jueves, 27 de enero de 2011

La semblanza de Obama

Hace dos años que Barack Obama se encuentra al frente de la Casa Blanca en los Estados Unidos. Aunque reconocido como un “demócrata liberal” (en el sentido norteamericano), ha seguido políticas similares a las del “conservador” Bush. Obama acabará extendiendo la mayor parte o la totalidad de las reducciones de impuestos de Bush. Aunque Bush comenzó con el estímulo, Obama realmente fue al rescate con 787 mil millones de dólares. Bush rescató a los bancos, socializó la compañía de seguros AIG, y también los gigantes hipotecarios Freddie Mac y Fannie Mae, pero Obama socializó las empresas automotrices, como General Motors. Y mientras que Bush incrementó enormemente los gastos otorgando un nuevo beneficio gubernamental de medicamentos recetados, Obama instaló una costosa y burocrática reforma sanitaria. Finalmente, Bush aumentó la intromisión federal en la educación, mientras que Obama continuó esta tendencia con su programa “Race to the Top” (Carrera a la Cima).
Las futuras generaciones deberán asumir los costos de la expansión más grande de los beneficios sociales desde la Gran Sociedad de Lyndon Johnson. Estos costos incluyen las engorrosas nuevas prestaciones y los medicamentos recetados, sobre un sistema médico legal ya tambaleante. Mientras reducía los impuestos, Bush libró dos guerras costosas y tuvo los mayores incrementos en el gasto interno desde la administración Johnson.
En otro orden de cosas, ninguno de los dos presidentes se destacó por su manera de lidiar con los desastres naturales (el huracán Katrina para Bush) o artificiales (el derrame de petróleo de BP para Obama).
Una de las pocas diferencias importantes entre las políticas de las administraciones de Bush y Obama se da en el ámbito de la política exterior. Obama ha venido retirando a las tropas de Irak, mientras que las duplicó en Afganistán y recibió elogios de George W. Bush por hacerlo. Sin embargo, este cambio se ha traducido en una reducción de las fuerzas estadounidenses en situación de peligro cercana a los 100.000 efectivos. En general, Obama no se ha mostrado tan “duro” como su predecesor al resto del mundo con su política exterior negociando un acuerdo de limitación de armas estratégicas con Rusia, reduciendo los planes de la defensa antimisiles de los Estados Unidos en Europa, mejorando las relaciones ruso-estadounidenses, y negociando más seriamente con Irán y Corea del Norte; aunque al final, Obama podría tener que aceptar que ambos países posean armas nucleares y confiar en el enorme arsenal nuclear estadounidense para disuadir a esas naciones.
Tanto las dos presidencias de Bush como hasta ahora la de Obama dejan mucho que desear, pero Obama tiene una ligera ventaja facilitada por una política exterior en general levemente menos beligerante. Y como hicieron cuando Bill Clinton era presidente, los republicanos, recientemente elegidos, podrían hacer que Obama restringa el gasto federal, revirtiendo de esta forma su curso actual de gasto, reduciendo el enorme déficit y mejorando su baja posición actual. Sin embargo, los republicanos, que suelen ser más responsables fiscalmente cuando no controlan la Casa Blanca, probablemente puedan hacer bastante para pulir el legado de Obama en general.
Ese legado incluiría una remodelación de la estrategia presidencial para adaptarse a los desafíos de un Congreso en el que los republicanos dominan la Cámara de Representantes desde este mes de enero y la proximidad del inicio de la campaña electoral con miras a las elecciones presidenciales de noviembre de 2012.
Obama se juega su reelección en esa oportunidad, pero si el actual desempleo no muestra visos de ceder, va a ser muy difícil que gane. Y hasta ahora, ni demócratas ni republicanos parecen tener la solución para esta verdadera tragedia que está azotando el país del norte.

jueves, 20 de enero de 2011

Reformas de mercado en China e India

China e India son los dos países más habitados del mundo. En conjunto, comprenden actualmente el 37 por ciento de la población mundial. Cientos de millones de individuos en esos dos países que solían vivir con el equivalente de un dólar diario, tienen actualmente un nivel de vida más alto como resultado de las reformas económicas de mercado. El Libro Rojo de Mao, guía y luz de los pueblos, emblemática obra del progresismo social de inconmensurable influencia en círculos intelectuales del más fino calibre como los puestos de libros de viejo de Parque Rivadavia, Plaza Italia y Parque Centenario, tiene tanta relevancia para la China actual como el informe anual de la cosecha de garbanzos de Misiones.
Por el contrario, las reformas de liberalización económica llevadas a cabo en estos verdaderos gigantes asiáticos marcan un nuevo pragmatismo que determinan un dramático aumento en sus niveles de crecimiento económico.
La convicción que impulsa esas reformas hacia políticas de libre mercado, menos regulación y menos gobierno no es el dinero, es el inherente derecho de las personas a eligir cómo vivirán. La superioridad ética de los mercados libres por sobre el control gubernamental y la interdependencia de la libertad económica y las libertades “civiles” como la libertad de expresión, de reunión, de asociación, de circulación y de petición a las autoridades son el basamento mismo de ese derecho. Milton Friedman creía que las verdaderas funciones del gobierno deberían ser las de proporcionar seguridad y justicia civil más la defensa nacional. Sus investigaciones sobre el largo e imprevisible desfase entre los cambios en la oferta de dinero y los cambios en la actividad económica real y la inflación lo llevaron a concluir que la única política macroeconómica que de manera consistente rendirá resultados deseables es una lenta, sostenida y predecible tasa de crecimiento de la oferta. El eminente economista estadounidense fue un defensor articulado y persuasivo de la libertad individual, la propiedad privada y la economía de intercambios voluntarios que se basa en esa libertad y, al mismo tiempo, la sustenta.
A grandes rasgos, el concepto es prescindir de toda intervención gubernamental en las actividades pacíficas de los individuos. El rol del gobierno debe estar estrictamente restringido a defender a la nación de los enemigos extranjeros, defender a las personas de la fuerza y el fraude, proporcionar un foro para las decisiones de las reglas generales que determinan la propiedad y derechos similares, y suministrar los medios para mediar en las disputas acerca de las reglas, iguales para todos. Así lo han entendido –y puesto en práctica- las naciones que han alcanzado los más altos niveles de desarrollo.
China e India son territorios vastos y heterogéneos que agrupan a un sinnúmero de grupos étnicos, culturas e identidades distintas. La globalización ha traído una nueva apertura que también se traduce en una mayor influencia externa y ambas naciones buscan mantener su integridad territorial, parte de la cual significa mantener un sentido de nacionalidad e identidad común. Ambos países están experimentando descontento social. La pobreza todavía es notoria en estos países. La emigración rural a las ciudades, a medida que los emigrantes buscan nuevas oportunidades, está creando serios problemas en los ya sobrepoblados centros urbanos. Estos van desde una falta de vivienda adecuada, deficiencias en la atención médica y, por supuesto, problemas de educación. Sin una adecuada educación, muchos de los nacidos en pueblos pequeños tienen poca oportunidad de encontrar un sitio útil para ellos en la nueva economía. Tanto en China como en India, algunas de las zonas rurales menos accesibles están quedando desiertas, pobladas sólo por los muy viejos y los muy jóvenes, mientras que las personas en edad de trabajar marchan a las ciudades. Ambos gobiernos están involucrados en programas sociales masivos para detener el éxodo rural y ayudar a las regiones más postergadas a incorporarse al crecimiento.
Obviamente, esta tarea no será nada fácil y requerirá mantener la confianza pública en el proceso democrático especialmente en un país como China donde el Partido Comunista sigue ejerciendo el monopolio del poder político. El cambio económico en ese país todavía no ha traído consigo esas clases de libertades. La liberalización de la economía, sin embargo, puede ser la clave: a medida que la sociedad china cambia y crece su clase media, aumentan seriamente las posibilidades de que el Partido Comunista pierda considerables posiciones de poder. India, por su parte se beneficia de un importante sector no gubernamental, organizaciones independientes que constantemente exigen rendición de cuentas al gobierno. Y un sistema legal que funciona razonablemente.
El mundo mira con expectativa el enorme potencial de estos dos países, y espera que la continuidad de estas políticas de mercado, sumadas a las necesarias aperturas políticas, de como resultado una mayor estabilidad y un sostenido crecimiento que involucre a todos.
Estas políticas de desmantelamiento de la burocracia gubernamental son las que alejarán a las naciones del insensato sendero de las economías de estado hacia las economías basadas en la elección individual, la libertad de mercado y la responsabilidad personal. ¿Quién necesita el Libro Rojo de Mao?

sábado, 15 de enero de 2011

Señoras y señores, con ustedes la Fed

Las recientes elecciones estadounidenses fueron un importante referéndum sobre las políticas económicas de la administración Obama. Los resultados evidenciaron claramente que los votantes rechazaron de manera abrumadora a los candidatos que apoyaron el programa de estímulo de 780 mil millones de dólares y el programa de atención sanitaria de Obama y que propiciaron un gobierno más pequeño y menos propenso al intervencionismo.
Irónicamente, la institución gubernamental más controvertida del planeta no estuvo sometida a votación y jamás ha sido objeto de un auténtico proceso democrático: la Reserva Federal, conocida popularmente como la "Fed." Creada por el Congreso en 1913 como un organismo regulador independiente, la Fed es administrada por una junta de gobernadores de siete miembros con mandatos de 14 años (ninguno de ellos elegido por voto popular) que decide de manera autónoma la política monetaria nacional. 
El presidente de la Fed, Ben Bernanke, va al Capitolio dos veces al año a fin de realizar una declaración política y responder a preguntas de los legisladores. En última instancia, sin embargo, la Fed hace exacta y precisamente lo que desea hacer. Y lo que ha hecho históricamente, y lo que está haciendo actualmente, es estúpido e incluso peligroso y merece la más amplia exposición y crítica posibles.
En términos sencillos, la Fed se encuentra legislativamente autorizada para manipular la oferta de dinero de la nación en un intento por mantener el “pleno empleo” con una razonable “estabilidad de precios”. Esto significa que la Reserva Federal incrementa la oferta monetaria cuando las tasas de desempleo son altas (como ahora) y la reduce cuando la economía experimenta inflación.
La Reserva Federal aumenta la oferta de dinero mediante la compra de activos (principalmente bonos del gobierno) y el pago de esas compras con cheques librados contra su propia cuenta en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York. Estos cheques de la Fed son luego cobrados o depositados por los vendedores de bonos y la oferta monetaria de la nación en consecuencia crece. Así es como la deuda del gobierno es “monetizada.”
La Fed está actualmente embarcada en un masivo programa de adquisición de bonos del gobierno (600 mil millones de dólares) destinado a reducir las tasas de interés a largo plazo. El programa ha recibido la crítica casi universal de los economistas y líderes financieros mundiales. Los motivos de esa crítica son obvios para casi todos excepto los funcionarios de la Fed: esta política no funcionará y será contraproducente en términos de una eventual recuperación económica sostenible, ya que más dólares de la Fed depreciarán el valor de la moneda en su conjunto y eventualmente harán subir los precios, especialmente los de las materias primas, como el oro y el petróleo. Estos precios más altos de los insumos, con toda seguridad, alimentarán una mayor inflación de los precios finales de los bienes de consumo. El "estímulo" de la Reserva Federal no generará un crecimiento sostenible ni empleos en el sector privado ya que la inflación dificulta que las oportunidades de negocios sean rentables.
Además, la política de intentar reducir las tasas de interés a largo plazo aumentando la oferta monetaria es discutible, porque esas tasas pueden subir precisamente por los temores de inflación asociados con el incremento del crédito.
Las tasas de interés artificialmente bajas de la Fed generaron el último ciclo de auge y depresión, especialmente en la industria de la construcción y la vivienda, y probablemente volverán a hacerlo. La Fed, sin embargo, parece no percatarse de este peligro ni de su culpabilidad en la última debacle.
El célebre economista Milton Friedman declaró cierta vez que "aunque la Fed no provocó la crisis de 1929, sí la empeoró al reducir la oferta monetaria en un tiempo en el que se necesitaba más liquidez."
No es la única crítica a esta controvertida institución. Economistas de la Escuela Austríaca, como Ludwig von Mises, dicen que lo que ha llevado a tener bonanzas en el ciclo económico en el último siglo ha sido la manipulación artificial de la oferta monetaria por parte de la Fed. Argumentan también que la expansión de la oferta monetaria que hizo la Fed a inicios del siglo XX, provocó que se invirtiera mal el dinero, teniendo como consecuencia la Gran Depresión.
Una crítica más reciente es la discrecionalidad con la que se toman las decisiones. Las juntas se llevan a cabo a puertas cerradas y los documentos se revelan con cinco años de retraso. Hasta los expertos en análisis de políticas están inseguros de cuál es la lógica con la que la Fed toma decisiones. Los críticos argumentan que las políticas de discrecionalidad provocan mayor volatilidad en el mercado debido a que el mercado debe adivinar, la mayoría de las veces con poca información, sobre los cambios en las políticas.
Otra crítica contra la Fed, es que el actual presidente, Ben Bernanke no ha trabajado en empresas privadas, y por lo tanto no debería ser presidente. Se argumenta que a pesar de sus grandes logros académicos, muchas de sus decisiones son tomadas no de acuerdo a experiencia de la vida real, sino a la teoría que es base de su carrera.
Se han llevado a cabo manifestaciones en varias ciudades norteamericanas con la consigna "End the Fed!" (¡Hay que terminar con la Fed!) reclamando, precisamente, su abolición.
Es probable que el nuevo Congreso analice las facultades y políticas de la Reserva Federal. El representante estadounidense Ron Paul (republicano por Texas) es un acérrimo defensor del patrón oro y un crítico de la Reserva Federal. Ocupará, sin duda, un cargo importante en la supervisión por parte de la Cámara de Representantes sobre estas cuestiones. Y su hijo, el senador electo Rand Paul (republicano por Kentucky) podría tomar la iniciativa en el Senado para lograr una mayor transparencia y supervisión parlamentaria de la Reserva Federal.
Sin embargo, los intereses creados no son mínimos y nada hace suponer que este escrutinio tendrá lugar demasiado pronto.

viernes, 7 de enero de 2011

La empresa privada y el respeto a la ley son los pilares básicos de los Estados Unidos

En los Estados Unidos no faltan los problemas de toda índole, y mucho menos en un momento en que la tasa de desempleo es la más alta en casi tres décadas. Sin embargo, hay que analizar los factores que verdaderamente sustentan el potencial de este país.
En primer lugar, casi nadie habla del gobierno o del presidente para quejarse o para pedir que debería hacer tal o cual cosa. Aun en un año electoral, la política parece algo siempre secundario para el ciudadano común. Para ese hombre común, en cambio, lo que verdaderamente importa es la ley. Si todos la respetamos, afirma tácitamente el americano, todo andará mejor. Y lo pone en práctica. La gran solidez de este país se apoya en ese llamativo acatamiento a las normas. En el fondo, quizás nada sea tan importante como esa cohesión, ese consenso. Por alguna razón que se remonta al pasado y a la historia de muchos años de democracia, allí se aprecia, ante todo, la sensación del respeto simple y natural a la ley. Y esta característica decididamente distingue a este país de sus vecinos del sur, los países de América Latina, donde lo único que parece importar es la política y el poder. En los Estados Unidos, todos los distritos electorales tienen representación en el Congreso menos uno: Washington, la capital, ese "cuadrado de diez millas de lado," según la Constitución, donde se halla radicado el gobierno del país más poderoso del planeta. Los Padres Fundadores tenían bien en claro la importancia de un gobierno limitado que funcione como un verdadero sistema de equilibrios y contrapesos en el que cada arista impida que cualquier otra adquiera un poder indebido o desmedido.
Desde cierta perspectiva, puede suponerse que en este país todo se hace a fuerza de invertir dólares, pero lo verdaderamente significativo es la voluntad de hacer posible lo aparentemente imposible. El mapa de los Estados Unidos cuenta su historia. A medida que nos desplazamos hacia el Oeste, los estados se vuelven cada vez más grandes hasta llegar a Alaska, la última frontera. Caravanas de familias atravesaron el país viniendo del Este a poblar las nuevas tierras del Oeste, a trabajar sus campos, a extraer sus minerales, a fundar sus ciudades. Lo hicieron porque buscaban un futuro mejor; pero más que eso, porque creían en algo más grande que ellos mismos: la libertad. Los movilizaba su propia iniciativa, la iniciativa privada. No había ninguna Secretaría Nacional de Exploración del Oeste ni un Plan Quinquenal de Fundación de Ciudades al Otro Lado del Mississippi. Aquellos pioneros no recibían subsidios ni ningún aporte del gobierno. Es más, el gobierno tal vez ni siquiera sabía que existían. El ser humano progresa cuando puede ejercer sus facultades creativas con entera libertad y las naciones que triunfan son aquellas que dan lugar a que esto suceda.
La producción agraria, la industria y una formidable infraestructura dominan el interior de los Estados Unidos. En el Medio Oeste (Midwest), estados como Nebraska, Iowa, Illinois e Indiana presentan un paisaje similar al de la pampa húmeda argentina. Pero hay que destacar las grandes diferencias de fondo: una permanente infraestructura de apoyo en silos, galpones, plantas productoras de alimentos, canales de agua, maquinaria agrícola e instalaciones de riego artificial prácticamente en todo campo sembrado. Tanto en el campo como en las grandes obras viales y ferroviarias, se invierte permanentemente para incrementar la producción en todos los órdenes.
La adecuada combinación de la incesante innovación tecnológica con dos clásicos siempre vigentes, la empresa privada y el respeto a la ley, son el factor del mejoramiento del nivel de vida y el progreso ilimitado para todos.
Insisto, no es que falten problemas, pero se aprecia que la base de funcionamiento próspero que Rousseau denomina "contrato social" se cumple allí razonablemente.

lunes, 3 de enero de 2011

Palabras, no eufemismos

George Orwell enunció seis reglas para escribir. Una de ellas es la siguiente: nunca usar una palabra larga cuando pueda usarse una corta. En las fuerzas armadas norteamericanas una tarea no es una tarea: es una “especialidad ocupacional militar.” En la guerra, la primera baja es la verdad, observó en 1758 el ensayista británico Samuel Johnson. El lenguaje en sí se convierte en parte de los “daños colaterales.” El eufemismo es una estrategia para mencionar cosas sin evocar imágenes mentales de ellas.
Las palabras significan determinadas cosas, pero a veces son usadas por políticos inescrupulosos (demagogos, ya que estamos en el tema de los eufemismos) para convencer a la gente de que son caritativos, compasivos, buenos y sabios. Los eufemismos manipulan las palabras y, en última instancia, las cosas mismas para servir a los intereses de quienes los formulan. “El gran enemigo de un lenguaje claro es la insinceridad,” escribió Orwell. El se oponía a la brutalidad y a la hipocresía y a las palabras empleadas para encubrir la brutalidad y la hipocresía.
De todos los hechos que se encubren con eufemismos, el más común es sin duda la burocracia. El progreso de una nación no se logra por decretos que tengan la apariencia superficial de ser buenos y justos para el pueblo, pero que no hacen nada por resolver los problemas y a menudo los hacen peores. Las políticas de intervención estatal son verdaderos ejemplos de legislación “progresista” que han traído daño a aquellos sectores de la población que supuestamente iban a ser beneficiados –sin mencionar a los contribuyentes en general.
Veamos un ejemplo. En 1990, el gobierno de Estados Unidos aumentó la presión impositiva para los sectores más altos, en promedio, del 28 al 31 por ciento. El resultado fue una pérdida neta de 6 mil millones de dólares para el fisco. Los hombres de empresa, al verse presionados, ya no tienen tanto interés en producir. Entonces, cierran sus plantas o las trasladan a otros países. Es lo que ocurre invariablemente, indefectiblemente, cuando el estado se entromete en la economía de mercado. La función del estado es proteger, promover e incentivar la propiedad privada, no entrometerse con ella. Por aumentar los impuestos, las escuelas y hospitales públicos de Estados Unidos cuentan con 6 mil millones de dólares menos para su presupuesto.
El estatismo, simplemente, no tiene respeto por la realidad. Más aún, no tiene respeto por la ética. Su manipulación de palabras y conceptos es una táctica, una estrategia deliberadamente calculada para engañar. Las políticas de estado benefactor y de economía estatal planificada encubren su burocracia y el elemento más siniestro es que están plenamente concientes de que lo hacen. Para los estatistas, la significación de la compasión y de la sensibilidad social es aumentar y perpetuar el ciclo de dependencia del estado.
Ahora bien, ¿si estas políticas de intervencionismo de estado son tan engañosas, tan insidiosas (y lo que me interesa a toda costa es que quede claro que sí lo son), por qué cuentan con adherentes? Eso se debe, lamentablemente, a que la gente ha sido condicionada a pensar que el estado es el gran redentor social. Hoy por hoy, demasiada gente está esperando que el estado le resuelva sus problemas en lugar de tomar la iniciativa ellos mismos. La proliferación del estado benefactor ha creado una verdadera clase social indefensa y crónicamente dependiente.
¿Cómo se rompe este círculo vicioso de dependencia estatal? Simplemente, la gente necesita ser reorientada y reeducada. Hay que penetrar la membrana de confusión creada por muchos años de prédica populista de intervenciónismo estatal, demagógica y tenaz. Y para hacerlo, nada mejor que la lógica y el sentido común.
Lo que hace grande a una nación no es el intervencionismo estatal sino la responsabilidad personal, un inquebrantable sentido de la ética, la confianza en el espíritu humano, y poner en primer término no al estado sino al anhelo universal de la libertad y el deseo de progresar y superarse en la vida para beneficio de uno mismo y de quienes lo rodean.
Estas características tienden a ser tachadas de “reaccionarias” por los estatistas. ¿Por qué? Porque, precisamente, echan por tierra toda teoría estatista. Porque exponen implacablemente al estatismo como lo que es: extemporáneo, banal, superfluo, prescindible; pero sobre todo, el eufemismo empleado para encubrir la burocracia.
Los argumentos a favor de estas políticas de intervención estatal afirman que, sin ellas, las cosas serían aún peores. ¿En serio? No nos dejemos engañar. Los estatistas no creen verdaderamente que la gente pueda hacerse cargo de sus propias vidas. En realidad, no quieren que la gente se haga cargo de sus propias vidas. Si hay menos gente en necesidad de planes sociales, hay menos demanda por un rol expansivo del estado y, por lo tanto, una demanda declinante por este tipo de políticas. Es sólo mentalidad de propia preservación y de supervivencia política.
Burocracia, no estado benefactor. Runfla de burócratas, no “secretaría” o “comité estatal.” Resentimiento social, no redistribución de la riqueza. Intromisión, no planificación estatal. Palabras, no eufemismos, para decir las cosas como son.

Vientos de sabiduría

Después del 11 de setiembre de 2001, ha habido un gran debate sobre el origen del odio del mundo árabe hacia Occidente. Pero lo sorprendente es la manera en que ese odio árabe concuerda con el odio histórico de la izquierda hacia el capitalismo. Los fundamentalistas islámicos y la gente de izquierda odian las mismas cosas, utilizan la misma terminología y llevan adelante las mismas protestas. Esto es, en gran parte, porque, a sus ojos, dos pueblos, los Estados Unidos e Israel, han emergido como los dos grandes ejemplos del éxito inmerecido. Desde su punto de vista, tanto los norteamericanos como los israelíes son los diablos materialistas enloquecidos por el dinero, los destructores de la moral, corruptores de la cultura y propagadores de valores idolátricos. Estos dos países practican el capitalismo salvaje, manipulan a su antojo naciones más pobres y explotan a sus vecinos más débiles en su insaciable voracidad por más y más. Es su insensibilidad a las cosas sagradas de la vida, su energía febril, su indiferencia a todo lo que no sea ganancia material, y su hueco propósito de poder y de dominación lo que les permite realizar su imperio de poder, de explotación y de injusticia. Para sintetizar esto, nada mejor que las declaraciones del historiador británico Arnold Toynbee: “Los Estados Unidos e Israel deben ser hoy los dos estados soberanos más peligrosos de los 125 entre los cuales la superficie de este planeta se encuentra actualmente repartida.” Toynbee dijo eso en 1968. Considerando que en la actualidad existen 200 estados soberanos, habría que preguntarle qué lugar ocuparía en ese ranking la diferencia de 75.
Y los frentes de batalla se van formando. El conflicto de Palestina, que básicamente es una disputa local sobre posesión de tierras, ha sido transformado en una verdadera confrontación cultural e ideológica de alcance universal en la que islámicos e izquierdistas enfocan sus más diversos odios y resentimientos.
Los fundamentalistas islámicos y la gente de izquierda comparten así el mismo pesimismo. Es un pesimismo que cae en varias categorías.
En primer lugar, la tradicional visión negativa de izquierda según la cual la empresa privada ha pervertido el alma humana. Luego, el fanatismo religioso. Finalmente, en otra categoría fuertemente vinculada con la anterior, el terrorismo: hombres fanatizados por el odio. En todos los casos, hay una crítica visión del modo de vida occidental.
La ensayista norteamericana Catherine Jurca, autora de "La Diáspora Blanca: Los Suburbios Y La Novela Americana Del Siglo Veinte" escribió: "Como un cuerpo de trabajo, la novela suburbana afirma que una familia infeliz es muy similar a la siguiente, y que no hay tal cosa como una familia feliz.” Es el mismo “mensaje” de films como “American Beauty” y de series de TV como “Desperate Housewives,” sólo por nombrar unos ejemplos de lo que sería el retardo moral de las clases medias emprendedoras y el vacío moral, cultural e intelectual de la vida suburbana: un análisis también muy pesimista.
Pero los eventos del 11 de setiembre ponen en tela de juicio el por qué de tanto pesimismo. En rigor de verdad, los bomberos de Nueva York y los pasajeros del Vuelo 93 de United se comportaron como héroes a pesar de que seguramente ninguno de ellos era faquir o asceta sino que lo más probable es que vivían en hogares burgueses, miraban televisión, usaban teléfono celular, compraban en Walmart y en Home Depot, tomaban café en Starbucks y hasta ocasionalmente hojearían la revista Playboy. Más aún, el 11 de setiembre causó que todo un país se uniera de manera incólume detrás de su líder natural, el presidente Bush, incluso aquellos que se opusieron ferozmente a su elección. Y no es nada fácil explicar, en el caso de los Estados Unidos, cómo una nación tan corrupta hasta los huesos ha logrado permanecer tan exitosa por tanto tiempo. Si son tan podridos, ¿cómo pueden ser tan grandes? De hecho, desde el momento mismo en que ganaron la Segunda Guerra Mundial en 1945, este país ha sido el líder indiscutido del mundo.
La explicación de la izquierda es que los yankis triunfan, precisamente, porque son enanos espirituales. Estados Unidos es el país del insensible capitalismo, del insaciable materialismo y del insondable vacío espiritual. José Enrique Rodó, autor de “Ariel,” escribió en esa obra: “La vida norteamericana describe efectivamente ese círculo vicioso que Pascal señalaba en la anhelante persecución del bienestar, cuando él no tiene su fin fuera de sí mismo. Su prosperidad es tan grande como su imposibilidad de satisfacer a una mediana concepción del destino humano. Obra titánica, por la enorme tensión de voluntad que representa y por sus triunfos inauditos en todas las esferas del engrandecimiento material, es indudable que aquella civilización produce en su conjunto una singular impresión de insuficiencia y de vacío. Y es que si, con el derecho que da la historia de treinta siglos de evolución presididos por la dignidad del espíritu clásico y del espíritu cristiano, se pregunta cuál es en ella el principio dirigente, cuál su ‘substratum’ ideal, cuál el propósito ulterior a la inmediata preocupación de los intereses positivos que estremecen aquella masa formidable, sólo se encontrará, como fórmula del ideal definitivo, la misma absoluta preocupación del triunfo material. Huérfano de tradiciones muy hondas que le orienten, ese pueblo no ha sabido sustituir la idealidad inspiradora del pasado con una alta y desinteresada concepción del porvenir. Vive para la realidad inmediata, del presente, y por ello subordina toda su actividad al egoísmo del bienestar personal y colectivo.”
Puede ser, pero veamos lo que dijo el presidente George Washington en su discurso inaugural el 30 de abril de 1789: “Sería particularmente inadecuado omitir en este primer acto oficial mis ruegos fervorosos a ese Ser Todopoderoso que reina sobre el universo, que preside en los consejos de las naciones y cuyas ayudas providenciales pueden suministrar todos los defectos humanos, que Su bendición pueda consagrar a las libertades y a la felicidad del pueblo de los Estados Unidos un gobierno instituido por sí mismos para estos esenciales propósitos y que pueda permitir a todos los instrumentos empleados en su administración ejecutar con éxito las funciones asignadas a su cargo. En rendir este homenaje al Gran Autor de todos los bienes públicos y privados, me aseguro que expreso vuestros sentimientos no menos que los míos, no menos que los de mis conciudadanos. Ningún pueblo puede estar más seguro de agradecer y adorar la Mano Invisible que conduce los asuntos de los hombres que el pueblo de los Estados Unidos.”
Este país fue fundado por granjeros cristianos. Llevaban la religión y la ética del trabajo en la sangre, al igual que los tradicionales valores de familia. Luego, sería lógico concluir que esos fueron los verdaderos valores que lo formaron y engrandecieron.
Marx dijo hace un siglo y medio: “Un fantasma recorre el mundo,” refiriéndose al comunismo. Teóricamente, desde entonces, Occidente ha estado a punto de caer. Jamás lo ha hecho. Desde hace un siglo y medio, Occidente se encuentra sometido a una verdadera auditoría de movimientos sociales que, de tanto en tanto, surgen como una luz roja de amonestación a su sistema de vida. Desde hace un siglo y medio, Occidente, impertérrito, ve pasar uno tras otro todos los vientos de sabiduría que así van y vienen. El nuevo movimiento de impugnación –el comunismo, el existencialismo, los beatniks, los hippies, la teología de la liberación, el sandinismo, la New Age- emerge, es abrazado como artículo de fe, es romantizado e idealizado, pregonado como el camino del futuro, pero entonces colapsa y, como en una obstinada seguidilla, sus desilusionados adherentes salen en busca de su nuevo viento de sabiduría en su eternamente decepcionante viaje a través de los más diversos experimentos sociales.
Desde hace un siglo y medio, los jóvenes, los estudiantes, los artistas, los intelectuales, las minorías oprimidas, obrando juntos o por separado, iban a librar una guerra santa contra los suburbios ya que éstos representan la burguesía y el capitalismo que tanto querían combatir, pero al final nunca lo hicieron. Más bien, se mudaron a los suburbios y encontraron felicidad allí.
Por otra parte, el 11 de setiembre ha causado sin duda que cada vez más gente llegue a la conclusión de que Occidente tiene toda la razón y todo el derecho del mundo a ser como es, a vivir a su manera. Después de mucho tiempo, tal vez finalmente llegó el momento de saber que el modo de vida de Occidente no es tan sólo el éxito, sino también la formación del carácter; y de reconocer las virtudes que explican el éxito: una cierta capacidad para ver claramente los problemas cualesquiera que éstos sean, para reaccionar a los contratiempos con energía, para llevar a cabo las tareas, para emplear la fuerza sin caer en la barbarie. La vida occidental moviliza a la iniciativa individual. Esto se ve, como regla general, en todos los países que lo conforman, pero muy especialmente, en los vibrantes, brillantes pueblos de Estados Unidos e Israel.
Jean Baudrillard escribió sobre Estados Unidos. “Nosotros (los europeos) filosofamos sobre un montón de cosas, pero es acá donde cobran forma. Es el modo de vida estadounidense, que juzgamos ingenuo o desprovisto de cultura, el que nos da el cuadro completo del objeto de nuestros valores.”
Porque la ironía es que a pesar de todo su desprecio, los fundamentalistas árabes no pueden ignorar a Occidente, no pueden ignorarnos. Mucho menos –y como una ironía más grande aún- la gente de izquierda, por la simple razón de que viven acá, en Occidente. Mucha gente en muchas partes del mundo tiene una relación de amor y odio con los Estados Unidos. Eso se debe a que, muy en el fondo, saben que este país tiene una energía y una vitalidad que, por ejemplo, los países de Europa alguna vez tuvieron, pero que ahora, en la comodidad de sus estados benefactores socialistas, no tienen más. Europa se está convirtiendo literalmente en el viejo continente: todos sus países tienen tasas de natalidad negativa. Estados Unidos, por su parte, tiene en estos momentos la tasa de natalidad más alta de todos los países industrializados. Y un trabajador americano labora un promedio de 350 horas más por año que un europeo. Estos son cuadros que, sin duda, despiertan envidia.
Quizás, entonces, es en ese desprecio, en ese odio, en esa envidia, donde mejor puedan discernirse las fuerzas. Las verdaderas fuerzas que, como decía Baudrillard, son las que dan el cuadro completo del objeto de los valores. Porque si el conflicto surge, será mejor que seamos capaces de articular, ante nosotros mismos y ante el mundo, quiénes somos, qué es Occidente, por qué despertamos esas pasiones y por qué tenemos absoluto derecho a que prevalezca nuestro estilo de vida.

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre la izquierda y nunca se atrevió a preguntar

En la formación política de esta gente, además de complejos y resentimientos sociales de todo tipo, han intervenido los más variados ingredientes. En primer lugar, la perorata marxista de sus compañeros universitarios. En efecto, en sus tiempos de estudiante, le taladraron tanto el tímpano con la revolución, el imperialismo y la lucha de clases, que nuestro pobre amigo quedó como la víctima de la tortura china del odre perforado. Dicho de otra manera, le lavaron el cerebro.
Sus lecturas políticas, obviamente, fueron otro factor. En los anaqueles de su biblioteca no podían faltar, al mismo tiempo que fluyen alegremente por el caudal de sus torrente ideológico, Augusto César Sandino, Víctor Raúl Haya de la Torre, Víctor Jara, Emiliano Zapata, Leopoldo Marechal, Arturo Jauretche, José Enrique Rodó, José Carlos Mariátegui, Eduardo Galeano, Juan Domingo Perón, Salvador Allende, Pablo Neruda, Fidel Castro y el Che Guevara; y más recientemente, Saddam Hussein. Todo lo mencionado servido en una bullente cazuela retórica de la cual obtiene esa rara mezcla de tesis tercermundistas, ribetes de nacionalismo, demagogia populista y odio anti-yanki que lo caracteriza.
En el mundo político intelectual latinoamericano, la gente de izquierda proviene mayoritariamente de modestas clases medias, de alguna manera venidas a menos. Tal vez hubo un abuelo próspero que se arruinó, una madre que enviudó temprano, un padre profesional o comerciante acorralado por dificultades económicas y añorando en voz alta mejores tiempos de la familia. El medio de donde provienen está casi siempre marcado por fracturas sociales, propias de un mundo industrial desvanecido y mal asentado sobre las nuevas realidades tecnológicas urbanas.
Hay diez probabilidades contra una que su casa haya sido una de esas viejas casas húmedas y oscuras de los barrios no precisamente más favorecidos de la ciudad, de techos altos, con patios y macetones, el infaltable zaguán y bombillas eléctricas colgando sin plafón en cuartos y corredores. Debieron ser compañeros de su infancia, las bicicletas, los partidos de fútbol en la calle, la televisión en blanco y negro, los apuros de fin de mes, algún auto económico comprado con esfuerzo por la familia, los veraneos siempre cerca y las tías y las abuelas abnegadas por los quehaceres domésticos.
Desde esta franja social (que, como vemos, no se caracteriza precisamente por su amplitud), el entonces joven (o viejo) de izquierda observaba, siempre arrogantes, a los ricos con sus autos cupé, sus casas más grandes con jardín y pileta de natación, sus reuniones en sociedad, sus paseos en yate con los amigos, sus fiestas exclusivas, sus viajes a Estados Unidos y a Europa; y de verde que se ponía de envidia, parecía el sapo Pepe.
Y esa es toda la historia. De eso se trata el pensamiento de izquierda: la envidia y el resentimiento justificados por argumentos dialécticos.
El hombre de izquierda siente una particular fascinación por una palabra bien definida: social. Habla de función social, justicia, social, conciencia social, progreso social, plataforma social, corriente social, reivindicación social, política social, impulso social y contenido social. Lamentablemente, no consigue llegar a ver que su desvelo social tiene un costo: el incesante aumento de tarifas e impuestos para pagar los gastos de las empresas públicas deficitarias que categóricamente se niega a privatizar.
Y en apoyo de esta posición estatista, contará con todos los miembros del variado abanico de izquierda compuesto por comunistas, trotskistas, maoístas, sandinistas, senderistas, zapatistas, indigenistas, folkloristas, docentes universitarios, antropólogos, sindicalistas, resentidos sociales, diputados nacionales, cantantes de protesta, directores de documentales y charlatanes de café de la calle Corrientes. Todos ellos se pondrán a favor de los monopolios públicos y pondrán el grito en el cielo ante la sola mención de la palabra “privatizar.”
Pero el hombre (o mujer) de izquierda cuenta además con un muy simple recurso que le garantiza su posición en ese plano de superioridad moral y progresismo social que tanto le interesa mantener como imagen. En realidad, es lo más fácil que hay para un ser humano: hacer excusas. Para mostrarse al mundo como progresista revolucionario imbuido de sensibilidad social, todo lo que hay que hacer es dar la excusa que mejor venga al caso. ¿Las Torres Gemelas no existen más porque un tal Bin Laden las tiró abajo? Está bien, porque Estados Unidos hambrea al mundo. ¿Le robaron el auto a alguien? Está bien, porque en América Latina hay muchas diferencias de clases sociales. ¿Un imbécil rompió el vidrio de una ventana de un piedrazo? Está bien, porque seguro que era un chico reprimido y alienado por la sociedad de consumo. ¿Hay presos políticos en Cuba? Está bien, porque son gusanos incapaces de comprender un proceso revolucionario. Eso es ser de izquierda. Una runfla interminable de excusas, excusas, excusas, excusas, excusas, excusas para todo. ¿Qué mérito puede haber en eso? ¿Qué puede ser más fácil?
El zurdo (no hay ninguna intención peyorativa en esto; elijo el término sólo por lo coloquial) está convencido de que el mercado es sinónimo de corrupción, que le corresponde al estado corregir los desequilibrios en la distribución del ingreso y que la manera de incentivar la economía y el mercado interno es proceder sin reatos a la emisión monetaria. Su Biblia la escribió Keynes.
De la misma manera, cree que para resolver los endémicos problemas de pobreza, caos administrativo, violencia urbana y narcotráfico, lo que se necesita es una gran reforma constitucional. O una nueva constitución que incorpore esos kilométricos tratados que hay ahora, como el de San José de Costa Rica, que consagre al fin todos los derechos habidos y por haber: el derecho a la vida, a la educación pública y gratuita, a la vivienda digna, al trabajo bien remunerado, a la paz, al amor, a la intimidad, a la inocencia, a la vejez tranquila, a la suerte, al éxito, a la felicidad, a la salvación y a la dicha eterna. Cuatrocientos o quinientos artículos abigarrados en una nueva constitución que parezca una guía telefónica y nos ponga en ridículo ante el mundo y el país quedará como nuevo. Y todos seremos muy progresistas.
Otro punto muy importante es el apego a lo folklórico, autóctono o telúrico. Ciertamente, es la oportunidad de demostrar el más enérgico repudio al rock y otras expresiones musicales igualmente decadentes y extranjerizantes (Madonna, las Spice Girls, etc.) y las intenciones imperialistas subyacentes.
La izquierda tiende a ser nihilista. Socava los valores estructurales en los que la sociedad se ancla a fin de lograr un mínimo de estabilidad y orden. Más aún, contradice las tradicionales nociones del bien y del mal atribuyendo gran parte de la conducta criminal y antisocial al determinismo económico. Tergiversa y distorsiona verdades que siempre fueron aceptadas como tales por el simple hecho de que lo son. Ataca puntos fijos, puntos constantes de toda clase para reemplazarlos por su propio y arbitrario código de reglas y regulaciones con el fin de acrecentar su poder político.
Y sin olvidar, por supuesto, las teorías conspirativas a las que son tan afectos. Para ellos, todo es una conspiración. Literalmente. El ataque a Pearl Harbor fue una conspiración entre el generalato japonés y el presidente Roosevelt. El asesinato de Kennedy fue una conspiración entre Oswald y la CIA. El viaje a la luna fue una conspiración entre un par de pésimos actores y las cadenas de TV. Hasta las historietas de Walt Disney son una conspiración, como traté en mi entrada “Un caso patológico.” (Octubre de 2010).
Es muy simple: Radio Izquierda no transmite en AM ni en FM sino en FP (Frecuencia Paranoica) y justifica así la muy humana tendencia de endilgarle a un tercero las culpas por las propias fallas: las políticas estatistas, intervencionistas y de emisión monetaria que cierran el camino hacia la modernidad y el desarrollo. Radio Liberal, en cambio, sigue pregonando el estado limitado y la economía de mercado como los mejores sistemas políticos y económicos conocidos hasta ahora por el hombre.
Dentro de la amplia gama de izquierda, esta gente se mueve, pues, en un marco social, económico y político en el que cada arista acude en apoyo de la otra para asegurar la vigencia de las más desastrosas políticas.