jueves, 21 de octubre de 2010

Liberalismo, socialismo y la inflación

La inflación no es un designio de los astros ni una falla del horóscopo. Así como un termómetro indica la temperatura ambiente (de la que no es responsable), la inflación resume la acción económica del gobierno.
Cuando el gobierno gasta o invierte más de lo que recauda, debe emitir moneda o recurrir al endeudamiento para cubrir la diferencia. Este aumento de los medios de pago produce la mayor demanda y el aumento generalizado de los precios conocido como inflación. Es un fenómeno monetario que no se soluciona con precios máximos sino modificando los esquemas y estructuras que determinan que el estado gaste más de lo que recauda.
Esta es la forma clásica de como se genera la inflación. El descontrol total de ella, conocido como hiperinflación, causa que la moneda pierda totalmente su valor.
El estado debe limitarse a sus funciones escenciales: justicia, seguridad, salud, educación y relaciones exteriores. Este concepto de estado liberal se basa en el respeto a la propiedad privada, la responsabilidad individual, la libertad personal y el modelo capitalista de mercado libre. Así, la intervención estatal puede ser mínima y la creatividad, máxima. Todo es permisible mientras no se lastimen intereses ajenos.
La acumulación de capitales es continua y los mismos fluyen hacia quienes mejor sirven a los consumidores. El mercado se abastece con los mejores bienes a los mejores precios. Sin intervención estatal, es imposible monopolizar mercados ni vender por encima de los precios que establece la competencia. El mercado cambiario busca su punto de equilibrio y tiende constantemente al punto de máximo intercambio. Las actividades que gozan de demanda crecen y las otras desaparecen. Los salarios crecen constantemente. Aumenta la riqueza y disminuye la pobreza. Los capitales del mundo afluyen al país en busca de seguridad y rentabilidad. La libertad y la riqueza individual permiten que se organicen instituciones académicas, culturales y caritativas. La inflación no sólo no se produce sino que los precios en su costo real tienden a bajar como resultado de la mayor producción: aumenta la productividad sin aumentar los precios. No hay decretos, ya que es el ciudadano, no el funcionario, el que determina sus propios límites para evolucionar y crecer en libertad.
La antítesis de todo lo anterior es la solución socialista: funcionarios estatales que intentan planificar una vasta economía que involucra a millones de personas, cada una de las cuales toma sus propias decisiones en base a un mercado cuyas condiciones cambian constantemente.
Como medios de control e intervención estatal, se establecen precios máximos, se expropian campos y empresas, se aplican ideas de participación en las ganacias, se impulsa la propiedad colectiva de granjas, se subvencionan empresas que quiebran y se formulan "canastas familiares" cuya "validez" se aplica a todas las familias menos a la de los funcionarios: ellos tienen sus propias "canastas."
Poco a poco, toda la economía pasa a ser regimentada y se cumple el ideal socialista de "que los medios de producción pertenezcan al estado." Como la distribución de bienes no depende del mercado sino de políticos y funcionarios, esto creará una clase dirigente omnipotente, poderosa e implacable que deberá actuar con el máximo rigor para controlar el mercado negro, que surge como respuesta a la ineficacia de este tipo de políticas.
La producción se ve limitada si los capitales no invierten porque temen ser expropiados o sus utilidades fuertemente gravadas o se invierten en monopolios estatales o el estado patrocina la formación de grupos económicos concentrados. La protección aduanera o cambiaria es asimismo un factor que empobrece a largo plazo a la sociedad, ya que obliga a producir lo que cuesta más que importar.
Estados Unidos ha podido tener déficits fiscales muy importantes y expandir su moneda sin que ello quede íntegramente reflejado por los índices de precios, principalmente por no abandonar nunca los principios de mercado y por ser más eficiente su sistema productivo. En la Argentina, el intervencionismo económico comenzó a aplicarse en la década del '30 con la abolición del patrón oro y la implantación del impuesto a los réditos. Desde entonces, creció casi sin interrupción. Este intervencionismo responde, sin embargo, a una creencia más o menos aceptada por la sociedad: gran parte de ella sigue pensando que el estado debe ser la gran fuerza igualadora de las diferenciaciones sociales; consecuentemente, las diversas fuerzas políticas pugnan por liderar la carrera de los beneficios legales y la gran masa ciudadana se deja convencer de que las medidas intervencionistas no tienen costo. Pero no es así, ya que el mercado reasigna costos a través de los precios.
El intervencionismo sin rigor está condenado a fracasar y la consiguiente inflación resulta inevitable. El caso más paradigmático, sin duda, fue la hiperinflación alemana de 1923, en la que el marco perdió enteramente su valor.
De la misma manera, todo país que insista en continuar con una política estatista e intervencionista corre el riesgo de que su moneda pase a no valer nada.
La desocupación y la tremenda crisis que eso causaría coloca al pueblo en la disyuntiva de elegir entre un sistema capitalista de mercado libre , basado en la libertad de mercados y en una moneda estable y fuerte, o volcarse a un estatismo socialista.
El problema de la inflación puede solucionarse, pero es más importante que el pueblo decida previamente en qué tipo de sociedad desea vivir.

lunes, 18 de octubre de 2010

El examen de conciencia de los norteamericanos

Al iniciar su mandato en 1981, Ronald Reagan se propuso superar la capacidad militar de los Estados Unidos frente a la Unión Soviética. Lo logró, pero causó distorsiones económicas que su sucesor, George Bush, no fue capaz de enfrentar. La bonanza económica que vino después, en los años de Bill Clinton, volvió a colocar al país en el lugar de apogeo que había perdido. A su vez, la presidencia de Ronald Reagan había surgido para contrarrestar otra decadencia: la de su predecesor Jimmy Carter. El poderoso renacimiento de las ideas conservadoras que Reagan representó, incitó a los norteamericanos a volver a la inspiración de sus Padres Fundadores. Según ese espíritu, se ofrecía a todos los inmigrantes las bendiciones de la libertad con tal de que se incorporaran a la cultura norteamericana, que se hicieran de adentro del sistema despojándose de su cultura original y resurgiendo con nuevas identidades, enteramente norteamericanas. El relativismo cultural de hoy hace que todos reclamen sus libertades desde afuera del sistema, con lo cual los Estados Unidos dejan de ser el crisol de razas de un nuevo pueblo para pasar a ser un mosaico de minorías de mexicanos, cubanos, salvadoreños, peruanos, haitianos, dominicanos, chinos o vietnamitas que se ubican en un pie de igualdad junto al tipo "originario" blanco y anglosajón, esa particular conjunción anglo-protestante natural y fundacional de las colonias americanas.
Estas transformaciones reflejan que, cada tanto, los norteamericanos hacen un examen de conciencia y proceden en consecuencia: el país se reformula y se adapta para acomodarse a las nuevas ideas. De hecho, su mayor examen de conciencia lo realizan cada cuatro años con la elección presidencial. En realidad, cada dos años al renovarse el Senado y la Cámara de Representantes del Congreso.
Hoy, ante la crisis económica que está sufriendo el país con los más altos índices de desempleo en casi treinta años y al borde, precisamente, de elecciones legislativas, la reflexión se ahonda y es mucho más conflictiva. Es, en el fondo, una reflexión sobre el rumbo a tomar. Hay dos concepciones de país decididamente enfrentadas. El presidente Barack Obama puede perder en los comicios del próximo 2 de noviembre la mayoría en el Congreso, ante el auge de los movimientos conservadores que vuelven a cobrar fuerza desde los días de Reagan y la caída de su popularidad por decisiones tomadas por su administración. Si bien es normal que la popularidad de Obama baje luego de dos años de haber sido elegido, los mencionados factores harán de esta elección un evento singular y crucial. Estos comicios mostrarán el límite del apoyo al presidente y, consecuentemente, es probable que los republicanos tengan la ocasión de recuperar la iniciativa. Obama, por un lado, no fue realmente lo que la gente esperaba y, en definitiva, no estaban preparados para un presidente tan distinto, entre otras cosas, por lo "europeizante" y porque en nada se parece a sus predecesores, moldeados todos ellos en el tipo anglosajón de la Trece Colonias del siglo XVIII.
Este incesante vaivén de posturas ideológicas, esta ciclotimia de ideas, ¿representa en realidad la lucha de lo bueno contra lo malo y viceversa? Un ejemplo que viene al caso puede ser Buenos Aires después de la batalla de Pavón. Entró en apogeo. Precisamente por hacerlo, sin embargo, empezó a admitir la inmigración del interior, primero bajo la forma lujosa de las minorías selectas de las provincias y, al fin, bajo la forma de las masas provincianas que llegaban en la tercera del tren atraídos por la industrialización del siglo XX. Vale decir, el modelo peronista. Desde un ángulo, era el triunfo de Buenos Aires; desde el otro -el opuesto- era la invasión pacífica pero efectiva de Buenos Aires: su expropiación en beneficio de los "derrotados."
De la misma manera, los Estados Unidos que triunfan en el mundo son aquellos que han impuesto un estilo, una forma de ser. Los Estados Unidos "decadentes" son aquellos que deben admitir la invasión de diferentes idiomas, credos y culturas; la competencia de todos los que aprenden de ellos. Los "contrincantes" de esa competencia no deben ser juzgados. Representan distintas concepciones de ver la vida, de asumir la realidad, que se van alternando en la configuración de la historia como proceso. A un período "conservador," el electorado se inclina por una opción "liberal." Se agota la propuesta de los demócratas y entonces ganan los republicanos. O se agota la propuesta de los laboristas y ganan los conservadores. Piensan de manera diferente. Sienten, si se quiere, de manera diferente, pero eso es todo. Los juicios de valor, parafraseando nuestra Constitución Nacional, están sólo reservados a Dios.
El japonés Susumu Tonegawa, Premio Nobel de Medicina, declaró que, para competir con los norteamericanos, los científicos japoneses deberían aprender a pensar en inglés (sic). Es difícil saber si Tonegawa es un "traidor" que propone a los suyos rendirse ante los anglosajones o, por el contrario, un nacionalista sutil cuya meta es apropiarse del idioma inglés, expropiándoselo a los norteamericanos para competir mejor con ellos.
El Washington Post dijo cierta vez que el mundo, abierta o secretamente, envidia a los Estados Unidos. El hecho es que, pese a la actual recesión, los norteamericanos siguen a la cabeza del mundo por tres razones: la increíble dinámica de su economía, la siempre renovada energía de sus inmigrantes y la creatividad de sus investigadores y empresarios. Por todas partes -aún en recesión- pequeños grupos armados con computadoras conectadas a Internet siguen trabajando, innovando, creando... los futuros profesionales se siguen formando en sus universidades para seguir trabajando, innovando, creando...
El tiempo y modo en que lo han hecho varió, pero todos los imperios de la historia terminaron por decaer. La espada de doble filo de los imperios ha sido que, por querer imponer sin límites su poderío, se distorsionaron y debilitaron. Estados Unidos es un país de formidable poderío que, sin embargo, está sujeto a un límite. Ese límite es el examen de conciencia que los norteamericanos realizan cada dos años y cada cuatro años en las urnas. Esa tradicional transición de ideas que a todos conviene que sea lo más ordenada y lo menos traumática posible.

sábado, 16 de octubre de 2010

La problemática del desempleo en la era tecnológica actual

Los países altamente tecnificados del mundo están sufriendo una problemática de desempleo que no solamente los afecta a ellos sino, también, al mundo entero, y que surge de un nuevo sistema económico que va más allá de la "sociedad de masas" del pasado industrial.
La Revolución Industrial creó sociedades de masas. En ellas, la producción masiva corría pareja con la distribución, el consumo y la educación masivos. La homogeneidad era su principio dominante.
La alta tecnificación actual pone término a la sociedad industrial masiva. El nuevo principio dominante es la heterogeneidad. La producción masiva es reemplazada en forma creciente por una manufactura basada en cantidades específicas de productos heterogéneos y elaborados según especificaciones precisas en frábricas flexibles y computarizadas. El mercado masivo se está diversificando en nichos definidos y organizados por computadoras. El consumo se ha desmasificado junto con la producción.
Los medios también se han desmasificado, de modo que los hogares norteamericanos, en lugar de las tres tradicionales grandes redes de TV, reciben cientos de canales diferentes en la actual televisión satelital.
El profundo proceso de desmasificación, que alcanza a muchos países, causa impactos directos en las relaciones sociales, étnicas y raciales. Se trata de la mayor transformación técnico-social ocurrida desde la Revolución Industrial, y la libertad de mercado, acompañada con apoyo y contención inteligentes, será un factor fundamental para superar esta etapa de tan profunda transición.
Los Estados Unidos tuvieron frecuentes períodos de escasez de mano de obra al emigrar los trabajadores hacia el Oeste. Este problema se resolvió adoptando políticas de inmigración abierta. Así, trabajadores de los más diversos orígenes afluyeron desde distintas partes del mundo. Para incrementar la eficiencia laboral era necesario homogeneizar o masificar a los trabajadores. De ahí surgió el concepto de "crisol de razas" que instaba a los inmigrantes a despojarse de su vieja cultura y que resurgieran con nuevas identidades, enteramente norteamericanas. Este era el trasfondo de la vieja economía de estilo industrial que guarda algunas semejanzas con la situación vigente en Alemania, Francia y otras naciones europeas que invitaron a turcos, africanos y otros para servir como mano de obra durante los años de expansión económica en las décadas del sesenta y del setenta.
Sin embargo, al llegar la actual era tecnológica, cambiaron las necesidades de las economías avanzadas, así como las actitudes generales hacia la inmigración, la integración y la asimilación.
En los Estados Unidos, y especialmente en Los Angeles, el crisol de razas fue reemplazado por el concepto de "patchwork" o trabajo de telar, según el cual los grupos étnicos, religiosos y raciales retienen su identidad cultural, aunque exigen, al mismo tiempo, dignidad, justicia e igual acceso a la educación y a la oportunidad económica. Esta alternativa de la era tecnológica al crisol de razas no es sino la desmasificación aplicada a las relaciones entre los diversos grupos, a medida que toda la sociedad se vuelve más heterogénea.
En los Estados Unidos, este mosaico de grupos raciales y étnicos es por lo menos complejo. A las históricas tensiones entre la mayoría blanca y la minoría negra se superponen los conflictos entre minoría y minoría, como ocurre en Los Angeles entre coreanos y negros o entre cubanos y haitianos en Miami. Las sociedades de chimeneas de la era industrial se basaban en el trabajo reiterativo y carente de capacitación. En cambio, la economía de la era tecnológica excluye sencillamente a grandes cantidades de trabajadores no especializados, sea cual fuere su raza o color.
En abril de 1992, las ciudades norteamericanas sufrieron una gravísima ola de violencia a raíz del incidente causado por el automovilista negro Rodney King. La explicación canónica de los medios de comunicación fue la consabida runfla de yeites sobre la pobreza, el desempleo, el racismo y la desesperación urbana. Todos estos elementos estuvieron incuestionablemente presentes, pero no fueron sino parte de una realidad mucho más vasta. En el mundo altamente tecnificado, complejo y competitivo de hoy, el desempleo pasó de lo cuantitativo a lo cualitativo. Antiguamente, el trabajo estaba basado en la fuerza física y la economía, en la fabricación masiva. Si un país tenía un millón de desocupados, los políticos podían aplicar medidas estatistas o monetaristas para reactivar la economía por medio de obras públicas; por ejemplo, el gran dique Hoover del río Colorado construído como parte del "New Deal" del presidente Franklin Roosevelt. En las actuales economías, se podrían crear, en realidad, no uno sino varios millones de puestos de trabajo, pero un millón de desocupados no podrían ser tomados por carecer de la capacitación requerida. Más aún, las necesidades son siempre cambiantes, de modo que hasta los trabajadores más capacitados tendrán que enfrentarse a pasar a ser obsoletos, salvo que aprendan las técnicas nuevas. La ola de despidos de ingenieros que tuvo lugar en las empresas de defensa de la Costa Oeste a comienzos de la década del '90 fue, sin duda, un gran malestar que echó leña al fuego cuando Los Angeles estalló en llamas en los mencionados disturbios raciales de 1992.
Al no haberse preparado para la economía de la era tecnológica, los políticos conviven con la demagogia. Exigen proteccionismo, como si eso bastara para que los obreros de las fábricas automotrices, textiles, de cemento, de acero o de neumáticos pudieran reincorporarse a las anticuadas y precomputarizadas líneas de montaje. Exigen redistribución de la riqueza, como si sus extemporáneos y desalentadores programas pudieran resolver el verdadero problema. Parecen incapaces de reconocer que todas sus panaceas para el desempleo son obsoletas. La era tecnológica está aquí para quedarse, está reacondicionando el mundo entero y la estructura misma de la sociedad. La problemática del desempleo actual es incompatible con las medidas propuestas por economistas y políticos atrapados todavía en el pensamiento de la era industrial, masiva y pretecnológica.
Finalmente, por esa razón, no habrá ninguna solución hasta que la revolución tecnológica no termine con las escuelas actuales de la era anterior y las reemplace por establecimientos de enseñanza que no se parezcan a las fábricas anticuadas de ayer. Sólo así tendrán algún sentido estas instituciones compuestas por cubículos que, cada vez con menos justificación, reciben el nombre de "aulas."
En una economía cuyos recursos principales son la capacidad intelectual, la creatividad innovadora, las técnicas rápidamente aprendidas y desaprendidas y siempre cambiantes, las formas de autoridad independientes de toda burocracia y la comunicación instantánea por medio de una infraestructura electrónica vasta, rápida y universal, no se puede carecer de visión de futuro. De lo contrario, los yeites proliferan, las legiones de desocupados pasan a formar ejércitos enteros... y hasta las ciudades estallan en llamas.

"Llenad la tierra y sojuzgadla, y enseñoreaos de ella..."

La causa de la ecología parece estar más allá de toda sospecha: nadie está contra el cielo azul ni contra los simpáticos e inteligentes delfines. Sin embargo, se trata de una ideología que ha tomado como rehén a la opinión pública. Su legajo es más bien vacío, los hechos invocados no existen o no están comprobados, sus argumentos científicos no son válidos y las soluciones preconizadas son ilógicas. Los ecologistas seleccionan la información que más les conviene para nutrir el carácter falsamente científico de sus tesis.
Los números no mienten. El planeta Tierra tiene más de 4 mil millones de años de existencia. Durante ese período tan largo, la naturaleza creó fuerzas dañinas y destructivas que constantemente lo han estado agrediendo. El hombre ha estado aquí por no más de 200.000 años y aunque quisiera, aunque empleara todos sus recursos con el fin de destruir la Tierra, no podría hacerlo. El hombre no puede, ni remotamente cerca, crear fuerzas tan poderosas como las naturales. La sola noción de que podría hacerlo es ridícula. La ecología prospera sobre un fondo de ignorancia científica, de demagogia y de ingenuidad y explota conscientemente el pánico, la alarma y la confusión.
James Lovelock, el científico inglés famoso por la Hipótesis Gaia, que postula que la biósfera terrestre es una entidad auto-regulante con la capacidad de mantener el planeta salubre equilibrando sus condiciones físico-químicas, afirma que el llamado "efecto invernadero" no se debe a los gases de los automóviles y las fábricas, sino al metano producido por los rebaños de vacas y los arrozales. Pero los ecologistas no proponen suprimir el arroz ni las vacas; sólo odian las industrias.
Cuando los astrofísicos descubrieron agujeros en la capa de ozono sobre los polos, los ecologistas pusieron el grito en el cielo. ¡Los industriales son los culpables! ¡Sus gases destruyen el ozono! Pero esos agujeros, ¿existían de antes? Nadie sabe. Queda abierta esa posibilidad.
Lovelock agrega que quizás la capa de ozono disminuya, pero eso no se debe tanto a los gases industriales, sino a las algas. Éstas difunden yodo en la atmósfera, como lo hace la glándula tiroides en el cuerpo humano. Cuando la Tierra tiene tendencia a recalentarse, la densidad de las algas en los océanos aumenta y reduce el ozono, estabilizando la temperatura. Por lo tanto, los agujeros de la capa de ozono serían tan naturales como necesarios. Y el calentamiento global, motivo de tantas polémicas en el Café de la Paz y en todos los círculos intelectuales del planeta, jamás ha pasado de ser eso: una polémica de café. No está comprobado que la temperatura media de la superficie terrestre haya aumentado, aunque los ecologistas no lo quieran admitir.
Y aún en el caso de que fuera cierto, aún si la temperatura del planeta hubiere aumentado, no hay forma fehaciente de determinar si se debe a los gases industriales, aunque los ecologistas no quieran admitir eso tampoco.
El volcán Pinatubo en las Filipinas esparce en una sola erupción más de mil veces la cantidad total de gas clorofluorocarbono (CFC) producido por la industria en toda la historia humana. Los volcanes han estado haciendo esto por 4 mil millones de años y la capa de ozono todavía existe. Este hecho expone la falacia fundamental en que se apoya la ecología: que la Tierra es frágil. El hombre puede venir, como si tal cosa, y cambiarlo todo para peor. Después de miles de millones de años, las últimas dos o tres generaciones de existencia humana van a destruir el planeta.
La respuesta de los ecologistas al argumento previo es la siguiente. "Eso hace aún más imperativo que reduzcamos drásticamente las emisiones de CFC." Pero lo que realmente quieren combatir es el sistema de vida de Occidente empezando, por supuesto, por el capitalismo. La consigna es sentirnos culpables: manejamos automóviles, usamos combustibles fósiles, tenemos industrias contaminantes, lo destruimos todo. Hasta vamos a los McDonald's. Para obtener las hamburguesas que se venden allí, para satisfacer la voracidad de las clases medias consumidoras, vacas fueron sacrificadas.
El ser humano es la especie dominante de la Tierra, pero desde este punto de vista se lo presenta, simplemente, como un enemigo de la naturaleza que constantemente la está agrediendo. Nuestra presencia en el planeta Tierra tiene más de negativo que de positivo. Si la especie dominante fueran los delfines, todo estaría muy bien para el planeta Tierra. ¿Es esa la doctrina que verdaderamente esgrimen los ecologistas? Todo parece indicar que sí, excepto por lo siguiente: con el colapso del marxismo, la ecología se ha vuelto el último bastión del pensamiento económico socialista. La ecología es una gran manera de llevar adelante una política que favorezca la planificación económica centralizada y un gobierno intruso. ¿Qué mejor manera de controlar la propiedad privada que someterla a una maraña de regulaciones ecológicas? ¿Qué mejor excusa tendría el estado para intervenir en la economía que sujetarla a regulaciones de este tipo?
La Tierra es una asombrosa creación concebida para durar miles de millones de años como lo ha hecho hasta ahora, y como lo seguirá haciendo por miles de millones de años más. No concluyamos pues, de ello, que no hay problemas ecológicos. Los hay, pero no están generalmente donde los sitúan los ecologistas y mucho menos son viables sus "soluciones." No se salvarán las selvas y los bosques por el retorno a una agricultura arcaica. Al contrario, sólo la introducción masiva de técnicas agrícolas modernas permitirá coexistir a la selva y a una agricultura intensiva. Si la selva amazónica desapareciera, las regiones tropicales se volverían inutilizables para la agricultura ya que esta selva juega un papel decisivo en la regulación del clima y de la humedad, pero lo que la va salvar es el progreso técnico y no el rechazo a este progreso.
Del mismo modo, la contaminación ambiental amenaza actualmente mucho más a la sociedades pobres que a las ricas. La contaminación ambiental en París es menor que en Bombay y las verdaderas soluciones a estos problemas pasan por un llamado al progreso técnico, no por el retorno a una supuesta edad de oro en que los automóviles no existían, las comunicaciones se realizaban por chasquis y palomas mensajeras, el promedio de vida era treinta años menor que el actual y la gente se moría de tuberculosis a los 39 años, como el célebre Chopin.
Génesis 1:28 dice, "Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla, y enseñoreaos de ella." No nos dejemos convencer por la histeria y la paranoia que, en esencia, predican exactamente lo contrario. Somos la especie dominante de la Tierra y tenemos derecho a emplearla para que nuestra vida sea mejor.

jueves, 14 de octubre de 2010

Un caso patológico

En 1972, la literatura política latinoamericana alcanzó ribetes de epopeya con una aguerrida lectura ideológica comunista aparecida, precisamente, en el crispado y radicalizado Chile del marxista Salvador Allende. La obra en cuestión, por increíble que parezca, lleva como título "Para leer al pato Donald," al que sigue un subtítulo algo menos rimbombante: "Comunicación de masa y colonialismo." Un recordatorio, sin duda, de que las acciones tienen consecuencias. Incluso las malas.
¿Y de qué se trata? Los chilenos Ariel Dorfman y Armand Mattelart se proponen encontrar el oculto mensaje imperial y capitalista que encierran los personajes de historietas. Estos intrépidos autores quieren desenmascararlos a toda costa, demostrar las sinuosas intenciones que esconden y denunciar ante los pueblos del orbe la silenciosa infiltración que efectúa el imperialismo en sus tierras. Donald, Mickey, Pluto y compañía no son lo que parecen. Son agentes encubiertos de la reacción conserva-derechosa para asegurar una relación de dominio entre la metrópoli yanki y sus colonias. Disneylandia es un símbolo del capitalismo y metáfora del propio Estados Unidos con el que se induce a los niños a cultivar el egoísmo más crudo y materialista en favor de los intereses de Wall Street. Obsérvese: "Disney expulsa lo productivo y lo histórico del mundo, tal como el imperialismo ha prohibido lo productivo y lo histórico en el mundo del subdesarrollo." No se trata de las divertidas peripecias de un pato malhumorado. "Disney construye su fantasía imitando subconscientemente el modo en que el sistema capitalista mundial construyó la realidad y tal como desea seguir armándola. " No se trata de un dibujante que hace su trabajo. "Pato Donald al poder es esa promoción del subdesarrollo y de las desgarraduras cotidianas del hombre del Tercer Mundo en objeto del goce permanente en el reino utópico de la libertad burguesa... Leer Disneylandia es tragar y digerir su condición de explotado."
Este delirio tuvo nada menos que treinta ediciones en veinte años. ¿Por qué? Porque está sintonizado en frecuencia paranoica y justifica así la tendencia (muy humana, por cierto) de atribuir a un tercero las culpas por las propias fallas, en este caso, el subdesarrollo y la postergación de las naciones de América Latina. Los paladines de la semiótica, Dorfman y Mattelart, gritan a los cuatro vientos para todo aquel que quiera oir, que la historia es una conspiración de malos contra buenos en que los segundos llevan invariablemente las de perder. En su audaz sobre-análisis, se ven a sí mismos como el objeto de la intriga universal que intenta sojuzgarlos.
Ahora bien, ¿hacia dónde conduce esa manera de pensar y de ver las cosas? Absolutamente a ninguna parte, salvo a seguir ahondando en la decadencia; y a justificarlo todo por argumentos dialécticos desde el menos delirante (después de todo, en país de ciegos el tuerto es rey) hasta los más increíbles alardes de demencia y delirio producto de la mente alucinada de algún esquizofrénico sobremedicado como este dúo dinámico (o no dinámico). Los Terence Hill y Bud Spencer de la semiología tercermundista que juntos son dinamita (o no dinamita). Dorfman y Mattelart no son los únicos autores setentistas, pero esto ya es demasiado. Estos "profundos ensayistas" deberían dejar en paz al pobre pato Donald y, en cambio, comunicar a los lectores de su "tratado superior" que las miserias que azotan a los pueblos se deben a las políticas estatistas e intervencionistas que sus respectivos gobiernos han llevado a cabo generación tras generación, ya que los países que alcanzaron los máximos grados de desarrollo en el mundo lo han hecho porque, sin excepción, adoptaron una economía de mercado; y que la verdadera dominación que somete al hombre es la ignorancia. Porque como decía Mariano Moreno, si los pueblos no se ilustran, cambiarán de tirano pero no de tiranía.

martes, 12 de octubre de 2010

El descubrimiento de América

El descubrimiento de América es uno de los hechos históricos más importantes de todos los tiempos. Por una razón que vamos a ver más adelante, el revisionismo histórico se ha ensañado literalmente con él, tratando de reformularlo por completo y queriendo presentar la hazaña del navegante genovés como la entrada de la opresión, la brutalidad, el saqueo y el genocidio al Nuevo Mundo. En esta arremetida, el revisionismo le quita incluso su carácter de tal al descubrimiento. No sería correcto afirmar que Colón descubrió realmente América, porque ya había indios viviendo aquí cuando él vino.
El hecho histórico irrefutable que nos compete es que Cristóbal Colón sí descubrió América. Según el diccionario de la Real Academia Española, descubrir significa manifestar, hacer patente, destapar lo que está tapado o cubierto, hallar lo que estaba ignorado o escondido, registrar, alcanzar a ver, venir en conocimiento de algo que se ignoraba. Colón murió sin saber que había descubierto un nuevo continente, ya que seguía pensando que había llegado a la India. Sin embargo, su tarea hizo patente que América existía. Esa tarea destapó algo que estaba tapado o cubierto al conocimiento: una nueva tierra al otro lado del océano. Colón halló un continente que estaba ignorado. Lo registró. Lo alcanzó a ver. Hasta caminó sobre él. Gracias a la osada labor de este viajero y sus tripulaciones, se vino en conocimiento de algo que se ignoraba.
Obviamente, esto no significa que no había seres humanos en América antes del 12 de octubre de 1492, pero a partir de ese momento, el continente descubierto por Cristóbal Colón quedó incorporado a la civilización occidental (la más malvada del mundo. A todos los que la combaten, muchas gracias).
Hay una tendencia del revisionismo histórico a idealizar la vida de los indios precolombinos, pero una visión someramente objetiva de la historia nos permite saber que la vida distaba mucho de ser ideal para ellos. Es verdad que las colonizaciones se hicieron a sangre y fuego, pero el cuadro que el mundo cultural de la izquierda suele presentar de la América precolombina como una tierra de ensueño poblada por pacíficos habitantes que vivían en armonía los unos con los otros y a los que les interesaba mucho el cuidado del medio ambiente no puede estar más alejado de la realidad. América era, en tiempos del descubrimiento, un continente apenas habitado por tribus nómades que guerreaban incesantemente entre sí y que vivían casi permanentemente bajo condiciones de hambruna. No conocían la rueda (que fue introducida por los españoles) y carecían de alfabeto escrito. Guerra tras guerra, tribu contra tribu, los indios llevaban a cabo una existencia violenta y brutal. Aún los pueblos que habían alcanzado los grados más desarrollados de organización social como los aztecas, los mayas y los incas se caracterizaban en primer término por su condición de pueblos guerreros expansionistas y sus rituales incluían sacrificios humanos. De las tribus con que Colón entró en contacto, los caribes practicaban la antropofagia. El siguiente es un extracto de la Carta de Diego Alvarez Chanca dirigida al Cabildo de Sevilla durante el segundo viaje de Colón en 1494: "Periódicamente, organizaban expediciones a otras islas dentro de un área de 150 leguas a la redonda con el propósito de cazar gente. A las mujeres cautivas las tenían como mancebas y esclavas. A los niños que nacían de ellas los comían pues, en acto de primitivo racismo, sólo dejaban vivir a los hijos de las mujeres de su tribu. A los varones adultos los comían y a los muchachos los castraban. Cuando llegaban a la adultez los comían porque para los caribes la carne del hombre es tan buena que no hay cosa tal en el mundo. En una de sus chozas encontramos un cuello de hombre hirviendo en un caldero. En otras, cráneos colgados a manera de vasijas para tener cosas. Y por todas partes, infinitos huesos de hombres."
Además, el revisionismo tiende a omitir factores que son imprescindibles para una apropiada comprensión de la historia. ¿Se tiene debidamente en cuenta que existió una Ley de Indias? ¿Y quién era Fray Bartolomé de las Casas?
Ya que la historia ha sido tan implacable en juzgar al marxismo, el único recurso que le queda a sus adherentes es reformular los hechos. El revisionismo histórico es meramente un medio, un vehículo, una válvula de escape, una manera de instalar una neohistoria parcial y calamitosa. Su verdadero objetivo es minar la credibilidad en la civilización occidental y en los valores que la sustentan. Esta es la razón de las críticas tan virulentas como absurdas que se hacen del descubrimiento. En su análisis antieuropeo, esto es, antioccidental y pro-mítico de la América precolombina, los revisionistas no hacen más que admitir el fracaso del marxismo en todo el mundo y, al mismo tiempo, reconocer la vigencia de las muy occidentales ideas del progreso como objetivo, la ciencia y la tecnología como forma de alcanzarlo, y la economía de mercado como marco en el cual plasmar las transacciones. Cristóbal Colón abrió el camino para que estas ideas y valores encuentren su lugar y echen raíces en el Nuevo Mundo. Sobre ese camino, la civilización occidental cambió el curso de la historia.

martes, 5 de octubre de 2010

Superar la anarquía y el despotismo: la libertad y el estado de derecho en un estado fuerte

En su ensayo "Sobre la libertad" escrito en 1859, John Stuart Mill sostenía que "silenciar una opinión es, en todos los casos, un robo a la humanidad: si la opinión silenciada era falsa, se roba a la humanidad la oportunidad de sustituir el error por la verdad; si era verdadera, se le roba la oportunidad de fortalecer la verdad a través del debate." Y concluye, "nunca podremos saber si lo que hoy es tenido por falso no resultará, mañana, verdadero."
Al señalar asimismo que "la liberación de las energías humanas puede traer malas consecuencias, pero seguramente serán más las buenas consecuencias," Mill expone la creencia fundamental que guía a la libertad: su balance será positivo.
Esta decisión de asumir los costos de la libertad a cambio de beneficios más altos está en la base del pensamiento liberal contemporáneo a partir de su fundador, el inglés John Locke. Situado en el origen de la tradición anglosajona, lo que más temía Locke era el despotismo. Locke, al escribir a fines del siglo XVII, intentaba en realidad rebatir la visión que había planteado medio siglo atrás, en plena guerra civil inglesa, su compatriota Thomas Hobbes: la idea de que un estado despótico y autoritario sería la única alternativa al caos y a la anarquía.
A partir de los conceptos precedentes, vemos que hay dos maneras de enfrentar los desórdenes probables de una sociedad. Una es confiar en la libertad y en la responsabilidad de los individuos. Otra es confiar en que alguien ponga límites y discipline a los individuos.
En cierto modo, hay un vínculo entre ambas posturas, aunque parezcan irreconciliables. Para Locke, el temor central era el despotismo; para Hobbes, la anarquía. El desafío es lograr una sociedad que supere a ambos.
El remedio contra el despotismo es la protección de las libertades individuales. En la tradición liberal, la fe en la libertad implica la tolerancia de las opiniones y actitudes divergentes. Para adoptar una actitud de este tipo, para poner a la libertad en un punto menos que el de sagrado, hace falta una confianza, una fe casi religiosa en los beneficios de la libertad. Esta fe forma parte de la tradición anglosajona que, a su vez, constituye uno de los pilares incólumes de la experiencia liberal universal.
En el despotismo, el poder se encuentra concentrado en un sólo individuo que lo ejerce de manera implacable e inapelable. En la anarquía, no hay uno sino miles de déspotas desatados en favor de la inoperancia del estado en una guerra de todos contra todos. La anarquía, según Hobbes, es peor que el despotismo. En ella no hay ley, ni policía ni autoridad que sirva de freno y la única ley que rige es aquella de la selva: el más fuerte, gana. Por eso, no resulta extraño que cuando el estado no aparece como fuerte, la gente siente renacer el temor a la anarquía. El general Roca se preocupaba, en 1913, ante ante la irrupción del pueblo en el sistema político que había propiciado Sáenz Peña con estas memorables palabras: "No conviene forjarse ilusiones sobre la solidez de nuestra organización ni de la unidad nacional. La anarquía no es planta que desaparezca en el espacio de medio siglo, ni de un siglo, en sociedades mal cimentadas como la nuestra. Ya veremos en qué se convierte el sufragio libre, cuando la violencia vuelva a amagar." Y en 1966, cuando la ya debilitada gestión de Arturo Illia atravesaba sus últimas horas, un docente de la UBA pudo sostener que "no sólo tenemos el derecho de resistencia a la opresión contra los déspotas, sino también el derecho de resistencia a la falta de autoridad contra los gobernantes poco efectivos." Se trataba de un "derecho" de cuestionable legitimidad, por cierto, ya que propiciaría entonces el inminente golpe militar de Onganía.
La historia parece dividirse entre quienes requieren la presencia de un estado fuerte y los que siguen soñando en la primacía absoluta de la libertad y el estado de derecho. Digamos que la meta es reconciliarlos a ambos. Locke nos espera en esa meta. Habrá que bregar duramente hacia ella desde un punto de partida cuyo guardián es Hobbes.

lunes, 4 de octubre de 2010

El hombre unidimensional

En 1964, el filósofo y profesor alemán Herbert Marcuse escribió un libro que se convirtió en ícono de la izquierda intelectual en todas partes: "El hombre unidimensional." Marcuse nació en Berlín en 1898. Vale decir, creció con el siglo XX. Quizás por eso los acontecimientos que tuvieron lugar en su juventud como la Primera Guerra Mundial, la crisis económica alemana que vino luego y, finalmente, el surgimiento del nazifascismo en Europa, moldearon en forma indeleble su ideología. Falleció en 1979 cuando Jimmy Carter estaba en la Casa Blanca, la Unión Soviética se encontraba en la cima de su poderío y no era muy aventurado pensar que el capitalismo y la era de la democracia misma llegaban a su fin.
La obra del profesor alemán se vincula fuertemente con la de sus contemporáneos Charles Wright Mills y Vance Packard. En los tres casos, el análisis es invariable. El mundo occidental esconde rasgos totalitarios bajo una fachada democrática. Marcuse argumenta que la sociedad industrial avanzada crea falsas necesidades, las cuales apresarían al individuo en el ya existente sistema de producción y consumo. Este sistema, por lo tanto, daría lugar a un "universo unidimensional" en el que no existe la posibilidad de crítica u oposición a lo establecido. Wright Mills ilustra este concepto diciendo que "la burocracia ha sobrepasado al trabajador urbano, quitándole toda independencia y convirtiéndolo en una especie de robot que es oprimido, pero se mantiene feliz. Se alinea al mundo por su incapacidad de afectarlo o cambiarlo." Por su parte, Packard es célebre por sus investigaciones del uso de técnicas psicológicas manipulativas como las tácticas subliminales para inducir el deseo y la necesidad de productos de consumo, particularmente durante la era de posguerra, y el uso de esas mismas técnicas para promover políticos al electorado elección tras elección.
Maruse, además, era marxista. Y desde ese basamento ideológico, propone un ataque contra "la ideología de la sociedad industrial avanzada." Una ideología que desvirtúa la naturaleza profunda de los seres humanos, los aliena y convierte en pobres seres conformistas apabullados por la gran cantidad de bienes de consumo que el sinuoso aparato productivo pone a su disposición mientras secretamente lo priva de la libertad de elegir porque, en definitiva, "la sociedad tecnológica es un sistema de dominación."
Sin embargo, Marcuse advierte que llega un punto en que no puede montar su crítica (y su cólera) sobre el eje "pobres vs. ricos" -es testigo de la prosperidad de las clases medias americanas después de la formidable recuperación económica de la Gran Depresión- y se dedica a reformular el ataque desde otra perspectiva: ya no se puede (como Marx profetizaba) esperar una lucha de clases, ya que la sociedad tecnológica ha desquiciado el mecanismo de los procesos sociales, anestesiando a los trabajadores hasta convertirlos en el engranaje insensible de un sistema de avance científico y técnico que dicta su propia dinámica. "Este hombre unidimensional -observa- carece de una dimensión capaz de exigir cualquier progreso de su espíritu." La cultura, por su parte, está sometida a las normas del mercado que la hacen totalmente dependiente del mismo, por lo que no puede ayudar mucho.
¿Cómo escapa el ser humano, entonces, de esta sociedad tecnológica, industrial y capitalista que lo somete? En primer lugar, admitiendo que no hay totalitarismo como el de las sociedades avanzadas de Occidente donde prevalece la propiedad privada, divorciada de los intereses de los individuos. Una vez que se ha entendido este concepto, buscar en el control estatal de los medios de producción la verdadera libertad moral que el capitalismo le ha quitado a las personas. Marcuse dice: "Dado que el desarrollo y la utilización de todos los recursos disponibles para la satisfacción universal de las necesidades vitales es el prerrequisito de la pacificación, es incompatible con el predominio de los intereses particulares que se levantan en el camino de alcanzar esta meta. El cambio está condicionado por la planificación en favor de la totalidad contra estos intereses y una sociedad libre y racional sólo puede aparecer sobre esta base." Y luego añade, "Hoy, la oposición a la planificación central en nombre de una democracia liberal que es negada en la realidad sirve como pretexto ideológico para los intereses represivos. La meta de la auténtica autodeterminación de los individuos depende del control social efectivo sobre la producción y la distribución de las necesidades materiales e intelectuales."
¿Quiénes iban a llevar a cabo el rechazo a la "represión" de las democracias liberales? No otros sino "los proscriptos, los explotados y perseguidos, los desempleados y los que no pueden ser empleados. Su fuerza está detrás de toda manifestación política en favor de las víctimas de la ley y el orden." El sentido en que está empleado el concepto de "víctima" lo dice todo: es una auténtica proclama en contra de un sistema intrínsecamente injusto que convierte al ser humano en autómata.
Todo esto está muy bien, pero lo que no encaja es lo siguiente: mientras Marcuse llamaba tan concienzudamente a la rebelión, el ser humano escapaba horrorizado por encima del muro de Berlín y de toda alambrada tendida en todos los paraísos marxistas de la tierra sin excepción en busca de un sistema unidimensional, bidimensional, tridimensional, pentadimensional, multidimensional o lo que fuere, menos el que le imponía la gente que pensaba como Marcuse. Cualquier cosa estaba bien para el ser humano (hasta el capitalismo podía ser) menos el comunismo. Es una pena que Marcuse no haya vivido hasta 1989. La caída del muro de su Berlín natal seguramente lo habría hecho cambiar de idea.

viernes, 1 de octubre de 2010

Rosas y espinas

La página más negra de la historia nacional se llama Juan Manuel de Rosas. El mismo de la mazorca, de las matanzas sangrientas, de la represión y el exilio, de la infame divisa punzó, infame no por su significado sino por ser obligatorio su uso. El mismo que se burlaba de la democracia y de la razón. El que proscribía a sus opositores políticos y hasta sus rivales económicos. El que intervenía en la función judicial para adecuar las decisiones de sus magistrados a sus propios intereses. El que vivía a cuerpo de rey en Palermo mientras que el pueblo estaba sumido en la miseria y carecía de posibilidades reales de progreso. El que se rodeó de una corte de obsecuentes y hostigó a los que no querían serlo. El que postergó sin razón la organización nacional. El que fuera descripto con asombro científico por Darwin como un tardío señor feudal.
El país conoció la sangre de los amigos de la libertad, derramada por el tirano. Los que recordamos con admiración y agradecimiento los alzamientos de la década heroica de 1810, miramos sombríamente las décadas de 1830 y 1840 signadas por el terror y la opresión, por el atraso y la oscuridad nacional. Florencio Varela, el médico que hablaba siete idiomas, fue asesinado en Montevideo por los sicarios del régimen. Cesáreo Bernaldo de Quirós es un pintor argentino famoso por su retrato de las masacres rosistas. Igualmente fiel es la crónica de José Mármol. A pesar de su pobre lealtad histórica, el film "Camila" nos recuerda otra faceta del gobernador: su orden infanticida de proceder a la ejecución de una joven embarazada arrasando con las leyes vigentes, la moral básica y el sentido común. Al decir de Esteban Echeverría, el foco de la federación estaba en el matadero.
La Argentina tuvo muchos próceres. Algunos ofrendaron la vida o la libertad por sus ideales como Paz, Belgrano o Liniers. Otros como San Martín, Alberdi o Sarmiento optaron por el exilio antes que renunciar a la característica que los había definido toda su vida: la coherencia. Pero gente ha habido que ni asumió sus responsabilidades ni se fue con la cabeza alta. Por el contrario, huyó. Y este escapista se lució por elegir como meta de su fuga una de las más profundas democracias que jamás pudo conocer: Inglaterra. Ni la Rusia zarista ni la Alemania prusiana resultaron del agrado del restaurador. Me extraña, entonces, que no se haya ido a vivir a Estados Unidos. Parafraseando al Quijote, hipócritas veredes, Sancho.
El 3 de febrero de 1852 es el gran giro de bisagra de la historia. Urquiza derrota al tirano en Caseros. El país sale de su letargo y se encamina hacia la organización definitiva. Atrás quedaba la noche de la tiranía rosista. Adelante, la historia de una nación en busca de su luz, su razón de ser y su libertad.