lunes, 28 de febrero de 2011

Entre la izquierda y la derecha está el centro

Cuando la crisis económica hace mella en un país, invariablemente se produce, como en un insensato juego de desorden bipolar, una desconexión entre los sectores políticos de izquierda y los de derecha. Mientras los primeros intentan a toda costa expandir el estado, los segundos tienden a dedicarse a cruzadas morales antes que curar la salud fiscal de la afectada nación. Recortar prestaciones y limitar los excesos de la negociación colectiva de la burocracia estatal, que suelen ser astronómicos, debe ser el camino por donde encaminar el verdadero debate. La sociedad se centraría así en lo que importa.
Lo que un estadista debe hacer es tratar de equilibrar el presupuesto. Gran parte del mismo mantiene habitualmente a empleados públicos excepcionalmente sindicalizados y altamente remunerados en comparación con los del sector privado. Pero lamentablemente, ante cualquier caos financiero en que se pueda incurrir, es muy difícil encontrar un presidente, ministro o estadista alguno que tengan las agallas de encarar frontalmente el problema, y esto implica oponerse a sindicatos, grupos económicos concentrados, y otros factores e intereses que intentarán denodadamente entorpecer esa tarea. Cualquiera que aborde con decisión los desequilibrios financieros generará reacciones airadas. El solo hecho de hablar del tema las provoca.
En los Estados Unidos, por ejemplo, el hecho de que los empleados públicos y los programas gubernamentales carguen con el peso de la prudencia fiscal cuando los masivos rescates financieros han salvado a bancos irresponsables y las ganancias netas de los ejecutivos alcanzan nuevamente niveles astronómicos, está causando un innegable malestar. En realidad, no es un rescate de bancos sino de personas. Los que han sido irresponsables en el desempeño de sus funciones no fueron los bancos: han sido las personas que estaban, precisamente, a cargo de esos bancos.
Dejar caer las instituciones financieras, sin embargo, no sería la solución. La consecuencia de ello sería la desfinanciación de las pensiones sindicales. En cuanto a la remuneración de los ejecutivos, no puede asumirse verdaderamente que haya una relación entre las bonificaciones salariales del sector privado y los déficits del estado.
Y los frentes de batalla se van definiendo. Mientras los “progresistas" se obstinan en la intervención estatal y en aumentar el gasto público, los “conservadores” insisten con los recortes de gastos. De hecho, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, actualmente en control de los republicanos, acaba de aprobar un audaz recorte del presupuesto federal de 61 mil millones de dólares para el presente año.
Estados Unidos ha venido acumulando déficits monstruosos. Siguiendo teorías keynesianas, la Reserva Federal ha estado imprimiendo dólares por toneladas. Las consecuencias de ello son, por ahora, muy difíciles de dilucidar, pero lo importante es que prevalezcan las fuerzas de la razón. En tiempos de crisis, es necesario apartarse de los dogmas políticos y encarar las soluciones que han de llevar alivio y bienestar al pueblo. Se trata de lograr, entre todos los actores políticos, el consenso en aras del bien común. Entre la izquierda y la derecha está el centro, un lugar lejos de los extremos y cerca de las soluciones.

jueves, 24 de febrero de 2011

Gira de Obama por América Latina

La anunciada gira de Barack Obama por Brasil, Chile y El Salvador que tendrá lugar en marzo de este año, será una oportunidad para reforzar las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, especialmente encaminar las relaciones económicas con la región y contrarrestar la presencia comercial de China en el hemisferio. “No quiero exagerar sobre este punto, no es que Estados Unidos esté buscando hacer un contrapeso, pero hay una sensación de que China extendió sus relaciones económicas con los países latinoamericanos y se afianza como el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú, y creo que Estados Unidos quiere recuperar de alguna manera el terreno perdido,” consideró Michael Shifter, presidente de Inter-American Dialogue, un centro de análisis en Washington.
En este contexto, la decisión de Obama de visitar Brasil, Chile y El Salvador en su primera gira por América Latina desde que asumió la presidencia es “muy lógica y razonable,” agregó Shifter.
De los tres países a visitar, ninguno puede interesarle a Obama tanto como Brasil, que representa el 40 por ciento del total del PBI de América Latina.
En El Salvador, un presidente de centro-izquierda, Mauricio Funes, ha desbaratado con valor el empeño de su propia coalición –una coalición marxista- en empujar al país hacia el discurso tercermundista y el mandatario norteamericano será recibido en San Salvador con todos los honores del caso. En cuanto a Chile, cuyo desempeño económico es notable, sus relaciones con el país del norte han sido tradicionalmente cordiales y eso es algo que el actual presidente, Sebastián Piñera, obviamente desea mantener.
Volviendo a Brasil, uno de los temas centrales de la agenda de Obama desde que asumió el poder en enero de 2009, ha sido formar una alianza estratégica entre ambos países. La idea era que Brasil asumiera el liderazgo político, cultural y económico del sur del hemisferio. Pero Lula decidió emplear todas las oportunidades para hostigar a los Estados Unidos. Su creencia de que la manera de mejorar la imagen de su país era enfrentar a los yankis y abrazar a sus enemigos, sobre todo Irán, le hizo perder influencia en todos los círculos serios del planeta. Brasil perdió la ocasión de ser una fuerza modernizadora más allá de sus fronteras.
Hay quienes afirman que el sentimiento antinorteamericano en Brasil se remonta a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos incumplió su promesa de otorgar a los brasileros un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU en recompensa por su apoyo contra los nazis. Varios otros factores han contribuido a la relación tensa. Entre ellos, el legado nacionalista del brasileño Getulio Vargas, el apoyo de Washington al golpe militar de 1964, las políticas de la dictadura militar producto de ese golpe, el programa nuclear brasileño de los años ’70, y la mentalidad de muchos políticos brasileños que consideran que el progreso de su país sólo es posible poniéndose en contra de los Estados Unidos.
Es demasiado pronto para decir si Dilma Rousseff acabará o no con esta retórica tercermundista, pero está en condiciones de hacerlo. De hecho, tras asumir el poder en enero, indicó que se alejaría de los excesos de Lula, no sólo en política interna –por ejemplo, ocupándose de la carga fiscal y las altas tasas de interés- sino también en política exterior. La visita de Obama abre muchas expectativas.
El gran ausente de esta gira es la Argentina. Esto se debe a que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner sigue empecinada en aferrarse a la retórica setentista y tercermundista de cuando ella estudiaba en la universidad. En su afán de presentarse a sus correligionarios como dirigente progresista y revolucionaria, le está haciendo perder al país una oportunidad única de afianzar relaciones muy positivas y de fundamental importancia para cualquier nación que se precie de moderna. Al cerrarle la puerta en la cara al presidente de los Estados Unidos, lo único que consigue es ponernos en ridículo ante el mundo. Los intelectuales de café de la calle Corrientes, de parabienes.

lunes, 21 de febrero de 2011

El noble gesto de la solidaridad

El 22 de enero de 1949, un avión argentino con ropa de invierno y zapatos aterrizó en Washington enviado por Eva Perón para 600 niños de los barrios negros más pobres de la capital de los Estados Unidos. El gesto fue recibido con perplejidad, ya que no se sabía que intenciones escondía el gobierno peronista, a la sazón duramente enfrentado con el país del norte. El hecho de que el envío llegara justo dos días después de la inauguración del presidente Harry S. Truman sorprendió mucho a las altas esferas. La embajada argentina tuvo que salir a aclarar que se trataba de una simple coincidencia sin intenciones ocultas. El hecho acaparó la atención de los medios. Las revistas Newsweek y Time se ocuparon detalladamente del caso, que desnudaba el problema de la pobreza en los barrios marginales de la capital del país que acababa de ganar la Segunda Guerra Mundial. La donación, que había llegado en nombre de la Fundación de Ayuda Social, fue recibida por el reverendo Ralph Faywatters, director de la Children’s Aid Society, una entidad caritativa que asistía a los niños pobres de Washington.
“Sirva de ejemplo este acto y esta ayuda, que hacemos con todo el respeto y todo el cariño por el gran pueblo de los Estados Unidos y humildemente le hacemos llegar nuestro granito de arena de ayuda,” dijo Eva Perón. Las palabras simples, humanas, que acompañaron su gesto ilustran, precisamente, el noble gesto de la solidaridad: 600 niños pobres se veían beneficiados.
Eva Perón se fue muy pronto de este mundo. ¿Qué habría pensado, qué habría dicho si hubiera vivido para ver los ataques terroristas a las Torres Gemelas, el 11 de setiembre de 2001? Probablemente, se habría expresado así: “El 11 de setiembre, el mundo se despertó con un ataque de pesadilla. Observamos el colapso de las Torres Gemelas ante nuestros ojos y, en ese momento, fue evidente que el mundo había pasado a ser parte de una guerra nueva y peligrosa. Queremos expresar nuestro más enérgico repudio a este acto salvaje y criminal y, a la vez, dejar asegurado que lo hacemos con todo el respeto y todo el cariño por el gran pueblo de los Estados Unidos y humildemente le hacemos llegar nuestro apoyo.”
Eso sería congruente con lo que dijo en aquel lejano 1949. ¿Por qué iba pensar de otra manera? ¿Por qué cualquier hombre decente y de corazón bien puesto, como decía Esteban Echeverría, iba a pensar de otra manera? La solidaridad, como el amor, no distingue países ni fronteras. En cambio, alcanza a todos los hombres en todas partes.

sábado, 19 de febrero de 2011

Socialismo con sotana

En 1959, el Papa Juan XXIII convoca el Concilio Vaticano II. Su misión, de alguna manera, era poner a la Iglesia al día y devolver al cristianismo una cierta unidad quebrada a lo largo de los siglos. Hasta aquí, ningún problema. Si alguien hubiera podido saber en qué iba a devenir el asunto, seguro que se hacían todos Hare Krishna.
Uno de los objetivos declarados era adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de los nuevos tiempos; ello implicaba comprometerse con los temas sociales (pobreza, falta de educación, etc.) que azotan a los pueblos. Así, se refutaba el extemporáneo argumento según el cual la Iglesia no debía involucrarse en política. La Iglesia tiene todo el derecho del mundo de dedicarse a la política, como lo tiene cualquier individuo, organización o institución. Lo que yo, como liberal de pura cepa que soy, no iba a estar de acuerdo es que el camino elegido para tan noble fin iba a ser el socialismo y la lucha armada.
Vamos por partes: la noción de que la lucha contra la pobreza debe tener un signo marxista es una noción fundamentalista porque confiere a este marxismo el cariz excluyente e iluminado de vía a la redención. En el caso de la teología de la liberación, término que acuñó el cura peruano Gustavo Gutiérrez, la Iglesia debía bajar de su elitismo y poner los pies sobre la realidad mundana. Pero lo debía hacer con un evangelio rojo en la mano (en la mano izquierda).  Había que predicar las buenas nuevas marxistas y hegelianas, pero era pecado venial mencionar a Adam Smith.
Gutiérrez habla de “una transformación profunda del sistema de propiedad” con el fin de lograr “una sociedad distinta, una sociedad socialista.”
Dios ama por igual a todos sus hijos, sean o no propietarios. ¿Cómo se puede, entonces, juzgar a los hombres en virtud de su propiedad, a menos que lo que verdaderamente se esté persiguiendo no sea otra cosa que intereses políticos? La teología de la liberación sitúa así la noción de justicia exactamente donde la sitúa el comunismo: en la lucha de clases y la abolición de la propiedad privada.
Usar así a la Iglesia como vehículo de propagación revolucionaria fue una estrategia fundamental para las guerrillas latinoamericanas a partir de la década del sesenta. La labor fue lenta, paciente, y estuvo apoyada por curas extranjeros, entre ellos españoles como el sacerdote Ignacio Ellacuría, que acudían a los países en que había focos revolucionarios. Esto se dio muy especialmente en Guatemala, Nicaragua y El Salvador. En este último país, Ellacuría sería asesinado por un comando paramilitar.
Los innegables escenarios de pobreza, violencia y desesperación coincidían con los designios políticos del comunismo. Eran su caldo de cultivo. La táctica fue siempre la misma: denuncia de la falsa democracia y del aparato militar (lo que en países donde la brutalidad castrense ha sido el pan de cada día tenía un evidente atractivo popular) y condena del hambre –todo lo cual sin mencionar los estragos de las guerrillas y los despojos y miserias de que eran víctimas los campesinos y trabajadores de los “territorios liberados.” La prédica ideológica iba acompañada de la evangélica y estaba dirigida a un sector con poca educación y muchas ansias de consolación y de fe, al que los términos ideológicos y los sofismas evangélico/políticos seducían. La pasividad y el conformismo de la jerarquía eclesiástica, que no oponía resistencia efectiva a los curas de la liberación, fueron los grandes aliados de estos últimos, agrupados bajo el rótulo mesiánico de “Iglesia popular.” La influencia de la teología de la liberación llevó a muchos jóvenes a la violencia, estimuló esa violencia y confirió legitimidad moral a terroristas y asesinos que se escudaban detrás de las causas de la justicia social y la liberación de los pobres. La teología de la liberación no produjo ni teología ni liberación. En cambio, causó mucha tragedia. Si alguien hubiera formulado una “teología de la economía de mercado,” tal vez no se habría favorecido la teología, pero en todo caso se habría incentivado la economía de mercado. Y eso iba a ser un importante paso adelante.
La perfecta síntesis de marxismo y cristianismo representada por el padre Ellacuría, el obispo Samuel Ruiz y el poeta Ernesto Cardenal, entre otros, pretendía revitalizar y modernizar la Iglesia. Lo que ha conseguido fue llevarla al descrédito. O, por lo menos, si no se quiere aceptar que la Iglesia fue desacreditada por eso, lo cierto es que no le dio ningún aporte positivo. No tuvo ningún avance. En el caso de la Iglesia, la pérdida de popularidad y respeto institucional dejó indudablemente un gran vacío que fue ocupado por otras instituciones que sí tuvieron avances: las iglesias protestantes.
Cuánto han contribuido a esto los supuestos salvadores de la Iglesia católica, los teólogos de la liberación, es algo que está por estudiarse. Pero la contribución de todos ellos, en mayor o menor proporción, ha sido sin duda considerable. Del simple y honesto planteamiento de la modernización se han desprendido, como serpientes de los árboles, muchas insensateces que hasta el día de hoy nadie se explica por qué. Será por eso que Silvio Rodríguez sueña con serpientes.

sábado, 12 de febrero de 2011

¿Y... dónde está el empleo?

El presidente Obama, en su discurso sobre el Estado de la Unión, prometió concentrarse este año en la creación de empleos. Pero nuevas contrataciones sostenidas son improbables cuando tanta incertidumbre –generada por la misma Casa Blanca que ahora promete trabajo- se cierne sobre la economía. La tasa de desocupación cayó al 9% en enero del 9.4% en diciembre y el 9.8% en noviembre, pero si la recuperación sigue a este ritmo tan lento y tibio, serán necesarios por lo menos seis años más para que el empleo retorne a los niveles en que estaba en noviembre de 2007.
De llegar a ser tal el caso, la economía estadounidense habrá experimentado un total de nueve años sin incremento de puestos de trabajo. Algunos economistas comparan esta situación al la Gran Depresión, cuando el empleo se mantuvo por debajo del nivel de 1929 por 11 años consecutivos.
El empleo es siempre un indicador de los altibajos del ciclo económico. La creación de nuevos puestos de trabajo en el sector privado ha sido notablemente lenta en la actual recuperación, y las actuales condiciones económicas no auguran una gran mejora a corto o mediano plazo.
El desempleo explotó en noviembre de 2007, alcanzando su punto máximo en diciembre de 2009 para ubicarse en sus actuales niveles del 9%.
Sin embargo, si se considera a todas las personas que activamente están buscando trabajo, el nivel de desempleo se ubica por encima del 12%.
El empleo gubernamental apenas se ha modificado. En noviembre de 2007, cuando estalló la crisis, aproximadamente 21 millones de civiles eran empleados por el gobierno en todos sus niveles. En diciembre de 2010, esa cifra era prácticamente igual.
Habiendo disminuido el número de empleos en el sector privado, y con el número de empleos en el sector estatal relativamente estable, la brecha entre ambos sectores es muy grande. La proporción entre ambos sectores se ha desplazado en una dirección desfavorable.
Esta proporción es desfavorable porque los trabajadores del sector privado son los que crean riqueza, mientras que mientras que los del sector público reducen, esencialmente, la riqueza económica de una sociedad. Como en un juego de “escaleras y serpientes,” unos dan, otros toman. No debe entenderse de esto una intención peyorativa, es simplemente reconocer y admitir que el gran crecimiento del gasto público y la creación de nuevos esquemas de gran envergadura relativos a la atención de la salud y las transacciones financieras no han sido de ayuda sino que, por el contrario, han desalentado la inversión privada y la contratación de trabajadores.
De hecho, los trabajadores del sector público impiden en muchos casos una auténtica recuperación económica al originar regulaciones innecesarias, al recaudar tributos y multas excesivas, y producir montañas de papelerío inútil para demostrar su acatamiento a los edictos gubernamentales.
El mayor desafío del gobierno es hoy restaurar la confianza perdida. Hasta que las expectativas económicas se tornen más transparentes, el mercado laboral, en el mejor de los casos, sólo seguirá con el lento progreso que se observó en 2010.
Lamentablemente, el gobierno sigue empecinado en intervenir en la economía, desalentando a emprendedores e inversores a actuar vigorosamente. Si las expectativas económicas no se tornan más claras, puede que dentro de seis años Estados Unidos no tenga más individuos trabajando que en noviembre de 2007. En el tercer país más poblado del mundo, un estancamiento así sería una verdadera tragedia nacional.

viernes, 11 de febrero de 2011

Cuba: mitos y verdades

El 8 de enero de 1959, cuando Fidel Castro entraba en La Habana a bordo del jeep que encabezaba su comitiva, saludando a la alborozada multitud, el cantante Cataneo del Trío Taicuba dijo, "Sólo se salvarán los que sepan nadar."
Jamás se ha dicho una verdad tan grande. Sintetiza perfectamente la situación del país que se convertiría en una base militar soviética, apadrinaría organizaciones subversivas, lanzaría sus ejércitos a las guerras africanas, y sometería a sus habitantes a magras raciones de alimentos. Del simple planteamiento de derrocar la dictadura militar de Fulgencio Batista, comenzaron en seguida a desprenderse innumerables falsedades que luego acabaron por convertirse en lugares comunes que hasta el día de hoy son mecánicamente propaladas sin otro objeto que buscar coartadas para pedir o justificar la adhesión a una dictadura troglodita y a todas luces inaceptable. En este análisis, intentaremos examinar las falacias más frecuentemente repetidas a lo largo de todos estos penosos años de opresión en esta isla del Caribe. Vamos adelante con nuestro objetivo de dar a conocer esta dictadura tal como es, y no como algunos la quisieran hacer ver.
Uno de los cuadros más firmemente arraigados en la retórica izquierdista es aquel que presenta a la Cuba de Batista como el burdel norteamericano del Caribe. Eso no es verdad. Eso, sencillamente, es un mito. Por sorprendente que parezca, el turismo estadounidense que concurría a la isla era mayoritariamente familiar. Papá, mamá y los chicos iban de vacaciones a Cuba (como podían ir a Puerto Rico), mientras que la prostitución se ejercía fundamentalmente entre los mismos cubanos. Había, ciertamente, extranjeros que compraban los servicios sexuales de mujeres nativas, pero en todos lados se cuecen habas. De hecho, los lugares predilectos para las aventuras sexuales de los norteamericanos (y para la práctica clandestina de abortos) eran las ciudades de la frontera norte de México como Tijuana, Ciudad Juárez y Nuevo Laredo, a las que rápida y convenientemente se accede desde las funcionales autopistas de California y Texas.
Otra idea más aceptada que refutada es que Fidel Castro "se volvió comunista" porque Estados Unidos boicoteó su revolución. La verdad que él mismo declaró públicamente que desde sus días de estudiante tenía ideas marxistas y que si no lo había dicho durante el período de la lucha armada fue para no asustar a los cubanos. Castro siempre fue comunista. Esa es la pura y simple verdad. ¿Cómo se explica, si no, su activa participación en el "bogotazo" en 1948? La noción de que Estados Unidos lo empujó o lo indujo al comunismo no tiene sentido.
Cuba es frecuentemente ponderada por expandir la educación, la salud pública, y por ser una potencia deportiva. Es cierto que en las Olimpíadas Cuba gana más medallas de oro que Francia. Pero la actitud de juzgar un modelo político por un aspecto parcial arbitrariamente seleccionado es una perversidad. Alemania Oriental ganaba más medallas que Alemania Occidental. ¿Eso quiere decir que el modelo de la primera, el modelo comunista, era mejor? Por supuesto que no. Los racistas de Sudáfrica justificaban esa infamia alegando que los negros de ese país eran los mejor educados y alimentados de todo el continente. ¿Eso quiere decir que su sistema era preferible al sistema de e cualquier otro país africano? Por supuesto que no. No se debe juzgar un régimen solamente por ciertos datos estadísticos favorables sino por todos los aspectos del mismo. Los cubanos no pueden entrar a los hoteles a menos de que dispongan de dólares o euros, no pueden leer los libros que quieren, defender las ideas que deseen o simplemente decir en voz alta lo que piensan. El gobierno los obliga a aplaudir a líderes que detestan y a repetir consignas en las que no creen, como "socialismo o muerte," en una sociedad donde la auténtica consigna, aprobada y refrendada por los hechos, es "escapar a los Estados Unidos o muerte."
La salud y la educación son servicios que no se mantienen por arte de magia sino que hay que pagarlos. Mientras existieron los subsidios soviéticos, no hubo problema. Una vez que se cortó ese aporte, vino la debacle total: las escuelas cubanas se caen a pedazos por falta de mantenimiento, faltan libros, lápices y útiles de todo tipo y los profesores y estudiantes muchas veces no pueden llegar por falta de transporte. Hay un aspecto, sin embargo, que se ha mantenido incólume: la enseñanza que se imparte es sectaria, dogmática y está muy lejos de cualquier cosa que se parezca a una buena pedagogía. Con o sin los subsidios de los generosos camaradas soviéticos, eso no ha cambiado. Como roca que golpea la ola, esa característica de la educación cubana ha sabido resistir todo embate, incluso el de la historia.
Los logros que Cuba ha hecho en salud y educación no tienen por qué verse como proezas, porque en realidad no son más que el resultado de una asignación de recursos totalmente forzosa y arbitraria. Obsérvese: Cuba tiene un médico cada 220 habitantes. Dinamarca tiene un médico cada 450. ¿Eso significa que los muy prósperos daneses tienen que hacer una "revolución danesa" y poner también un médico cada 220 habitantes y así poder gritar a los cuatro vientos lo progresista que son? Eso indica que el régimen de Castro, demagogo e irresponsable, ha gastado cientos de millones de dólares en formar muchos más médicos de los que la sociedad realmente necesita. ¿Cuántos médicos quieren tener? Emplear los recursos de la sociedad en una sola dirección escogida de manera totalmente ocasional y arbitraria puede conseguir verdaderos logros, pero eso siempre se hará en detrimento de los otros sectores que necesariamente se dejarán de lado, quedarán al margen de los esfuerzos "desarrollistas." La balanza queda desequilibrada. Una sociedad sana debe emplear sus recursos armónicamente para no provocar terribles distorsiones.
En Buenos Aires, por ejemplo, durante la época del "proceso" militar, el servicio de transporte colectivo de pasajeros se contaba entre los peores del mundo, pero el gobierno no invirtió un centavo en mejorarlo sino que gastó cientos de millones de dólares en construir las autopistas Perito Moreno y 25 de Mayo. Para hacerlas, se tiraron abajo cientos de casas en barrios que quedaron partidos por la mitad. Más allá de los dudosos "beneficios" obtenidos, es una clara muestra de una insensata asignación de recursos. Corea del Norte, cuyo ingreso per cápita es inferior al de Uganda, se está desangrando por convertirse en una potencia nuclear y el mundo entero se pregunta para qué. Volvemos al mismo razonamiento: todas las expresiones de una sociedad deben moverse dentro de la misma magnitud para que el resultado final tenga una mínima coherencia. Cuando artificialmente se potencia una determinada expresión, no estamos presenciando una proeza sino un despropósito, un desatino: una asignación de recursos totalmente desquiciada.
Cuba está dotada de maravillosos recursos naturales: tierras fértiles, lluvias abundantes, clima favorecedor. Costa Rica, también. La diferencia es que este país, sin revoluciones, sin exiliados, sin necesidad de fusilar a nadie, consiguió educar a toda la población, la salud pública cubre todo el territorio nacional, y con sólo cuatro millones de habitantes, es la 11º economía de América Latina. Y tiene un médico cada 630 habitantes. Honestamente, no está nada mal.
Fidel Castro, en última instancia, no ha caído porque es un líder popular querido por todos. Ese es el argumento más común que se esgrime a su favor. Cuántas personas apoyan a Castro y cuántas lo rechazan dentro de Cuba es algo que sólo se podrá precisar cuando haya opciones libres y los cubanos puedan votar sin miedo. Y también, cuando puedan comprar los diarios que quieran, leer los libros que deseen, escribir y decir en voz alta lo que piensan y viajar en avión de La Habana a Miami.
Sin embargo, es razonable creer que el nivel de apoyo a Castro debe ser mucho más bajo del que pretenden sus secuaces, los pocos que aún le quedan. ¿Por qué va a amar a Castro una sociedad que vive racionada cuyos jóvenes fueron enviados como peones soviéticos a librar guerras en tierras lejanas, una sociedad a la que se le paga con una moneda prácticamente de juguete y que sufre todo tipo de privaciones? ¿Por qué los cubanos van a apoyar a un régimen que les genera este miserable modo de vida? ¿Por qué se lo van a agradecer en absoluto?
¿Por qué Jimmy Carter y George H. W. Bush perdieron sus respectivas reelecciones? Porque bastó, en su momento, la aparición de la inflación o un alto nivel de desempleo para que la balanza electoral pese en dirección contraria. De la misma manera, los actuales índices de desocupación hacen que una eventual reelección de Barack Obama parezca por lo menos dudosa.
Por lo tanto, suponer que los cubanos aman a un gobierno que les está engendrando un infierno cotidiano de miseria, escasez, cartillas de racionamiento, vigilancia, persecución, encarcelamientos y fusilamientos es totalmente absurdo.
Por otra parte, el drama de los treinta mil balseros que se lanzaron al mar en agosto de 1994 es un síntoma suficientemente elocuente como para demostrar al mundo entero que ese pueblo rechaza visceralmente al gobierno que padece. Exactamente igual que los "boat people" que 15 años antes huían de Vietnam. Porque la deseperación de los pueblos es tan grande, el sistema comunista los asfixia de tal modo, que no podía ser de otra manera. Cuba tiene medallas olímpicas, pero no tiene libertad. Como decía Ralph Waldo Emerson, ¿para qué sirven el arado, la vela, la tierra o la vida si falta la libertad?
Estos son los mitos y falacias fundamentales sobre los cuales se apoya la peor dictadura de toda la historia del hemisferio occidental. Hasta dónde se va a extender, hasta cuándo va a seguir, es una verdadera incógnita. Lo cierto es que nada parece indicar que el camarada Fidel tenga la menor intención de jubilarse. Ya declaró cierta vez que en Cuba habrá elecciones libres "sólo cuando se haya completado la reforma agraria y la alfabetización haya llegado a todos los cubanos, y todos tengan libre acceso a la medicina y a los médicos." O sea, nunca.
Y como si eso fuera poco, esto es lo que dijo en el IV Encuentro Latinoamericano y del Caribe: "El neoliberalismo... representa sistemas políticos en los que la participación del pueblo en las decisiones no existe de hecho (sic), o descansa sobre tan aterradoras injusticias sociales que los tornan vulnerables."
Ya no hay más excusas: los norteamericanos quedan debidamente notificados de que todos los males que pesan sobre su pobre país sometido al pérfido sistema de elecciones presidenciales han sido resueltos en Cuba por el Líder Máximo. No ha habido allí incremento de la miseria sino el bienestar más absoluto, y el sistema político, basado en el partido único y la ausencia total de oposición, es el único que garantiza una feliz participación del pueblo en la toma de decisiones.

lunes, 7 de febrero de 2011

La ideología y la realidad

La idea básica de las políticas de redistribución de la riqueza es que la razón última de los problemas económicos y sociales radica en una injusta relación entre los que más tienen y los que no tienen, razón por la cual corresponde al estado eliminar esta injusticia con leyes redistributivas y aumentando por medio de nacionalizaciones y controles de todo tipo las atribuciones y límites del sector público. Fue lo que hicieron en Perú Juan Velasco Alvarado y posteriormente Alan García. También el sandinismo obedeció a esta concepción del estado social y todo lo que consiguió fue llevar a Nicaragua a la ruina. En la Argentina de Perón, el estado había sido convertido en una verdadera entidad de beneficencia que regalaba casas (cinco mil, sólo en el primer semestre de 1951) y millones de paquetes con medicinas, ropas y juguetes. Francia tiene uno de los sistemas de seguridad social más onerosos e intricados del mundo cuyos astronómicos déficits obligan al estado a crear periódicamente nuevos y mayores impuestos, mientras que la calidad de sus servicios se deteriora y deshumaniza. El sistema, que crece insosteniblemente generando una burocracia monstruosa y delirante, sobrepasa sin cesar sus fuentes de financiación. Ya de por sí, la carga prestacional que genera cualquier nuevo empleo es tan alta que los empresarios, especialmente los de pequeñas y medianas empresas, lo piensan dos veces antes de tomar un nuevo empleado u obrero. Las actuales tasas de desempleo, tan altas, no son en modo alguno ajenas al agobiante sistema impositivo francés y a otros factores que desalientan la actividad productiva y le restan dinamismo a la renovación tecnológica y a la competitividad de muchas industrias del país, con la consiguiente pérdida de mercados, el incremento de excluidos y marginales de la sociedad y la terrible secuela de inseguridad y violencia. No hay razón para no creer que la legislación recientemente promulgada sobre la atención de la salud en los Estados Unidos no vaya a seguir un camino similar.
El estado benefactor sacrifica el desarrollo y el crecimiento a políticas redistributivas creyendo con ello remediar injusticias y desigualdades sociales. En cambio, un estado racional, limitado, que se mueva como celoso guardián de las libertades consagradas por la constitución y las leyes vigentes, es una exitosa experiencia refrendada por la realidad y que tiende a propagarse en vista del fracaso de las políticas intervencionistas.
Lo que se propone desde el estado benefactor es algo virtualmente imposible, como crear pleno empleo y al mismo tiempo mantener y aún ampliar los beneficios de la seguridad social. Colocado ante la realidad de los déficits que produce, obligado a crear nuevas formas de tributación, desesperado ante la imposibilidad de frenar el desempleo que golpea particularmente a los jóvenes que recién acceden al mercado del trabajo, el estado benefactor nada resuelve, crea sólo fugaces ilusiones de cambio o de progreso, rápidamente defraudadas, y fomenta en la sociedad civil escepticismo y apatía política. El “ogro filantrópico” produce ciertamente más daños que beneficios; sus sistemas de asistencia social no tienen continuidad posible, simplemente porque no hay como pagarlos. Lo que el “ogro” entrega con una mano lo quita con creces con la otra, sacándoselo al contribuyente e infligiéndole, además, el costo adicional de sus endeudamientos irresponsables y de sus costosos aparatos burocráticos. Si el “ogro” llega a hacer algún bien, éste es forzosamente transitorio y limitado; pero la humillación y la indignidad que produce en la sociedad son constantes y permanentes.
Además, las medidas gubernamentales de intervención gigantescas van flagrantemente en contra del espíritu que impulsó en primer término a los países de América a luchar y lograr su libertad y su independencia.
El debate debe situarse en el plano de la realidad, no de la ideología. Desde esta última, es muy fácil exigir a voz en cuello una total protección social, subsidios de todo tipo incluyendo el de desempleo, y presentar al liberalismo como el monstruo malvado que desconoce semejantes beneficios juzgados como conquistas irreversibles de la masa laboral. Pero la realidad indica que el auge de este tipo de discurso termina por generar una cultura y una mentalidad colectivista y una clase social crónicamente dependiente de la asistencia pública. Quienes llevan adelante las protestas sociales, rara vez admiten los problemas insolubles del estado benefactor: déficit del sistema de seguridad, un despiadado sistema impositivo y gran favoritismo. Las utopías sociales y las fábulas del estado benefactor se diluyen ante el liberalismo que da las soluciones que el intervencionismo es incapaz de dar. La realidad, no las fábulas ideológicas, tiene la última palabra.

jueves, 3 de febrero de 2011

El estímulo a la inversión privada es la clave del crecimiento económico

El presidente Obama ha solicitado al Congreso una suma adicional de 50 mil millones de dólares en concepto de “estímulo” para financiar proyectos de infraestructura. Según esa teoría, el gasto adicional hará que las empresas incrementen la producción a fin de satisfacer la nueva demanda. Así, los productores demandarán más trabajadores, generando incrementos en el gasto de los consumidores que se propagarán por toda la economía y forjarán una recuperación más fuerte a nivel general.
Me parece que no.
En primer lugar, el motor de una economía no es el consumo. De hecho, el gasto de los consumidores representa en la actualidad el 70 por ciento del PBI en los Estados Unidos. Además, ese gasto aumentó durante la recesión. Si fuera por eso, todo lo que habría que hacer sería gastar el oro que hay almacenado en Fort Knox hasta la última onza y el país quedará como nuevo. La idea de que una caída del consumo produjo la recesión es una visión totalmente superficial que no reconoce que la verdadera causa es una fuerte disminución de la inversión privada. Los altibajos del ciclo económico están basados en la inversión, no en el consumo. Las medidas de “estímulo” propuestas hasta ahora, como las largas extensiones del seguro de desempleo, la asistencia a gobiernos estatales y municipales para ayudarles a evitar despido de personal y el aumento de sueldos a empleados federales, responden a ideologías de intervención estatal en la empresa privada y en la economía de mercado que sólo van a la consecuencia del problema, no a la causa. El crecimiento económico a largo plazo –que no es otra cosa que lo que todo país serio debe lograr- se basa en acciones que contribuyan a una reactivación de la inversión privada, no en aumentar el consumo. En el último trimestre de 2010, por ejemplo, la inversión privada bruta fue un 20 por ciento inferior al mismo período del año anterior. Y la inversión privada neta se registró a dos tercios por debajo del nivel anterior.
Para llevar a cabo esta revitalización esencial de la inversión, el gobierno debe garantizar todo un clima de estabilidad jurídica que ponga fin a las acciones que amenazan la rentabilidad de los inversores o generan la incertidumbre que paraliza la realización de nuevos proyectos a largo plazo. Es lo que han hecho, sin excepción, todas las naciones que han progresado en la historia. Ninguna nación ha triunfado porque el gobierno busque frenéticamente la manera en que sus ciudadanos salgan a gastar y a consumir. Irónicamente, la frase de Franklin, “un dólar ganado es un dólar ahorrado” debería ser cambiada a “un dólar ganado es un dólar gastado” en una economía cuyas principal premisa sería el “efecto multiplicador” de estos gastos. Y consecuentemente, la imagen en los billetes de cien dólares debería ser reemplazada por la de Obama.
Las gigantescas medidas gubernamentales como la legislación recientemente promulgada sobre la atención de la salud y la ley de reforma financiera, que suponen cientos de nuevas reglamentaciones cuyo contenido específico, aplicación y costos son imposibles de predecir con exactitud, contribuyen a la inseguridad y alientan a los inversores a quedar al margen con grandes saldos en efectivo, o a colocar sus fondos en títulos de valores seguros, de corto plazo y bajo rendimiento. Estas “inversiones” no pueden, en realidad, calificarse de tales. Son apenas soluciones ocasionales e ingeniosas para salir del atolladero causado por los burócratas, y no pueden apoyar una genuina recuperación y un crecimiento sostenido a largo plazo.
Lo que los empresarios, inversores y ejecutivos necesitan es estabilidad política y previsibilidad; no más gasto, endeudamiento, nuevas regulaciones arrolladoras y una incertidumbre intensificada por parte del gobierno.
La necesidad acuciante en la actualidad es una sólida reactivación de la inversión privada a largo plazo. Los programas gubernamentales de “estímulo” orientados al consumo, las amenazas de aumento de impuestos para los empresarios y dueños de negocios, y las costosas acometidas reguladoras aumentan el temor y la incertidumbre y garantizan de ese modo un prolongado período de estancamiento económico.

martes, 1 de febrero de 2011

Las consecuencias de apaciguar al enemigo

El dramaturgo español Jacinto Benavente decía que el enemigo comienza a ser peligroso cuando comienza a tener razón. Después de los criminales ataques del 11 de septiembre de 2001, ha habido una tendencia a justificar esos hechos atribuyendo, en última instancia, la responsabilidad a los Estados Unidos por su política militar de intromisión y ocupación de tierras islámicas. Según ese argumento, dicha intromisión motivó los ataques en primer lugar. Así que tal vez evitar esas provocaciones y, de ese modo, la estrategia de los terroristas para conseguir más adeptos y dinero para su causa, hubiera sido una idea mejor.  
La consigna, entonces, es apaciguar al enemigo con el fin de evitar su furia y, por consiguiente, sus terribles actos de barbarie.
Inspirada en el deseo de evitar todo motivo que pudiera inducir a los terroristas a cometer sus crímenes, esta política de apaciguamiento tiene un efecto totalmente inverso al buscado: lejos de disminuir la probabilidad de un atentado, la vuelve propicia, pues el enemigo, confiando en su impunidad, asesta golpes cada vez más terribles y dolorosos, se fortalece desde sus bases, acelera su reclutamiento de adeptos, y llegará un momento en que considerando haber alcanzado el máximo de su poderío, se crea listo para lanzar un ataque definitivo a Occidente. La política de apaciguamiento consiste ni más ni menos que en aplacar el apetito del tigre dejándose comer por él.
La tragedia de las Torres Gemelas no puede ser analizada como una consecuencia de la convivencia entre seres civilizados, sino como un acto de terrorismo criminal organizado y ejecutado por asesinos y respaldado por un gobierno lunático y absolutamente irresponsable: el talibán.
Ese gobierno tenía derecho a efectuar a los Estados Unidos un reclamo de manera diplomática y civilizada por cualquier motivo que considerara necesario si creía que había razones para ello, pero a lo que no tenía derecho era a secuestrar aviones de pasajeros y usarlos como misiles para destruir edificios. Lo que se puso en juego el 11 de septiembre es el prestigio de los Estados Unidos como líder de Occidente en el actual momento histórico. Y pase lo que pase ahora, el precedente que deja este episodio es gravísimo.
Cuando Chamberlain volvió de Munich a Londres, dijo alborozado: "Tenemos asegurada la paz por 20 años" y los pacifistas respiraron aliviados. Apaciguar a Hitler envalentonó a éste de tal manera que, convencido de que nadie le haría frente, invadió Polonia dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial. El anhelo de paz a cualquier precio, incluso al precio de apaciguar al enemigo, costó 40 millones de muertos a la humanidad.
Por eso, dejarse comer por el tigre no es la solución. Ceder ante el enemigo que se expande y acrecenta su poderío no es asegurar la paz; al contrario, es acrecentar el peligro de guerra, porque ante esa actitud, ante la actitud de retroceso y apaciguamiento, hasta los enemigos más moderados se sentirán incentivados para lanzar el golpe final. Y el terrorismo es un enemigo todo menos moderado. Haceles creer, pues, que Occidente es incapaz de reaccionar es incitarlos a atacar.
Nadie quiere la guerra. Todos queremos la paz. La diferencia está en que alguna gente piensa que en apaciguar al enemigo radica la manera de lograr un mundo seguro y otros creen que la única manera de disuadir al enemigo es ser superiores a él.
El tiempo dirá quién tiene razón. El problema es que cada vez hay menos margen para equivocarse.