miércoles, 28 de abril de 2010

La Primavera de Praga

Durante la Guerra Fría, la Primavera de Praga fue un proceso de apertura política en Checoslovaquia que tuvo lugar entre enero y agosto de 1968. Este movimiento buscaba modificar progresivamente aspectos totalitarios que el régimen comunista tenía en ese país y poner en marcha una serie de reformas de corte liberal legalizando la existencia de múltiples partidos políticos y sindicatos, promoviendo la propiedad privada, la libertad de prensa y de expresión, el derecho de huelga, etc. Acabó cuando las tropas del Pacto de Varsovia invaden Checoslovaquia y ponen fin a este proceso.
En 1967, Checoslovaquia experimentaba una recesión económica causada por el modelo soviético de industrialización que se le imponía desde Moscú. El presidente Antonín Novotny fue perdiendo apoyo y el 5 de enero de 1968 fue reemplazado por Alexander Dubcek, Secretario General del Partido Comunista de Eslovaquia. Las reformas de Dubcek en cuestiones de procesos políticos, a las que él se refería como "socialismo con rostro humano" cobran forma en abril, cuando el gobierno lanza un "Programa de Acción" que garantiza la libertad de prensa, de expresión y de circulación. El programa se basaba en la premisa de que "el socialismo no puede significar solamente la liberación de los trabajadores de la dominación de la clase explotadora, pero debe hacer más por las disposiciones para una vida más plena con la personalidad de cualquier democracia burguesa." El programa limitaba el poder de la policía secreta que hasta ese entonces se había movido con total impunidad por todo el país, y avanzaba hacia la federalización de Checoslovaquia en las dos naciones que la componían históricamente: los checos y los eslovacos. Se abarcaba también la política exterior, incluyendo el mantenimiento de buenas relaciones diplomáticas tanto con los países de Occidente como con la Unión Soviética y otros estados comunistas. Se hablaba de una transición por medio de elecciones democráticas. Por primera vez en muchos años, voces opositoras al régimen empezaban a escucharse en los medios de comunicación.
En cuanto a economía, el programa establecía que el país debía incorporarse a la "revolución científico-técnica en el mundo" dejando atrás la era estalinista de industria pesada y producción de materia prima y energía. Además, se disponía recompensar debidamente a los trabajadores por sus calificaciones y competencias técnicas. Se declaraba que era necesario que las posiciones importantes fueran ocupadas por "gente capaz con cuadros de expertos de educación socialista" a fin de poder competir con las economías capitalistas. Era un proceso integral de reformas que estaba destinado a cambiar el curso de la historia.
Pero a algunos miles de kilómetros de allí, más concretamente hacia el este, había gente a la que no le convenía que se pusiera en práctica un proyecto tan idealista. Aunque el programa de Dubcek no pretendía en realidad una destrucción completa del antiguo sistema, fue visto por los jerarcas soviéticos como una amenaza a su hegemonía sobre otros países de Europa oriental donde gobernaban partidos comunistas y estaban totalmente dispuestos a anular esa amenaza. A los rusos les interesaba increíblemente el territorio checoslovaco por su estratégica ubicación en pleno corazón de Europa. No debemos olvidar que, en 1956, habían invadido Hungría. Y así, el 20 de agosto de 1968, las tropas de la Unión Soviética, Bulgaria, Polonia y Hungría invadieron la República Socialista de Checoslovaquia, como se la conocía oficialmente en ese momento. 200.000 soldados (cifra que posteriormente aumentaría a 600.000) y 2.300 tanques del Pacto de Varsovia invadieron el país. Ocuparon el aeropuerto de Ruzyne, en Praga, desde donde se dispuso el despliegue de más tropas, y confinaron a las fuerzas locales en sus propios cuarteles. Dubcek llamó a su pueblo a no resistir. Sin embargo, su prudente pedido no fue escuchado. Hubo protestas en las calles. Hubo activistas que se dedicaron a pintar las señales de tránsito para confundir a los invasores. Muchos pueblos pequeños fueron "rebautizados" con el nombre de Dubcek. La oposición popular a la invasión se expresó en innumerables actos de resistencia. El más significativo, sin duda, fue el de Jan Palach, el joven estudiante que se quemó a lo bonzo en la Plaza Wenceslao de Praga. Por su parte, el 25 de agosto, un grupo de ocho jóvenes rusos que se oponían a la invasión hicieron una protesta en la Plaza Roja de Moscú. Adquirió una especial significación la pancarta que desplegaron con el lema "por vuestra libertad y la nuestra." Fueron detenidos acusados de "antisoviéticos."
Dubcek, que había sido detenido en la noche del 20 de agosto, fue trasladado a Moscú para "negociar." Bajo fuerte presión de los políticos soviéticos, firmó el Protocolo de Moscú por el que se acordó que el Secretario General permanecería en su cargo y un programa moderado de reformas continuaría.
Los países occidentales no intervinieron militarmente en absoluto, sino que sólo ofrecieron una voz crítica por la invasión. La noche de la invasión, Canadá, Francia, Dinamarca, Paraguay, Gran Bretaña y Estados Unidos pidieron una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En la reunión, el embajador checoslovaco, Jan Muzik, denunció la invasión. Su par soviético, Jacob Malik, insistió en que las acciones del Pacto de Varsovia eran de "ayuda fraternal" en contra de las "fuerzas antisociales." En realidad, no hacía más que recurrir a la Doctrina Brezhnev, según la cual la Unión Soviética tenía derecho a intervenir cuando un país del "bloque del este" pareciera estar haciendo un giro hacia el capitalismo.
Al día siguiente, varios países propusieron una resolución que condenaba la intervención y exigía una retirada inmediata. Se procedió a la votación. Diez de los quince miembros del Consejo aprobaron la propuesta. La Unión Soviética (con poder de veto) y Hungría se opusieron. Inmediatamente, delegados de Canadá presentaron otra moción solicitando a un representante de Naciones Unidas que viajara a Praga y trabajara para la liberación de los dirigentes checoslovacos. Protestas contra la ocupación se realizaban en todo el mundo, incluyendo la ya mencionada en Rusia.
En abril de 1969, Dubcek fue sustituído como Secretario General por Gustav Husak, y comenzó un período de "normalización." Husak revirtió las reformas de Dubcek, expulsó a los miembros liberales del partido y destituyó de su función pública a los profesionales e intelectuales que abiertamente expresaban su desacuerdo y disconformidad. Trabajó para restablecer el poder de las autoridades policiales y fortalecer los vínculos con otros países socialistas. También trató de volver a centralizar la economía, ya que una cantidad considerable de libertad se había concedido a la industria privada durante la Primavera de Praga. Las opiniones políticas fueron nuevamente censuradas en los medios de prensa y las declaraciones de cualquier persona que no se consideraba de "plena confianza política" también fueron prohibidas. El único cambio significativo que sobrevivió fue la federalización del país, que dio como resultado la creación de la República Socialista Checa y la República Socialista Eslovaca en enero de 1969.
Años más tarde, el líder soviético Mijaíl Gorbachov, reconoció que sus políticas de liberalización, glanost y perestroika tenían una gran deuda con la Primavera de Praga y el "socialismo con rostro humano" de Dubcek. Un régimen democrático es coherente consigo mismo: está diseñado para vivir y aprovechar la libertad. Un régimen totalitario también es coherente consigo mismo: su lógica interna es la opresión. No deja ningún resquicio por donde puedan filtrarse el libre pensamiento y la libre expresión, sus dos grandes enemigos. Toda alternativa es anulada, todo rival es encarcelado o muerto, toda rebeldía es acallada. Si un régimen hasta ese momento cerrado abre una hendija, firma su propia sentencia de muerte. La libertad son islas que tienden a expandirse hasta formar un archipiélago y, por fin, un continente. O como decía George Orwell, la libertad es poder decir libremente que dos más dos son cuatro. Si eso se concede, todo lo demás se dará por añadidura.
Después de que cayese el comunismo en Checoslovaquia con la Revolución de Terciopelo en noviembre de 1989, Alexander Dubcek fue elegido presidente de la Asamblea Federal, cargo que desempeñó hasta junio de 1992.
El 1 de enero de 1993, Checoslovaquia se escindió en las actuales República Checa y República Eslovaca.
Por una ironía del destino, Alexander Dubcek no vivió para verlo. Falleció en noviembre de 1992.

miércoles, 21 de abril de 2010

William Wallace

Los historiadores se han puesto de acuerdo en muy pocos aspectos sobre la vida de Wallace. Sin embargo, nadie duda que su vida fue épica. Canciones sobre William Wallace se han cantado a través de los siglos y no solamente por los trovadores de Escocia. Aún Winston Churchill escribió, con profunda admiración, sobre el coraje y el espíritu del gran caudillo.
Su fecha de nacimiento no se sabe con exactitud. Se estima entre 1270 y 1272. Con anterioridad a 1297, su vida sólo está referida por las rimas del trovador Blind Harry. Hijo de un modesto propietario de Renfrewshire, se educó en el colegio de Dundee donde, para vengar un insulto, apuñaló al hijo del gobernador refugiándose luego en los bosques.
William Wallace fue el primero en demostrar seriamente la intención de reacción nacional contra los planes de conquista de Edward I, rey de Inglaterra. En mayo de 1297, encabezó un pequeño contingente contra elementos reales en Lanark, quemó algunas casas de esa localidad y mató al sheriff. Luego viajó al norte a unir fuerzas con Andrew Moray, quien estaba organizando la resistencia al otro lado del río Forth.
Se sabe que desconoció el tratado de Irving, por el que se sometía Escocia a Edward, y al frente de una partida de insurrectos salió al encuentro del conde de Surrey y lo derrotó en Stirling el 17 de junio de 1297. Posteriormente, asoló las poblaciones de Inglaterra hasta York. De regreso a Escocia, se le otorgó el título de Guardián del Reino. Sin embargo, su falta de parentesco con las grandes familias era motivo de rechazo entre los nobles, que lo miraban con recelo y no lo apoyaban debidamente para seguir la campaña contra las bien entrenadas tropas inglesas. De esa manera, Wallace y sus hombres se lanzaron al combate en Falkirk, en julio de 1298, pero poco pudieron contra los ingleses y sus brigadas de arqueros, por lo que, tras un breve y amargo encuentro, los escoceses se dispersaron. Algunos historiadores opinan que la mejor estrategia hubiera sido no presentar batalla en absoluto, pero si la caracterización folklórica de Wallace es correcta, él era en mucho el soldado simple e impulsivo, el luchador natural.
Transcurrieron entonces varios años de oscura existencia para Wallace que, según parece, renovó la lucha de partidas. Los relatos le atribuyen infinidad de hazañas. Durante largo tiempo se ignoró donde se ocultaba a pesar de sus incesantes hostilidades. Hacia 1300 habría visitado Francia. En 1304 quedó expresamente fuera de la ley por haberse negado a comparecer ante un congreso celebrado en Saint Andrews por nobles ingleses y escoceses. Se ignora cómo el valiente caudillo fue a dar a manos de sus perseguidores. Lord Monteith, a quien Blind Harry acusa de haber entregado a Wallace, probablemente no cometió más falta que enviarlo a Inglaterra desde el castillo de Dumbarton, del que era gobernador y al que había sido llevado Wallace como prisionero. Conducido a Londres, el prisionero fue trasladado a Westminster Hall y juzgado por alta traición, cargo que él impugnó ya que, según afirma, "jamás juré lealtad al rey de Inglaterra."
Los cronistas dejaron un prolijo informe de la ejecución del rebelde, que tuvo lugar públicamente en la plaza de Smithfield el 23 de agosto de 1305. Fue colgado en la horca y descuartizado en el potro. Su cabeza quedó expuesta en el puente de Londres y sus brazos y piernas fueron enviados a cuatro poblaciones diferentes "para terror y escarmiento de cuantos los vieran."
No tuvo el efecto deseado. El heroísmo del gran escocés se considera un legado que repercutió para siempre en el espíritu y la forma de ser de su pueblo. William Wallace derrotó ejércitos, asoló ciudades, sembró el terror en la nación más poderosa de su tiempo. Carente de toda instrucción militar formal, infligió a los ingleses una de las peores derrotas de su historia: la batalla de Stirling.
Hoy, sendos monumentos a William Wallace y Robert the Bruce, el rey de Escocia, guardan la entrada al castillo de Edinburgh, mientras que en Londres, una placa colocada frente al sitio donde Wallace fuera ejecutado conmemora su vida, así como su tortuosa muerte y el enorme coraje con que la afrontó.

La política de Robin Hood en tiempos de Internet

Robin Hood, el famoso bandido de las leyendas inglesas, robaba a los ricos para darle a los pobres dentro del marco de la realidad económica de su época. En el siglo XII, la riqueza consistía fundamentalmente en la posesión de monedas de oro y de plata que, escasas y raras, estaban guardadas en los castillos de los señores feudales. La población estaba integrada mayoritariamente por vasallos que vivián en condiciones miserables y que perecían por centenares a causa de cualquier mala cosecha. Aquella era una economía agrícola, primitiva y estática en que la riqueza aumentaba prácticamente muy poco año a año, permaneciendo siempre o casi siempre en las mismas manos.
Hoy, el concepto de riqueza no se asocia precisamente a monedas de oro guardadas en castillos sino más bien a fluctuantes cifras que dan la vuelta al mundo en una millonésima de segundo por Internet. La riqueza, a lo largo de los siglos, dejó de ser estática y se hizo dinámica y creciente y pasó a convertirse en capacidad de producir bienes y servicios en las formas desarrolladas y complejas del mercado. Es un concepto que ha cambiado tan drásticamente, que nadie de la época de Robin Hood podría entenderlo con las nociones de su tiempo.
El primero que observó esto fue un compatriota de Robin Hood, Adam Smith, que a fines del siglo XVIII dijo que la riqueza de una nación es el volumen de bienes y servicios que produce anualmente con su trabajo.
El mundo de hoy se parece muy poco al del siglo XII y la riqueza ya no está en manos de unos pocos señores feudales. Por lo tanto, la solución a los problemas sociales no es, como en los lejanos días del legendario bandolero, quitarle algo a los que tienen para dárselo a los que no tienen. A pesar de las ideologías marxistas que buscan incentivar la envidia y el odio de clases en la sociedad. La solución, por el contrario, consiste en lograr que con el trabajo, la productividad y la cooperación de todos, se produzca cada día el mayor número posible de bienes y servicios que aumenten el bienestar general.
Esta es la diferencia entre el socialismo colectivista y el sistema capitalista de libre mercado. Mientras que las doctrinas colectivistas de distribución de la riqueza proponen, al menos en teoría, arrebatarle la riqueza a sus legítimos dueños por la fuerza para repartirla entre todos por partes iguales, el capitalismo hace una cosa mucho más inteligente: produce, en progresión geométrica, nuevas riquezas, sin quitarle nada a nadie, sin exacerbar el resentimiento ni la envidia de nadie, estimulando a cada individuo que produzca libremente lo que quiera permitiendo así el desarrollo de su potencial creativo y beneficiando, en mayor o menor proporción, a toda la comunidad como resultado de la mayor abundancia. Aunque subsista la desigualdad, hasta el más rezagado tendrá infinitamente más de lo que tendría bajo un sistema de reparto colectivista. Nadie hace tres horas de cola para recibir una rebanada de pan del gobierno.
Además, en el sistema capitalista, la creación de riquezas es literalmente incesante, mientras que en el colectivismo, en cuanto se acaba lo que hay para distribuir, no queda más que escasez y miseria que repartir por todas partes ya que el sistema extingue todos los incentivos que alientan al hombre a trabajar y a producir. La única que se beneficia en última instancia es la burocracia: justo lo que interesa a quienes detentan el poder.
No se trata de que los que tienen más no deban contribuir más, puesto que cada quien debe contribuir al gasto público y al bienestar social de acuerdo a su nivel económico. Lo que resulta inadmisible es que haya sectores políticos que sigan planteando el problema de la pobreza en términos medievales y lleguen a creer que la manera de mejorar el nivel de vida de los menos favorecidos es quitarle parte de su riqueza a los más favorecidos. Esa visíón es totalmente contraria a la realidad del mundo de hoy. El verdadero desafío para nosotros es hallar, por medio de la educación, de la preparación para el trabajo y el estímulo a la actividad creadora, la manera de distribuir entre todas las clases sociales por igual la capacidad de producir riqueza.
El bien que Robin Hood hacía a los pobres era forzosamente limitado y transitorio. En cambio, la incorporación de todos los sectores sociales a una economía de mercado, a una economía productiva sin excepción, constituye un progreso real y permanente que beneficia a todos.

viernes, 16 de abril de 2010

El estado paternalista es la negación de la república

En un partido de fútbol es necesario un árbitro. Un árbitro cuya función es observar el juego, hacer cumplir el reglamento y castigar las faltas. Un árbitro que sin intervenir con la iniciativa, talento o habilidad de los jugadores, sea capaz de poner límites si alguien se adjudica una ventaja que no le corresponde por haberse originado en una transgresión a la ley de juego. Un árbitro cuya función es tan clara como imprescindible.
Lo mismo sucede en una comunidad organizada. Cuando el hombre se asoció en lo que llamamos "civilización," creó el estado. Y lo creó para que fuera un árbitro. Arbitro para la defensa de los derechos y libertades de todos los integrantes de una comunidad. Arbitro para que nadie infrigiese la ley de juego o gozase de privilegios. Arbitro para proteger los derechos y asegurar el cumplimiento de los deberes cívicos por parte de todos por igual. Y el hombre elaboró un método para llevar esto a la práctica: la democracia representativa. Así, el estado se desempeña por medio de lo que Rousseau denomina "contrato social," ya que los ciudadanos consienten en delegar el poder en ciertos magistrados elegidos por tiempo determinado, cuyas atribuciones son limitadas e implican obligaciones recíprocas, y que se encuentran sometidos a una permanente fiscalización por parte de toda la ciudadanía.
Pero lamentablemente, hubo en la historia individuos inescrupulosos acuciados por sus propias ansias de poder que se aprovecharon de la poca experiencia de los pueblos en cuanto a vida cívica y empleando el engaño y amparados por la demagogia, hicieron que el estado se desvíe de sus cauces naturales para asumir otras funciones posicionándose en áreas para las que no fue concebido, como el comercio, la industria, la banca y los servicios públicos. Y le dijeron a los pueblos que eso era bueno. Les prometieron que de esa manera habría trabajo, salud, educación y vivienda para todos tal como una cárcel promete a sus presos. Los convencieron de que que los hombres de empresa era egoístas e insensibles, que sus ganancias eran monstruosamente desmedidas, que el capitalismo era la ley de la selva y que el estado debía intervenir más y más en la economía para ayudar a los pobres. Creo que la idea era "ayudarlos" a que sigan siendo pobres siempre.
Es el estado que sustituye la equilibrada ley de juego para cuya preservación fue creado, por sus propias leyes. Es el estado que interviene en cada aspecto de la vida de cada ciudadano de la cuna a la tumba. Es el estado que regula, controla y dirige todo lo que lo rodea como un pulpo. Es el estado que se atribuye poderes tan amplios como antiguamente sólo tenían los monarcas más absolutos. Es el estado benefactor, según el eufemismo por el que se lo conoce.
En realidad, es el estado paternalista e intervencionista, enemigo de la república y "benefactor" de los burócratas de turno.
Para entender mejor el concepto, podemos imaginarnos lo que sería un partido de fútbol dirigido por un árbitro intervencionista. En lugar de limitarse a vigilar el juego y castigar las faltas, el árbitro comenzaría diciéndole a cada jugador cómo moverse, qué pases hacer, cómo retener y pasar la pelota, cuándo tirar al arco y cuándo no, y después diría que jugadores debidamente autorizados por él (y subsidiados por él, por supuesto) podrían ingresar al área penal. Y finalmente, el árbitro paternalista exigiría que todos los jugadores le pasaran la pelota a él, y solamente él patearía al arco. Desviado siempre, porque la función del árbitro no es jugar al fútbol ni hacer goles sino, simplemente, ser un buen árbitro. Los goles son el producto del juego en equipo y la iniciativa privada. El ser humano progresa cuando puede ejercer sus facultades creadoras y productivas con entera libertad y cuando tiene derecho a la propiedad de lo que ha producido o recibido en compensación por su trabajo. El gol es propiedad del jugador que lo hizo, no del árbitro. La historia de la humanidad nos enseña, sin excepciones, que toda intervención del estado sobre la iniciativa privada transforma en paupérrimas la comunidades más ricas y progresistas. Y que, en cambio, la libertad aplicada a todos los campos es una bendición que propicia incentivos para progresar ilimitadamente, eliminación de privilegios, mejor nivel de vida y progreso y bienestar para todos.
El estado es el guardián y protector de la república. Es imprescindible para ella.
El estado paternalista es el carcelero de la república. Reaccionemos y acabemos con él, mientras podamos.

sábado, 10 de abril de 2010

La guerra del Golfo Pérsico: Acción ideológica y propaganda

Buenos Aires, enero de 1992

Un año después de la guerra del Golfo Pérsico, la irracionalidad y el fanatismo penden todavía como la espada de Damocles. En el pueblo kuwaití, lamentablemente, hay un gran resentimiento. Cerca de 200 personas, en su mayoría niños, murieron y otras 1.000 resultaron heridas por el estallido de minas y proyectiles iraquíes que quedaron abandonados al terminar la contienda. 2.000 de sus compatriotas siguen retenidos en Irak y a no ser por las cintas amarillas que se colocaron en lugares públicos del emirato, nadie parece preocuparse por ellos. Los eternos campeones de los derechos humanos aún no hicieron oir su voz por esto, pero lo harán sin duda ante la "injerencia del imperialismo" si Estados Unidos intenta impedir que Saddam Hussein se rearme este año, por ejemplo.
Si bien el resultado de una guerra se decide por la superioridad militar, hay un aspecto al que se le debe prestar mucha atención: la acción ideológica, la acción de persuasión por medio de la propaganda. A veces, los medios de comunicación están en manos de gente que intenta imponer su punto de vista a la sociedad y tienden a manipular la información de acuerdo a sus intereses políticos. Más que informar, intentan persuadir. Lo hicieron durante la guerra de Vietnam al pregonar incesantemente el retiro de las tropas norteamericanas de ese país -hecho que, en última instancia, terminó favoreciendo al enemigo- y lo están haciendo ahora soslayando olímpicamente el problema de los kuwaitíes prisioneros en Irak. ¿Cuándo fue la última vez que se vio un informe más o menos detallado por televisión? ¿Hay intereses políticos de por medio y es por eso que los medios evitan rigurosamente hablar del tema?
Un análisis del aspecto ideólogico de la guerra del Golfo arroja un saldo positivo. Las encuestas realizadas en los Estados Unidos demuestran que la mayoría de la población apoyó la lucha contra el tirano de Irak. Hubo manifestaciones en disenso, pero fueron escasas y aisladas. En la Argentina, si bien la opinión pública se manifestó en contra del envío de los buques de guerra a la zona del conflicto, el sentimiento en general fue de simpatía por el bando aliado. A no ser, claro, por los intelectuales progresistas de café que se reunían frente al edificio del Congreso Nacional a gritar "viva Saddam," representando seguramente el episodio apocalíptico de adorar a la bestia.
Justamente, desde este sector se pretendía que los que estaban enfrentados eran el "mundo occidental" y el "mundo árabe" cuando lo cierto es que la única diferenciación legítima era la civilización y la barbarie, que lejos de buscar someter a pueblo árabe alguno, lo que se perseguía era liberar un pequeño estado tomado totalmente por sorpresa e imposibilitado de defenderse, que el único y verdadero "Gran Satán" no era otro que Saddam Hussein y que "su propio pueblo encontrará un socio en los Estados Unidos dispuesto a buscar la derogación de las sanciones y la ayuda para restaurar a Irak a su legítimo lugar en la familia de las naciones," como dijo el vocero de la Casa Blanca, Marlin Fitzwater, en referencia al conjunto de sanciones económicas que el año pasado causaron la muerte de 80.000 niños por falta de medicina y alimentos. Aquí habrá intereses políticos que tenderán a fijar la atención sobre este hecho tomándolo en forma aislada, circunstancial, recortándolo artificialmente de su contexto. ¿Quién no va a sentir un inmenso dolor ante esta realidad tan cruel? Pero esos intereses son los mismos que se cuidarán muy bien de aclarar que este tipo de medidas nunca se aplican contra un país que tenga un gobierno distinto del salvajismo, de la demencia que hoy rige en Bagdad.
Está bien claro: no fueron las sanciones económicas las que mataron a los niños. Fue Saddam Hussein.
Una guerra no es un hecho más que se desarrolla en algún remoto frente de batalla mientras la población continúa efectuando su "vida normal." Se produce, en cambio, una alteración en todos los órdenes. Y la acción ideológica, tan afectada por el "bombardeo de ciudades indefensas" como se expresa en los medios, se muestra indiferente ante otras cuestiones que vienen igualmente al caso. Por ejemplo, cómo fue que Saddam llegó al poder, cuándo se piensa ir, cada cuánto se realizan elecciones libres, cuántos diarios opositores se publican, qué pasa con los derechos expresión, de propiedad, de asociación, de peticion a las autoridades y otros derechos y garantías que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno, como dirían nuestros constituyentes, por la simple razón de que sería disfuncional a su interés: rodear al dictador de una aureóla mística, haciendo de él un Gran Hermano intocable e incuestionable.
Realmente es una pena, porque sería interesante que se nos explique satisfactoriamente todas estas cuestiones; y porque si hay alguien a quien hay que "tocar," es al tirano de Medio Oriente.
Mención aparte merecen las declaraciones de un tal Morrow publicadas por Time, acreedoras de un lugar de privilegio en la antología del delirio y la desubicación: "Con el derrumbe del comunismo en la Unión Soviética y en los países del este Europeo, el sentimiento de vulnerabilidad se profundizó. Los árabes se encontraron de pronto sin aliados estratégicos para enfrentar el poder israelí y, por extensión, el de los Estados Unidos. La respuesta de Saddam -poniéndose de pie frente al único super poder mundial- logró tañir la cuerda más sensible de la psiquis árabe."
Con el derrumbe del comunismo y del estado artificial creado por éste, la Unión Soviética, el único sentimiento que cabe profundizar es el de la alegría y la celebración comparables al carnaval de Río de Janeiro en sus mejores ediciones. No entendemos quién puede sentirse vulnerable por esta bendición. ¿Fidel Castro, tal vez? Tampoco percibimos ese designio de los astros, tan espléndidamente captado por Morrow, según el cual los árabes tendrían la obligación de enfrentar el poder israelí y, "por extensión," el de los Estados Unidos, que aparentemente integran una relación simbiótica. Los árabes no quieren enfrentarse con los israelíes. Los israelíes no quieren enfrentarse con los árabes. Vivir en paz es un derecho de todos y todos queremos vivir en paz. Es el anhelo de todo hombre decente y de corazón bien puesto, como diría nuestro Echeverría. Cuando eventualmente se ataca a un Irak, no se ataca su historia, su tradición, su legado al mundo, su cultura, sino el hecho circunstancial de su dictadura. Proclámese a los cuatro vientos: No es Arabia contra Israel. No es Oriente contra Occidente. No es el Norte contra el Sur. Es la libertad contra la esclavitud, la civilización contra la barbarie, la razón contra la demencia y el delirio. Hay poderes buenos y malos. La ley y el derecho son un poder bueno. La religión es un poder bueno. El fanatismo seudorreligioso de las "guerras santas" es un poder malo. Insinuar que la Unión Soviética podía ser un aliado de alguien es, lisa y llanamente, poner a ese alguien codo a codo con los únicos "aliados estratégicos" que el imperio comunista supo conseguir: los terroristas montoneros, erpistas, sandinistas y demás idiotas útiles que robaban, secuestraban, torturaban y asesinaban con el fin de hacer del mundo una cuadriga de esclavos. Fanáticos empalagados de odio como éstos son los únicos a los que un Saddam Hussein puede llegar a tañirles alguna cuerda.

jueves, 8 de abril de 2010

Bagdad: ¿Adiós Saddam?

Buenos Aires, enero de 1992

Noticias provenientes de Irán dan cuenta de un refugiado kurdo que logró huir de Irak a ese país a fines del año pasado. Según sus declaraciones a la agencia IRNA, todo el ejército iraquí está siendo sometido a un severo control por parte de su jefe, Saddam Hussein, quien no soló ha dado de baja o transferido a altos oficiales del mismo, sino que ha hecho ejecutar a muchos de ello, así también como a civiles, en un evidente intento de contener lo que él mismo debe ver como inevitable ya: su derrocamiento. El descontento popular, en efecto, se multiplica por todo el país y dentro y fuera de él se trabaja para poner fin a su régimen de terror de trece años. Mientras que cerca del hotel Sheraton de Bagdad estalló un vehículo, en Damasco, Siria, se realizó una reunión de la oposición que examinó un proyecto de derrocamiento. Todo parece indicar que el dictador tiene los días contados.
Saddam Hussein llevó al mundo a la guerra, destruyó Kuwait, jugó con la vida de sus súbditos, contaminó las aguas del Golfo Pérsico, sembró minas, colocó alambres de púas y cavó trincheras por tres motivos. El primero puede parecer absurdo, si se quiere, en su acepción de ajeno a la razón, pero como quien nos ocupa no se caracteriza precisamente por la razón que tiene, no hay duda que su intención era dejar de ser un oscuro e ignoto tirano para pasar a ocupar las primeras planas de la prensa internacional; objetivo que, lamentablemente, cumplió en demasía. Los otros dos motivos, más "trascendentes" por así decirlo, pero no por eso menos viles, son de índole política y económica: el petróleo de su vecino Kuwait y una excusa para distraer la atención sobre la ineficacia de su gobierno que al mismo tiempo de crear uno de los ejércitos más armados del mundo, mantiene a más de la mitad de la población en el analfabetismo.
La pregunta, entonces, no es si caerá sino cuando lo hará. Porque en un momento en que la conciencia humana ha avanzado al punto de derribar uno tras otro los regímenes totalitarios y opresivos de todo el mundo, constituye un verdadero anacronismo la permanencia de esta dictadura unipersonal. Este déspota no solamente es responsable de haber puesto en gravísimo peligro la paz mundial, sino que ostenta el lamentable privilegio de ser el único gobernante que empleó armas químicas contra sus propias gentes, en este caso las poblaciones kurdas. Si se considera, además, el terrible desequilibrio ecológico que intencionalmente provocó durante los acontecimientos del Golfo Pérsico, derramando y quemando petróleo en un intento de detener la fuerza multinacional que lo combatía, estamos ante unos de los regímenes más injustos del globo, tanto o más peligroso para la paz ahora como cuando, haciendo alarde de una brutalidad rayana en la animalidad más absoluta, provocaba al no combatiente Israel, pensando torpemente que tal vez así podría quebrar la alianza que se había formado para defender los principios de la convivencia civilizada que para él no demostraron valer absolutamente nada. Y llama la atención que los llamados países industrializados, supuestos baluartes de la civilización que lo armaron hasta convertirlo en la potencia militar que pudo crear esa guerra, no parezcan interesados en acabar de una vez por todas con este megalómano reaccionario que, a las puertas de siglo XXI, habla de "guerras santas " y de "traidores" mientras sumerge a su pueblo alegremente en la Edad Media. Es triste pero cierto que, así como el sello de esta y toda dictadura es la brutalidad, el sello de Occidente es la ingenuidad. Esto lo comprendió muy bien el último imperio de la historia, la Unión Soviética, cuando aplastaba a Hungría y a Checoslovaquia ante la indulgente mirada del mundo libre, y así pareció interpretarlo Saddam, desde el momento en que sus tanques irrumpieron en Kuwait para dar comienzo a "la gran madre de todas las batallas" como cínicamente denomina el irracional a la muerte y destrucción producto de su locura.
Saddam quiso librar una guerra contra el mundo. La perdió. De la misma manera, pronto perderá otra guerra, la que sostiene desde hace trece años contra su propio país, contra su propio pueblo. Su caída podrá ser más o menos violenta, estará más o menos cercana en el tiempo, pero es inevitable. Tan inevitable como lo era el fracaso de su aventura en Kuwait. Como tirano, no tendrá escrúpulos en recurrir a los crímenes de más lesa humanidad por mantenerse en el poder, pero sólo es cuestión de que su pueblo se ponga a la altura de las circunstancias. Rosas no era gobernante por gozar del favor de nadie, sino porque no se lo sabía combatir, había sugerido nuestro Alberdi. Indudablemente, es lo miso que pasa en Irak.

"Libertad en la tierra a todos sus moradores..."

Buenos Aires, enero de 1992

Dice el capítulo 25 del libro del Levítico en su versículo 10: "Y santificaréis el año 50 y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores." Tal vez nunca tuvieron estas palabras un significado tan especial como en la pasada Navidad cuando, en Moscú, la divisa roja de la hoz y el martillo fue arriada por última vez. No tendría sentido, por lo prematuro, tratar de colocar un acontecimiento tan crucial como la desaparición del comunismo en una perspectiva histórica, pero la importancia del hecho -resaltado por la increíble velocidad con que se llevó a cabo- nos obliga a una reflexión.
Decir que nos encontramos en un momento histórico sonaría obvio, pero sin duda se están insinuando cambios que dificilmente se los pueda desvincular de las profecías bíblicas. Las Escrituras hablan de un reino de Dios sobre la tierra en el que se lograría todo el bienestar que el Creador proponía originalmente para la humanidad. Ahora que la ciencia nos ha colocado en un plano donde la posibilidad de la mejora de la calidad de vida es tan concreta como en ninguna otra época, se ha derribado quizás el último gran obstáculo que impedía el logro de tal existencia.
El marxismo-leninismo surgió, al menos en teoría, como una alternativa frente a las falencias del capitalismo. Pretendían sus seguidores, tal vez creyéndolo sinceramente, que la sociedad estaría mejor si se le quitaba por la fuerza la riqueza a sus legítimos dueños para repartirla entre todos en partes iguales, que el accionar del hombre debía ser dictado por sus necesidades más que por sus deseos y que era justo tratar de imponer esa ideología en todo el mundo por la fuerza eliminando a la vez toda forma de pensar que no concuerde con la misma, tal como un animal garantiza su supervivencia sobre otro.
Pero esta singular "concepción" de la vida no solamente escapa a toda lógica ya que, como lo ha demostrado la experiencia histórica, es absolutamente impracticable, sino que llama al desprecio y al rechazo porque niega la condición misma de la naturaleza humana: la libertad. Porque niega, como decía Sartre, que el hombre está "condenado" a ser libre. Y hemos de convenir que fue "uno de los capítulos más negros de la historia de la humanidad," como definió Ronald Reagan a este sistema que ya pertenece al pasado.
El comunismo se mantuvo en el poder por más de siete décadas llegando a dominar unos cuarenta países en cuatro continentes. El sangriento balance que arroja desde su surgimiento en 1917 en Rusia, demuestra que millones de personas fueron arrancadas de sus hogares para terminar sus vidas como esclavos en algún campo de concentración mientras que a sus respectivas naciones se las sometía al imperio de Moscú, se les robaba su identidad, su gobierno, su libertad, su independencia. Científicos, religiosos, profesionales, estudiantes, engrosaban incesantemente la lista de víctimas escogidas por el perverso sistema manejado desde el Kremlin. Sólo bajo Lenin fueron muertas más de 14 millones de personas preparando así el terreno para su digno sucesor, Stalin, quien logró elevar la cifra a 20 millones entre los que se encontraban muchos de sus oficiales y colaboradores más cercanos, así como sus familiares. Sólo un gran trabajo de investigación podrá revelar cuantas víctimas fueron alcanzadas -y de que manera- por el solo crimen de no estar de acuerdo con el régimen.
Marx dijo, "la religión es el opio de los pueblos" con el fin de acabar con la conciencia humana. Una persona sin conciencia no puede admitir responsabilidades. Esta es, justamente, la clase de individuos que el comunismo necesita: inconscientes e irresponsables. ¿Cómo podía explicarse que mientras oleadas de seres humanos dejaban todo lo que tenían, incluso en muchos casos sus propias vidas, por escapar de los países donde el comunismo gobernaba, había quienes pregonaban el sistema en otras partes del mundo? ¿Por qué al mismo tiempo que los cubanos se iban literalmente a nado a los Estados Unidos dejando atrás la peor tiranía de toda la historia del hemisferio occidental, había en la Argentina bandas de forajidos que tenían en vilo a la población con recursos y armamentos suministrados por esa misma tiranía? Evidentemente, el lavado de cerebro y la mentira constante y permanente sumados a una política de terror y persecución en todos los estados comunistas (y no solamente en la Rusia de Stalin, como pretendía la izquierda para distraer la atención sobre las atrocidades cometidas por el comunismo a lo largo de toda su existencia) están en el corazón mismo del sistema, al igual que el fomento del odio y su materialización en todo tipo de atentados y agresiones cobardes.
Hablábamos de la imposibilidad de colocar acontecimientos recientes en perspectiva histórica. Sí es comprensible, a tres cuartos de siglo de distancia, que el pueblo ruso haya visto en el comunismo una aparente solucion a los males que pesaban sobre él. Pero de ahí a explicar la vigencia de un sistema que a la hora de pedírsele soluciones no puede más que presentar despensas vacías y campos de concentración llenos como es hoy el caso de Cuba, demuestra cuanto puede costar no aprender una lección: no debemos seguir como rebaño al primer vendedor de ilusiones que prometa redimirnos de los males sociales que a todos nos aquejan, pero cuya solución sólo puede darse "en unión y libertad" como dicen nuestros nuevos pesos contemporáneos de la nueva Rusia, por otra parte. El concepto de dominio humano por una ideología determinada se contradice con la complejidad del pensar y del sentir y tarde o temprano termina haciéndose añicos. Lo único que se lamenta entonces es el tiempo perdido.