jueves, 22 de septiembre de 2011

Es el mal menor, señor presidente

En su discurso de ayer en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente de Bolivia, Evo Morales, dijo: “No queremos que el agua sea un negocio privado.”
Muy bien. Veamos cuál es la alternativa: que sea un monopolio del estado.
Si a un productor de naranjas se le ocurre aumentar el precio a mil dólares el kilo y encuentra quien se las compre, quiere decir que ese precio es correcto según la ley de la oferta y la demanda. ¿Eso significa que todo el mundo tendrá que pagar a tan alto precio las naranjas? No, porque ese precio tan alto será un incentivo para que surjan otros productores y vendedores que le harán competencia al primero, y al aumentar la oferta disminuirá la demanda y bajarán espontáneamente los precios. Salvo, claro está, que el individuo que vendía las naranjas a mil dólares el kilo sea un funcionario del estado, porque en ese caso, con toda seguridad, las naranjas serán declaradas “de interés nacional” y se creará por decreto una Secretaría Nacional de Frutas y Cítricos y entonces sí, el que quiera naranjas deberá pagar cualquier cosa por ellas.
En última instancia, toda la vida es elegir el mal menor. Y hasta ahora, en toda la historia de la humanidad, nada ha demostrado ser más eficaz que el mercado libre y su piedra angular, la ley de la oferta y la demanda, si de asegurar el progreso se trata.
Además, ¿para qué esperó el día de la primavera para decir eso? ¿Nos quiso arruinar los festejos?

martes, 20 de septiembre de 2011

Motivo de orgullo

En su histórico discurso del 26 de junio de 1963 frente al muro de Berlín, John F. Kennedy expresó: "Todo hombre libre es ciudadano de Berlín. Por lo tanto, como hombre libre, digo con orgullo las palabras 'Ich bin ein Berliner' (soy un berlinés)." De la misma manera, pareciera que los partidarios del estatismo intervencionista encuentran un motivo de orgullo en demonizar a los ricos y lanzar cien planes para reestructurar la economía. Precisan que se les recuerde que es exactamente aquello por lo que están bregando en realidad. Están bregando por la burocracia, la planificación centralizada, y las embestidas contra nuestra libertad y bienes. Sin embargo, esto no llega al fondo de la cuestión. Esencialmente, están bregando en contra del mayor motor de la prosperidad material de la historia humana, la fuente de la civilización, la paz y la modernidad: el capitalismo.
De hecho, la mayoría de los adversarios del capitalismo no se oponen meramente a los "grandes" como Goldman Sachs, Halliburton, Vanderbilt o incluso al mismo McDonald's. Por el contrario, se oponen a la libre empresa como una cuestión de principios. Objetan, por ejemplo, la libertad de los empleadores de contratar y despedir a quien deseen por el salario que fuese mutuamente acordado. Protestan contra el derecho de los empresarios a ingresar en el mercado sin ninguna restricción. Desaprueban que las empresas se encarguen de la infraestructura, suministren energía, alimentos, agua y otros artículos necesarios y manejen el transporte sin la intromisión gubernamental. Lamentan que los ricos sean cada vez más ricos, y que lo sean a través de medios puramente pacíficos. Se oponen a la libertad de participar en las fusiones de empresas sin la bendición del estado central, incluso en la simple venta de aquellas. Están en contra del trabajador que disiente de la burocracia sindical. Es exactamente la operativa del libre mercado lo que ellos desprecian, no es el nexo consolidado entre el estado y las grandes empresas lo que la mayoría de ellos desea hacer añicos. Por cada socialdemócrata progresista que odia al capitalismo monopolista por razones que pudiesen llegar a ser correctas, hay diez que deploran la parte que corresponde al capitalismo más que a ese aspecto monopolista.
Es simplemente un hecho que el capitalismo, aunque obstaculizado por el estado, ha sacado a la mayor parte del mundo de la lamentable e innegable pobreza que caracterizó a toda la existencia humana durante milenios. Fue la industrialización la que salvó el trabajador común del tedio constante de la agricultura primitiva. Fue la mercantilización del trabajo la que condenó a la esclavitud, la servidumbre y el feudalismo. El capitalismo es el que sacó a las mujeres de los talleres de costura y las puso al frente de firmas que facturan cifras millonarias, es el benefactor de todos los niños que disfrutan de tiempo para estudiar y jugar en lugar de soportar el trabajo agotador sin interrupciones en el campo. El capitalismo es el que prioriza la posibilidad de beneficiarse del mutuo intercambio por sobre cualquier hipótesis de conflicto.
Hace un siglo, los marxistas reconocieron la productividad del capitalismo y su preferencia por el feudalismo, al que éste reemplazó, pero predijeron que el mercado empobrecería a los trabajadores y conduciría a una mayor escasez material. Ha ocurrido lo contrario y ahora los izquierdistas atacan al capitalismo mayormente por otras razones: produce demasiado y es un desperdicio, lesiona el medio ambiente, exacerba las divisiones sociales, aísla a las personas de una conciencia espiritual de su comunidad, nación o planeta, entre otros factores.
No obstante, todas las más elevadas, más nobles y menos materialistas aspiraciones de la humanidad descansan en la seguridad material. Incluso aquellos que odian al mercado, ya sea que trabajen en él o no, prosperan con la riqueza que éste genera. Si el amigo de Marx, Engels, no hubiese sido gerente de una fábrica, habría carecido del tiempo libre necesario para ayudar a pergeñar su destructiva filosofía. Todo estudiante de posgrado en ciencias sociales, todo socialista en Cadillac de Hollywood, todo cristiano de izquierdas bienhechor, y todos aquellos para quienes el socialismo en sí mismo es religión, todo artista, académico, filósofo, docente o teólogo anti-mercado vociferan desde encima de una tribuna improvisada producida por el propio sistema capitalista que desprecian. Todo lo que hacemos en nuestras vidas—materialista o de una naturaleza más noble— lo hacemos en la comodidad que ofrece el mercado. Mientras tanto, los más pobres en un sistema capitalista moderno, aún asumiendo las grandes cuotas de estatismo que suele haber en ellos, viven mucho mejor que todas las personas más ricas hace un siglo. Estas bendiciones se deben al capitalismo, y darle rienda suelta aun más es finalmente lo que eliminará la pobreza tal como lla conocemos. Esta fuerza en favor del progreso merece nuestro apoyo audaz. Nos ha dado todo lo que tenemos. Lo menos que podemos hacer es dejarlo en paz.
Durante el último siglo, los más ardientes defensores del capitalismo —la escuela de Mises, Hayek y Rothbard, e incluso los seguidores menos radicalizados de Rand y Friedman— han sido claros respecto de que se refieren a la libertad del individuo en los derechos de propiedad y el intercambio, y casi todo el mundo entiende esto. Los enemigos del capitalismo, en su mayoría, confunden falsamente a la libre empresa con el privilegio consentido por el estado.
Mises dijo que “una sociedad que elige entre el capitalismo y el socialismo no elige entre dos sistemas sociales; elige entre la cooperación social y la desintegración de la sociedad." Hayek creía en “la preservación de lo que se conoce como el sistema capitalista, del sistema de libre mercado y propiedad privada de los medios de producción, como una condición esencial para la propia supervivencia de la humanidad.” Rothbard abrazó el capitalismo de libre mercado como "una red de intercambios libres y voluntarios en la cual los productores trabajan, producen, e intercambian sus productos por los productos de otros a través de precios formados de manera voluntaria." El capitalismo y la libertad van de la mano ya que, como enseñaba Milton Friedman, la libertad y la democracia jamás se encuentran en ausencia de una economía de mercado.
A los estatistas les preocupa que el capitalismo ponga demasiado énfasis en el capital, pero esto en verdad no significa nada. Sólo a través del consumo diferido podemos construir la civilización, mediante la acumulación de bienes. Esta es la esencia del énfasis capitalista. Entonces, ¿por qué no asumir la visión a largo plazo del capitalismo, tanto como un término que merece ser abrazado como un camino para la economía que imaginamos?
Marx y sus seguidores —cuyas ideas, en la medida en que han sido implementadas, han dado lugar a una miseria, hambruna y esclavitud humanas sin precedentes— se posicionan como los adversarios del capitalismo. Los socialistas de todas las tendencias afirman que el verdadero socialismo nunca ha sido probado, y algunos sostienen que los partidarios del mercado están atrapados sin una respuesta mejor que afirmar que el verdadero capitalismo tampoco nunca ha sido intentado. Sin embargo, a diferencia del “verdadero socialismo,” el cual Mises demostró que era imposible a gran escala, el capitalismo simplemente existe allí donde se lo deja sin ser molestado. Es la parte del mercado que es libre. Pero independientemente de cómo lo definamos, en términos de satisfacer las necesidades de las masas y dar sustento a la sociedad, es preferible el capitalismo defectuoso que el socialismo defectuoso en cualquier momento. Hay también capitalismo "subsidiado" y capitalismo de amigos. De hecho, en la Argentina actual no estamos asistiendo a otra cosa que a un capitalismo subsidiado por la espectacular emisión monetaria del gobierno de Cristina Kirchner. El menemismo, por su parte, no fue más que un verdadero capitalismo de amigos.
Sin embargo, hay que destacar que oponerse a ese tipo de capitalismo es parte de la causa capitalista, al igual que oponerse a la religión estatal es parte del principio de la libertad de cultos. Los frutos del capitalismo pueden ser usados para el mal, y son sin duda utilizados de esta manera por el estado. Por ejemplo, la burocracia se alimenta de la producción de las empresas privadas. La experiencia histórica demuestra que el estado se vuelve más rico en términos absolutos con el capitalismo que con cualquier otro sistema. Eso es cierto. Pero esta es meramente una acusación práctica y moral del estado, no del concepto de capitalismo.
Paradójicamente, no es esta faceta negativa del capitalismo lo que lleva a los anticapitalistas a serlo. Para ellos, el problema no es que el estado mantenga toda una burocracia que llega a ser hasta monstruosa: el problema es el espíritu emprendedor sin restricciones. Vale decir, todo pasa por resentimientos y complejos sociales.
Al anticapitalismo se lo define mejor, parafraseando a Mencken, por el temor de que alguien, en algún lugar, se esté haciendo rico. Observando al estado, los anticapitalistas objetan a alguien que hace dinero, y en verdad deberían sentirse avergonzados de que las instituciones del estado de las que son partidarios sólo puedan montar con éxito una maquinaria burocrática aprovechándose del sistema de ganancias. De modo significativo, su objeción no es con la burocracia mantenida por el capitalismo, es con el capitalismo que mantiene a la burocracia.
Algunas palabras son dramáticas y los conceptos que representan también lo son. Kennedy hizo una defensa encendida y valiente de la libertad en aquel lejano 1963. Libertad es una palabra que parece demasiado idealista en un mundo que aún dista mucho de ser perfecto. Pero este ideal, en la medida en que se le permite florecer, señala el camino hacia un futuro de armonía y abundancia. Lo mismo pasa con el capitalismo. No dejemos que sus enemigos estropeen una buena palabra para el más grande sistema económico en la historia de la raza humana.
Esto, señores estatistas, como lo de Kennedy, es motivo de orgullo; no lo de ustedes.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El único bloqueo que hay en Cuba es el de Fidel Castro

La verdad sobre el “bloqueo” de Cuba la expuso de manera inmejorable el secretario de Estado español de Cooperación Internacional Inocencio Arias, durante la III Cumbre Iberoamericana celebrada en Bahía, Brasil, el 16 de julio de 1993: “Cuba no está bloqueada –declaró-. Sólo lo estuvo por unos días en 1962. Sólo está embargada por el país más importante de la Tierra. España, por ejemplo, invierte capitales allí, envía turismo y practica cooperación. Si la isla caribeña estuviera bloqueada no hubiésemos podido hacer llegar, como hicimos hace unos días, cien millones de pesetas en leche en polvo.”
En efecto, con la excepción de unos cuantos días de noviembre de 1962, cuando Kennedy ordenó a la marina norteamericana impedir el desembarco de armas atómicas soviéticas en la isla, Cuba jamás ha estado bloqueada. Salvo con Estados Unidos, ha podido comerciar libremente con todos los países del mundo, cuyos barcos y aviones nunca fueron entorpecidos por nadie para llegar a puertos cubanos a descargar mercaderías. Incluso el embargo norteamericano ha sido muy relativo, ya que los productos de los Estados Unidos, mientras pudo pagarlos, Cuba los obtenía a través de terceros, sobre todo México, Panamá y Canadá sin dificultad. El ex ministro de Hacienda cubano Manuel Sánchez Pérez ha contado cómo pudo obtener en su despacho de La habana, el mismo día en que por una revista se enteró de su existencia, una computadora norteamericana que encargó a través de una firma panameña.
El “bloqueo” es un mito fomentado por un régimen que pretende justificar de esa manera su fracaso. La pobreza crónica de Cuba no puede atribuirse a causas externas, como el mentado “bloqueo norteamericano,” sino al monumental fracaso del modelo económico comunista. La pobreza cubana debe buscarse en un inherente autobloqueo propio de un sistema económico desastroso y no en causas externas. Concretamente, el bloqueo que tiene el pueblo cubano es su paupérrimo nivel de ingresos.
En 1992, el congreso norteamericano aprobó la enmienda Torricelli, precisamente con el objeto de reforzar este embargo extendiendo la prohibición de comerciar con Cuba a las filiales de empresas norteamericanas en el extranjero. Pero aún en el caso de que esta disposición se cumpla –una posibilidad muy teórica- el régimen castrista podría seguir comprando lo que le haga falta en otros países. No lo hace por la simple razón de que no tiene con qué. Después de medio siglo de dictadura castro-comunista, Cuba es un país quebrado. Nadie compra ni vende nada. Nadie tiene un peso partido por la mitad. Así de simple.
Después de medio siglo de absoluto delirio por parte de un cínico senil que se cuenta entre los primeros millonarios del mundo mientras que el pueblo vive en condiciones lamentables e infrahumanas, Cuba ha sido reducida a una sombra de país, con un aparato productivo desintegrado por el dirigismo estatal, la burocracia y la corrupción, sin una sola industria que funcione, salvo la censura y la persecución. Pero esta desintegración de Cuba es aún más lamentable si se tiene en cuenta que el régimen se benefició durante casi tres décadas con subsidios y créditos (se estima entre cinco mil y diez mil millones de dólares cada año) de la Unión Soviética, una ayuda más elevada que la recibida por cualquier otro país del Tercer Mundo.
¿Y en qué se emplearon esos gigantescos recursos? En equipar al aparato militar más poderoso de América después del de Estados Unidos, en entrenar y financiar organizaciones terroristas, en guerras estúpidas e inútiles como las de Angola y Mozambique en la década del '70, en enormes proyectos agroindustriales sin la menor sustentación técnica que nadie se atrevía a objetar, y en mantener los altos niveles de vida de la runfla de obsecuentes que rodean al barbado y bárbaro dictador y lo mantienen en el poder.
Son estas “políticas” sumadas al asfixiante verticalismo y a la persecución sistemática de toda oposición; esto es, de toda forma de libertad individual, lo que han hecho de Cuba lo que es ahora. En eso consiste el verdadero bloqueo. En síntesis, el único bloqueo que hay en Cuba es el de Fidel Castro. Todo lo demás son cuentos chinos.
Lo que Cuba necesita, pues, no es que le permitan comerciar con Estados Unidos -¿con qué lo haría?- sino que Estados Unidos la subvencione y la ayude a salir adelante. Tiene que haber un nuevo Plan Marshall.
Para todos los que estamos convencidos de que toda dictadura –de izquierda o de derecha- es abominable, el mal absoluto de un pueblo, la mejor manera de demostrar solidaridad y compasión por el pueblo que la padece es ayudarlo, por todos los medios posibles, a acabar cuanto antes con ella. Es la manera de ayudar a los disidentes, a los opositores que se juegan la vida combatiéndola.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El 11 de septiembre de 2001, diez años después

El 11 de septiembre de 2001, 19 terroristas de Al Qaeda perpetraron el mayor atentado criminal de la historia. Secuestraron aviones de líneas comerciales que estrellaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono, en Washington. Un cuarto avión cayó en Pennsylvania. El saldo total fue aproximadamente 3.000 personas muertas.
Esta tragedia definió, sin duda, una fractura histórica que marcó el fin de una época. Miles de víctimas inocentes lo caracterizaron.
Los Estados Unidos reaccionaron y definieron una nueva misión: la guerra contra el terrorismo. Ya no se trataba, como antes de la caída del muro de Berlín, de un mundo bipolar enfrentado en los bloques Este-Oeste, sino de un enemigo nuevo y peligroso corporizado en células terroristas caracterizadas por el odio y el fanatismo. Una vez reconvertido el aparato de poder norteamericano de la Guerra Fría, se debía garantizar la conducción de las acciones a través del vector militar.
Así, la invasión a Afganistán, el país gobernado por los talibanes que cobijaba a Al Qaeda y la ocupación de Irak bajo la dictadura de Saddam Hussein constituyeron el núcleo de la guerra contra el terrorismo. En el primer caso, se trató de una respuesta a estos ataques terroristas mientras que en el segundo se puso en práctica una tesis: la democratización de las tierras árabes impediría el resurgimiento de grupos terroristas y la consolidación de regímenes despóticos con posibilidad de acceso a armas nucleares. A partir de ese momento, se prefiguró el presente.
El balance de la guerra contra el terrorismo está a la vista. La guerra en Afganistán se ganó. Los talibanes están afuera del poder y nada parece indicar que sea posible que vuelvan. En Irak, se celebran elecciones democráticas. La organización Al Qaeda está siendo desarticulada. Sus dos principales jefes, Osama Bin Laden y el libio Atiyah Abd Al-Rahman fueron muertos en mayo y en agosto de este año, respectivamente. Otros jefes fueron capturados o también muertos.
En el caso de Al Qaeda, estos golpes recibidos llevaron a la organización terrorista a redireccionar sus operaciones. Ahora sus cuadros están radicados en la frontera afgano-pakistaní y particularmente en el norte de África. Aquí practican tráfico de todo tipo, y secuestros y atentados que tienen por blanco a intereses franceses. La relocalización de esta organización explica el interés del mundo entero en esa región, sobre todo en Libia, Túnez, Marruecos, Argelia y Mauritania. Estas células terroristas existen. Por eso, lejos de ignorarlas, el mundo libre debe concentrarse en poner la máxima presión sobre ellas, pues si se continúa con ese esfuerzo, existen serias posibilidades de incapacitarlas definitivamente como amenaza.
Hay una guerra mundial antiterrorista que comenzó el 11 de septiembre de 2001. Una guerra que debemos ganar. La razón no puede ser más simple. Está en juego la supervivencia de la civilización sobre la barbarie. Y recordemos que la barbarie no tiene códigos ni límites. La barbarie tiene un rostro encapuchado y cobarde. La barbarie no diferencia raza, color, religión ni credo y, en cambio, siembra el odio, el caos y el mal en todas partes.

lunes, 5 de septiembre de 2011

La guerra de la limonada y Walmart

Los puestos de limonada atendidos por niños en calles, parques y plazas son una de las tradiciones más antiguas de los Estados Unidos. Les enseña a los niños sobre la iniciativa, el valor del dinero y cómo ganarlo. Sin embargo, ahora los niños están aprendiendo otra lección: la burocracia manda.
Según informa la revista Forbes, al menos 20 de estos puestos fueron levantados recientemente por la policía “por no tener licencia habilitante.” “Lo sentimos, pero las reglas son las reglas,” es todo lo que dicen los funcionarios intervinientes. Grupos de padres se han organizado a través de las redes sociales para protestar contra estos hechos en lo que se ha dado en llamar “la guerra de la limonada.“ El pasado 20 de agosto, se realizó el Día Nacional de la Limonada con puestos de venta a lo largo y a lo ancho del país. Quienes apoyan las medidas de clausura aducen que estos modestos emprendimientos compiten de manera desleal con las empresas formales. En el caso de los puestos de limonada, una licencia les cuesta entre 180 y 400 dólares al año, dependiendo de la ciudad y el estado; pero eso, naturalmente, no les dejaría ningún margen de ganancia.
Estos puestos son tradicionalmente atendidos por niños en edad escolar con el fin de recaudar fondos para sus escuelas o solventar tratamientos médicos de familiares. Si estos emprendimientos quebrantan realmente alguna regulación, ¿no sería mejor derogar algunas de las tantas regulaciones que interfieren con la economía privada? A mi juicio, esto no es más que una muestra del sin sentido del intervencionismo estatal, en este caso sobre el lado más inocente y optimista del capitalismo: la empresa privada de limonada a diez centavos de dólar el vaso. Para ilustrarlo, nada mejor que la ironía de la revista conservadora Townhall: “Lo que los niños deben comprender es la importancia de aprender y obedecer las regulaciones gubernamentales que prohíben los puestos de limonada.”
Pero estos pequeños emprendimientos no son los únicos que sufren los embates de persecuciones absurdas. Los “grandes” también tienen lo suyo. Una coalición de sindicatos y grupos de presión que se hace llamar “Salarios dignos, Comunidades saludables” ha encarado una férrea oposición a los planes de la archiconocida cadena de hipermercados Walmart de abrir cuatro nuevos locales en Washington. Según la gente de “Salarios dignos…” esta empresa desplaza puestos de trabajo, reduce los salarios y perjudica a las comunidades. Sin embargo, todas las investigaciones demuestran que esas acusaciones son falaces y carentes de fundamento.
El economista Jason Furman afirma que el efecto de Walmart sobre el precio de los alimentos beneficia inmensamente a los hogares más pobres, que tienden a gastar un porcentaje mayor de sus ingresos en alimentos que los hogares más pudientes. Furman se refiere a la compañía como “una historia de éxito progresista.” Por su parte, investigaciones del Instituto Independiente de Oakland, uno de los foros de discusión y análisis independientes más importantes de la costa Oeste de Estados Unidos, demuestran que el efecto de Walmart sobre el empleo minorista es, en el peor de los casos, ambiguo. No es verdad que la empresa destruya necesariamente puestos de trabajo en las comunidades.
En un artículo crítico de las prácticas de la compañía, el historiador y especialista en ética empresarial James Hoopes demanda que se haga “un estudio” sobre el impacto de la operativa de los hipermercados sobre la comunidad.
Nada más sencillo. Ese estudio arrojaría como resultado, sin lugar a dudas, lo que la historia de la humanidad nos demuestra sin excepciones: que la intervención estatal convierte en paupérrimas y decadentes a las comunidades más prósperas, y que el sistema capitalista de libre competencia no tiene competidores si de asegurar el progreso de una comunidad se trata.

jueves, 1 de septiembre de 2011

La historia de un museo

La historia nos demuestra que nadie está exento de la máxima “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.” Un ejemplo es la ciudad de Amsterdam, Holanda, que acredita una tradición reciente de pensamiento y gobierno liberal, pero guarda una historia más oscura de persecución.
Amsterdam fue mayoritariamente católica hasta 1578. Holanda se jactaba entonces de sus monasterios, sus grandes iglesias y sus parroquias. Sin embargo, como otros países de Europa en el siglo XVI, la Reforma de propagó y Amsterdam pasó a ser protestante.
Esto fue en parte una reacción a la Inquisición Española, que comenzó a fines del siglo XV. En un intento por mantener la ortodoxia católica en España, los judíos y musulmanes fueron obligados a convertirse o irse del país. Como en esos tiempos Holanda era una colonia española, miles de holandeses fueron muertos.
El 26 de mayo de 1578, los sacerdotes de Amsterdam, que entonces eran calvinistas, pasaron una resolución llamada la “Alteración” que declaró ilegal las iglesias y órdenes católicas. Los curas católicos fueron expulsados de la ciudad, y los templos católicos fueron puestos a disposición de las iglesias protestantes. Muchas de estas iglesias protestantes pertenecían a la Iglesia Reformada Holandesa, la cual tenía vínculos con Juan Calvino. Las Beguinas, una comunidad de mujeres católicas cuyo objetivo era servir a Dios sin apartarse del mundo terrenal, sufrieron la prohibición de usar sus uniformes distintivos mientras realizaban su función de atender a los enfermos y moribundos en las calles de la ciudad. Su iglesia fue cerrada en 1578. Entonces, fue entregada a los calvinistas ingleses en 1607.
Por años, la iglesia católica persiguió a los protestantes, y ahora actos similares eran cometidos contra católicos. Ministros protestantes fueron diligentes en notificar a las autoridades de la ciudad sobre prácticas católicas que ellos observaban, Sin embargo, no tuvieron éxito en erradicar al catolicismo por completo.
En 1661, Jan Hartman, prominente hombre de negocios de Amsterdam, adquirió tres casas junto al canal Oudezijds Voorburgwal. Hartman convirtió el ático de una de esas casas en una iglesia. Con la anuencia de las autoridades, que muchas veces aran sobornadas, grupos de fieles se reunían en secreto para realizar su culto católico. Entre los concurrentes, se encontraban siempre las hermanas Beguinas.
En la actualidad, esas tres casas constituyen el Museo Amstelkring, el segundo más antiguo de una ciudad que se caracteriza por sus muchos museos. Llamado también “Nuestro Señor en el Ático” por su increíble historia, recibe miles de visitantes cada año. El museo incluye importantes pinturas religiosas, un crucifijo de oro, candelabros, imágenes de santos, y un ostensorio de oro adquirido a un artesano en 1704. También hay artículos de plata, desde incensarios hasta pilas de agua bendita.
La lección más importante que este museo nos enseña es una lección sobre la tolerancia y los derechos individuales de todos, sin importar su religión o creencia. Y que la combinación de iglesia y estado siempre tendió a la intolerancia. Cuando los protestantes ganaron posiciones de poder en Europa, se empecinaron en perseguir a los católicos, a pesar de haber conocido la Inquisición Española. La reina María I de Inglaterra, conocida como María la Sanguinaria, condenó a morir en la hoguera a unos 300 disidentes en su esfuerzo de restituir la autoridad papal, pero cuando los protestantes recuperaron el poder con Isabel I, persiguieron fieramente a los católicos. Aún en la actualidad, a través del mundo, vemos y oímos de cristianos perseguidos por su fe en países como Myanmar, Indonesia e Irán.
Hay un museo en Amsterdam que cobijó a gente que creían en algo más grande que ellos mismos. Al mirar aquellos fieles en ese ático, reconocemos la necesidad de adorar a Dios como deseamos, y que los demás también tienen ese mismo derecho y que debemos ser tolerantes con ellos. Ciertamente, Dios está con todos los hombres que buscan adorarlo en el fondo de su corazón.

Un gran día para la libertad

1989 se recuerda como el año de la caída del muro de Berlín. Aquel 9 de noviembre se anunció oficialmente que los alemanes del Este podrían pasar la frontera, incluyendo el muro, sin necesidad de permisos especiales, a partir de la medianoche. En seguida, se congregaron miles de alemanes de ambos lados del muro y, a la hora señalada, los berlineses del Este, a pie o en automóvil, comenzaron a pasar sin dificultades por los diversos puestos de control. Abundaron las escenas de emoción: abrazos de familiares y amigos que habían estado separados por mucho tiempo, crisis de llanto, rostros que reflejaban incredulidad, brindis, regalos de bienvenida a los visitantes, y se ponían flores en los parabrisas de los automóviles que cruzaban la frontera y en los rifles de los soldados de los puestos de vigilancia. Muchos de los visitantes se dirigieron a los barrios elegantes de Berlín Occidental para celebrar su recién adquirida libertad, mientras que otros prefirieron escalar el muro y, armados de picos y cinceles, comenzaron a hacer realidad su sueño de muchos años, el derrumbamiento del muro de Berlín.
El bloque oriental dominado por los soviéticos sostenía que este muro, levantado el 13 de agosto de 1961 tenía como fin proteger a la población de “elementos fascistas” que conspiraban en contra de la “voluntad popular” de construir un estado socialista en Alemania del Este. No obstante, la verdadera finalidad era prevenir la emigración masiva, especialmente de artistas y profesionales calificados, que marcó a Alemania del Este y todo el bloque comunista luego de la Segunda Guerra Mundial. El muro se extendía a lo largo de 45 kilómetros que dividían la ciudad de Berlín en dos, y 115 kilómetros que separaban la parte occidental de la ciudad del territorio de la República Democrática Alemana. Había nueve cruces fronterizos a través del muro que permitían el paso de los visitantes provenientes de Berlín Occidental y del personal militar. El más famoso fue el conocido como Checkpoint Charlie, destinado al paso del personal militar y extranjeros. El número exacto de personas que perdieron la vida en el intento de superar la implacable vigilancia de los guardias de la RDA cuando se dirigían al sector occidental no se conoce con exactitud y está sujeto a disputas. La fiscalía general de Berlín reporta que el saldo total es 270 personas. Además, unas 3.000 personas fueron detenidas. Durante toda su existencia, se contabilizaron un total de aproximadamente 5.000 fugas al sector occidental.
La caída del muro de Berlín es un acontecimiento histórico que no ocurrió espontáneamente, sino que tiene sus orígenes en innumerables hechos de la vida política alemana, así como de la política internacional. John Kennedy, que desde un primer momento se había manifestado en contra, repudió aquella nefasta frontera en la misma Berlín en junio de 1963 con su inmortal “Ich bin ein Berliner.” Por su parte, el 12 de junio de 1987, Ronald Reagan desafió públicamente al líder soviético Mijail Gorbachov frente a las puertas de Brandenburgo con un tajante “Secretario General Gorbachov, derribe este muro.”
Pero el primer eslabón de una serie de eventos tuvo lugar en agosto de 1989, cuando Hungría decide abrir su frontera con Austria. Para fines de setiembre, más de 13.000 “turistas” de Alemania Oriental, habían escapado a Austria a través de Hungría. Aquel fue el primer acto de apertura al mundo occidental. La respuesta del gobierno de Berlín, entonces, fue prohibir el paso a Hungría, pero eso sólo sirvió para que los alemanes que intentaban escapar se refugiaran en la embajada de Alemania Occidental en Checoslovaquia.
Para octubre de 1989, se veía que la revolución en Alemania Oriental era inevitable. Comenzó con las marchas a favor de la libertad en Leipzig. El 9 de octubre, el jefe del partido comunista, Erich Honecker, ordenó reprimir las manifestaciones, pero Egon Krenz, jefe de seguridad, lo convenció de que retirara la orden. Nada impidió que continuaran las manifestaciones, ahora por toda Alemania Oriental. Gorbachov fue una pieza clave para evitar el derramamiento de sangre. En su visita a Berlín el 7 de octubre, advirtió a los dirigentes que no contarían con el apoyo soviético si recurrían a la fuerza para evitar las manifestaciones. Once días después, Honecker fue despojado de todos sus cargos y lo sustituyó Egon Krenz.
El 27 de octubre, Krenz promulgó una amnistía para los refugiados invitándolos a regresar al país. Sin embargo, el 3 de noviembre, la RDA autorizó a sus ciudadanos a viajar nuevamente a Checoslovaquia, lo que fue aprovechado por varios miles de personas para refugiarse en la embajada de Alemania Occidental en Praga. El 7 de noviembre, ante los éxodos masivos y las constantes manifestaciones, renuncia todo el consejo de ministros, el organismo que regía los destinos de la RDA. Dos días después, la frontera que separaba a las dos Alemanias, al igual que el muro de Berlín, pierden todo su significado. Ya no era necesario pasar a través de otros países como Checoslovaquia o Hungría.
El resto de la historia se dio por añadidura. Muy pronto, las topadoras derribarían aquella abominación que dividió una ciudad, un país y un mundo. Finalmente, el 3 de octubre de 1990, las dos Alemanias se reunifican en la actual República Federal de Alemania.
La noche del 9 de noviembre, mientras los berlineses llevaban a cabo la “destrucción” del muro con todos los medios a su disposición (picos, martillos, etc.) el célebre violoncelista ruso Mstislav Rostropovich, que había tenido que exiliarse en Occidente, fue a tocar al pie del muro junto a las personas que lo demolían. Esta anécdota fue considerada muy significativa.
Durante el proceso de demolición del muro, el artista alemán Bodo Sperling propuso preservar un trozo del mismo con el fin de crear una galería de arte urbano al aire libre. Varias asociaciones de artistas apoyaron la idea y, finalmente, fue creada la East Side Gallery sobre una sección de aproximadamente 1.300 metros del muro. Más de 100 artistas de diversos países fueron invitados a pintar murales en homenaje a la libertad. Este resto del muro original se ha convertido en la galería de arte al aire libre más extensa del mundo. Nikita Kruschev nunca imaginó, sin duda, que tendría ese destino.
Como tampoco imaginó que el 21 de julio de 1990, Roger Waters realizaría el concierto The Wall Live en Potsdamer Platz, con la participación de Scorpions, Van Morrison, Marianne Faithfull, The Band, Cindy Lauper y otros, con el fin de apoyar a la fundación Memorial Fund for Disaster Relief creada para paliar los impactos de guerras o desastres naturales.
El libre albedrío es una condición irrenunciable del ser humano. Cuando un sistema político recurre a la opresión, la persecución o la coerción, estamos asistiendo a acciones aberrantes pues se refieren a la dominación de otros. Ningún país o sistema político tiene legitimidad alguna en imponer sus creencias o ideologías en maneras que violan el derecho de otras personas a elegir libremente. La libertad es el bien supremo del hombre, y no debe ser restringida. El muro de Berlín significó el imperio del totalitarismo, su pleno ejercicio y que cuando ello tiene lugar, la libertad individual se desvanece. Su memoria debería servir para ayudarnos a tomar conciencia de lo que significa cuando un hombre intenta imponer por la fuerza o el terror su ideología a otro hombre.
Esta es la historia de la caída del muro de Berlín. Un gran día para la libertad. No podía faltar en mi blog porque, en definitiva, la única historia que importa es la historia de la libertad.