos. Tampoco fue un principio de legitimación.
Los primeros asentamientos fueron humildes colonia de fieles, a veces compuestas por disidentes. Cada una de ellas, aparte de las tareas agrícolas, el comercio y las otras ocupaciones mundanas, practicaban con fervor su visión particular del cristianismo. El modelo de casi todas ellas eran las comunidades cristianas primitivas del Nuevo Testamento. Sin embargo, y a pesar de su devoción, ninguna de ellas se propuso seriamente evangelizar a los indios.
El fenómeno se repite, en escala mucho mayor, durante la expansión del siglo XIX hacia el Oeste. El modelo religioso de esta gran inmigración fue la peregrinación de Israel en el desierto. Aquellos colonos estaban motivados por un sentido del llamado a propagar su modo de vida a nuevas tierras. Una creencia profundamente albergada, por ejemplo, por los Puritanos. Pero aparte de la búsqueda de tierras y otras ganancias materiales, el ánimo que movía a esos miles de familias y aventureros no era cristianizar a los indios, sino fundar ciudades y pueblos prósperos regidos por la moral de la Biblia, una Biblia en inglés interpretada por cada iglesia y por cada conciencia.
España y Portugal basaron la legitimidad de su soberanía americana en las concesiones adjudicadas por el papado a unas naciones católicas que se comprometían en la misión de evangelización. Inglaterra, cuya monarquía se desvinculó de Roma en el siglo XVI, invocaba derechos de expedición: la labor de navegantes y exploradores que actuaban bajo su bandera.
Estas diferencias entre las colonizaciones españolas e inglesas presentan, sin embargo, un punto en común; precisamente, el más importante: aquellos hombres estaban inspirados por inquebrantables creencias religiosas para vencer grandes obstáculos. Nadie puede negar cuán importante fue la dimensión religiosa en la formación de la historia y del carácter de todos los países del continente americano.
El tradicional Día de Gracias instituido por los Peregrinos es una celebración que hunde sus raíces en las más profundas tradiciones bíblicas. George Washington decía: “De todas las disposiciones y hábitos que llevan a la prosperidad política, la religión y la moralidad son soportes indispensables.” Por su parte, James Madison expresó: “Hemos apostado el futuro mismo de la civilización americana no al poder del gobierno, lejos de ello. Hemos apostado el futuro… a la capacidad de todos y cada uno de nosotros para gobernarnos a nosotros mismos, para controlarnos, sostenernos a nosotros mismos de acuerdo a los Diez Mandamientos de Dios.”
Estos dos padres fundadores norteamericanos tenían bien en claro los riesgos de un gobierno descontrolado y todopoderoso, y lo advirtieron. Ellos sabían la importancia de un gobierno limitado, un sistema político de equilibrios y contrapesos como un auténtico legado de derechos humanos y civiles. Dependería de las generaciones venideras hacerlo funcionar. Pero como advirtieron, sólo lo haría basado en los imperecederos principios y valores judeo-cristianos basamento de la civilización.
Hoy pareciera que le tendencia es simplemente ignorar el importante rol que la religión cumplió en la historia. Por error u omisión, el resultado es el mismo: creemos que la solución a los problemas sociales está en el estado en última instancia, pero no lo está. Esto no es así: debe ir más allá. Debe profundizar y llegar a entender y apreciar en primer término, cómo y por qué los países de América fueron creados, cuál es el basamento histórico de todos ellos, el espíritu que ayudó a moldear esta colección de repúblicas avecinadas a este lado del océano Atlántico.
Paradójicamente, el estado se ha vuelto la verdadera religión: es la panacea, el redentor de todos los males sociales. Es ese ente omnipotente, omnipresente y omnisciente que planifica la vida de los pueblos, les da trabajo, les proporciona vivienda y los redime de las ignominias sociales. Todo por un precio, por supuesto.
Benjamin Franklin sabía muy bien cuál era ese precio cuando dijo. “Los que renuncian a la libertad por la seguridad no merecen ni libertad ni seguridad.”

¿Dónde estamos? ¿A dónde vamos? ¿Qué hay después?

La Unión Soviética dejó de existir oficialmente en diciembre de 1991 cuando la bandera roja que representaba al comunismo fue arriada por última vez. Quinientos años antes, se producía el descubrimiento de América. Aunque a primera vista no lo parezca, ambos hechos presentan semejanzas sumamente significativas.
En primer lugar, son dos épocas de frontera, dos momentos en los que algo se acaba y algo nace. En 1492, pasar de un espacio a otro; cinco siglos más tarde, saltar de un tiempo a otro. En ambos casos, abrirse a lo desconocido. Otro aspecto: lo imprevisto, lo inesperado. Se buscaba un camino más corto hacia la India y aparecieron en medio del mar tierras y gentes desconocidas; se buscaba contener al imperio comunista y ese imperio de pronto de desvaneció. En 1492, realidad geográfica; luego, realidad histórica. El descubrimiento de América cambió la figura física del mundo: cuatro continentes en lugar de tres. Asimismo, introdujo un dilema teológico que causó una gran conmoción en la conciencia religiosa de Occidente: durante mil quinientos años, millones de almas no habían tenido acceso a la prédica evangelizadora. La caída del comunismo también es un desafío que nos obliga a reflexionar frente al porvenir. Para los contemporáneos de Colón cambió la figura del mundo y se preguntaron: ¿dónde estamos? Para nosotros, cambió la configuración histórica y nos decimos: ¿hacia dónde vamos? ¿qué hay después?
Son dos acontecimientos que, a través de quinientos años, enlazan planos asombrosamente semejantes. En ambos, el hombre se encuentra ante los mismos interrogantes. Hay una muralla, un límite entre lo conocido y lo desconocido para el hombre: lo que le es usual y familiar, y lo que no conoce por la simple razón de que nunca lo vio, está en el futuro, nunca sucedió. El hombre se enfrenta al porvenir que, como su nombre lo indica, es lo que "está por venir."
A partir de ese momento, las desiciones del hombre tienen consecuencias. En una dictadura, el hombre no tiene que enfrentarse a las consecuencias de sus decisiones porque hay quienes toman esas desiciones por él. El hombre no tiene que preguntarse a dónde va a ir, porque son sus dictadores los que le dicen: "irás donde te digamos" o "harás esto o aquello." El hombre en libertad se encuentra a cada momento ante el desafío de elegir, pero lo que importa señalar es que eso le traerá consecuencias: precisamente las de sus propias desiciones.
La desaparición del comunismo enfrentó a Europa con el despertar de sus realidades dormidas. La reapertura de las causas nacionalistas, como en Yugoslavia, trajo la guerra civil, la anarquía y, por último, la desintegración. La consecuencia de todos estos trastornos fue poner en grave peligro la paz mundial.
Fray Bartolomé de las Casas decía que los indios "fueron descubiertos para ser salvados." Nosotros sabemos que la salud, el trabajo, la educación, la vivienda digna; son derechos irrenunciables del hombre. Tan irrenunciables como la libertad, la democracia y la facultad de creer en Dios según los dictados de nuestra propia conciencia. La desaparición del comunismo plantea a las democracias occidentales el desafío de lograr que todos esos derechos estén al alcanze de todo hombre sin distinción. Cómo vamos a hacerlo, es algo que sólo nosotros podemos responder. Una cosa es segura: la manera en que decidamos hacerlo va a tener consecuencias.

jueves, 21 de octubre de 2010

Liberalismo, socialismo y la inflación

La inflación no es un designio de los astros ni una falla del horóscopo. Así como un termómetro indica la temperatura ambiente (de la que no es responsable), la inflación resume la acción económica del gobierno.
Cuando el gobierno gasta o invierte más de lo que recauda, debe emitir moneda o recurrir al endeudamiento para cubrir la diferencia. Este aumento de los medios de pago produce la mayor demanda y el aumento generalizado de los precios conocido como inflación. Es un fenómeno monetario que no se soluciona con precios máximos sino modificando los esquemas y estructuras que determinan que el estado gaste más de lo que recauda.
Esta es la forma clásica de como se genera la inflación. El descontrol total de ella, conocido como hiperinflación, causa que la moneda pierda totalmente su valor.
El estado debe limitarse a sus funciones escenciales: justicia, seguridad, salud, educación y relaciones exteriores. Este concepto de estado liberal se basa en el respeto a la propiedad privada, la responsabilidad individual, la libertad personal y el modelo capitalista de mercado libre. Así, la intervención estatal puede ser mínima y la creatividad, máxima. Todo es permisible mientras no se lastimen intereses ajenos.
La acumulación de capitales es continua y los mismos fluyen hacia quienes mejor sirven a los consumidores. El mercado se abastece con los mejores bienes a los mejores precios. Sin intervención estatal, es imposible monopolizar mercados ni vender por encima de los precios que establece la competencia. El mercado cambiario busca su punto de equilibrio y tiende constantemente al punto de máximo intercambio. Las actividades que gozan de demanda crecen y las otras desaparecen. Los salarios crecen constantemente. Aumenta la riqueza y disminuye la pobreza. Los capitales del mundo afluyen al país en busca de seguridad y rentabilidad. La libertad y la riqueza individual permiten que se organicen instituciones académicas, culturales y caritativas. La inflación no sólo no se produce sino que los precios en su costo real tienden a bajar como resultado de la mayor producción: aumenta la productividad sin aumentar los precios. No hay decretos, ya que es el ciudadano, no el funcionario, el que determina sus propios límites para evolucionar y crecer en libertad.
La antítesis de todo lo anterior es la solución socialista: funcionarios estatales que intentan planificar una vasta economía que involucra a millones de personas, cada una de las cuales toma sus propias decisiones en base a un mercado cuyas condiciones cambian constantemente.
Como medios de control e intervención estatal, se establecen precios máximos, se expropian campos y empresas, se aplican ideas de participación en las ganacias, se impulsa la propiedad colectiva de granjas, se subvencionan empresas que quiebran y se formulan "canastas familiares" cuya "validez" se aplica a todas las familias menos a la de los funcionarios: ellos tienen sus propias "canastas."
Poco a poco, toda la economía pasa a ser regimentada y se cumple el ideal socialista de "que los medios de producción pertenezcan al estado." Como la distribución de bienes no depende del mercado sino de políticos y funcionarios, esto creará una clase dirigente omnipotente, poderosa e implacable que deberá actuar con el máximo rigor para controlar el mercado negro, que surge como respuesta a la ineficacia de este tipo de políticas.
La producción se ve limitada si los capitales no invierten porque temen ser expropiados o sus utilidades fuertemente gravadas o se invierten en monopolios estatales o el estado patrocina la formación de grupos económicos concentrados. La protección aduanera o cambiaria es asimismo un factor que empobrece a largo plazo a la sociedad, ya que obliga a producir lo que cuesta más que importar.
Estados Unidos ha podido tener déficits fiscales muy importantes y expandir su moneda sin que ello quede íntegramente reflejado por los índices de precios, principalmente por no abandonar nunca los principios de mercado y por ser más eficiente su sistema productivo. En la Argentina, el intervencionismo económico comenzó a aplicarse en la década del '30 con la abolición del patrón oro y la implantación del impuesto a los réditos. Desde entonces, creció casi sin interrupción. Este intervencionismo responde, sin embargo, a una creencia más o menos aceptada por la sociedad: gran parte de ella sigue pensando que el estado debe ser la gran fuerza igualadora de las diferenciaciones sociales; consecuentemente, las diversas fuerzas políticas pugnan por liderar la carrera de los beneficios legales y la gran masa ciudadana se deja convencer de que las medidas intervencionistas no tienen costo. Pero no es así, ya que el mercado reasigna costos a través de los precios.
El intervencionismo sin rigor está condenado a fracasar y la consiguiente inflación resulta inevitable. El caso más paradigmático, sin duda, fue la hiperinflación alemana de 1923, en la que el marco perdió enteramente su valor.
De la misma manera, todo país que insista en continuar con una política estatista e intervencionista corre el riesgo de que su moneda pase a no valer nada.
La desocupación y la tremenda crisis que eso causaría coloca al pueblo en la disyuntiva de elegir entre un sistema capitalista de mercado libre , basado en la libertad de mercados y en una moneda estable y fuerte, o volcarse a un estatismo socialista.
El problema de la inflación puede solucionarse, pero es más importante que el pueblo decida previamente en qué tipo de sociedad desea vivir.

lunes, 18 de octubre de 2010

El examen de conciencia de los norteamericanos

Al iniciar su mandato en 1981, Ronald Reagan se propuso superar la capacidad militar de los Estados Unidos frente a la Unión Soviética. Lo logró, pero causó distorsiones económicas que su sucesor, George Bush, no fue capaz de enfrentar. La bonanza económica que vino después, en los años de Bill Clinton, volvió a colocar al país en el lugar de apogeo que había perdido. A su vez, la presidencia de Ronald Reagan había surgido para contrarrestar otra decadencia: la de su predecesor Jimmy Carter. El poderoso renacimiento de las ideas conservadoras que Reagan representó, incitó a los norteamericanos a volver a la inspiración de sus Padres Fundadores. Según ese espíritu, se ofrecía a todos los inmigrantes las bendiciones de la libertad con tal de que se incorporaran a la cultura norteamericana, que se hicieran de adentro del sistema despojándose de su cultura original y resurgiendo con nuevas identidades, enteramente norteamericanas. El relativismo cultural de hoy hace que todos reclamen sus libertades desde afuera del sistema, con lo cual los Estados Unidos dejan de ser el crisol de razas de un nuevo pueblo para pasar a ser un mosaico de minorías de mexicanos, cubanos, salvadoreños, peruanos, haitianos, dominicanos, chinos o vietnamitas que se ubican en un pie de igualdad junto al tipo "originario" blanco y anglosajón, esa particular conjunción anglo-protestante natural y fundacional de las colonias americanas.
Estas transformaciones reflejan que, cada tanto, los norteamericanos hacen un examen de conciencia y proceden en consecuencia: el país se reformula y se adapta para acomodarse a las nuevas ideas. De hecho, su mayor examen de conciencia lo realizan cada cuatro años con la elección presidencial. En realidad, cada dos años al renovarse el Senado y la Cámara de Representantes del Congreso.
Hoy, ante la crisis económica que está sufriendo el país con los más altos índices de desempleo en casi treinta años y al borde, precisamente, de elecciones legislativas, la reflexión se ahonda y es mucho más conflictiva. Es, en el fondo, una reflexión sobre el rumbo a tomar. Hay dos concepciones de país decididamente enfrentadas. El presidente Barack Obama puede perder en los comicios del próximo 2 de noviembre la mayoría en el Congreso, ante el auge de los movimientos conservadores que vuelven a cobrar fuerza desde los días de Reagan y la caída de su popularidad por decisiones tomadas por su administración. Si bien es normal que la popularidad de Obama baje luego de dos años de haber sido elegido, los mencionados factores harán de esta elección un evento singular y crucial. Estos comicios mostrarán el límite del apoyo al presidente y, consecuentemente, es probable que los republicanos tengan la ocasión de recuperar la iniciativa. Obama, por un lado, no fue realmente lo que la gente esperaba y, en definitiva, no estaban preparados para un presidente tan distinto, entre otras cosas, por lo "europeizante" y porque en nada se parece a sus predecesores, moldeados todos ellos en el tipo anglosajón de la Trece Colonias del siglo XVIII.
Este incesante vaivén de posturas ideológicas, esta ciclotimia de ideas, ¿representa en realidad la lucha de lo bueno contra lo malo y viceversa? Un ejemplo que viene al caso puede ser Buenos Aires después de la batalla de Pavón. Entró en apogeo. Precisamente por hacerlo, sin embargo, empezó a admitir la inmigración del interior, primero bajo la forma lujosa de las minorías selectas de las provincias y, al fin, bajo la forma de las masas provincianas que llegaban en la tercera del tren atraídos por la industrialización del siglo XX. Vale decir, el modelo peronista. Desde un ángulo, era el triunfo de Buenos Aires; desde el otro -el opuesto- era la invasión pacífica pero efectiva de Buenos Aires: su expropiación en beneficio de los "derrotados."
De la misma manera, los Estados Unidos que triunfan en el mundo son aquellos que han impuesto un estilo, una forma de ser. Los Estados Unidos "decadentes" son aquellos que deben admitir la invasión de diferentes idiomas, credos y culturas; la competencia de todos los que aprenden de ellos. Los "contrincantes" de esa competencia no deben ser juzgados. Representan distintas concepciones de ver la vida, de asumir la realidad, que se van alternando en la configuración de la historia como proceso. A un período "conservador," el electorado se inclina por una opción "liberal." Se agota la propuesta de los demócratas y entonces ganan los republicanos. O se agota la propuesta de los laboristas y ganan los conservadores. Piensan de manera diferente. Sienten, si se quiere, de manera diferente, pero eso es todo. Los juicios de valor, parafraseando nuestra Constitución Nacional, están sólo reservados a Dios.
El japonés Susumu Tonegawa, Premio Nobel de Medicina, declaró que, para competir con los norteamericanos, los científicos japoneses deberían aprender a pensar en inglés (sic). Es difícil saber si Tonegawa es un "traidor" que propone a los suyos rendirse ante los anglosajones o, por el contrario, un nacionalista sutil cuya meta es apropiarse del idioma inglés, expropiándoselo a los norteamericanos para competir mejor con ellos.
El Washington Post dijo cierta vez que el mundo, abierta o secretamente, envidia a los Estados Unidos. El hecho es que, pese a la actual recesión, los norteamericanos siguen a la cabeza del mundo por tres razones: la increíble dinámica de su economía, la siempre renovada energía de sus inmigrantes y la creatividad de sus investigadores y empresarios. Por todas partes -aún en recesión- pequeños grupos armados con computadoras conectadas a Internet siguen trabajando, innovando, creando... los futuros profesionales se siguen formando en sus universidades para seguir trabajando, innovando, creando...
El tiempo y modo en que lo han hecho varió, pero todos los imperios de la historia terminaron por decaer. La espada de doble filo de los imperios ha sido que, por querer imponer sin límites su poderío, se distorsionaron y debilitaron. Estados Unidos es un país de formidable poderío que, sin embargo, está sujeto a un límite. Ese límite es el examen de conciencia que los norteamericanos realizan cada dos años y cada cuatro años en las urnas. Esa tradicional transición de ideas que a todos conviene que sea lo más ordenada y lo menos traumática posible.

sábado, 16 de octubre de 2010

La problemática del desempleo en la era tecnológica actual

Los países altamente tecnificados del mundo están sufriendo una problemática de desempleo que no solamente los afecta a ellos sino, también, al mundo entero, y que surge de un nuevo sistema económico que va más allá de la "sociedad de masas" del pasado industrial.
La Revolución Industrial creó sociedades de masas. En ellas, la producción masiva corría pareja con la distribución, el consumo y la educación masivos. La homogeneidad era su principio dominante.
La alta tecnificación actual pone término a la sociedad industrial masiva. El nuevo principio dominante es la heterogeneidad. La producción masiva es reemplazada en forma creciente por una manufactura basada en cantidades específicas de productos heterogéneos y elaborados según especificaciones precisas en frábricas flexibles y computarizadas. El mercado masivo se está diversificando en nichos definidos y organizados por computadoras. El consumo se ha desmasificado junto con la producción.
Los medios también se han desmasificado, de modo que los hogares norteamericanos, en lugar de las tres tradicionales grandes redes de TV, reciben cientos de canales diferentes en la actual televisión satelital.
El profundo proceso de desmasificación, que alcanza a muchos países, causa impactos directos en las relaciones sociales, étnicas y raciales. Se trata de la mayor transformación técnico-social ocurrida desde la Revolución Industrial, y la libertad de mercado, acompañada con apoyo y contención inteligentes, será un factor fundamental para superar esta etapa de tan profunda transición.
Los Estados Unidos tuvieron frecuentes períodos de escasez de mano de obra al emigrar los trabajadores hacia el Oeste. Este problema se resolvió adoptando políticas de inmigración abierta. Así, trabajadores de los más diversos orígenes afluyeron desde distintas partes del mundo. Para incrementar la eficiencia laboral era necesario homogeneizar o masificar a los trabajadores. De ahí surgió el concepto de "crisol de razas" que instaba a los inmigrantes a despojarse de su vieja cultura y que resurgieran con nuevas identidades, enteramente norteamericanas. Este era el trasfondo de la vieja economía de estilo industrial que guarda algunas semejanzas con la situación vigente en Alemania, Francia y otras naciones europeas que invitaron a turcos, africanos y otros para servir como mano de obra durante los años de expansión económica en las décadas del sesenta y del setenta.
Sin embargo, al llegar la actual era tecnológica, cambiaron las necesidades de las economías avanzadas, así como las actitudes generales hacia la inmigración, la integración y la asimilación.
En los Estados Unidos, y especialmente en Los Angeles, el crisol de razas fue reemplazado por el concepto de "patchwork" o trabajo de telar, según el cual los grupos étnicos, religiosos y raciales retienen su identidad cultural, aunque exigen, al mismo tiempo, dignidad, justicia e igual acceso a la educación y a la oportunidad económica. Esta alternativa de la era tecnológica al crisol de razas no es sino la desmasificación aplicada a las relaciones entre los diversos grupos, a medida que toda la sociedad se vuelve más heterogénea.
En los Estados Unidos, este mosaico de grupos raciales y étnicos es por lo menos complejo. A las históricas tensiones entre la mayoría blanca y la minoría negra se superponen los conflictos entre minoría y minoría, como ocurre en Los Angeles entre coreanos y negros o entre cubanos y haitianos en Miami. Las sociedades de chimeneas de la era industrial se basaban en el trabajo reiterativo y carente de capacitación. En cambio, la economía de la era tecnológica excluye sencillamente a grandes cantidades de trabajadores no especializados, sea cual fuere su raza o color.
En abril de 1992, las ciudades norteamericanas sufrieron una gravísima ola de violencia a raíz del incidente causado por el automovilista negro Rodney King. La explicación canónica de los medios de comunicación fue la consabida runfla de yeites sobre la pobreza, el desempleo, el racismo y la desesperación urbana. Todos estos elementos estuvieron incuestionablemente presentes, pero no fueron sino parte de una realidad mucho más vasta. En el mundo altamente tecnificado, complejo y competitivo de hoy, el desempleo pasó de lo cuantitativo a lo cualitativo. Antiguamente, el trabajo estaba basado en la fuerza física y la economía, en la fabricación masiva. Si un país tenía un millón de desocupados, los políticos podían aplicar medidas estatistas o monetaristas para reactivar la economía por medio de obras públicas; por ejemplo, el gran dique Hoover del río Colorado construído como parte del "New Deal" del presidente Franklin Roosevelt. En las actuales economías, se podrían crear, en realidad, no uno sino varios millones de puestos de trabajo, pero un millón de desocupados no podrían ser tomados por carecer de la capacitación requerida. Más aún, las necesidades son siempre cambiantes, de modo que hasta los trabajadores más capacitados tendrán que enfrentarse a pasar a ser obsoletos, salvo que aprendan las técnicas nuevas. La ola de despidos de ingenieros que tuvo lugar en las empresas de defensa de la Costa Oeste a comienzos de la década del '90 fue, sin duda, un gran malestar que echó leña al fuego cuando Los Angeles estalló en llamas en los mencionados disturbios raciales de 1992.
Al no haberse preparado para la economía de la era tecnológica, los políticos conviven con la demagogia. Exigen proteccionismo, como si eso bastara para que los obreros de las fábricas automotrices, textiles, de cemento, de acero o de neumáticos pudieran reincorporarse a las anticuadas y precomputarizadas líneas de montaje. Exigen redistribución de la riqueza, como si sus extemporáneos y desalentadores programas pudieran resolver el verdadero problema. Parecen incapaces de reconocer que todas sus panaceas para el desempleo son obsoletas. La era tecnológica está aquí para quedarse, está reacondicionando el mundo entero y la estructura misma de la sociedad. La problemática del desempleo actual es incompatible con las medidas propuestas por economistas y políticos atrapados todavía en el pensamiento de la era industrial, masiva y pretecnológica.
Finalmente, por esa razón, no habrá ninguna solución hasta que la revolución tecnológica no termine con las escuelas actuales de la era anterior y las reemplace por establecimientos de enseñanza que no se parezcan a las fábricas anticuadas de ayer. Sólo así tendrán algún sentido estas instituciones compuestas por cubículos que, cada vez con menos justificación, reciben el nombre de "aulas."
En una economía cuyos recursos principales son la capacidad intelectual, la creatividad innovadora, las técnicas rápidamente aprendidas y desaprendidas y siempre cambiantes, las formas de autoridad independientes de toda burocracia y la comunicación instantánea por medio de una infraestructura electrónica vasta, rápida y universal, no se puede carecer de visión de futuro. De lo contrario, los yeites proliferan, las legiones de desocupados pasan a formar ejércitos enteros... y hasta las ciudades estallan en llamas.

"Llenad la tierra y sojuzgadla, y enseñoreaos de ella..."

La causa de la ecología parece estar más allá de toda sospecha: nadie está contra el cielo azul ni contra los simpáticos e inteligentes delfines. Sin embargo, se trata de una ideología que ha tomado como rehén a la opinión pública. Su legajo es más bien vacío, los hechos invocados no existen o no están comprobados, sus argumentos científicos no son válidos y las soluciones preconizadas son ilógicas. Los ecologistas seleccionan la información que más les conviene para nutrir el carácter falsamente científico de sus tesis.
Los números no mienten. El planeta Tierra tiene más de 4 mil millones de años de existencia. Durante ese período tan largo, la naturaleza creó fuerzas dañinas y destructivas que constantemente lo han estado agrediendo. El hombre ha estado aquí por no más de 200.000 años y aunque quisiera, aunque empleara todos sus recursos con el fin de destruir la Tierra, no podría hacerlo. El hombre no puede, ni remotamente cerca, crear fuerzas tan poderosas como las naturales. La sola noción de que podría hacerlo es ridícula. La ecología prospera sobre un fondo de ignorancia científica, de demagogia y de ingenuidad y explota conscientemente el pánico, la alarma y la confusión.
James Lovelock, el científico inglés famoso por la Hipótesis Gaia, que postula que la biósfera terrestre es una entidad auto-regulante con la capacidad de mantener el planeta salubre equilibrando sus condiciones físico-químicas, afirma que el llamado "efecto invernadero" no se debe a los gases de los automóviles y las fábricas, sino al metano producido por los rebaños de vacas y los arrozales. Pero los ecologistas no proponen suprimir el arroz ni las vacas; sólo odian las industrias.
Cuando los astrofísicos descubrieron agujeros en la capa de ozono sobre los polos, los ecologistas pusieron el grito en el cielo. ¡Los industriales son los culpables! ¡Sus gases destruyen el ozono! Pero esos agujeros, ¿existían de antes? Nadie sabe. Queda abierta esa posibilidad.
Lovelock agrega que quizás la capa de ozono disminuya, pero eso no se debe tanto a los gases industriales, sino a las algas. Éstas difunden yodo en la atmósfera, como lo hace la glándula tiroides en el cuerpo humano. Cuando la Tierra tiene tendencia a recalentarse, la densidad de las algas en los océanos aumenta y reduce el ozono, estabilizando la temperatura. Por lo tanto, los agujeros de la capa de ozono serían tan naturales como necesarios. Y el calentamiento global, motivo de tantas polémicas en el Café de la Paz y en todos los círculos intelectuales del planeta, jamás ha pasado de ser eso: una polémica de café. No está comprobado que la temperatura media de la superficie terrestre haya aumentado, aunque los ecologistas no lo quieran admitir.
Y aún en el caso de que fuera cierto, aún si la temperatura del planeta hubiere aumentado, no hay forma fehaciente de determinar si se debe a los gases industriales, aunque los ecologistas no quieran admitir eso tampoco.
El volcán Pinatubo en las Filipinas esparce en una sola erupción más de mil veces la cantidad total de gas clorofluorocarbono (CFC) producido por la industria en toda la historia humana. Los volcanes han estado haciendo esto por 4 mil millones de años y la capa de ozono todavía existe. Este hecho expone la falacia fundamental en que se apoya la ecología: que la Tierra es frágil. El hombre puede venir, como si tal cosa, y cambiarlo todo para peor. Después de miles de millones de años, las últimas dos o tres generaciones de existencia humana van a destruir el planeta.
La respuesta de los ecologistas al argumento previo es la siguiente. "Eso hace aún más imperativo que reduzcamos drásticamente las emisiones de CFC." Pero lo que realmente quieren combatir es el sistema de vida de Occidente empezando, por supuesto, por el capitalismo. La consigna es sentirnos culpables: manejamos automóviles, usamos combustibles fósiles, tenemos industrias contaminantes, lo destruimos todo. Hasta vamos a los McDonald's. Para obtener las hamburguesas que se venden allí, para satisfacer la voracidad de las clases medias consumidoras, vacas fueron sacrificadas.
El ser humano es la especie dominante de la Tierra, pero desde este punto de vista se lo presenta, simplemente, como un enemigo de la naturaleza que constantemente la está agrediendo. Nuestra presencia en el planeta Tierra tiene más de negativo que de positivo. Si la especie dominante fueran los delfines, todo estaría muy bien para el planeta Tierra. ¿Es esa la doctrina que verdaderamente esgrimen los ecologistas? Todo parece indicar que sí, excepto por lo siguiente: con el colapso del marxismo, la ecología se ha vuelto el último bastión del pensamiento económico socialista. La ecología es una gran manera de llevar adelante una política que favorezca la planificación económica centralizada y un gobierno intruso. ¿Qué mejor manera de controlar la propiedad privada que someterla a una maraña de regulaciones ecológicas? ¿Qué mejor excusa tendría el estado para intervenir en la economía que sujetarla a regulaciones de este tipo?
La Tierra es una asombrosa creación concebida para durar miles de millones de años como lo ha hecho hasta ahora, y como lo seguirá haciendo por miles de millones de años más. No concluyamos pues, de ello, que no hay problemas ecológicos. Los hay, pero no están generalmente donde los sitúan los ecologistas y mucho menos son viables sus "soluciones." No se salvarán las selvas y los bosques por el retorno a una agricultura arcaica. Al contrario, sólo la introducción masiva de técnicas agrícolas modernas permitirá coexistir a la selva y a una agricultura intensiva. Si la selva amazónica desapareciera, las regiones tropicales se volverían inutilizables para la agricultura ya que esta selva juega un papel decisivo en la regulación del clima y de la humedad, pero lo que la va salvar es el progreso técnico y no el rechazo a este progreso.
Del mismo modo, la contaminación ambiental amenaza actualmente mucho más a la sociedades pobres que a las ricas. La contaminación ambiental en París es menor que en Bombay y las verdaderas soluciones a estos problemas pasan por un llamado al progreso técnico, no por el retorno a una supuesta edad de oro en que los automóviles no existían, las comunicaciones se realizaban por chasquis y palomas mensajeras, el promedio de vida era treinta años menor que el actual y la gente se moría de tuberculosis a los 39 años, como el célebre Chopin.
Génesis 1:28 dice, "Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla, y enseñoreaos de ella." No nos dejemos convencer por la histeria y la paranoia que, en esencia, predican exactamente lo contrario. Somos la especie dominante de la Tierra y tenemos derecho a emplearla para que nuestra vida sea mejor.

jueves, 14 de octubre de 2010

Un caso patológico

En 1972, la literatura política latinoamericana alcanzó ribetes de epopeya con una aguerrida lectura ideológica comunista aparecida, precisamente, en el crispado y radicalizado Chile del marxista Salvador Allende. La obra en cuestión, por increíble que parezca, lleva como título "Para leer al pato Donald," al que sigue un subtítulo algo menos rimbombante: "Comunicación de masa y colonialismo." Un recordatorio, sin duda, de que las acciones tienen consecuencias. Incluso las malas.
¿Y de qué se trata? Los chilenos Ariel Dorfman y Armand Mattelart se proponen encontrar el oculto mensaje imperial y capitalista que encierran los personajes de historietas. Estos intrépidos autores quieren desenmascararlos a toda costa, demostrar las sinuosas intenciones que esconden y denunciar ante los pueblos del orbe la silenciosa infiltración que efectúa el imperialismo en sus tierras. Donald, Mickey, Pluto y compañía no son lo que parecen. Son agentes encubiertos de la reacción conserva-derechosa para asegurar una relación de dominio entre la metrópoli yanki y sus colonias. Disneylandia es un símbolo del capitalismo y metáfora del propio Estados Unidos con el que se induce a los niños a cultivar el egoísmo más crudo y materialista en favor de los intereses de Wall Street. Obsérvese: "Disney expulsa lo productivo y lo histórico del mundo, tal como el imperialismo ha prohibido lo productivo y lo histórico en el mundo del subdesarrollo." No se trata de las divertidas peripecias de un pato malhumorado. "Disney construye su fantasía imitando subconscientemente el modo en que el sistema capitalista mundial construyó la realidad y tal como desea seguir armándola. " No se trata de un dibujante que hace su trabajo. "Pato Donald al poder es esa promoción del subdesarrollo y de las desgarraduras cotidianas del hombre del Tercer Mundo en objeto del goce permanente en el reino utópico de la libertad burguesa... Leer Disneylandia es tragar y digerir su condición de explotado."
Este delirio tuvo nada menos que treinta ediciones en veinte años. ¿Por qué? Porque está sintonizado en frecuencia paranoica y justifica así la tendencia (muy humana, por cierto) de atribuir a un tercero las culpas por las propias fallas, en este caso, el subdesarrollo y la postergación de las naciones de América Latina. Los paladines de la semiótica, Dorfman y Mattelart, gritan a los cuatro vientos para todo aquel que quiera oir, que la historia es una conspiración de malos contra buenos en que los segundos llevan invariablemente las de perder. En su audaz sobre-análisis, se ven a sí mismos como el objeto de la intriga universal que intenta sojuzgarlos.
Ahora bien, ¿hacia dónde conduce esa manera de pensar y de ver las cosas? Absolutamente a ninguna parte, salvo a seguir ahondando en la decadencia; y a justificarlo todo por argumentos dialécticos desde el menos delirante (después de todo, en país de ciegos el tuerto es rey) hasta los más increíbles alardes de demencia y delirio producto de la mente alucinada de algún esquizofrénico sobremedicado como este dúo dinámico (o no dinámico). Los Terence Hill y Bud Spencer de la semiología tercermundista que juntos son dinamita (o no dinamita). Dorfman y Mattelart no son los únicos autores setentistas, pero esto ya es demasiado. Estos "profundos ensayistas" deberían dejar en paz al pobre pato Donald y, en cambio, comunicar a los lectores de su "tratado superior" que las miserias que azotan a los pueblos se deben a las políticas estatistas e intervencionistas que sus respectivos gobiernos han llevado a cabo generación tras generación, ya que los países que alcanzaron los máximos grados de desarrollo en el mundo lo han hecho porque, sin excepción, adoptaron una economía de mercado; y que la verdadera dominación que somete al hombre es la ignorancia. Porque como decía Mariano Moreno, si los pueblos no se ilustran, cambiarán de tirano pero no de tiranía.

martes, 12 de octubre de 2010

El descubrimiento de América

El descubrimiento de América es uno de los hechos históricos más importantes de todos los tiempos. Por una razón que vamos a ver más adelante, el revisionismo histórico se ha ensañado literalmente con él, tratando de reformularlo por completo y queriendo presentar la hazaña del navegante genovés como la entrada de la opresión, la brutalidad, el saqueo y el genocidio al Nuevo Mundo. En esta arremetida, el revisionismo le quita incluso su carácter de tal al descubrimiento. No sería correcto afirmar que Colón descubrió realmente América, porque ya había indios viviendo aquí cuando él vino.
El hecho histórico irrefutable que nos compete es que Cristóbal Colón sí descubrió América. Según el diccionario de la Real Academia Española, descubrir significa manifestar, hacer patente, destapar lo que está tapado o cubierto, hallar lo que estaba ignorado o escondido, registrar, alcanzar a ver, venir en conocimiento de algo que se ignoraba. Colón murió sin saber que había descubierto un nuevo continente, ya que seguía pensando que había llegado a la India. Sin embargo, su tarea hizo patente que América existía. Esa tarea destapó algo que estaba tapado o cubierto al conocimiento: una nueva tierra al otro lado del océano. Colón halló un continente que estaba ignorado. Lo registró. Lo alcanzó a ver. Hasta caminó sobre él. Gracias a la osada labor de este viajero y sus tripulaciones, se vino en conocimiento de algo que se ignoraba.
Obviamente, esto no significa que no había seres humanos en América antes del 12 de octubre de 1492, pero a partir de ese momento, el continente descubierto por Cristóbal Colón quedó incorporado a la civilización occidental (la más malvada del mundo. A todos los que la combaten, muchas gracias).
Hay una tendencia del revisionismo histórico a idealizar la vida de los indios precolombinos, pero una visión someramente objetiva de la historia nos permite saber que la vida distaba mucho de ser ideal para ellos. Es verdad que las colonizaciones se hicieron a sangre y fuego, pero el cuadro que el mundo cultural de la izquierda suele presentar de la América precolombina como una tierra de ensueño poblada por pacíficos habitantes que vivían en armonía los unos con los otros y a los que les interesaba mucho el cuidado del medio ambiente no puede estar más alejado de la realidad. América era, en tiempos del descubrimiento, un continente apenas habitado por tribus nómades que guerreaban incesantemente entre sí y que vivían casi permanentemente bajo condiciones de hambruna. No conocían la rueda (que fue introducida por los españoles) y carecían de alfabeto escrito. Guerra tras guerra, tribu contra tribu, los indios llevaban a cabo una existencia violenta y brutal. Aún los pueblos que habían alcanzado los grados más desarrollados de organización social como los aztecas, los mayas y los incas se caracterizaban en primer término por su condición de pueblos guerreros expansionistas y sus rituales incluían sacrificios humanos. De las tribus con que Colón entró en contacto, los caribes practicaban la antropofagia. El siguiente es un extracto de la Carta de Diego Alvarez Chanca dirigida al Cabildo de Sevilla durante el segundo viaje de Colón en 1494: "Periódicamente, organizaban expediciones a otras islas dentro de un área de 150 leguas a la redonda con el propósito de cazar gente. A las mujeres cautivas las tenían como mancebas y esclavas. A los niños que nacían de ellas los comían pues, en acto de primitivo racismo, sólo dejaban vivir a los hijos de las mujeres de su tribu. A los varones adultos los comían y a los muchachos los castraban. Cuando llegaban a la adultez los comían porque para los caribes la carne del hombre es tan buena que no hay cosa tal en el mundo. En una de sus chozas encontramos un cuello de hombre hirviendo en un caldero. En otras, cráneos colgados a manera de vasijas para tener cosas. Y por todas partes, infinitos huesos de hombres."
Además, el revisionismo tiende a omitir factores que son imprescindibles para una apropiada comprensión de la historia. ¿Se tiene debidamente en cuenta que existió una Ley de Indias? ¿Y quién era Fray Bartolomé de las Casas?
Ya que la historia ha sido tan implacable en juzgar al marxismo, el único recurso que le queda a sus adherentes es reformular los hechos. El revisionismo histórico es meramente un medio, un vehículo, una válvula de escape, una manera de instalar una neohistoria parcial y calamitosa. Su verdadero objetivo es minar la credibilidad en la civilización occidental y en los valores que la sustentan. Esta es la razón de las críticas tan virulentas como absurdas que se hacen del descubrimiento. En su análisis antieuropeo, esto es, antioccidental y pro-mítico de la América precolombina, los revisionistas no hacen más que admitir el fracaso del marxismo en todo el mundo y, al mismo tiempo, reconocer la vigencia de las muy occidentales ideas del progreso como objetivo, la ciencia y la tecnología como forma de alcanzarlo, y la economía de mercado como marco en el cual plasmar las transacciones. Cristóbal Colón abrió el camino para que estas ideas y valores encuentren su lugar y echen raíces en el Nuevo Mundo. Sobre ese camino, la civilización occidental cambió el curso de la historia.

martes, 5 de octubre de 2010

Superar la anarquía y el despotismo: la libertad y el estado de derecho en un estado fuerte

En su ensayo "Sobre la libertad" escrito en 1859, John Stuart Mill sostenía que "silenciar una opinión es, en todos los casos, un robo a la humanidad: si la opinión silenciada era falsa, se roba a la humanidad la oportunidad de sustituir el error por la verdad; si era verdadera, se le roba la oportunidad de fortalecer la verdad a través del debate." Y concluye, "nunca podremos saber si lo que hoy es tenido por falso no resultará, mañana, verdadero."
Al señalar asimismo que "la liberación de las energías humanas puede traer malas consecuencias, pero seguramente serán más las buenas consecuencias," Mill expone la creencia fundamental que guía a la libertad: su balance será positivo.
Esta decisión de asumir los costos de la libertad a cambio de beneficios más altos está en la base del pensamiento liberal contemporáneo a partir de su fundador, el inglés John Locke. Situado en el origen de la tradición anglosajona, lo que más temía Locke era el despotismo. Locke, al escribir a fines del siglo XVII, intentaba en realidad rebatir la visión que había planteado medio siglo atrás, en plena guerra civil inglesa, su compatriota Thomas Hobbes: la idea de que un estado despótico y autoritario sería la única alternativa al caos y a la anarquía.
A partir de los conceptos precedentes, vemos que hay dos maneras de enfrentar los desórdenes probables de una sociedad. Una es confiar en la libertad y en la responsabilidad de los individuos. Otra es confiar en que alguien ponga límites y discipline a los individuos.
En cierto modo, hay un vínculo entre ambas posturas, aunque parezcan irreconciliables. Para Locke, el temor central era el despotismo; para Hobbes, la anarquía. El desafío es lograr una sociedad que supere a ambos.
El remedio contra el despotismo es la protección de las libertades individuales. En la tradición liberal, la fe en la libertad implica la tolerancia de las opiniones y actitudes divergentes. Para adoptar una actitud de este tipo, para poner a la libertad en un punto menos que el de sagrado, hace falta una confianza, una fe casi religiosa en los beneficios de la libertad. Esta fe forma parte de la tradición anglosajona que, a su vez, constituye uno de los pilares incólumes de la experiencia liberal universal.
En el despotismo, el poder se encuentra concentrado en un sólo individuo que lo ejerce de manera implacable e inapelable. En la anarquía, no hay uno sino miles de déspotas desatados en favor de la inoperancia del estado en una guerra de todos contra todos. La anarquía, según Hobbes, es peor que el despotismo. En ella no hay ley, ni policía ni autoridad que sirva de freno y la única ley que rige es aquella de la selva: el más fuerte, gana. Por eso, no resulta extraño que cuando el estado no aparece como fuerte, la gente siente renacer el temor a la anarquía. El general Roca se preocupaba, en 1913, ante ante la irrupción del pueblo en el sistema político que había propiciado Sáenz Peña con estas memorables palabras: "No conviene forjarse ilusiones sobre la solidez de nuestra organización ni de la unidad nacional. La anarquía no es planta que desaparezca en el espacio de medio siglo, ni de un siglo, en sociedades mal cimentadas como la nuestra. Ya veremos en qué se convierte el sufragio libre, cuando la violencia vuelva a amagar." Y en 1966, cuando la ya debilitada gestión de Arturo Illia atravesaba sus últimas horas, un docente de la UBA pudo sostener que "no sólo tenemos el derecho de resistencia a la opresión contra los déspotas, sino también el derecho de resistencia a la falta de autoridad contra los gobernantes poco efectivos." Se trataba de un "derecho" de cuestionable legitimidad, por cierto, ya que propiciaría entonces el inminente golpe militar de Onganía.
La historia parece dividirse entre quienes requieren la presencia de un estado fuerte y los que siguen soñando en la primacía absoluta de la libertad y el estado de derecho. Digamos que la meta es reconciliarlos a ambos. Locke nos espera en esa meta. Habrá que bregar duramente hacia ella desde un punto de partida cuyo guardián es Hobbes.

lunes, 4 de octubre de 2010

El hombre unidimensional

En 1964, el filósofo y profesor alemán Herbert Marcuse escribió un libro que se convirtió en ícono de la izquierda intelectual en todas partes: "El hombre unidimensional." Marcuse nació en Berlín en 1898. Vale decir, creció con el siglo XX. Quizás por eso los acontecimientos que tuvieron lugar en su juventud como la Primera Guerra Mundial, la crisis económica alemana que vino luego y, finalmente, el surgimiento del nazifascismo en Europa, moldearon en forma indeleble su ideología. Falleció en 1979 cuando Jimmy Carter estaba en la Casa Blanca, la Unión Soviética se encontraba en la cima de su poderío y no era muy aventurado pensar que el capitalismo y la era de la democracia misma llegaban a su fin.
La obra del profesor alemán se vincula fuertemente con la de sus contemporáneos Charles Wright Mills y Vance Packard. En los tres casos, el análisis es invariable. El mundo occidental esconde rasgos totalitarios bajo una fachada democrática. Marcuse argumenta que la sociedad industrial avanzada crea falsas necesidades, las cuales apresarían al individuo en el ya existente sistema de producción y consumo. Este sistema, por lo tanto, daría lugar a un "universo unidimensional" en el que no existe la posibilidad de crítica u oposición a lo establecido. Wright Mills ilustra este concepto diciendo que "la burocracia ha sobrepasado al trabajador urbano, quitándole toda independencia y convirtiéndolo en una especie de robot que es oprimido, pero se mantiene feliz. Se alinea al mundo por su incapacidad de afectarlo o cambiarlo." Por su parte, Packard es célebre por sus investigaciones del uso de técnicas psicológicas manipulativas como las tácticas subliminales para inducir el deseo y la necesidad de productos de consumo, particularmente durante la era de posguerra, y el uso de esas mismas técnicas para promover políticos al electorado elección tras elección.
Maruse, además, era marxista. Y desde ese basamento ideológico, propone un ataque contra "la ideología de la sociedad industrial avanzada." Una ideología que desvirtúa la naturaleza profunda de los seres humanos, los aliena y convierte en pobres seres conformistas apabullados por la gran cantidad de bienes de consumo que el sinuoso aparato productivo pone a su disposición mientras secretamente lo priva de la libertad de elegir porque, en definitiva, "la sociedad tecnológica es un sistema de dominación."
Sin embargo, Marcuse advierte que llega un punto en que no puede montar su crítica (y su cólera) sobre el eje "pobres vs. ricos" -es testigo de la prosperidad de las clases medias americanas después de la formidable recuperación económica de la Gran Depresión- y se dedica a reformular el ataque desde otra perspectiva: ya no se puede (como Marx profetizaba) esperar una lucha de clases, ya que la sociedad tecnológica ha desquiciado el mecanismo de los procesos sociales, anestesiando a los trabajadores hasta convertirlos en el engranaje insensible de un sistema de avance científico y técnico que dicta su propia dinámica. "Este hombre unidimensional -observa- carece de una dimensión capaz de exigir cualquier progreso de su espíritu." La cultura, por su parte, está sometida a las normas del mercado que la hacen totalmente dependiente del mismo, por lo que no puede ayudar mucho.
¿Cómo escapa el ser humano, entonces, de esta sociedad tecnológica, industrial y capitalista que lo somete? En primer lugar, admitiendo que no hay totalitarismo como el de las sociedades avanzadas de Occidente donde prevalece la propiedad privada, divorciada de los intereses de los individuos. Una vez que se ha entendido este concepto, buscar en el control estatal de los medios de producción la verdadera libertad moral que el capitalismo le ha quitado a las personas. Marcuse dice: "Dado que el desarrollo y la utilización de todos los recursos disponibles para la satisfacción universal de las necesidades vitales es el prerrequisito de la pacificación, es incompatible con el predominio de los intereses particulares que se levantan en el camino de alcanzar esta meta. El cambio está condicionado por la planificación en favor de la totalidad contra estos intereses y una sociedad libre y racional sólo puede aparecer sobre esta base." Y luego añade, "Hoy, la oposición a la planificación central en nombre de una democracia liberal que es negada en la realidad sirve como pretexto ideológico para los intereses represivos. La meta de la auténtica autodeterminación de los individuos depende del control social efectivo sobre la producción y la distribución de las necesidades materiales e intelectuales."
¿Quiénes iban a llevar a cabo el rechazo a la "represión" de las democracias liberales? No otros sino "los proscriptos, los explotados y perseguidos, los desempleados y los que no pueden ser empleados. Su fuerza está detrás de toda manifestación política en favor de las víctimas de la ley y el orden." El sentido en que está empleado el concepto de "víctima" lo dice todo: es una auténtica proclama en contra de un sistema intrínsecamente injusto que convierte al ser humano en autómata.
Todo esto está muy bien, pero lo que no encaja es lo siguiente: mientras Marcuse llamaba tan concienzudamente a la rebelión, el ser humano escapaba horrorizado por encima del muro de Berlín y de toda alambrada tendida en todos los paraísos marxistas de la tierra sin excepción en busca de un sistema unidimensional, bidimensional, tridimensional, pentadimensional, multidimensional o lo que fuere, menos el que le imponía la gente que pensaba como Marcuse. Cualquier cosa estaba bien para el ser humano (hasta el capitalismo podía ser) menos el comunismo. Es una pena que Marcuse no haya vivido hasta 1989. La caída del muro de su Berlín natal seguramente lo habría hecho cambiar de idea.