martes, 11 de octubre de 2011

La recuperación económica en los Estados Unidos

La economía en los Estados Unidos se encuentra en un prolongado período de recesión y no da señales de mejoría.
¿Es el gasto de los consumidores la clave de la recuperación? Difícilmente. De hecho, el gasto real de consumo alcanzó su punto más alto en tres años a fines de 2010. Por lo tanto, está claro que una caída en el consumo no es el culpable de un estancamiento económico.
El culpable es el colapso de la inversión privada. Hasta que este componente crítico de la economía se recupere totalmente, se estará muy lejos de lograr una verdadera solución.
Esta inversión incluye los gastos destinados a mantener o reemplazar las estructuras, las herramientas, los equipos, y otros bienes a medida que se tornan obsoletos o se desgastan. Pero el crecimiento económico necesita además de una inversión superior a dichos gastos que incluyen servicios de atención al cliente, capacitación del personal, presupuesto publicitario y expansión de la estructura fabril existente.
La inversión privada en los Estados Unidos cayó de un promedio de 463 mil millones de dólares anuales en 2007 a 144 mil millones en 2010. A menos, entonces, que esta inversión se recobre más rápidamente, la recuperación económica seguirá siendo muy lenta para disminuir la desocupación de manera significativa.
Las empresas son reacias a arriesgarse con inversiones significativas a largo plazo en porque siguen observando el futuro con gran desconfianza, y eso se debe a que el estado, con sus tantas regulaciones e intervenciones en todos los campos -atención de la salud, regulaciones financieras, regulaciones energéticas, etc.- causa un clima de inmensa inseguridad. Los únicos que quedan exentos, claro está, son los burócratas, los tecnócratas, y los oportunistas y obsecuentes del gobierno de turno.
Y aunque estas regulaciones fueron sancionadas por el Congreso y promulgadas como leyes por el presidente Obama el año pasado, como la reforma del sistema de salud pública y la ley Dodd-Frank de regulaciones bancarias, estos gigantescos cuerpos normativos dejan muchos aspectos importantes de los mismos a la espera de ser resueltos por los organismos administrativos y los tribunales. Esto no crea un ambiente propicio para una inversión firme y segura.
Una recuperacìón sustancial de la inversión privada no se producirá hasta que no se despeje el atolladero de regulaciones creado por los burócratas. Mientras tanto, mientras no se vuelva a lo que realmente hizo grande a los Estados Unidos, el sistema capitalista de libre empresa, las perspectivas económicas en general seguirán siendo pobres y sombrías.

lunes, 10 de octubre de 2011

Los devastadores efectos de la corrupción en la sociedad

La razón por la cual los gobiernos deben circunscribir su actividad a las áreas de defensa exterior, cuidado del orden interno y preservación de una moneda confiable es que el gobierno que excede ese marco de actividad debe financiarlo de algún modo y, muchas veces, eso se hace con emisión monetaria que, inmediatamente, genera inflación. Y la inflación no significa otra cosa que desconfianza y deshonestidad. Esto es algo que el ciudadano advierte. No importa el valor nominal de su salario: no le sirve, no le alcanza para calmar sus necesidades. Dicho así, esto puede parecer muy duro, pero no hay duda de que es lo que ocurre a diario frente a las góndolas de los supermercados.
Al mismo tiempo, se deterioran las funciones esenciales. No hay justicia interna, se descuida la defensa externa y se deja de preservar el genuino valor de la moneda. La consecuencia de todo esto es que decae la credibilidad en el sistema.
Y todo esto no es más que la herencia del sistema populista que aún perdura y el daño sigue. En la Argentina, la generación del 80 hablaba de progreso, no de redistribución de la riqueza. Aquel era un progreso gradual, paso a paso, basado en un sistema institucional libre. El verdadero problema del populismo es que es totalmente irresponsable: promete y vende cosas imposibles de aplicar en la práctica. Con eso le hace un daño muy profundo al sistema económico, social y político.
El populismo representa una gran inconsistencia. Esa inconsistencia es el mejor caldo de cultivo para la corrupción, la cual tiene devastadores efectos para la sociedad. La corrupción en el mundo es casi tan vieja como el gobierno. Dos mil años antes de Cristo, había corrupción en el gobierno egipcio. Mientras que en Roma, el gran emperador Julio César fue asesinado por una conspiración de senadores de la que formó parte su propio hijo adoptivo.
Hay tres elementos que estimulan el desarrollo de esta corrupción tan dañina. Primero, un estado demasiado extendido. Cuando esto sucede, generalmente crece el número de funcionarios mal pagos que tratan de beneficiarse a través de negociados.
Segundo, y mucho más importante, son las regulaciones que dan cabida a la corrupción. Si hablamos de una sociedad libre, debemos hablar de una sociedad desregulada. Lo mismo sucede si hay sistemas impositivos muy complejos; esto también, lejos de castigarla, incentiva la corrupción.
El tercer elemento es la mencionada inflación.
Estos tres elementos combinados tienen literalmente el poder de disgregar el tejido social. Cuanto más grande el estado, cuanto más extendidas las regulaciones, mayor será la corrupción. Aquí, simplemente, se pone en evidencia la conocida máxima que nos recuerda: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.”
Los malos ejemplos que dan los funcionarios tienen, como dijimos, un efecto sobre la sociedad que es devastador. Y mayor será cuanto más encumbrado esté el jerarca en cuestión.
Es muy importante, por lo tanto, que los jerarcas, los jefes, los ministros o el presidente en el gobierno no den el mal ejemplo de corrupción. Ni ellos ni los que los circundan. Este es un aspecto primordial para el sistema: si la gente ve la corrupción en el poder, se preguntan, “¿qué se puede esperar de ellos si son corruptos? ¿qué queda para nosotros?"
Y finalmente, la justicia, sin duda el punto más delicado, el más sensible. Porque cuando la corrupción llega allí ya ha caído la última línea de protección y el ciudadano ya no tiene defensa.
En los actuales momentos en que el mundo parece sometido a un torbellino de transformaciones, tanto la Argentina como toda América Latina pueden tener un futuro promisorio, no tanto por sus recursos naturales, que son extraordinarios, sino por los humanos, que son mucho más decisivos.
Lo que necesitan los países del área son políticas contrarias a las que hicieron gran parte de su existencia. Dicho de otro modo, estabilidad, libertad económica y, sobre todo, una férrea ética del trabajo como la que caracterizó a los colonos de la Nueva Inglaterra del siglo XVIII, precursor del actual Estados Unidos.

jueves, 6 de octubre de 2011

Las escuelas de Sarmiento

Profundo observador, viajero incansable, Domingo Faustino Sarmiento escribió “De la educación popular” en 1848, después de sus largos viajes por Europa y los Estados Unidos, en los que pudo observar minuciosamente las nuevas formas de la metodología educativa, junto con los espacios educativos que se estaban creando. Sus conceptos sobre la construcción de las escuelas, el diseño de las aulas, su orientación y mobiliario lo colocan hoy como el gran maestro de la infraestructura escolar argentina.
Algunos párrafos de su obra señalan distintas ideas sobre las escuelas de entonces que podrían aplicarse plenamente a los espacios escolares de hoy.
“Los pueblos bárbaros permanecen estacionarios, menos por el atraso de sus ideas que por lo limitado de sus necesidades y por sus deseos. Donde bastan una piedra o un trozo de madera para sentarse, la mitad de los estímulos de la actividad humana están suprimidos.”
En este concepto del gran sanjuanino está inequívocamente implícita su máxima más recordada: “Hay que educar al soberano.”
El texto prosigue: “Nuestras escuelas deben, por tanto, ser construidas de manera que su espectáculo, obrando diariamente sobre el espíritu de los niños, eduque su gusto, su físico y sus inclinaciones. No sólo debe reinar en ellas el más prolijo y constante aseo, cosa que depende de la atención y la solicitud obstinada del maestro, sino también tal comodidad para los niños, y cierto gusto y aún lujo de decoración, que habitúe sus sentidos a vivir en medio de esos elementos indispensables de la vida civilizada.”
La obra de Sarmiento detalla con absoluta claridad y conocimiento conceptos sobre el edificio escolar, desarrollando esas ideas con la claridad y amplitud de un gran maestro. No sólo de refiere al espacio educativo en sí, sino a los detalles del mobiliario escolar, a las condiciones de los espacios internos y externos de la escuela y a sus condiciones de orientación y confort. En resumen, Sarmiento se transforma aquí en el gran arquitecto que quizás vivió siempre en él, y que aparece en esta obra cuando tiene que expresar su manera de pensar los espacios para la educación.
La labor constructiva de Sarmiento comenzó en Buenos Aires con el reacondicionamiento del antiguo edificio de Perú y Moreno para crear en 1858 la escuela de Catedral al Sud, ejemplo avanzado para la época en materia de edificio escolar, y donde por primera vez ubicó los clásicos pupitres modulados que serían los protagonistas de todas sus futuras escuelas. Las ideas que entonces sembró Sarmiento en materia de edificios escolares dieron origen a infinidad de escuelas erigidas en todo el país, y se constituyeron indudablemente en los espacios creados para llevar a la práctica la Ley 1420 de Educación Común, base de toda nuestra educación pública y popular.
A partir de entonces, nuestro sistema educativo se apoyó decididamente en las concepciones sarmientinas, que fueron los pilares básicos de la educación que llega hasta nuestros días, y se mantienen vigentes a pesar de los cambios y avances de la estructura social del mundo y de nuestro país. Y fue gracias a la extraordinaria visión del inolvidable sanjuanino como los niños y los jóvenes argentinos de cualquier condición económica tuvieron acceso al muy republicano principio de igualdad de oportunidades.
Todos los aspectos vinculados con el espacio educativo fueron profundamente analizados por Sarmiento, desde las condiciones y características del terreno donde debía emplazarse el edificio escolar hasta los detalles de su diseño y construcción. También detalló en su obra las condiciones mínimas que hacen al confort de los alumnos y maestros en su tarea escolar, tratando aspectos básicos de asoleamiento, ventilación, iluminación y calefacción de las aulas, y su aplicación a las construcciones escolares de entonces, y que hoy se sigue utilizando en el diseño de las escuelas, con todo el apoyo que nos brinda el uso de la tecnología actual.
El equipamiento escolar mereció también su especial atención. El particular interés por el aspecto ergonométrico del mobiliario lo llevó a analizar las más avanzadas expresiones de la época en materia de asientos y pupitres que se estaban empleando en las escuelas norteamericanas. En sus visitas a las escuelas de Boston, observó con detenimiento la calidad formal del mobiliario y pudo comprobar como respondía a los requerimientos de cada edad escolar. Los pupitres articulados con cada asiento eran allí un excelente apoyo para el confort del alumno en particular y para toda la actividad escolar en general. No dudó Sarmiento en traer algunos prototipos de ese mobiliario, que luego desarrolló para las nuevas escuelas que habría de construir aquí. Ese equipamiento, con algunas mejoras que fueron introducidas con el paso del tiempo, se constituyó durante muchos años en los clásicos pupitres emblemáticos de muchas generaciones de argentinos.
Las nuevas formas de la educación y de los espacios educativos que hoy tratan de apoyarlas muestran indudablemente grandes cambios formales con respecto a la metodología tradicional. Pero si analizamos en profundidad los propósitos y objetivos de la enseñanza actual, encontraremos mucho del pensamiento de Sarmiento, reflejado en los principios y fundamentos del sistema educacional argentino.
El mismo criterio para los espacios educativos, que evolucionando desde mediados del siglo anterior nos muestra ahora expresiones marcadamente distintas de la escuela tradicional, refleja en su contenido las mismas ideas que Sarmiento quiso transmitir en sus libros, escritos en el siglo XIX.

lunes, 3 de octubre de 2011

La propuesta de Keynes

El estado y el mercado son dos realidades humanas que, como tales, son imperfectas. Sin embargo, siempre hubo utopías que imaginaban un estado perfecto o un mercado perfecto. En los años veinte predominaba una visión de un mercado perfecto que muy pocos cuestionaban, hasta que la crisis de 1929 despedazó los sueños de esa imagen. Lo que siguió al “martes negro” fue la realidad de una gran crisis mundial de recesión y desempleo. Le tocó a un economista inglés, John Keynes, elaborar esta pérdida tan traumática. En su famoso libro “Teoría general del empleo, el interés y la moneda,” publicado en 1936, Keynes expuso la imperfección central de esta obra humana que es el mercado.
Esa imperfección consiste en una subutilización de los recursos disponibles. Esto ocurre cuando una parte importante de dichos recursos, en lugar de volcarse a inversiones productivas, se destina a la especulación (oro, fuga de capitales hacia paraísos fiscales, etc.) Cae entonces la producción de bienes y servicios. Cuando la demanda cae, comienza una espiral recesiva que desemboca en altas tasas de desempleo.
Keynes proponía que en esas crisis el estado saliera a gastar para reactivar la demanda. Keynes reintroducía de este modo al estado en el centro de la actividad económica. Pero esa intervención estimuladora de la demanda y el empleo debía realizarse a título excepcional, por breve tiempo, hasta que el ritmo natural del mercado se restableciera. Una vez logrado ese efecto, todo volvería al predominio el mercado que caracteriza a la civilización capitalista. Keynes no previó que aquello que empezó como una intervención excepcional del estado daría lugar a toda una corriente estatista como la que sucedió en las décadas siguientes. Para decirlo de otra manera, así como hay gente que es más papista que el Papa, hay muchos que son más keynesianos que Keynes.
A partir de la moderación de Keynes, que quería salvar al capitalismo introduciéndole reformas “localizadas,” esta doctrina desembocó en la sustitución definitiva del mercado por el estado como centro de la actividad económica. El estatismo temporario de Keynes fue tergiversado y convertido en estatismo permanente por políticos y burócratas cuya meta ha sido siempre maximizar su propio interés, así como el de las clientelas partidarias y empresarias que los acompañan.
Esto tuvo una consecuencia paradójica: el desempleo. O mejor dicho, lo que algunos economistas llaman el desempleo encubierto. El keynesianismo borró las altas tasas de desempleo en la década del treinta; pero a cambio, creó este desempleo encubierto: el nombramiento sin sentido de millones de personas en el aparato del estado o en las empresas que éste protegía sin que ninguna función útil o productiva justificara su presencia allí. De esta manera, tuvo lugar una verdadera ficción según la cual millones de personas cobraban un salario, pero no producían lo que cobraban. La idea, entonces, fue creer en un estado perfecto.
Recién en los años sesenta y setenta, un vigoroso renacimiento liberal desplazó las ideas de Keynes en el campo intelectual. Así como Keynes había señalado en su tiempo una falla central en el mercado, pensadores como James Buchanan, Milton Friedman, Frederick Hajek y Karl Popper descifraron la falla central del estado: los planificadores no pueden tener toda la información necesaria para orientar y reglamentar la acción económica de una sociedad. Sobre todo, les es imposible prever las innovaciones. Por lo tanto, cuando quieren planificarlo todo necesariamente se equivocan.
Podemos atribuir el alto desempleo que hoy padecen muchas naciones desarrolladas a tres causas concurrentes. Una es el factor que ya observó Keynes: los ciclos económicos del mercado. Cuando la economía se expande, crece el empleo. Cuando se retrae, crece el desempleo. Las naciones industrializadas atraviesan en estos momentos uno de esos ciclos recesivos.
Pero hay otras dos causas extra-keynesianas. Una es el factor tecnológico. El mercado exige competencia y capacitación constante y permanente. Para ser competitivas, las empresas tienden a incorporar computadoras y robots. Las máquinas son en muchos casos más competitivas que los individuos. En esta otra competencia laboral entre máquinas e individuos, aquellas casi siempre prevalecen. La desocupación, entonces, es un hecho tanto cualitativo como cuantitativo. Eso significa que resulta indispensable un sistema educativo que tenga una relación más práctica, directa y concreta con el mundo laboral que deben enfrentar los jóvenes. Lamentablemente, los gobiernos suelen interesarse poco en esa vinculación.
La tercera causa está ligada con el estatismo seudokeynesiano. En su empeño por proteger el empleo con rígidas normas que aumentan los costos empresariales, los diversos gobiernos logran que se retengan empleos ya establecidos al costo desalentar la toma de nuevos empleados. A ello se suma el desempleo de los empleados públicos que el estatismo nombraba y el mercado despide.
En los Estados Unidos, el desempleo es más bajo que en Europa. Allí hay una completa flexibilidad laboral: se toma y se despide fácilmente, lo que explica por qué cuando el ciclo económico sube el empleo crece. Pero en Europa existe un fuerte control estatal sobre normas laborales, debido a lo cual el empleo sube menos que el crecimiento de la economía aún en un ciclo ascendente.
La desocupación es uno de los problemas más serios en cualquier sociedad. Y la percepción real de este problema incluye no sólo lo económico sino también la tensión social y hasta los conflictos familiares. Allí, no importan los números sino que estamos asistiendo a la descomposición misma de sectores enteros de la sociedad. El cambio no consistiría entonces en soñar con un estado o un mercado perfectos, sino en emplear la realidad humana del estado como una espléndida herramienta para enmendar las imperfecciones de la realidad humana del mercado: ni más ni menos que la propuesta original de Mr. Keynes.
Está implícito que ese proceso debe hacerse con una cuota de prudencia, respetando los tiempos y los límites de la transición.

sábado, 1 de octubre de 2011

El día más largo de la historia

Hay una playa que tiene un raro privilegio: puede darse el lujo de decir que fue testigo de aquel día en que comenzó la segunda parte de la historia de Europa. Es la playa de Normandía.
El 6 de junio de 1944 fue el día más largo, el gran giro de bisagra de la historia con esta playa, con esta invasión y con esta inmortal sentencia de Winston Churchill: “Jamás nos rendiremos.” Palabras que a partir de esa madrugada, comienzan a cobrar un sentido que perdurará para siempre.
La Operación Overlord, la hazaña del Día-D, ejecutada por sorpresa y en la que se empeñó un enorme poderío bélico, marcó el principio del fin del dominio nazi en Europa y obligó a los alemanes a librar, poco después y sin éxito, la batalla de París. El aniquilamiento de la maquinaria de guerra germana habría de producirse 11 meses más tarde.
Entonces se había reunido, en el más absoluto secreto, un ejército de cientos de miles de hombres en Inglaterra. Los ingleses y los norteamericanos que habían cruzado el océano Atlántico se reunieron para invadir el continente que estaba bajo el dominio de Hitler. Todas las capitales –París, Viena, Varsovia, Bruselas, La Haya, Budapest, Belgrado, Praga, Bucarest, Oslo, Copenhague- tenían la cruz svástica. En París, los soldados nazis saludaban al Fürher que hablaba desde el balcón del Hotel Crillon con el característico grito de “Hail Hitler” que resonaba como si se volviera a oír en el mundo el “Ave César” de los tiempos de Roma. Y la ciudad estaba llena de banderas de svásticas, que en este caso se veían hasta perderse en el Arco del Carrusel.
De pronto, en Normandía, el mar se cubre de barcos y empiezan a desembarcar ejércitos de americanos y de ingleses. Las tropas de asalto desembarcaron en las cinco playas conocidas como Utah, Gold, Sword, Omaha y Juno. En las tres primeras, el desembarco fue un paseo, pero en Omaha y Juno tuvieron lugar encarnizadas batallas. Los planes iniciales de Rommel de arrojar a los aliados al mar resultaban impracticables y ningún contraataque alemán pudo ya parar el avance de aquellos soldados. Los ojos del mundo estaban puestos sobre ellos por medio de las tecnologías disponibles: la prensa escrita, el cine y la radio.
Y así, el cielo se pone negro de aviones. Llueven paracaidistas. Y una invasión de tropas se derrama arrolladora, empujando al Führer hasta que, en 1945, queda acorralado en el edificio de la Cancillería de Berlín. Para entonces, se había producido el vuelco de Rusia. Hitler, aliado de Stalin, decidió invadir las tierras que los rusos habían ocupado y avanzar hasta Stalingrado en 1941. Entonces, Stalin se vuelve a su vez contra su antiguo aliado, y Hitler queda atrapado entre los americanos que embestían por el Oeste y los rusos por el Este. Acosado simultáneamente por ambos frentes, el Fürher finalmente ve derrumbarse el edificio de la Cancillería, y muere aplastado como una rata dentro de su propia ratonera.
Fue así como las fuerzas de la libertad le devolvieron la libertad a Europa. Ese fue el sentido de Normandía.
Lo que sigue a Normandía es la reconstrucción de Europa por los mismos americanos. Fueron manos americanas las que reconstruyeron Monte Casino en Italia, la Catedral de Reims en Francia, o una plaza de Varsovia o un teatro de Berlín. Y la historia da una vuelta completa. Comienza un nuevo tomo de una gran enciclopedia: la historia europea. Es el comienzo de la historia americana en Europa.
El Plan Marshall es la mano de América que se tiende a Europa para que se levante de nuevo y camine. Ya en 1789, como ha dicho el historiador, “el viento vino de América.” Ahora fue la sangre y la vida. Regresaba la libertad. Fue el regreso del mismo viento.