jueves, 17 de noviembre de 2011

Los indignados

Los autodenominados “indignados” que están realizando movimientos de protesta en todo el mundo parecerían estar concentrados en los problemas que están asolando a las diversas economías, pero no le prestan atención a los efectos que el poder del estado tiene en la causa de esos problemas. Basta observar el movimiento Occupy Wall Street y sus pancartas que rezan “hacer trizas el capitalismo” y “abolir la propiedad privada.”
¿Cuál es la línea de pensamiento? Le endilgan al capitalismo y a la propiedad privada los males causados por el intervencionismo estatal en el capitalismo y en la propiedad privada. En tiempos modernos, los estados se han salido de sus cauces y se han convertido en verdaderos monstruos devoradores de recursos por medio de la imposición de cargas tributarias y la creación de inflación. Los estados actuales manejan presupuestos de “billones” y “trillones” de dólares. Algo no encaja en este cuadro cuando estamos viviendo una realidad económica en la que a un ciudadano común de cualquier país del mundo, una suma de mil dólares en su haber le parecería una pequeña fortuna. Las deudas externas de todos los países han alcanzado niveles siderales, monstruosos, absurdos. Nadie sabe cómo ni por qué la deuda externa argentina ya es de 200.000 millones de dólares, la cifra más alta de toda la historia. Lo que antiguamente un estado gastaba en un año, hoy lo gasta en un día. Pero a los “indignados” no parece importarles nada de eso. En realidad, odian a los empresarios exitosos y competitivos porque ninguno de ellos es empresario, ni exitoso ni competitivo. Más bien, parafraseando a nuestro Alberdi, son “demagogos, charlatanes, ociosos y presumidos.”
Ludwig von Mises, uno de los más destacados defensores del orden liberal clásico, escribió en su libro “Acción Humana” lo siguiente: “El cuerpo del conocimiento económico es un elemento esencial en la estructura de la civilización humana; es la base sobre la cual han sido construidos el industrialismo moderno y todos los avances morales, intelectuales, tecnológicos, y terapéuticos de los últimos siglos. Descansa con los hombres, ya sea que hagan un uso adecuado del rico tesoro que este conocimiento les proporciona o que lo dejen sin utilizar. Pero si fallan en sacar el mayor provecho de él y desoyen sus enseñanzas y advertencias, no anularán la economía; erradicarán a la sociedad y a la raza humana.”
Mises escribió eso en 1949, cuando el mundo aún atravesaba el penoso trance de la recuperación económica de posguerra y nadie hubiera podido soñar en comprar, ni con todo el oro del mundo, un teléfono celular como el que ahora tienen cualquiera de estos “indignados” que dicen representar al 99%. Y es en ese desoír de enseñanzas y advertencias en que esta gente no tiene rumbo ni objetivo. Tal vez el objetivo para ellos sea impulsar una revolución anticomercial y anticapitalista, pero la historia ya dio su veredicto en esto. El siglo XX fue un largo y sangriento debate sobre modos alternativos de organización social. Hubo una dictadura comunista que causó cien millones de muertos por “hacer trizas el capitalismo” y “abolir la propiedad privada,” como dicen las pancartas del movimiento Occupy Wall Street.
Aún en sus formas más imperfectas, el capitalismo es preferible a una economía central planificada, y no solamente para los más favorecidos, sino también para ese 99% que estos indignados dicen representar. La economista estadounidense Deirdre McCloskey definía el capitalismo como “la propiedad privada y el intercambio sin trabas.” Obsérvese que no dijo “la propiedad privada sometida a una maraña de regulaciones de intervencionismo estatal.”
Lo dije una y otra vez en este blog: el ser humano progresa cuando puede ejercer sus facultades creativas con entera libertad para beneficio suyo y de quienes lo rodean. El hombre posee un derecho otorgado por Dios para ser libre, y el estado no puede cercenarle esta libertad. Las libertades individuales –la libertad de expresión, la libertad de culto, la libertad de organizar partidos políticos y sindicatos, la libertad de reunión, la libertad de prensa, la libertad de contratar, poseer bienes, tener empresas y trabajar para mejorar el nivel de vida de las familias y las comunidades- son derechos irrenunciables. Y la economía de mercado, simplemente, el marco más adecuado para que esto se realice en la práctica.
Los manifestantes tienen, es cierto, muchas preocupaciones legítimas, pero en vez del mayor control gubernamental que ellos pregonan, es el diálogo, la solidaridad y ese “intercambio sin trabas” lo que conduce a la libertad.

sábado, 12 de noviembre de 2011

La carta de Abraham Lincoln a una madre

Abraham Lincoln fue presidente de Estados Unidos desde el 4 de marzo de 1861 hasta su asesinato el 15 de abril de 1865. Le tocó afrontar las duras instancias de comandar su país en la cruenta Guerra de Secesión que amenazaba la continuidad misma de esa nación como tal. Durante su mandato, venció a los ejércitos confederados, emitió su Proclama de Emancipación y promovió la Decimotercera Enmienda Constitucional que dio como resultado la abolición de la esclavitud.
La angustia de las madres desconsoladas conmovía muy hondamente a Lincoln. El 21 de noviembre de 1864 escribió la carta más famosa y conmovedora de su vida, dirigida a Lydia Bixby, una mujer de Boston que había perdido a sus cinco hijos en la guerra. El siguiente es el texto completo de la carta:

Estimada señora,

Me han mostrado en los archivos del Ministerio de Guerra una declaración del ayudante del general de Massachusetts expresando que usted es madre de cinco hijos que han muerto gloriosamente en el campo de batalla.

Sé cuán inane e infructuosa ha de parecer cualquier palabra mía que intente distraerla de su aflicción por una pérdida tan abrumadora, pero no puedo abstenerme de ofrecerle el consuelo que quizá se encuentre en la gratitud de la república, para salvar a la cual, murieron.

Ruego al Padre Celestial pueda aplacar la angustia de su pérdida, y le deje sólo el afectuoso recuerdo de sus seres queridos y perdidos, y el solemne orgullo que usted debe sentir al haber realizado tan costoso sacrificio en el altar de la libertad.

Muy sincera y respetuosamente suyo,

A. Lincoln

Las palabras sinceras, simples, humanas de Abraham Lincoln nos ilustran su categoría como estadista, pero más aún como persona. Pienso en el acopio de valor que Lincoln habrá tenido que hacer para escribir esa carta a una madre que perdió a todos sus hijos porque creyeron en algo más grande que ellos mismos. Como lo describe Walt Whitman en su poema "This dust was once the man," Lincoln era "gentil, franco, justo, firme, de mano prudente." En definitiva, todo un hombre en el verdadero sentido de la palabra.
En ese mismo poema, Whitman se refiere al asesinato del Gran Emancipador como “el crimen más vil conocido en cualquier tierra o época.” Sin lugar a dudas, jamás se ha dicho una verdad más grande.