sábado, 17 de diciembre de 2011

Cuando Stalin va por dentro

Un profesor y su alumno dialogan contemplando el cuidado césped de la universidad de Eton. Es 1920, y ambos ignoran que años después de abandonar ese prestigioso colegio inglés habrían de describir sus visiones del futuro. Aldous Huxley, el profesor, publicará en 1932 “Brave New World” (Un mundo feliz). Eric Blair, más conocido como George Orwell, es el otro joven que en 1949 conmoverá al mundo con su obra más recordada: "1984."
Orwell anticipa los peligros de una sociedad totalitaria en la que el estado concentra cada vez mayor poder. Para simbolizar la opresión, imagina un Gran Hermano, metáfora de Stalin, que controla la vida cotidiana de los hombres llegando a intervenir hasta en las esferas más íntimas de los sentimientos. Orwell publicó su obra en un momento en que la Unión Soviética rivalizaba palmo a palmo con los Estados Unidos y no era nada aventurado pensar que el comunismo acabaría por imponerse en el mundo entero. Esa fue una de las más poderosas metáforas de la literatura universal para describir las consecuencias del control de todas las actividades humanas por el poder.
Huxley aborda la cuestión desde un punto de vista diferente: el vaciamiento de contenidos. En su profecía, el hombre vive rodeado de lujos e inmerso en el placer, pero vacío culturalmente y devastado espiritualmente. Mientras Orwell alerta sobre quienes nos privarán de la información, prohibirán libros o nos ocultarán la verdad, Huxley sugiere que no será necesario prohibir libros porque a nadie le interesará leerlos ni ocultar la verdad porque nadie intentará siquiera encontrarla.
La profecía de Orwell no se ha cumplido. Los regímenes totalitarios del mundo cayeron uno tras otro. Lo que no podemos permitir ahora es que se cumpla la profecía de Huxley.
No podemos permitir que no haya voces críticas. No podemos permitir que no se genere conciencia. No podemos permitir que no se tenga análisis, discernimiento, juicio o pensamiento crítico. No podemos permitir que los medios de comunicación sigan envileciendo la cultura y degradando el espacio audiovisual. No podemos permitir que el diálogo público no supere el grado más superficial. No podemos permitir que la política se convierta en un simple pasatiempo. No podemos permitir que las instituciones caigan en un descrédito cada vez más grande porque la política, de hecho, se ha convertido en un simple pasatiempo. No podemos permitir, en suma, este vaciamiento de contenidos que pareciera ser el signo distintivo de la época actual.
Es manifiesto el deterioro de la educación en los tiempos actuales. Es manifiesto el vocabulario cada vez más limitado que los jóvenes, en especial los adolescentes, emplean, con lo que se logra limitar el radio de acción de la mente y, así, hacer a las masas más vulnerables a la manipulación. El vaciamiento de contenidos devasta al ser humano porque le impide crecer, le impide enriquecerse. Nadie puede crecer en base a contenidos cero. Los contenidos nos enriquecen interiormente.
H. G. Wells decía que la historia humana se está convirtiendo en una carrera entre la educación y el desastre. Un hombre sin educación es más vulnerable a la manipulación porque al carecer del mundo interior que ella construye, pierde autonomía.
Lamentablemente, todo parece indicar que el “mundo feliz” está aquí. Estamos asistiendo a una nueva dictadura, la del vaciamiento interno. Es una nueva forma de perder la libertad, un “estalinismo” que va por dentro, una prisión invisible. Menos evidente, más moderna y más sutil, pero no por eso menos terrible. Derribaremos sus muros cuando decidamos enriquecernos, ahora por dentro.

El modo perfecto de que el Gran Hermano te vigile

En 1762, Jean-Jacob Rousseau publica su célebre “Contrato social” según el cual el pueblo consiente en delegar el poder en ciertos magistrados electos por tiempo determinado, cuyas atribuciones son limitadas y que se encuentran sujetos a una fiscalización constante y permanente por la ciudadanía. A menos que el pueblo considere que los actuales gobernantes son legítimos, el pueblo no tolerará la continuidad del régimen en el poder. En realidad, no tiene ninguna necesidad de tolerarlos porque cada vez que se hastían, las masas populares tienen el poder de cambiar el régimen a través de las elecciones.
Esta consideración pareció tener sentido durante mucho tiempo como un elemento crítico del análisis político. Y aún hoy lo tiene. Sin embargo, ciertas tendencias de larga data han debilitado progresivamente la fuerza de este análisis. El elemento principal de estas tendencias es el tremendo crecimiento del número de personas y de su proporción en la población que dependen directa o indirectamente de los beneficios estatales en un grado sustancial.
En los Estados Unidos, por ejemplo, una de cada tres personas depende de alguna manera
de los casi cuarenta programas federales importantes que van desde seguro de desempleo y asistencia para la vivienda hasta beneficios de educación universitaria y subsidios agrícolas. Sin mencionar el complejo sistema de asistencia médica conocido como Obamacare, sancionado en marzo del año pasado.
Aquellos que dependen de los programas gubernamentales para percibir una parte importante de sus ingresos y hasta para la misma subsistencia tienen participación cero en el contrato social que nos legara Rousseau, y tampoco ejercen virtualmente peso alguno en oposición a los gobernantes de turno. Su dependencia de los beneficios gubernamentales los neutraliza eficazmente en lo atinente a su oposición al régimen de cuya asistencia dependen para subsistir mes tras mes, año tras año. Y este ciclo de dependencia causa que estén literalmente condicionados para seguir favoreciendo la continuidad y ampliación de estos programas de estado; es decir, para seguir votando a los funcionarios que habrán de instrumentarlos elección tras elección.
A medida que las filas de aquellos que dependen de los programas del gobierno siguen creciendo, la necesidad de los gobernantes de cumplir con el contrato social disminuye. Las condicionadas masas temen perder los beneficios de los planes del gobierno. El voto se convierte en una prenda de cambio. Votos a cambio de beneficios sociales es la perversa ecuación. El estatismo es intrínsecamente perverso y siniestro porque lo único que busca es la entronización de una clase política dirigente. Los amos saben muy bien que las ovejas no atrancan el campo en el que los pastores están haciendo posible que coman y sobrevivan. Toda persona que se torna dependiente del estado es una persona menos que podría actuar de alguna manera posible para contrarrestar el régimen existente. Por eso, los gobiernos modernos han ido mucho más allá del “pan y circo” de los romanos y empleando esa misma demagogia (sólo que mucho más proporcionada) se han convertido en figuras muy similares a la de aquel Gran Hermano de la fábula de Orwell que intervenía en cada aspecto de la vida de los súbditos y los aplastaba con su estructura de poder omnímodo y sofocante.
Y en el proceso de hacerlo, en el proceso de intervenir, controlar, subsidiar, regular y estatizar, los gobiernos dijeron a los pueblos que eso era bueno. Los convencieron de que el objetivo era ayudar a los pobres. Creo que la idea era “ayudarlos” a que sigan siendo pobres siempre para asegurar que todo riesgo de oposición quede neutralizado.
En tales circunstancias, no sorprende que los únicos cambios significativos que se producen en la composición de las clases políticas sean un perfecto ejemplo de la máxima de Mariano Moreno: “Si los pueblos no se ilustran, cambiarán de tirano pero no de tiranía.”

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El verdadero sentido de la economía

Una de las razones por las que las ideologías de intervencionismo estatal (léase socialismo) están destinadas al fracaso es que confunden causa con efecto. Cuando hay desempleo, estas políticas buscan frenéticamente la creación de nuevos puestos de trabajo. Es ciertamente honorable el intento de aumentar el empleo, y no se trata de restarle importancia a una situación de desempleo cuando ésta tiene lugar. Pero tenemos que ser muy cuidadosos en entender primero qué ocurre en la fase anterior: la producción de bienes y servicios. Es una ley de causa y efecto. No podemos fijar la vista en el efecto soslayando alegremente la causa.
El verdadero sentido de la economía no es crear empleos. Si de crear empleos se tratara,
todo lo que el gobierno tendría que hacer es mandar a construir cien pirámides en el desierto. Eso va a crear trabajo para mucha gente. O mil pirámides.
Así, estas políticas van al efecto, no a la causa real del problema. El verdadero sentido de la economía es producir bienes y servicios. Es en la producción de bienes y servicios que se efectiviza la creación de nuevos puestos de trabajo, ya que se hará necesaria la participación de quienes han de desempeñarlos.
Ahora bien, ¿quién determina cuáles bienes y servicios serán producidos, de qué manera se colocarán al alcance de los consumidores y cómo serán distribuidos en las comunidades, entre otros factores? La economía de mercado no es más que un parco sistema de señales que da la respuesta a todo eso. El mercado, en sí mismo, es un contrato social, una abstracción representada en la práctica por millones de participantes que interactuando a diario dan estas señales, las que permiten saber qué artículo será producido en el mercado, qué características tendrá y qué precio va a tener.
El eminente filósofo y economista escocés Adam Smith, uno de los pilares del pensamiento liberal contemporáneo, autor de La Riqueza de las Naciones, escribió: "Los controles estatales sobre la economía desvían al comercio de sus cauces naturales. Así se retarda, en lugar de acelerar, el progreso de la sociedad hacia una riqueza y grandeza verdadera y disminuyen, en lugar de acrecentar, el valor real del producto anual de sus tierras y del trabajo. Cuando todos estos sistemas desaparecen, el sistema simple y obvio de la libertad natural se establece espontáneamente."
Al realizarse de esta manera la producción de bienes y servicios, la toma de empleados será un corolario, una consecuencia de una causa previa. Esa causa, luego, es la producción de estos productos y servicios útiles y necesarios que serán requeridos por quienes los compren.
Las políticas estatistas, simplemente, rechazan la noción de que la economía se mueve en base a desiciones que cambian constantemente, ya que esas decisiones son tomadas libremente por los ciudadanos interactuando en el marco de un mercado que se mueve en formas elaboradas y complejas que van mucho más allá de cualquier planificación estatal. La aptitud para operar libremente en el mercado, basándose siempre en la claridad y la transparencia institucional, es lo que explica el progreso, la paz social y el bienestar para todos. Por el contrario, el estatismo es el responsable de instalar un mito neo-populista de intervencionismo que lo único que trae es atraso, declinación y caos mientras busca instaurar un modelo colectivista de nación.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Todo aumenta con Cristina

Un modelo económico que aumenta el empleo parece estar fuera de toda discusión. Nadie está en contra de la inclusión social. Sin embargo, cuando ese crecimiento trae aparejado el aumento de factores totalmente negativos, se pone en tela de juicio la legitimidad del proceso en sí.
La crónica del gobierno kirchnerista en la Argentina, en efecto, confirma esta aseveración. En vez de corregir desigualdades, el kirchnerismo las ha intensificado. Ha aumentado la inflación, la deuda externa, la inseguridad, el narcotráfico, la marginalidad, el despilfarro, la corruptela, el clientelismo político, las prebendas de unos pocos a costa de los gobernados, la extorsión al ciudadano a base de altas tributaciones, tarifas costosas y servicios públicos deficientes, y como consecuencia de todo lo anterior, la desconfianza del ciudadano hacia las instituciones. El kirchnerismo bien puede ser recordado como la Edad de Oro del Aumento en la Argentina. No hay nada que no haya aumentado con Néstor y con Cristina. Sin mencionar, por supuesto, el peculio de nuestra actual jefa de estado.
¿Y quién se beneficia en esta “época de oro de los aumentos?” Es fácil saberlo: un pequeño número de empresarios sobreprotegidos que deben su fortuna a mercados cautivos y a toda una maraña de regulaciones gubernamentales que los favorecen, una oligarquía de políticos clientelistas, una aristocracia sindical obsecuente del gobierno y, por supuesto, la runfla de burócratas surgida como hongos después de la lluvia a la sombra del mismo gobierno. Mientras tanto, la galopante inflación continúa causando estragos a todo nivel.
Asimismo, preocupa la falta de una justicia verdaderamente independiente en un país donde algunos magistrados actúan más bien como secretarios del poder de turno.
Cristina Kirchner inicia hoy su segundo mandato presidencial. Estos cuatro años van a ser cruciales para una Argentina en un mundo con tan severos índices de recesión y desocupación. Para asegurar las bases y condiciones que garanticen un crecimiento sostenido en un marco de estabilidad jurídica, es menester apuntalar los contenidos que hacen a la vida institucional en democracia; a saber, el cumplimiento de la ley, el funcionamiento transparente de las instituciones, el equilibrio de poderes y la publicidad de los actos de gobierno o bien la obligación de rendir cuentas de la gestión, factores éstos que no debieran verse como quimeras sino, simplemente, como elementos inherentes a todo régimen democrático independientemente de su grado de consolidación. Por el contrario, hay que evitar a toda costa la concentración de poder en la figura presidencial a la cual tan afecta parece ser el modelo iniciado por él (perdón, ÉL) y que en estos ocho años ha dado como resultado el descrédito en que han caído los aparatos partidarios, la tendencia a pensar la política como algo que concierne sólo a los que hacen de ella una profesión, los embates contra la libertad de prensa, la manipulación de la historia, la centralización del poder en desmedro del federalismo, el deterioro de la infraestructura y, en definitiva, la apatía cívica y una marcada presunción de que las decisiones se toman a espaldas del ciudadano.
Es muy positivo que aumente –y lo siga haciendo- el empleo. Pero ese logro debe capitalizarse con otros elementos igualmente favorables. El signo esperanzador del aumento del empleo, la construcción y el mercado interno debe basarse en la convicción de que la democracia no se construye de un día para el otro sino gracias a la continuidad de ciertas reglas de juego que no deben alterarse por los sucesivos cambios de gobierno. Alberdi nos hablaba de “elevar” a nuestros pueblos a la altura de las formas republicanas. La vigencia de las instituciones es, por lo tanto, la garantía para generar consensos, para pactar reglas de convivencia, para corregir hábitos hostiles a las instituciones libres y para renovar la confianza de los ciudadanos en aquellos políticos que todavía creen en la política como un servicio a la comunidad.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Otro ladrillo en la pared

Los graves incidentes registrados en la madrugada de hoy frente al edificio de la Legislatura Porteña mientras se votaba el proyecto para reemplazar el actual sistema de designación de docentes nos ilustra hasta que punto la educación pública en la Argentina es una de las muestras más cabales de su propia decadencia. Educación transformada en formación doctrinaria del populismo izquierdista. Colegios como el Pellegrini o el Nacional Buenos Aires, emblemas hace algunas décadas de exigencia y trabajo, han sido convertidos en simples comités políticos formadores de cuadros marxistas. Docentes rompiendo vallas de contención, tirando piedras a la policía, golpeando a una legisladora no merecen llamarse docentes sino idiotas útiles. ¿Qué autoridad puede tener un "profesor" que se encapucha el rostro, que tira piedras, que derriba vallas de contención y que le pega a una mujer? El solo pensar que los alumnos de hoy serán los dirigentes del mañana preocupa que la instrucción y el ejemplo que reciben de sus maestros les distorsione su postura ante la vida. Cuando vemos, además, como en este caso, que grupos de personas que en supuesta "defensa de la democracia" atacan las instituciones básicas de la misma, estamos asistiendo a un hecho tan lamentable como recurrente: en la Argentina actual está virtualmente legalizado que sectores políticos o sindicales de los más diversos orígenes mantenga sitiada una institución, una ciudad y -por qué no- hasta el país entero buscando legitimidad para sus más diversos reclamos. Y lo peor es que esa mentalidad suele encontrar eco en las altas esferas políticas, que se supone deben tener un rol ejemplar en cuanto a marcar las pautas de la convivencia civilizada en democracia.
La Argentina llegó a ser grande por un conjunto de valores claros y transparentes: la familia, la escuela, el trabajo, la palabra empeñada, la voluntad de grandeza aún en el disenso. Por el contrario, las conductas antisociales como las registradas anoche desvalorizan el espacio social y tergiversan el tejido social mismo. El país debe volver inmediatamente a estos valores que lo formaron y engrandecieron y que, no por casualidad, son los mismos que enriquecerán grandemente a la sociedad si se los vuelve a poner nuevamente en práctica.
Desde su obra The Wall, la banda Pink Floyd realiza una severa crítica al excesivo autoritarismo del sistema educativo inglés de la época de posguerra, tal como se ve reflejado en el tema "Otro ladrillo en la pared." La alternativa al autoritarismo no es el caos. Ambos extremos son insanos.
No es bueno no pensar, no reflexionar, no medir las consecuencias, hacer algo simplemente porque el otro lo está haciendo aunque sea de una demencia total como estos hechos que lamentablemente, insisto, llegan a ser "normales" en un país que parece haber perdido todo sentido no sólo de sus valores sino también de su dignidad.
¿Qué fue lo único que se logró? Que cada vez más padres porteños hagan denodados esfuerzos para ahorrar peso sobre peso y así poder anotar a sus hijos en escuelas privadas donde profesores capacitados instruirán responsablemente a sus educandos.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Los indignados

Los autodenominados “indignados” que están realizando movimientos de protesta en todo el mundo parecerían estar concentrados en los problemas que están asolando a las diversas economías, pero no le prestan atención a los efectos que el poder del estado tiene en la causa de esos problemas. Basta observar el movimiento Occupy Wall Street y sus pancartas que rezan “hacer trizas el capitalismo” y “abolir la propiedad privada.”
¿Cuál es la línea de pensamiento? Le endilgan al capitalismo y a la propiedad privada los males causados por el intervencionismo estatal en el capitalismo y en la propiedad privada. En tiempos modernos, los estados se han salido de sus cauces y se han convertido en verdaderos monstruos devoradores de recursos por medio de la imposición de cargas tributarias y la creación de inflación. Los estados actuales manejan presupuestos de “billones” y “trillones” de dólares. Algo no encaja en este cuadro cuando estamos viviendo una realidad económica en la que a un ciudadano común de cualquier país del mundo, una suma de mil dólares en su haber le parecería una pequeña fortuna. Las deudas externas de todos los países han alcanzado niveles siderales, monstruosos, absurdos. Nadie sabe cómo ni por qué la deuda externa argentina ya es de 200.000 millones de dólares, la cifra más alta de toda la historia. Lo que antiguamente un estado gastaba en un año, hoy lo gasta en un día. Pero a los “indignados” no parece importarles nada de eso. En realidad, odian a los empresarios exitosos y competitivos porque ninguno de ellos es empresario, ni exitoso ni competitivo. Más bien, parafraseando a nuestro Alberdi, son “demagogos, charlatanes, ociosos y presumidos.”
Ludwig von Mises, uno de los más destacados defensores del orden liberal clásico, escribió en su libro “Acción Humana” lo siguiente: “El cuerpo del conocimiento económico es un elemento esencial en la estructura de la civilización humana; es la base sobre la cual han sido construidos el industrialismo moderno y todos los avances morales, intelectuales, tecnológicos, y terapéuticos de los últimos siglos. Descansa con los hombres, ya sea que hagan un uso adecuado del rico tesoro que este conocimiento les proporciona o que lo dejen sin utilizar. Pero si fallan en sacar el mayor provecho de él y desoyen sus enseñanzas y advertencias, no anularán la economía; erradicarán a la sociedad y a la raza humana.”
Mises escribió eso en 1949, cuando el mundo aún atravesaba el penoso trance de la recuperación económica de posguerra y nadie hubiera podido soñar en comprar, ni con todo el oro del mundo, un teléfono celular como el que ahora tienen cualquiera de estos “indignados” que dicen representar al 99%. Y es en ese desoír de enseñanzas y advertencias en que esta gente no tiene rumbo ni objetivo. Tal vez el objetivo para ellos sea impulsar una revolución anticomercial y anticapitalista, pero la historia ya dio su veredicto en esto. El siglo XX fue un largo y sangriento debate sobre modos alternativos de organización social. Hubo una dictadura comunista que causó cien millones de muertos por “hacer trizas el capitalismo” y “abolir la propiedad privada,” como dicen las pancartas del movimiento Occupy Wall Street.
Aún en sus formas más imperfectas, el capitalismo es preferible a una economía central planificada, y no solamente para los más favorecidos, sino también para ese 99% que estos indignados dicen representar. La economista estadounidense Deirdre McCloskey definía el capitalismo como “la propiedad privada y el intercambio sin trabas.” Obsérvese que no dijo “la propiedad privada sometida a una maraña de regulaciones de intervencionismo estatal.”
Lo dije una y otra vez en este blog: el ser humano progresa cuando puede ejercer sus facultades creativas con entera libertad para beneficio suyo y de quienes lo rodean. El hombre posee un derecho otorgado por Dios para ser libre, y el estado no puede cercenarle esta libertad. Las libertades individuales –la libertad de expresión, la libertad de culto, la libertad de organizar partidos políticos y sindicatos, la libertad de reunión, la libertad de prensa, la libertad de contratar, poseer bienes, tener empresas y trabajar para mejorar el nivel de vida de las familias y las comunidades- son derechos irrenunciables. Y la economía de mercado, simplemente, el marco más adecuado para que esto se realice en la práctica.
Los manifestantes tienen, es cierto, muchas preocupaciones legítimas, pero en vez del mayor control gubernamental que ellos pregonan, es el diálogo, la solidaridad y ese “intercambio sin trabas” lo que conduce a la libertad.

sábado, 12 de noviembre de 2011

La carta de Abraham Lincoln a una madre

Abraham Lincoln fue presidente de Estados Unidos desde el 4 de marzo de 1861 hasta su asesinato el 15 de abril de 1865. Le tocó afrontar las duras instancias de comandar su país en la cruenta Guerra de Secesión que amenazaba la continuidad misma de esa nación como tal. Durante su mandato, venció a los ejércitos confederados, emitió su Proclama de Emancipación y promovió la Decimotercera Enmienda Constitucional que dio como resultado la abolición de la esclavitud.
La angustia de las madres desconsoladas conmovía muy hondamente a Lincoln. El 21 de noviembre de 1864 escribió la carta más famosa y conmovedora de su vida, dirigida a Lydia Bixby, una mujer de Boston que había perdido a sus cinco hijos en la guerra. El siguiente es el texto completo de la carta:

Estimada señora,

Me han mostrado en los archivos del Ministerio de Guerra una declaración del ayudante del general de Massachusetts expresando que usted es madre de cinco hijos que han muerto gloriosamente en el campo de batalla.

Sé cuán inane e infructuosa ha de parecer cualquier palabra mía que intente distraerla de su aflicción por una pérdida tan abrumadora, pero no puedo abstenerme de ofrecerle el consuelo que quizá se encuentre en la gratitud de la república, para salvar a la cual, murieron.

Ruego al Padre Celestial pueda aplacar la angustia de su pérdida, y le deje sólo el afectuoso recuerdo de sus seres queridos y perdidos, y el solemne orgullo que usted debe sentir al haber realizado tan costoso sacrificio en el altar de la libertad.

Muy sincera y respetuosamente suyo,

A. Lincoln

Las palabras sinceras, simples, humanas de Abraham Lincoln nos ilustran su categoría como estadista, pero más aún como persona. Pienso en el acopio de valor que Lincoln habrá tenido que hacer para escribir esa carta a una madre que perdió a todos sus hijos porque creyeron en algo más grande que ellos mismos. Como lo describe Walt Whitman en su poema "This dust was once the man," Lincoln era "gentil, franco, justo, firme, de mano prudente." En definitiva, todo un hombre en el verdadero sentido de la palabra.
En ese mismo poema, Whitman se refiere al asesinato del Gran Emancipador como “el crimen más vil conocido en cualquier tierra o época.” Sin lugar a dudas, jamás se ha dicho una verdad más grande.

martes, 11 de octubre de 2011

La recuperación económica en los Estados Unidos

La economía en los Estados Unidos se encuentra en un prolongado período de recesión y no da señales de mejoría.
¿Es el gasto de los consumidores la clave de la recuperación? Difícilmente. De hecho, el gasto real de consumo alcanzó su punto más alto en tres años a fines de 2010. Por lo tanto, está claro que una caída en el consumo no es el culpable de un estancamiento económico.
El culpable es el colapso de la inversión privada. Hasta que este componente crítico de la economía se recupere totalmente, se estará muy lejos de lograr una verdadera solución.
Esta inversión incluye los gastos destinados a mantener o reemplazar las estructuras, las herramientas, los equipos, y otros bienes a medida que se tornan obsoletos o se desgastan. Pero el crecimiento económico necesita además de una inversión superior a dichos gastos que incluyen servicios de atención al cliente, capacitación del personal, presupuesto publicitario y expansión de la estructura fabril existente.
La inversión privada en los Estados Unidos cayó de un promedio de 463 mil millones de dólares anuales en 2007 a 144 mil millones en 2010. A menos, entonces, que esta inversión se recobre más rápidamente, la recuperación económica seguirá siendo muy lenta para disminuir la desocupación de manera significativa.
Las empresas son reacias a arriesgarse con inversiones significativas a largo plazo en porque siguen observando el futuro con gran desconfianza, y eso se debe a que el estado, con sus tantas regulaciones e intervenciones en todos los campos -atención de la salud, regulaciones financieras, regulaciones energéticas, etc.- causa un clima de inmensa inseguridad. Los únicos que quedan exentos, claro está, son los burócratas, los tecnócratas, y los oportunistas y obsecuentes del gobierno de turno.
Y aunque estas regulaciones fueron sancionadas por el Congreso y promulgadas como leyes por el presidente Obama el año pasado, como la reforma del sistema de salud pública y la ley Dodd-Frank de regulaciones bancarias, estos gigantescos cuerpos normativos dejan muchos aspectos importantes de los mismos a la espera de ser resueltos por los organismos administrativos y los tribunales. Esto no crea un ambiente propicio para una inversión firme y segura.
Una recuperacìón sustancial de la inversión privada no se producirá hasta que no se despeje el atolladero de regulaciones creado por los burócratas. Mientras tanto, mientras no se vuelva a lo que realmente hizo grande a los Estados Unidos, el sistema capitalista de libre empresa, las perspectivas económicas en general seguirán siendo pobres y sombrías.

lunes, 10 de octubre de 2011

Los devastadores efectos de la corrupción en la sociedad

La razón por la cual los gobiernos deben circunscribir su actividad a las áreas de defensa exterior, cuidado del orden interno y preservación de una moneda confiable es que el gobierno que excede ese marco de actividad debe financiarlo de algún modo y, muchas veces, eso se hace con emisión monetaria que, inmediatamente, genera inflación. Y la inflación no significa otra cosa que desconfianza y deshonestidad. Esto es algo que el ciudadano advierte. No importa el valor nominal de su salario: no le sirve, no le alcanza para calmar sus necesidades. Dicho así, esto puede parecer muy duro, pero no hay duda de que es lo que ocurre a diario frente a las góndolas de los supermercados.
Al mismo tiempo, se deterioran las funciones esenciales. No hay justicia interna, se descuida la defensa externa y se deja de preservar el genuino valor de la moneda. La consecuencia de todo esto es que decae la credibilidad en el sistema.
Y todo esto no es más que la herencia del sistema populista que aún perdura y el daño sigue. En la Argentina, la generación del 80 hablaba de progreso, no de redistribución de la riqueza. Aquel era un progreso gradual, paso a paso, basado en un sistema institucional libre. El verdadero problema del populismo es que es totalmente irresponsable: promete y vende cosas imposibles de aplicar en la práctica. Con eso le hace un daño muy profundo al sistema económico, social y político.
El populismo representa una gran inconsistencia. Esa inconsistencia es el mejor caldo de cultivo para la corrupción, la cual tiene devastadores efectos para la sociedad. La corrupción en el mundo es casi tan vieja como el gobierno. Dos mil años antes de Cristo, había corrupción en el gobierno egipcio. Mientras que en Roma, el gran emperador Julio César fue asesinado por una conspiración de senadores de la que formó parte su propio hijo adoptivo.
Hay tres elementos que estimulan el desarrollo de esta corrupción tan dañina. Primero, un estado demasiado extendido. Cuando esto sucede, generalmente crece el número de funcionarios mal pagos que tratan de beneficiarse a través de negociados.
Segundo, y mucho más importante, son las regulaciones que dan cabida a la corrupción. Si hablamos de una sociedad libre, debemos hablar de una sociedad desregulada. Lo mismo sucede si hay sistemas impositivos muy complejos; esto también, lejos de castigarla, incentiva la corrupción.
El tercer elemento es la mencionada inflación.
Estos tres elementos combinados tienen literalmente el poder de disgregar el tejido social. Cuanto más grande el estado, cuanto más extendidas las regulaciones, mayor será la corrupción. Aquí, simplemente, se pone en evidencia la conocida máxima que nos recuerda: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.”
Los malos ejemplos que dan los funcionarios tienen, como dijimos, un efecto sobre la sociedad que es devastador. Y mayor será cuanto más encumbrado esté el jerarca en cuestión.
Es muy importante, por lo tanto, que los jerarcas, los jefes, los ministros o el presidente en el gobierno no den el mal ejemplo de corrupción. Ni ellos ni los que los circundan. Este es un aspecto primordial para el sistema: si la gente ve la corrupción en el poder, se preguntan, “¿qué se puede esperar de ellos si son corruptos? ¿qué queda para nosotros?"
Y finalmente, la justicia, sin duda el punto más delicado, el más sensible. Porque cuando la corrupción llega allí ya ha caído la última línea de protección y el ciudadano ya no tiene defensa.
En los actuales momentos en que el mundo parece sometido a un torbellino de transformaciones, tanto la Argentina como toda América Latina pueden tener un futuro promisorio, no tanto por sus recursos naturales, que son extraordinarios, sino por los humanos, que son mucho más decisivos.
Lo que necesitan los países del área son políticas contrarias a las que hicieron gran parte de su existencia. Dicho de otro modo, estabilidad, libertad económica y, sobre todo, una férrea ética del trabajo como la que caracterizó a los colonos de la Nueva Inglaterra del siglo XVIII, precursor del actual Estados Unidos.

jueves, 6 de octubre de 2011

Las escuelas de Sarmiento

Profundo observador, viajero incansable, Domingo Faustino Sarmiento escribió “De la educación popular” en 1848, después de sus largos viajes por Europa y los Estados Unidos, en los que pudo observar minuciosamente las nuevas formas de la metodología educativa, junto con los espacios educativos que se estaban creando. Sus conceptos sobre la construcción de las escuelas, el diseño de las aulas, su orientación y mobiliario lo colocan hoy como el gran maestro de la infraestructura escolar argentina.
Algunos párrafos de su obra señalan distintas ideas sobre las escuelas de entonces que podrían aplicarse plenamente a los espacios escolares de hoy.
“Los pueblos bárbaros permanecen estacionarios, menos por el atraso de sus ideas que por lo limitado de sus necesidades y por sus deseos. Donde bastan una piedra o un trozo de madera para sentarse, la mitad de los estímulos de la actividad humana están suprimidos.”
En este concepto del gran sanjuanino está inequívocamente implícita su máxima más recordada: “Hay que educar al soberano.”
El texto prosigue: “Nuestras escuelas deben, por tanto, ser construidas de manera que su espectáculo, obrando diariamente sobre el espíritu de los niños, eduque su gusto, su físico y sus inclinaciones. No sólo debe reinar en ellas el más prolijo y constante aseo, cosa que depende de la atención y la solicitud obstinada del maestro, sino también tal comodidad para los niños, y cierto gusto y aún lujo de decoración, que habitúe sus sentidos a vivir en medio de esos elementos indispensables de la vida civilizada.”
La obra de Sarmiento detalla con absoluta claridad y conocimiento conceptos sobre el edificio escolar, desarrollando esas ideas con la claridad y amplitud de un gran maestro. No sólo de refiere al espacio educativo en sí, sino a los detalles del mobiliario escolar, a las condiciones de los espacios internos y externos de la escuela y a sus condiciones de orientación y confort. En resumen, Sarmiento se transforma aquí en el gran arquitecto que quizás vivió siempre en él, y que aparece en esta obra cuando tiene que expresar su manera de pensar los espacios para la educación.
La labor constructiva de Sarmiento comenzó en Buenos Aires con el reacondicionamiento del antiguo edificio de Perú y Moreno para crear en 1858 la escuela de Catedral al Sud, ejemplo avanzado para la época en materia de edificio escolar, y donde por primera vez ubicó los clásicos pupitres modulados que serían los protagonistas de todas sus futuras escuelas. Las ideas que entonces sembró Sarmiento en materia de edificios escolares dieron origen a infinidad de escuelas erigidas en todo el país, y se constituyeron indudablemente en los espacios creados para llevar a la práctica la Ley 1420 de Educación Común, base de toda nuestra educación pública y popular.
A partir de entonces, nuestro sistema educativo se apoyó decididamente en las concepciones sarmientinas, que fueron los pilares básicos de la educación que llega hasta nuestros días, y se mantienen vigentes a pesar de los cambios y avances de la estructura social del mundo y de nuestro país. Y fue gracias a la extraordinaria visión del inolvidable sanjuanino como los niños y los jóvenes argentinos de cualquier condición económica tuvieron acceso al muy republicano principio de igualdad de oportunidades.
Todos los aspectos vinculados con el espacio educativo fueron profundamente analizados por Sarmiento, desde las condiciones y características del terreno donde debía emplazarse el edificio escolar hasta los detalles de su diseño y construcción. También detalló en su obra las condiciones mínimas que hacen al confort de los alumnos y maestros en su tarea escolar, tratando aspectos básicos de asoleamiento, ventilación, iluminación y calefacción de las aulas, y su aplicación a las construcciones escolares de entonces, y que hoy se sigue utilizando en el diseño de las escuelas, con todo el apoyo que nos brinda el uso de la tecnología actual.
El equipamiento escolar mereció también su especial atención. El particular interés por el aspecto ergonométrico del mobiliario lo llevó a analizar las más avanzadas expresiones de la época en materia de asientos y pupitres que se estaban empleando en las escuelas norteamericanas. En sus visitas a las escuelas de Boston, observó con detenimiento la calidad formal del mobiliario y pudo comprobar como respondía a los requerimientos de cada edad escolar. Los pupitres articulados con cada asiento eran allí un excelente apoyo para el confort del alumno en particular y para toda la actividad escolar en general. No dudó Sarmiento en traer algunos prototipos de ese mobiliario, que luego desarrolló para las nuevas escuelas que habría de construir aquí. Ese equipamiento, con algunas mejoras que fueron introducidas con el paso del tiempo, se constituyó durante muchos años en los clásicos pupitres emblemáticos de muchas generaciones de argentinos.
Las nuevas formas de la educación y de los espacios educativos que hoy tratan de apoyarlas muestran indudablemente grandes cambios formales con respecto a la metodología tradicional. Pero si analizamos en profundidad los propósitos y objetivos de la enseñanza actual, encontraremos mucho del pensamiento de Sarmiento, reflejado en los principios y fundamentos del sistema educacional argentino.
El mismo criterio para los espacios educativos, que evolucionando desde mediados del siglo anterior nos muestra ahora expresiones marcadamente distintas de la escuela tradicional, refleja en su contenido las mismas ideas que Sarmiento quiso transmitir en sus libros, escritos en el siglo XIX.

lunes, 3 de octubre de 2011

La propuesta de Keynes

El estado y el mercado son dos realidades humanas que, como tales, son imperfectas. Sin embargo, siempre hubo utopías que imaginaban un estado perfecto o un mercado perfecto. En los años veinte predominaba una visión de un mercado perfecto que muy pocos cuestionaban, hasta que la crisis de 1929 despedazó los sueños de esa imagen. Lo que siguió al “martes negro” fue la realidad de una gran crisis mundial de recesión y desempleo. Le tocó a un economista inglés, John Keynes, elaborar esta pérdida tan traumática. En su famoso libro “Teoría general del empleo, el interés y la moneda,” publicado en 1936, Keynes expuso la imperfección central de esta obra humana que es el mercado.
Esa imperfección consiste en una subutilización de los recursos disponibles. Esto ocurre cuando una parte importante de dichos recursos, en lugar de volcarse a inversiones productivas, se destina a la especulación (oro, fuga de capitales hacia paraísos fiscales, etc.) Cae entonces la producción de bienes y servicios. Cuando la demanda cae, comienza una espiral recesiva que desemboca en altas tasas de desempleo.
Keynes proponía que en esas crisis el estado saliera a gastar para reactivar la demanda. Keynes reintroducía de este modo al estado en el centro de la actividad económica. Pero esa intervención estimuladora de la demanda y el empleo debía realizarse a título excepcional, por breve tiempo, hasta que el ritmo natural del mercado se restableciera. Una vez logrado ese efecto, todo volvería al predominio el mercado que caracteriza a la civilización capitalista. Keynes no previó que aquello que empezó como una intervención excepcional del estado daría lugar a toda una corriente estatista como la que sucedió en las décadas siguientes. Para decirlo de otra manera, así como hay gente que es más papista que el Papa, hay muchos que son más keynesianos que Keynes.
A partir de la moderación de Keynes, que quería salvar al capitalismo introduciéndole reformas “localizadas,” esta doctrina desembocó en la sustitución definitiva del mercado por el estado como centro de la actividad económica. El estatismo temporario de Keynes fue tergiversado y convertido en estatismo permanente por políticos y burócratas cuya meta ha sido siempre maximizar su propio interés, así como el de las clientelas partidarias y empresarias que los acompañan.
Esto tuvo una consecuencia paradójica: el desempleo. O mejor dicho, lo que algunos economistas llaman el desempleo encubierto. El keynesianismo borró las altas tasas de desempleo en la década del treinta; pero a cambio, creó este desempleo encubierto: el nombramiento sin sentido de millones de personas en el aparato del estado o en las empresas que éste protegía sin que ninguna función útil o productiva justificara su presencia allí. De esta manera, tuvo lugar una verdadera ficción según la cual millones de personas cobraban un salario, pero no producían lo que cobraban. La idea, entonces, fue creer en un estado perfecto.
Recién en los años sesenta y setenta, un vigoroso renacimiento liberal desplazó las ideas de Keynes en el campo intelectual. Así como Keynes había señalado en su tiempo una falla central en el mercado, pensadores como James Buchanan, Milton Friedman, Frederick Hajek y Karl Popper descifraron la falla central del estado: los planificadores no pueden tener toda la información necesaria para orientar y reglamentar la acción económica de una sociedad. Sobre todo, les es imposible prever las innovaciones. Por lo tanto, cuando quieren planificarlo todo necesariamente se equivocan.
Podemos atribuir el alto desempleo que hoy padecen muchas naciones desarrolladas a tres causas concurrentes. Una es el factor que ya observó Keynes: los ciclos económicos del mercado. Cuando la economía se expande, crece el empleo. Cuando se retrae, crece el desempleo. Las naciones industrializadas atraviesan en estos momentos uno de esos ciclos recesivos.
Pero hay otras dos causas extra-keynesianas. Una es el factor tecnológico. El mercado exige competencia y capacitación constante y permanente. Para ser competitivas, las empresas tienden a incorporar computadoras y robots. Las máquinas son en muchos casos más competitivas que los individuos. En esta otra competencia laboral entre máquinas e individuos, aquellas casi siempre prevalecen. La desocupación, entonces, es un hecho tanto cualitativo como cuantitativo. Eso significa que resulta indispensable un sistema educativo que tenga una relación más práctica, directa y concreta con el mundo laboral que deben enfrentar los jóvenes. Lamentablemente, los gobiernos suelen interesarse poco en esa vinculación.
La tercera causa está ligada con el estatismo seudokeynesiano. En su empeño por proteger el empleo con rígidas normas que aumentan los costos empresariales, los diversos gobiernos logran que se retengan empleos ya establecidos al costo desalentar la toma de nuevos empleados. A ello se suma el desempleo de los empleados públicos que el estatismo nombraba y el mercado despide.
En los Estados Unidos, el desempleo es más bajo que en Europa. Allí hay una completa flexibilidad laboral: se toma y se despide fácilmente, lo que explica por qué cuando el ciclo económico sube el empleo crece. Pero en Europa existe un fuerte control estatal sobre normas laborales, debido a lo cual el empleo sube menos que el crecimiento de la economía aún en un ciclo ascendente.
La desocupación es uno de los problemas más serios en cualquier sociedad. Y la percepción real de este problema incluye no sólo lo económico sino también la tensión social y hasta los conflictos familiares. Allí, no importan los números sino que estamos asistiendo a la descomposición misma de sectores enteros de la sociedad. El cambio no consistiría entonces en soñar con un estado o un mercado perfectos, sino en emplear la realidad humana del estado como una espléndida herramienta para enmendar las imperfecciones de la realidad humana del mercado: ni más ni menos que la propuesta original de Mr. Keynes.
Está implícito que ese proceso debe hacerse con una cuota de prudencia, respetando los tiempos y los límites de la transición.

sábado, 1 de octubre de 2011

El día más largo de la historia

Hay una playa que tiene un raro privilegio: puede darse el lujo de decir que fue testigo de aquel día en que comenzó la segunda parte de la historia de Europa. Es la playa de Normandía.
El 6 de junio de 1944 fue el día más largo, el gran giro de bisagra de la historia con esta playa, con esta invasión y con esta inmortal sentencia de Winston Churchill: “Jamás nos rendiremos.” Palabras que a partir de esa madrugada, comienzan a cobrar un sentido que perdurará para siempre.
La Operación Overlord, la hazaña del Día-D, ejecutada por sorpresa y en la que se empeñó un enorme poderío bélico, marcó el principio del fin del dominio nazi en Europa y obligó a los alemanes a librar, poco después y sin éxito, la batalla de París. El aniquilamiento de la maquinaria de guerra germana habría de producirse 11 meses más tarde.
Entonces se había reunido, en el más absoluto secreto, un ejército de cientos de miles de hombres en Inglaterra. Los ingleses y los norteamericanos que habían cruzado el océano Atlántico se reunieron para invadir el continente que estaba bajo el dominio de Hitler. Todas las capitales –París, Viena, Varsovia, Bruselas, La Haya, Budapest, Belgrado, Praga, Bucarest, Oslo, Copenhague- tenían la cruz svástica. En París, los soldados nazis saludaban al Fürher que hablaba desde el balcón del Hotel Crillon con el característico grito de “Hail Hitler” que resonaba como si se volviera a oír en el mundo el “Ave César” de los tiempos de Roma. Y la ciudad estaba llena de banderas de svásticas, que en este caso se veían hasta perderse en el Arco del Carrusel.
De pronto, en Normandía, el mar se cubre de barcos y empiezan a desembarcar ejércitos de americanos y de ingleses. Las tropas de asalto desembarcaron en las cinco playas conocidas como Utah, Gold, Sword, Omaha y Juno. En las tres primeras, el desembarco fue un paseo, pero en Omaha y Juno tuvieron lugar encarnizadas batallas. Los planes iniciales de Rommel de arrojar a los aliados al mar resultaban impracticables y ningún contraataque alemán pudo ya parar el avance de aquellos soldados. Los ojos del mundo estaban puestos sobre ellos por medio de las tecnologías disponibles: la prensa escrita, el cine y la radio.
Y así, el cielo se pone negro de aviones. Llueven paracaidistas. Y una invasión de tropas se derrama arrolladora, empujando al Führer hasta que, en 1945, queda acorralado en el edificio de la Cancillería de Berlín. Para entonces, se había producido el vuelco de Rusia. Hitler, aliado de Stalin, decidió invadir las tierras que los rusos habían ocupado y avanzar hasta Stalingrado en 1941. Entonces, Stalin se vuelve a su vez contra su antiguo aliado, y Hitler queda atrapado entre los americanos que embestían por el Oeste y los rusos por el Este. Acosado simultáneamente por ambos frentes, el Fürher finalmente ve derrumbarse el edificio de la Cancillería, y muere aplastado como una rata dentro de su propia ratonera.
Fue así como las fuerzas de la libertad le devolvieron la libertad a Europa. Ese fue el sentido de Normandía.
Lo que sigue a Normandía es la reconstrucción de Europa por los mismos americanos. Fueron manos americanas las que reconstruyeron Monte Casino en Italia, la Catedral de Reims en Francia, o una plaza de Varsovia o un teatro de Berlín. Y la historia da una vuelta completa. Comienza un nuevo tomo de una gran enciclopedia: la historia europea. Es el comienzo de la historia americana en Europa.
El Plan Marshall es la mano de América que se tiende a Europa para que se levante de nuevo y camine. Ya en 1789, como ha dicho el historiador, “el viento vino de América.” Ahora fue la sangre y la vida. Regresaba la libertad. Fue el regreso del mismo viento.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Es el mal menor, señor presidente

En su discurso de ayer en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente de Bolivia, Evo Morales, dijo: “No queremos que el agua sea un negocio privado.”
Muy bien. Veamos cuál es la alternativa: que sea un monopolio del estado.
Si a un productor de naranjas se le ocurre aumentar el precio a mil dólares el kilo y encuentra quien se las compre, quiere decir que ese precio es correcto según la ley de la oferta y la demanda. ¿Eso significa que todo el mundo tendrá que pagar a tan alto precio las naranjas? No, porque ese precio tan alto será un incentivo para que surjan otros productores y vendedores que le harán competencia al primero, y al aumentar la oferta disminuirá la demanda y bajarán espontáneamente los precios. Salvo, claro está, que el individuo que vendía las naranjas a mil dólares el kilo sea un funcionario del estado, porque en ese caso, con toda seguridad, las naranjas serán declaradas “de interés nacional” y se creará por decreto una Secretaría Nacional de Frutas y Cítricos y entonces sí, el que quiera naranjas deberá pagar cualquier cosa por ellas.
En última instancia, toda la vida es elegir el mal menor. Y hasta ahora, en toda la historia de la humanidad, nada ha demostrado ser más eficaz que el mercado libre y su piedra angular, la ley de la oferta y la demanda, si de asegurar el progreso se trata.
Además, ¿para qué esperó el día de la primavera para decir eso? ¿Nos quiso arruinar los festejos?

martes, 20 de septiembre de 2011

Motivo de orgullo

En su histórico discurso del 26 de junio de 1963 frente al muro de Berlín, John F. Kennedy expresó: "Todo hombre libre es ciudadano de Berlín. Por lo tanto, como hombre libre, digo con orgullo las palabras 'Ich bin ein Berliner' (soy un berlinés)." De la misma manera, pareciera que los partidarios del estatismo intervencionista encuentran un motivo de orgullo en demonizar a los ricos y lanzar cien planes para reestructurar la economía. Precisan que se les recuerde que es exactamente aquello por lo que están bregando en realidad. Están bregando por la burocracia, la planificación centralizada, y las embestidas contra nuestra libertad y bienes. Sin embargo, esto no llega al fondo de la cuestión. Esencialmente, están bregando en contra del mayor motor de la prosperidad material de la historia humana, la fuente de la civilización, la paz y la modernidad: el capitalismo.
De hecho, la mayoría de los adversarios del capitalismo no se oponen meramente a los "grandes" como Goldman Sachs, Halliburton, Vanderbilt o incluso al mismo McDonald's. Por el contrario, se oponen a la libre empresa como una cuestión de principios. Objetan, por ejemplo, la libertad de los empleadores de contratar y despedir a quien deseen por el salario que fuese mutuamente acordado. Protestan contra el derecho de los empresarios a ingresar en el mercado sin ninguna restricción. Desaprueban que las empresas se encarguen de la infraestructura, suministren energía, alimentos, agua y otros artículos necesarios y manejen el transporte sin la intromisión gubernamental. Lamentan que los ricos sean cada vez más ricos, y que lo sean a través de medios puramente pacíficos. Se oponen a la libertad de participar en las fusiones de empresas sin la bendición del estado central, incluso en la simple venta de aquellas. Están en contra del trabajador que disiente de la burocracia sindical. Es exactamente la operativa del libre mercado lo que ellos desprecian, no es el nexo consolidado entre el estado y las grandes empresas lo que la mayoría de ellos desea hacer añicos. Por cada socialdemócrata progresista que odia al capitalismo monopolista por razones que pudiesen llegar a ser correctas, hay diez que deploran la parte que corresponde al capitalismo más que a ese aspecto monopolista.
Es simplemente un hecho que el capitalismo, aunque obstaculizado por el estado, ha sacado a la mayor parte del mundo de la lamentable e innegable pobreza que caracterizó a toda la existencia humana durante milenios. Fue la industrialización la que salvó el trabajador común del tedio constante de la agricultura primitiva. Fue la mercantilización del trabajo la que condenó a la esclavitud, la servidumbre y el feudalismo. El capitalismo es el que sacó a las mujeres de los talleres de costura y las puso al frente de firmas que facturan cifras millonarias, es el benefactor de todos los niños que disfrutan de tiempo para estudiar y jugar en lugar de soportar el trabajo agotador sin interrupciones en el campo. El capitalismo es el que prioriza la posibilidad de beneficiarse del mutuo intercambio por sobre cualquier hipótesis de conflicto.
Hace un siglo, los marxistas reconocieron la productividad del capitalismo y su preferencia por el feudalismo, al que éste reemplazó, pero predijeron que el mercado empobrecería a los trabajadores y conduciría a una mayor escasez material. Ha ocurrido lo contrario y ahora los izquierdistas atacan al capitalismo mayormente por otras razones: produce demasiado y es un desperdicio, lesiona el medio ambiente, exacerba las divisiones sociales, aísla a las personas de una conciencia espiritual de su comunidad, nación o planeta, entre otros factores.
No obstante, todas las más elevadas, más nobles y menos materialistas aspiraciones de la humanidad descansan en la seguridad material. Incluso aquellos que odian al mercado, ya sea que trabajen en él o no, prosperan con la riqueza que éste genera. Si el amigo de Marx, Engels, no hubiese sido gerente de una fábrica, habría carecido del tiempo libre necesario para ayudar a pergeñar su destructiva filosofía. Todo estudiante de posgrado en ciencias sociales, todo socialista en Cadillac de Hollywood, todo cristiano de izquierdas bienhechor, y todos aquellos para quienes el socialismo en sí mismo es religión, todo artista, académico, filósofo, docente o teólogo anti-mercado vociferan desde encima de una tribuna improvisada producida por el propio sistema capitalista que desprecian. Todo lo que hacemos en nuestras vidas—materialista o de una naturaleza más noble— lo hacemos en la comodidad que ofrece el mercado. Mientras tanto, los más pobres en un sistema capitalista moderno, aún asumiendo las grandes cuotas de estatismo que suele haber en ellos, viven mucho mejor que todas las personas más ricas hace un siglo. Estas bendiciones se deben al capitalismo, y darle rienda suelta aun más es finalmente lo que eliminará la pobreza tal como lla conocemos. Esta fuerza en favor del progreso merece nuestro apoyo audaz. Nos ha dado todo lo que tenemos. Lo menos que podemos hacer es dejarlo en paz.
Durante el último siglo, los más ardientes defensores del capitalismo —la escuela de Mises, Hayek y Rothbard, e incluso los seguidores menos radicalizados de Rand y Friedman— han sido claros respecto de que se refieren a la libertad del individuo en los derechos de propiedad y el intercambio, y casi todo el mundo entiende esto. Los enemigos del capitalismo, en su mayoría, confunden falsamente a la libre empresa con el privilegio consentido por el estado.
Mises dijo que “una sociedad que elige entre el capitalismo y el socialismo no elige entre dos sistemas sociales; elige entre la cooperación social y la desintegración de la sociedad." Hayek creía en “la preservación de lo que se conoce como el sistema capitalista, del sistema de libre mercado y propiedad privada de los medios de producción, como una condición esencial para la propia supervivencia de la humanidad.” Rothbard abrazó el capitalismo de libre mercado como "una red de intercambios libres y voluntarios en la cual los productores trabajan, producen, e intercambian sus productos por los productos de otros a través de precios formados de manera voluntaria." El capitalismo y la libertad van de la mano ya que, como enseñaba Milton Friedman, la libertad y la democracia jamás se encuentran en ausencia de una economía de mercado.
A los estatistas les preocupa que el capitalismo ponga demasiado énfasis en el capital, pero esto en verdad no significa nada. Sólo a través del consumo diferido podemos construir la civilización, mediante la acumulación de bienes. Esta es la esencia del énfasis capitalista. Entonces, ¿por qué no asumir la visión a largo plazo del capitalismo, tanto como un término que merece ser abrazado como un camino para la economía que imaginamos?
Marx y sus seguidores —cuyas ideas, en la medida en que han sido implementadas, han dado lugar a una miseria, hambruna y esclavitud humanas sin precedentes— se posicionan como los adversarios del capitalismo. Los socialistas de todas las tendencias afirman que el verdadero socialismo nunca ha sido probado, y algunos sostienen que los partidarios del mercado están atrapados sin una respuesta mejor que afirmar que el verdadero capitalismo tampoco nunca ha sido intentado. Sin embargo, a diferencia del “verdadero socialismo,” el cual Mises demostró que era imposible a gran escala, el capitalismo simplemente existe allí donde se lo deja sin ser molestado. Es la parte del mercado que es libre. Pero independientemente de cómo lo definamos, en términos de satisfacer las necesidades de las masas y dar sustento a la sociedad, es preferible el capitalismo defectuoso que el socialismo defectuoso en cualquier momento. Hay también capitalismo "subsidiado" y capitalismo de amigos. De hecho, en la Argentina actual no estamos asistiendo a otra cosa que a un capitalismo subsidiado por la espectacular emisión monetaria del gobierno de Cristina Kirchner. El menemismo, por su parte, no fue más que un verdadero capitalismo de amigos.
Sin embargo, hay que destacar que oponerse a ese tipo de capitalismo es parte de la causa capitalista, al igual que oponerse a la religión estatal es parte del principio de la libertad de cultos. Los frutos del capitalismo pueden ser usados para el mal, y son sin duda utilizados de esta manera por el estado. Por ejemplo, la burocracia se alimenta de la producción de las empresas privadas. La experiencia histórica demuestra que el estado se vuelve más rico en términos absolutos con el capitalismo que con cualquier otro sistema. Eso es cierto. Pero esta es meramente una acusación práctica y moral del estado, no del concepto de capitalismo.
Paradójicamente, no es esta faceta negativa del capitalismo lo que lleva a los anticapitalistas a serlo. Para ellos, el problema no es que el estado mantenga toda una burocracia que llega a ser hasta monstruosa: el problema es el espíritu emprendedor sin restricciones. Vale decir, todo pasa por resentimientos y complejos sociales.
Al anticapitalismo se lo define mejor, parafraseando a Mencken, por el temor de que alguien, en algún lugar, se esté haciendo rico. Observando al estado, los anticapitalistas objetan a alguien que hace dinero, y en verdad deberían sentirse avergonzados de que las instituciones del estado de las que son partidarios sólo puedan montar con éxito una maquinaria burocrática aprovechándose del sistema de ganancias. De modo significativo, su objeción no es con la burocracia mantenida por el capitalismo, es con el capitalismo que mantiene a la burocracia.
Algunas palabras son dramáticas y los conceptos que representan también lo son. Kennedy hizo una defensa encendida y valiente de la libertad en aquel lejano 1963. Libertad es una palabra que parece demasiado idealista en un mundo que aún dista mucho de ser perfecto. Pero este ideal, en la medida en que se le permite florecer, señala el camino hacia un futuro de armonía y abundancia. Lo mismo pasa con el capitalismo. No dejemos que sus enemigos estropeen una buena palabra para el más grande sistema económico en la historia de la raza humana.
Esto, señores estatistas, como lo de Kennedy, es motivo de orgullo; no lo de ustedes.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El único bloqueo que hay en Cuba es el de Fidel Castro

La verdad sobre el “bloqueo” de Cuba la expuso de manera inmejorable el secretario de Estado español de Cooperación Internacional Inocencio Arias, durante la III Cumbre Iberoamericana celebrada en Bahía, Brasil, el 16 de julio de 1993: “Cuba no está bloqueada –declaró-. Sólo lo estuvo por unos días en 1962. Sólo está embargada por el país más importante de la Tierra. España, por ejemplo, invierte capitales allí, envía turismo y practica cooperación. Si la isla caribeña estuviera bloqueada no hubiésemos podido hacer llegar, como hicimos hace unos días, cien millones de pesetas en leche en polvo.”
En efecto, con la excepción de unos cuantos días de noviembre de 1962, cuando Kennedy ordenó a la marina norteamericana impedir el desembarco de armas atómicas soviéticas en la isla, Cuba jamás ha estado bloqueada. Salvo con Estados Unidos, ha podido comerciar libremente con todos los países del mundo, cuyos barcos y aviones nunca fueron entorpecidos por nadie para llegar a puertos cubanos a descargar mercaderías. Incluso el embargo norteamericano ha sido muy relativo, ya que los productos de los Estados Unidos, mientras pudo pagarlos, Cuba los obtenía a través de terceros, sobre todo México, Panamá y Canadá sin dificultad. El ex ministro de Hacienda cubano Manuel Sánchez Pérez ha contado cómo pudo obtener en su despacho de La habana, el mismo día en que por una revista se enteró de su existencia, una computadora norteamericana que encargó a través de una firma panameña.
El “bloqueo” es un mito fomentado por un régimen que pretende justificar de esa manera su fracaso. La pobreza crónica de Cuba no puede atribuirse a causas externas, como el mentado “bloqueo norteamericano,” sino al monumental fracaso del modelo económico comunista. La pobreza cubana debe buscarse en un inherente autobloqueo propio de un sistema económico desastroso y no en causas externas. Concretamente, el bloqueo que tiene el pueblo cubano es su paupérrimo nivel de ingresos.
En 1992, el congreso norteamericano aprobó la enmienda Torricelli, precisamente con el objeto de reforzar este embargo extendiendo la prohibición de comerciar con Cuba a las filiales de empresas norteamericanas en el extranjero. Pero aún en el caso de que esta disposición se cumpla –una posibilidad muy teórica- el régimen castrista podría seguir comprando lo que le haga falta en otros países. No lo hace por la simple razón de que no tiene con qué. Después de medio siglo de dictadura castro-comunista, Cuba es un país quebrado. Nadie compra ni vende nada. Nadie tiene un peso partido por la mitad. Así de simple.
Después de medio siglo de absoluto delirio por parte de un cínico senil que se cuenta entre los primeros millonarios del mundo mientras que el pueblo vive en condiciones lamentables e infrahumanas, Cuba ha sido reducida a una sombra de país, con un aparato productivo desintegrado por el dirigismo estatal, la burocracia y la corrupción, sin una sola industria que funcione, salvo la censura y la persecución. Pero esta desintegración de Cuba es aún más lamentable si se tiene en cuenta que el régimen se benefició durante casi tres décadas con subsidios y créditos (se estima entre cinco mil y diez mil millones de dólares cada año) de la Unión Soviética, una ayuda más elevada que la recibida por cualquier otro país del Tercer Mundo.
¿Y en qué se emplearon esos gigantescos recursos? En equipar al aparato militar más poderoso de América después del de Estados Unidos, en entrenar y financiar organizaciones terroristas, en guerras estúpidas e inútiles como las de Angola y Mozambique en la década del '70, en enormes proyectos agroindustriales sin la menor sustentación técnica que nadie se atrevía a objetar, y en mantener los altos niveles de vida de la runfla de obsecuentes que rodean al barbado y bárbaro dictador y lo mantienen en el poder.
Son estas “políticas” sumadas al asfixiante verticalismo y a la persecución sistemática de toda oposición; esto es, de toda forma de libertad individual, lo que han hecho de Cuba lo que es ahora. En eso consiste el verdadero bloqueo. En síntesis, el único bloqueo que hay en Cuba es el de Fidel Castro. Todo lo demás son cuentos chinos.
Lo que Cuba necesita, pues, no es que le permitan comerciar con Estados Unidos -¿con qué lo haría?- sino que Estados Unidos la subvencione y la ayude a salir adelante. Tiene que haber un nuevo Plan Marshall.
Para todos los que estamos convencidos de que toda dictadura –de izquierda o de derecha- es abominable, el mal absoluto de un pueblo, la mejor manera de demostrar solidaridad y compasión por el pueblo que la padece es ayudarlo, por todos los medios posibles, a acabar cuanto antes con ella. Es la manera de ayudar a los disidentes, a los opositores que se juegan la vida combatiéndola.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El 11 de septiembre de 2001, diez años después

El 11 de septiembre de 2001, 19 terroristas de Al Qaeda perpetraron el mayor atentado criminal de la historia. Secuestraron aviones de líneas comerciales que estrellaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono, en Washington. Un cuarto avión cayó en Pennsylvania. El saldo total fue aproximadamente 3.000 personas muertas.
Esta tragedia definió, sin duda, una fractura histórica que marcó el fin de una época. Miles de víctimas inocentes lo caracterizaron.
Los Estados Unidos reaccionaron y definieron una nueva misión: la guerra contra el terrorismo. Ya no se trataba, como antes de la caída del muro de Berlín, de un mundo bipolar enfrentado en los bloques Este-Oeste, sino de un enemigo nuevo y peligroso corporizado en células terroristas caracterizadas por el odio y el fanatismo. Una vez reconvertido el aparato de poder norteamericano de la Guerra Fría, se debía garantizar la conducción de las acciones a través del vector militar.
Así, la invasión a Afganistán, el país gobernado por los talibanes que cobijaba a Al Qaeda y la ocupación de Irak bajo la dictadura de Saddam Hussein constituyeron el núcleo de la guerra contra el terrorismo. En el primer caso, se trató de una respuesta a estos ataques terroristas mientras que en el segundo se puso en práctica una tesis: la democratización de las tierras árabes impediría el resurgimiento de grupos terroristas y la consolidación de regímenes despóticos con posibilidad de acceso a armas nucleares. A partir de ese momento, se prefiguró el presente.
El balance de la guerra contra el terrorismo está a la vista. La guerra en Afganistán se ganó. Los talibanes están afuera del poder y nada parece indicar que sea posible que vuelvan. En Irak, se celebran elecciones democráticas. La organización Al Qaeda está siendo desarticulada. Sus dos principales jefes, Osama Bin Laden y el libio Atiyah Abd Al-Rahman fueron muertos en mayo y en agosto de este año, respectivamente. Otros jefes fueron capturados o también muertos.
En el caso de Al Qaeda, estos golpes recibidos llevaron a la organización terrorista a redireccionar sus operaciones. Ahora sus cuadros están radicados en la frontera afgano-pakistaní y particularmente en el norte de África. Aquí practican tráfico de todo tipo, y secuestros y atentados que tienen por blanco a intereses franceses. La relocalización de esta organización explica el interés del mundo entero en esa región, sobre todo en Libia, Túnez, Marruecos, Argelia y Mauritania. Estas células terroristas existen. Por eso, lejos de ignorarlas, el mundo libre debe concentrarse en poner la máxima presión sobre ellas, pues si se continúa con ese esfuerzo, existen serias posibilidades de incapacitarlas definitivamente como amenaza.
Hay una guerra mundial antiterrorista que comenzó el 11 de septiembre de 2001. Una guerra que debemos ganar. La razón no puede ser más simple. Está en juego la supervivencia de la civilización sobre la barbarie. Y recordemos que la barbarie no tiene códigos ni límites. La barbarie tiene un rostro encapuchado y cobarde. La barbarie no diferencia raza, color, religión ni credo y, en cambio, siembra el odio, el caos y el mal en todas partes.

lunes, 5 de septiembre de 2011

La guerra de la limonada y Walmart

Los puestos de limonada atendidos por niños en calles, parques y plazas son una de las tradiciones más antiguas de los Estados Unidos. Les enseña a los niños sobre la iniciativa, el valor del dinero y cómo ganarlo. Sin embargo, ahora los niños están aprendiendo otra lección: la burocracia manda.
Según informa la revista Forbes, al menos 20 de estos puestos fueron levantados recientemente por la policía “por no tener licencia habilitante.” “Lo sentimos, pero las reglas son las reglas,” es todo lo que dicen los funcionarios intervinientes. Grupos de padres se han organizado a través de las redes sociales para protestar contra estos hechos en lo que se ha dado en llamar “la guerra de la limonada.“ El pasado 20 de agosto, se realizó el Día Nacional de la Limonada con puestos de venta a lo largo y a lo ancho del país. Quienes apoyan las medidas de clausura aducen que estos modestos emprendimientos compiten de manera desleal con las empresas formales. En el caso de los puestos de limonada, una licencia les cuesta entre 180 y 400 dólares al año, dependiendo de la ciudad y el estado; pero eso, naturalmente, no les dejaría ningún margen de ganancia.
Estos puestos son tradicionalmente atendidos por niños en edad escolar con el fin de recaudar fondos para sus escuelas o solventar tratamientos médicos de familiares. Si estos emprendimientos quebrantan realmente alguna regulación, ¿no sería mejor derogar algunas de las tantas regulaciones que interfieren con la economía privada? A mi juicio, esto no es más que una muestra del sin sentido del intervencionismo estatal, en este caso sobre el lado más inocente y optimista del capitalismo: la empresa privada de limonada a diez centavos de dólar el vaso. Para ilustrarlo, nada mejor que la ironía de la revista conservadora Townhall: “Lo que los niños deben comprender es la importancia de aprender y obedecer las regulaciones gubernamentales que prohíben los puestos de limonada.”
Pero estos pequeños emprendimientos no son los únicos que sufren los embates de persecuciones absurdas. Los “grandes” también tienen lo suyo. Una coalición de sindicatos y grupos de presión que se hace llamar “Salarios dignos, Comunidades saludables” ha encarado una férrea oposición a los planes de la archiconocida cadena de hipermercados Walmart de abrir cuatro nuevos locales en Washington. Según la gente de “Salarios dignos…” esta empresa desplaza puestos de trabajo, reduce los salarios y perjudica a las comunidades. Sin embargo, todas las investigaciones demuestran que esas acusaciones son falaces y carentes de fundamento.
El economista Jason Furman afirma que el efecto de Walmart sobre el precio de los alimentos beneficia inmensamente a los hogares más pobres, que tienden a gastar un porcentaje mayor de sus ingresos en alimentos que los hogares más pudientes. Furman se refiere a la compañía como “una historia de éxito progresista.” Por su parte, investigaciones del Instituto Independiente de Oakland, uno de los foros de discusión y análisis independientes más importantes de la costa Oeste de Estados Unidos, demuestran que el efecto de Walmart sobre el empleo minorista es, en el peor de los casos, ambiguo. No es verdad que la empresa destruya necesariamente puestos de trabajo en las comunidades.
En un artículo crítico de las prácticas de la compañía, el historiador y especialista en ética empresarial James Hoopes demanda que se haga “un estudio” sobre el impacto de la operativa de los hipermercados sobre la comunidad.
Nada más sencillo. Ese estudio arrojaría como resultado, sin lugar a dudas, lo que la historia de la humanidad nos demuestra sin excepciones: que la intervención estatal convierte en paupérrimas y decadentes a las comunidades más prósperas, y que el sistema capitalista de libre competencia no tiene competidores si de asegurar el progreso de una comunidad se trata.

jueves, 1 de septiembre de 2011

La historia de un museo

La historia nos demuestra que nadie está exento de la máxima “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.” Un ejemplo es la ciudad de Amsterdam, Holanda, que acredita una tradición reciente de pensamiento y gobierno liberal, pero guarda una historia más oscura de persecución.
Amsterdam fue mayoritariamente católica hasta 1578. Holanda se jactaba entonces de sus monasterios, sus grandes iglesias y sus parroquias. Sin embargo, como otros países de Europa en el siglo XVI, la Reforma de propagó y Amsterdam pasó a ser protestante.
Esto fue en parte una reacción a la Inquisición Española, que comenzó a fines del siglo XV. En un intento por mantener la ortodoxia católica en España, los judíos y musulmanes fueron obligados a convertirse o irse del país. Como en esos tiempos Holanda era una colonia española, miles de holandeses fueron muertos.
El 26 de mayo de 1578, los sacerdotes de Amsterdam, que entonces eran calvinistas, pasaron una resolución llamada la “Alteración” que declaró ilegal las iglesias y órdenes católicas. Los curas católicos fueron expulsados de la ciudad, y los templos católicos fueron puestos a disposición de las iglesias protestantes. Muchas de estas iglesias protestantes pertenecían a la Iglesia Reformada Holandesa, la cual tenía vínculos con Juan Calvino. Las Beguinas, una comunidad de mujeres católicas cuyo objetivo era servir a Dios sin apartarse del mundo terrenal, sufrieron la prohibición de usar sus uniformes distintivos mientras realizaban su función de atender a los enfermos y moribundos en las calles de la ciudad. Su iglesia fue cerrada en 1578. Entonces, fue entregada a los calvinistas ingleses en 1607.
Por años, la iglesia católica persiguió a los protestantes, y ahora actos similares eran cometidos contra católicos. Ministros protestantes fueron diligentes en notificar a las autoridades de la ciudad sobre prácticas católicas que ellos observaban, Sin embargo, no tuvieron éxito en erradicar al catolicismo por completo.
En 1661, Jan Hartman, prominente hombre de negocios de Amsterdam, adquirió tres casas junto al canal Oudezijds Voorburgwal. Hartman convirtió el ático de una de esas casas en una iglesia. Con la anuencia de las autoridades, que muchas veces aran sobornadas, grupos de fieles se reunían en secreto para realizar su culto católico. Entre los concurrentes, se encontraban siempre las hermanas Beguinas.
En la actualidad, esas tres casas constituyen el Museo Amstelkring, el segundo más antiguo de una ciudad que se caracteriza por sus muchos museos. Llamado también “Nuestro Señor en el Ático” por su increíble historia, recibe miles de visitantes cada año. El museo incluye importantes pinturas religiosas, un crucifijo de oro, candelabros, imágenes de santos, y un ostensorio de oro adquirido a un artesano en 1704. También hay artículos de plata, desde incensarios hasta pilas de agua bendita.
La lección más importante que este museo nos enseña es una lección sobre la tolerancia y los derechos individuales de todos, sin importar su religión o creencia. Y que la combinación de iglesia y estado siempre tendió a la intolerancia. Cuando los protestantes ganaron posiciones de poder en Europa, se empecinaron en perseguir a los católicos, a pesar de haber conocido la Inquisición Española. La reina María I de Inglaterra, conocida como María la Sanguinaria, condenó a morir en la hoguera a unos 300 disidentes en su esfuerzo de restituir la autoridad papal, pero cuando los protestantes recuperaron el poder con Isabel I, persiguieron fieramente a los católicos. Aún en la actualidad, a través del mundo, vemos y oímos de cristianos perseguidos por su fe en países como Myanmar, Indonesia e Irán.
Hay un museo en Amsterdam que cobijó a gente que creían en algo más grande que ellos mismos. Al mirar aquellos fieles en ese ático, reconocemos la necesidad de adorar a Dios como deseamos, y que los demás también tienen ese mismo derecho y que debemos ser tolerantes con ellos. Ciertamente, Dios está con todos los hombres que buscan adorarlo en el fondo de su corazón.

Un gran día para la libertad

1989 se recuerda como el año de la caída del muro de Berlín. Aquel 9 de noviembre se anunció oficialmente que los alemanes del Este podrían pasar la frontera, incluyendo el muro, sin necesidad de permisos especiales, a partir de la medianoche. En seguida, se congregaron miles de alemanes de ambos lados del muro y, a la hora señalada, los berlineses del Este, a pie o en automóvil, comenzaron a pasar sin dificultades por los diversos puestos de control. Abundaron las escenas de emoción: abrazos de familiares y amigos que habían estado separados por mucho tiempo, crisis de llanto, rostros que reflejaban incredulidad, brindis, regalos de bienvenida a los visitantes, y se ponían flores en los parabrisas de los automóviles que cruzaban la frontera y en los rifles de los soldados de los puestos de vigilancia. Muchos de los visitantes se dirigieron a los barrios elegantes de Berlín Occidental para celebrar su recién adquirida libertad, mientras que otros prefirieron escalar el muro y, armados de picos y cinceles, comenzaron a hacer realidad su sueño de muchos años, el derrumbamiento del muro de Berlín.
El bloque oriental dominado por los soviéticos sostenía que este muro, levantado el 13 de agosto de 1961 tenía como fin proteger a la población de “elementos fascistas” que conspiraban en contra de la “voluntad popular” de construir un estado socialista en Alemania del Este. No obstante, la verdadera finalidad era prevenir la emigración masiva, especialmente de artistas y profesionales calificados, que marcó a Alemania del Este y todo el bloque comunista luego de la Segunda Guerra Mundial. El muro se extendía a lo largo de 45 kilómetros que dividían la ciudad de Berlín en dos, y 115 kilómetros que separaban la parte occidental de la ciudad del territorio de la República Democrática Alemana. Había nueve cruces fronterizos a través del muro que permitían el paso de los visitantes provenientes de Berlín Occidental y del personal militar. El más famoso fue el conocido como Checkpoint Charlie, destinado al paso del personal militar y extranjeros. El número exacto de personas que perdieron la vida en el intento de superar la implacable vigilancia de los guardias de la RDA cuando se dirigían al sector occidental no se conoce con exactitud y está sujeto a disputas. La fiscalía general de Berlín reporta que el saldo total es 270 personas. Además, unas 3.000 personas fueron detenidas. Durante toda su existencia, se contabilizaron un total de aproximadamente 5.000 fugas al sector occidental.
La caída del muro de Berlín es un acontecimiento histórico que no ocurrió espontáneamente, sino que tiene sus orígenes en innumerables hechos de la vida política alemana, así como de la política internacional. John Kennedy, que desde un primer momento se había manifestado en contra, repudió aquella nefasta frontera en la misma Berlín en junio de 1963 con su inmortal “Ich bin ein Berliner.” Por su parte, el 12 de junio de 1987, Ronald Reagan desafió públicamente al líder soviético Mijail Gorbachov frente a las puertas de Brandenburgo con un tajante “Secretario General Gorbachov, derribe este muro.”
Pero el primer eslabón de una serie de eventos tuvo lugar en agosto de 1989, cuando Hungría decide abrir su frontera con Austria. Para fines de setiembre, más de 13.000 “turistas” de Alemania Oriental, habían escapado a Austria a través de Hungría. Aquel fue el primer acto de apertura al mundo occidental. La respuesta del gobierno de Berlín, entonces, fue prohibir el paso a Hungría, pero eso sólo sirvió para que los alemanes que intentaban escapar se refugiaran en la embajada de Alemania Occidental en Checoslovaquia.
Para octubre de 1989, se veía que la revolución en Alemania Oriental era inevitable. Comenzó con las marchas a favor de la libertad en Leipzig. El 9 de octubre, el jefe del partido comunista, Erich Honecker, ordenó reprimir las manifestaciones, pero Egon Krenz, jefe de seguridad, lo convenció de que retirara la orden. Nada impidió que continuaran las manifestaciones, ahora por toda Alemania Oriental. Gorbachov fue una pieza clave para evitar el derramamiento de sangre. En su visita a Berlín el 7 de octubre, advirtió a los dirigentes que no contarían con el apoyo soviético si recurrían a la fuerza para evitar las manifestaciones. Once días después, Honecker fue despojado de todos sus cargos y lo sustituyó Egon Krenz.
El 27 de octubre, Krenz promulgó una amnistía para los refugiados invitándolos a regresar al país. Sin embargo, el 3 de noviembre, la RDA autorizó a sus ciudadanos a viajar nuevamente a Checoslovaquia, lo que fue aprovechado por varios miles de personas para refugiarse en la embajada de Alemania Occidental en Praga. El 7 de noviembre, ante los éxodos masivos y las constantes manifestaciones, renuncia todo el consejo de ministros, el organismo que regía los destinos de la RDA. Dos días después, la frontera que separaba a las dos Alemanias, al igual que el muro de Berlín, pierden todo su significado. Ya no era necesario pasar a través de otros países como Checoslovaquia o Hungría.
El resto de la historia se dio por añadidura. Muy pronto, las topadoras derribarían aquella abominación que dividió una ciudad, un país y un mundo. Finalmente, el 3 de octubre de 1990, las dos Alemanias se reunifican en la actual República Federal de Alemania.
La noche del 9 de noviembre, mientras los berlineses llevaban a cabo la “destrucción” del muro con todos los medios a su disposición (picos, martillos, etc.) el célebre violoncelista ruso Mstislav Rostropovich, que había tenido que exiliarse en Occidente, fue a tocar al pie del muro junto a las personas que lo demolían. Esta anécdota fue considerada muy significativa.
Durante el proceso de demolición del muro, el artista alemán Bodo Sperling propuso preservar un trozo del mismo con el fin de crear una galería de arte urbano al aire libre. Varias asociaciones de artistas apoyaron la idea y, finalmente, fue creada la East Side Gallery sobre una sección de aproximadamente 1.300 metros del muro. Más de 100 artistas de diversos países fueron invitados a pintar murales en homenaje a la libertad. Este resto del muro original se ha convertido en la galería de arte al aire libre más extensa del mundo. Nikita Kruschev nunca imaginó, sin duda, que tendría ese destino.
Como tampoco imaginó que el 21 de julio de 1990, Roger Waters realizaría el concierto The Wall Live en Potsdamer Platz, con la participación de Scorpions, Van Morrison, Marianne Faithfull, The Band, Cindy Lauper y otros, con el fin de apoyar a la fundación Memorial Fund for Disaster Relief creada para paliar los impactos de guerras o desastres naturales.
El libre albedrío es una condición irrenunciable del ser humano. Cuando un sistema político recurre a la opresión, la persecución o la coerción, estamos asistiendo a acciones aberrantes pues se refieren a la dominación de otros. Ningún país o sistema político tiene legitimidad alguna en imponer sus creencias o ideologías en maneras que violan el derecho de otras personas a elegir libremente. La libertad es el bien supremo del hombre, y no debe ser restringida. El muro de Berlín significó el imperio del totalitarismo, su pleno ejercicio y que cuando ello tiene lugar, la libertad individual se desvanece. Su memoria debería servir para ayudarnos a tomar conciencia de lo que significa cuando un hombre intenta imponer por la fuerza o el terror su ideología a otro hombre.
Esta es la historia de la caída del muro de Berlín. Un gran día para la libertad. No podía faltar en mi blog porque, en definitiva, la única historia que importa es la historia de la libertad.

jueves, 11 de agosto de 2011

El principio constitucional de la división de poderes

La separación o división de poderes es una ordenación y distribución de las funciones del estado en la cual la titularidad de cada una de ellas es confiada a un organismo público distinto. Es el principio en el que se basan todos los sistemas de gobierno actuales y, en la práctica, es el régimen que más se acerca a las instancias de la democracia “directa” utilizada en la ciudad-estado de Atenas, en la antigua Grecia.
La división de poderes se basa en la existencia de tres poderes que se justifican por necesidades funcionales y de mutuo control. Se concibe que, gracias a esta división, se protegen mejor las libertades individuales. Aristóteles, en la consideración de las diversas actividades que se tienen que desarrollar en el ejercicio del gobierno, hablaba de legislación, administración y ejecución de la justicia.
Quienes aparecen como formuladores de la teoría contemporánea de la división de poderes son Locke y Montesquieu. Ambos parten de la premisa de que las decisiones no deben concentrarse en una estructura única de poder, sino que este poder debe estar disperso en diversas estructuras que se controlan recíprocamente por medio de un sistema de contrapesos y equilibrios que en la tradición anglosajona se conoce como “checks and balances.” La primera división que efectúan es separar el poder entre el mando del monarca y las demás corporaciones: ellas son los poderes ejecutivo, legislativo y federativo; aunque Montesquieu sustituye el último término, que Locke vincula con las relaciones exteriores, por la denominación adoptada en última instancia: judicial. En su obra “El espíritu de las leyes,” Montesquieu define al poder a la vez como función y como órgano.
La división de poderes es el objeto principal de los principios constitucionalistas liberales. Este constitucionalismo encuentra así un modelo institucional opuesto al absolutista. Además, esta fragmentación incluye la organización del poder legislativo en el característico congreso bicameral. Sin olvidar, por supuesto, la independencia de la justicia. Todo esto, junto con la existencia de los derechos individuales, pasa a ser un requisito imprescindible para evitar cualquier arbitrariedad del poder público y, por lo tanto, lograr garantías para la autonomía individual de la acción.
Los dos ejemplos más significativos del principio de separación de poderes son las constituciones norteamericana y francesa. En ambos casos, el poder legislativo gozó en principio de primacía sobre el resto de los poderes y se dotó de rigurosa independencia al poder judicial. Posteriormente, se asiste a un desplazamiento del protagonismo hacia el área ejecutiva como consecuencia primordial de la expansión de las diversas tareas y funciones del estado y la evidencia de que sólo el gobierno y la administración son capaces de absorberlas. En Francia, la limitación de la acción del poder ejecutivo, al tener que observar el principio de legalidad, suponía que el parlamento podía controlar el gobierno emanado del rey. En Estados Unidos, por el contrario, el propio jefe de estado es elegido por el pueblo y la tarea, entonces, es la distribución de responsabilidades. En este sistema, el congreso tiene la facultad excepcional de destituir al presidente, y éste de vetar ciertas leyes.
La constitución argentina fue, en principio, una versión “hispánica” de la constitución estadounidense. En ella, el término de gobierno presidencial era de seis años con una sola reelección alterna. La idea era efectuar los llamados “juicios de residencia” para los que eran necesarios contar con un período de intervalo. Sin embargo, con la reforma constitucional del llamado Pacto de Olivos de 1994, se redujo el período presidencial a cuatro años con una sola reelección.

jueves, 4 de agosto de 2011

El drama de los refugiados cubanos

En mi entrada anterior, toqué el tema de Elián González, el pequeño refugiado cubano que acaparó la atención mundial en su momento. En este artículo, quiero analizar en profundidad este fenómeno, el de los refugiados o “balseros” cubanos, un fenómeno que –extrañamente- tiende a ser tomado por la opinión pública con una ligereza que sorprende y que llega hasta asustar.
Se habla de los “balseros” como si fuera un juego del Parque de la Costa y no como lo que es realmente: una tragedia humana de dimensiones inconmensurables. El mismo nombre es engañoso. La imagen que nos evoca un “balsero” es un “aventurero” o un “explorador” navegando feliz y despreocupado en una simple embarcación: una imagen totalmente inocente.
Lo que los cubanos están protagonizando en forma ininterrumpida desde hace medio siglo es la penosa salida de una dictadura delirante ejecutada por un déspota senil que se niega a conceder a sus súbditos la más mínima y elemental de las libertades: irse del país a quienes no comparten sus ideas.
Una vez que Fidel Castro se hubo consolidado en el poder en Cuba, algunos pudieron salir al principio, en aquellos primeros días. Otros, después, con más dificultades. Luego fue mucho más difícil. Con la anuencia soviética, la cortina de hierro comenzó a cerrarse herméticamente sobre la patria de Martí. Irse era ya muy arriesgado. Había que escaparse en botes precarios navegando en mares repletos de tiburones, o colgados de los trenes de aterrizaje de los aviones, porque la desesperación de los cubanos es tan grande que, a pesar de todo, se iban de Cuba. Y se siguen yendo, por supuesto.
Claro que nada es fácil. Una familia que desea escapar se somete a todos los riesgos, a todos los miedos. Con ayuda de los compañeros de viaje, se procura la embarcación: un bote, una balsa hecha a mano, hasta arrancan el tejado de madera de una casa para usarlo como balsa. No hay opción. Todo es bueno. Todo sirve. Unos afortunados han conseguido una lancha a motor. Alguien trae los bidones de combustible. Ya están listos para partir. No hay un minuto que perder. Pero algo salió mal: uno de los miembros de la familia, el hijo adolescente, no llegó a reunirse con el grupo a la hora señalada. Nadie sabe qué le pasó. ¿Fue detenido? ¿Alguien lo delató? Y el dilema es esperarlo –y arriesgarse a ser descubiertos- o partir inmediatamente de acuerdo al plan. Pasan unos pocos minutos que parecen horas. El resto del grupo empieza a presionar a los padres: tenemos que irnos, no podemos perder más tiempo, ustedes pueden quedarse si quieren, nosotros ya nos vamos. Y se van todos. Porque es tan grande la desesperación, el sistema comunista los asfixia de tal manera que se van de todos modos, así queden despedazados sus corazones al igual que los núcleos familiares.
Este éxodo incesante a través de medio siglo debiera decirle algo al mundo entero, pero no, por cierto, la explicación que una vez dio el periódico Granma, que dijo que las personas que desean abandonar la isla eran “delincuentes, lumpens, antisociales, vagos y parásitos” y “homosexuales, aficionados al juego y a las drogas que no encuentran en Cuba fácil oportunidad para sus vicios.”
La explicación, definitivamente, son estas declaraciones que un ingeniero cubano residente en Key West, Florida, efectuara hace algunos años ante las cámaras de televisión: “Cubanos que son simples operarios tienen en este país mucho más de lo que los profesionales podemos tener en Cuba. Entonces, abramos los ojos, no es el capitalismo el que explota al hombre; es el comunismo, que nos pone a todos al servicio de una reducida oligarquía: los funcionarios del partido, empezando por Fidel. Ellos son los únicos que pueden defender el comunismo, porque son los únicos que sacan partido de él.”
Cada tanto, vemos por televisión multitudinarias manifestaciones en las que millones de cubanos se congregan junto a Fidel Castro brindándole su adhesión. Uno no puede menos que preguntarse, ¿van a la plaza porque están realmente de acuerdo con el gobierno o porque se controla la asistencia, amenazando con retirar la tarjeta de racionamiento a los ausentes?
El ser humano progresa cuando puede ejercer plenamente sus facultades creativas y cuando tiene derecho a la propiedad de lo que ha producido o recibido en compensación por su trabajo. El drama de los refugiados cubanos representa a gentes que creen en algo más grande que ellos mismos, y lo creen tanto que están dispuestos a arriesgar la vida navegando en botes, balsas, lanchas y literalmente cualquier cosa que flote, como un tejado de madera. Reclaman para sus vidas eso que en Cuba les está vedado: la oportunidad de progresar. Por eso, Granma se equivocó en su enfoque sobre el tipo de “oportunidad” que hay en Cuba. Oportunidades para el vicio hay de sobra. La prueba está en que Fidel Castro todavía vive ahí.

lunes, 1 de agosto de 2011

La libertad y la felicidad

Son las 4 de la mañana del 22 de noviembre de 1999 en Cárdenas, una localidad de la costa norte de Cuba. A bordo de una lancha de aluminio impulsada por un motor precario y defectuoso, un grupo de 14 refugiados emprende la travesía que los llevaría a las costas de la Florida, Estados Unidos. No logrará su cometido. Durante el trayecto, esa lancha es sorprendida por una tormenta y 11 de sus ocupantes mueren ahogados. Los 3 sobrevivientes, dos hombres y un niño que aún no había cumplido seis años, se aferran a un neumático como única posibilidad de salvación. Durante dos días, a merced de las olas y bajo el ardiente sol tropical, quedan librados a su propia suerte hasta que el 25, el día de Acción de Gracias, son avistados por unos pescadores unas millas al este de Fort Lauderdale. Los sobrevivientes son rescatados por estos pescadores y el niño, Elián González, es inmediatamente puesto a disposición del Servicio de Guarda Costas de los Estados Unidos.
La comunidad cubano-estadounidense estaba conmovida. Algunos comparaban al pequeño Elián con Moisés y otros con Jesús. Una residente de Miami declaró al Washington Post, “Elián es una señal de Dios diciéndole a la comunidad exiliada: ‘No los he olvidado.’” Cualquier cosa que pudiera pasar después, agregaba, estaba “en las manos de Dios.”
El asunto se politizó enseguida. En Cuba, la batalla por el regreso del niño fue transformada en prioridad de estado. Las siempre tensas relaciones con Washington temblaron de nuevo y Fidel Castro en persona encabezó una campaña patriótica sin precedentes desde los días de la revolución. Millones de cubanos fueron movilizados en torno a la nueva causa nacionalista. En Estados Unidos, los grupos del exilio lo convirtieron en una divisa anticastrista y batallaron sin tregua ante los tribunales para que el niño se quedase en Miami con unos familiares que ya estaban radicados allí. Puesto que la madre de Elián, que lo acompañaba en la lancha, había muerto en el naufragio, la maraña judicial sólo podía hacerse más compleja. Hubo manifestaciones frente a la casa donde Elián vivía con sus familiares, y eso fue convertido en un circo mediático de alcance internacional.
Finalmente, agentes del FBI sacaron por la fuerza a Elián de la casa de sus familiares en Miami. Juan Miguel, su padre biológico, que lo reclamaba desde Cuba, había ganado la batalla judicial y el niño fue enviado de regreso a su país natal a vivir con él.
Hubo pirotecnia de opiniones desde la izquierda hasta la derecha. Y vale la pena tratar de entender el mensaje que encierra, a nivel moral e intelectual, el drama de un pequeño de cinco años solo en el mundo flotando en un neumático en pleno océano al rayo del sol.
La revista Newsweek, reconocida como “liberal” (en el sentido norteamericano) nos da una pista para entender esto. En aquella ocasión, publicó lo siguiente: “Ser un niño pobre en Cuba puede, en muchas instancias, ser mejor que ser un niño pobre en Miami. Cuba es una sociedad más pacífica que atesora más a sus niños.” Por su parte, un noticiero de la televisión cubana reproducido luego por la cadena CBS reportaba a un cubano que declaraba: “Pienso que los niños en Estados Unidos no pueden tener una vida similar a la que tienen en Cuba, porque hemos estado viendo por televisión, por ejemplo, que ha habido muchos tiroteos hasta en las escuelas. Así que yo pienso que la educación aquí en Cuba es buena.”
Es en este punto en que los intelectuales progresistas reivindican la sociedad cubana como libre contrastándola con los países latinoamericanos sometidos al peso de las ignominias sociales. ¿Acaso queremos tiroteos en las escuelas? No hay tiroteos en las escuelas cubanas. ¿Acaso queremos el analfabetismo? En Cuba ha sido definitivamente erradicado. ¿Acaso queremos deficiencias en la atención médica? En Cuba, la salud pública cubre todo el país y alcanza a toda la población. ¡Aquella es la verdadera libertad!
Yo voy a disentir.
La libertad no significa caminar únicamente por campos “felices.” Esto resulta particularmente duro de aceptar y entender porque va en contra de un ideal en el que cualquiera de nosotros, de izquierda o de derecha, creería: la libertad y la felicidad van juntas, son las dos caras de la misma moneda. Pero no lo son. Quiero decir, no siempre. La libertad y la felicidad pueden darse juntas; pero también, separarse y tomar rumbos diferentes, a veces hasta diametralmente opuestos, y esto coloca al hombre en la disyuntiva de elegir. Es cierto que Cuba ha dado pasos muy importantes en erradicar el analfabetismo, difundir los deportes, y poner la medicina, los libros y las artes al alcance de todos, pero también es cierto que ha montado una estructura de poder omnímodo y sofocante. En ese sentido, Cuba ha optado por la “felicidad” de su pueblo. La antítesis es que se ha apartado del principio de la libertad.
En esa estructura de poder, la posibilidad de elegir está reducida a cero. Quien quiere eligir algo distinto de lo que el sistema ha programado para él (leer los libros que quieran, decir sin miedo lo que piensan, estar o no de acuerdo con el gobierno, repetir o no sus consignas, reunirse libremente, peticionar a las autoridades, votar por el partido que deseen, entrar y salir libremente del país, usar y disponer de la propiedad privada) es un traidor, un enemigo de la revolución que no quiere aceptar la “vida feliz” que se le impone. ¿Cómo no estar de acuerdo con un gobierno que nos enseña a leer y escribir, nos da salud, trabajo y educación, y nos redime de los males sociales que pesan sobre los otros países de América?
El hecho de que en las otras sociedades haya muchas más opciones para elegir –es decir, de pensar distinto a los demás, de cambiar de trabajo o domicilio, de disentir o aun de combatir el sistema- no significa que la felicidad esté garantizada. En la práctica no es así, obviamente, pues ello depende en última instancia de las posibilidades reales de cada individuo (educación, aptitudes, entorno familiar, etc.). Pero eso las hace, al menos potencialmente, más próximas de aquella utopía en la que el ser humano será libre… y feliz. En estas sociedades, el poder no está concentrado en una sola estructura sino dispersado en varias que compiten entre sí y recíprocamente se neutralizan. Esa dispersión es la que garantiza un margen –mayor o menor- de autonomía a los individuos y, al mismo tiempo, es una fuente de conflictos a todo nivel. En Miami hay tiroteos y libertad. En Cuba, ninguno de los dos. Queda en la conciencia de cada uno de nosotros determinar cuál de las dos alternativas representa el mal menor.
De lo expuesto, no debe inferirse que debamos resignarnos a convivir con la violencia y las injusticias sociales que azotan nuestras sociedades. Tenemos que ponernos de acuerdo en la manera en que vamos a enfrentar estos problemas tan serios. Juan Bautista Alberdi decía que las soluciones a los problemas de la libertad surgían de la misma libertad. Nada más lejos de eso que el régimen cubano.
Y en definitiva, el infierno cotidiano de escasez, racionamiento, censura, vigilancia, persecución, encarcelamientos y fusilamientos que ese gobierno está causando a sus súbditos desde hace 52 años, nos hace dudar mucho que nadie –mejor dicho, nadie que no sea un cínico- pueda hablar honestamente de algo que remotamente se parezca a la felicidad en ese país. ¿Dónde atesoran más a los niños? ¿En qué instancias ser pobre en Cuba puede ser mejor que ser pobre en Miami?
La respuesta está en una pobre lancha de aluminio en la que 14 alfabetizados cubanos apelotonados como sardinas, moviéndose a las 4 de la mañana como ladrones para no ser descubiertos, escapan horrorizados de un feliz paraíso socialista en busca de un país donde no saben si encontrarán felicidad, pero sí saben que encontrarán libertad.