jueves, 20 de diciembre de 2012

Sarmiento, el gran modernizador

Si hay una palabra que define a Domingo Faustino Sarmiento es "modernización." Modernización que, como una obsesión, está presente en toda su obra, sus 52 libros escritos en una vida turbulenta y combativa, pero sobre todo en su acción de gobierno. Sarmiento quiso instaurar, antes que nada, una república liberal donde los derechos individuales fueran por siempre respetados. Pero esa república liberal, necesariamente, debía ser una república democrática que formara ciudadanos, que instruyera y educara para que esos ciudadanos tuvieran conciencia de que había una república que trascendía su propio interés particular, que existía una comunidad -y una continuidad- política. Él quería una república de participación. A ese fin estaba destinado su plan de gobierno que se sostiene sobre un trípode: colonización, inmigración y educación. El denominador común es la modernización.
¿Qué era la modernización para Sarmiento? Fundamentalmente, lograr inscribir un país deshabitado, casi desértico en el que estaba todo por hacerse, en los circuitos mundiales de la producción, del consumo, de las ideas, de la cultura. Pero sobre todo, lograr transformar el país, ese país que había descrito como bárbaro, en civilizado. Para él, la lucha era entre campaña y ciudades, sin ningún tipo de cobertura, de encuadramiento jurídico. De modo que modernizar la Argentina era establecer un sistema jurídico que permitiera la inserción del país dentro de las corrientes mundiales de civilización.
Modernizarse era también superar el letargo rosista, vencido en Caseros, y conectar el país con las fuentes de corrientes civilizadoras inmigratorias, el “crisol de razas” que definió nuestra argentinidad.
Sarmiento fue el segundo presidente constitucional después de la batalla de Pavón o el cuarto después de la de Caseros. Después de Pavón, Bartolomé Mitre escribió: “Tenemos que tomar el país como Dios y los hombres lo han hecho, esperando que los hombres, con ayuda de Dios, podamos mejorarlo.” Nuestros prohombres tuvieron que afrontar las duras instancias de lograr la organización nacional en un país en el que se escuchaban fuertes voces que pedían declarar independiente al "estado" de Buenos Aires, atacar a Urquiza en su comarca entrerriana, separarse del país. Y lo valioso es que esa frase de Mitre fue la consigna de la acción paradigmática de aquellos gobernantes. Una vez más, ahora en el hemisferio sur, se cumplía la definición de Walt Whitman según la cual “bajo manos firmes y cautelosas era salvada la unión de este país.” La cordura prevaleció, y el resto es historia.
Sarmiento llevó la idea de modernización a todos los terrenos, a todos los planos. Como sugirió Mitre, tomó el país tal como lo encontró y se encomendó denodadamente a la misión de mejorarlo.
En una carta que está en el volumen XV de sus Obras Completas, dice: “En conversación confidencial con Alsina, le indiqué que el deseo que tenía de ser administrador de Correos para secuestrarme de la política y empezar a desarrollar un sistema de comunicaciones con las provincias ligando el vapor de Europa con el correo de Chile que terminase con el establecimiento de la posta diaria por la aplicación del penny postage (franqueo barato), la de las diligencias a Mendoza y, por fin, la de casa de postas fuertes que atraviesen la pampa, contuviesen a los bárbaros, fuesen hoteles y posadas para los inmigrantes a pie y un vínculo de eslabones de edificios y habitaciones para estrechar las relaciones de las provincias entre sí.”
La idea de modernización es pivotal en el texto. ¿Cuál era el problema? La falta de comunicación, la falta de relaciones entre Buenos Aires y las provincias. De ahí el letargo, las rivalidades, los prejuicios y estereotipos; en definitiva, todo lo que fue impidiendo y obstaculizando una auténtica integración. Sarmiento se da cuenta de que hay que desarrollar un sistema de comunicación entre las provincias. Es decir, la posibilidad de comunicarse a través de cartas que fueran seguras, baratas y accesibles para todos. Y por fin, hoteles y posadas que den la posibilidad de socializar, lugares confortables que permitan encontrarse, reunirse, intercambiar ideas en una fructífera interacción personal.
A continuación dice: “Ligando el vapor de Europa con el correo de Chile, es decir, la vieja idea del paso continental de las comunicaciones y de las mercaderías a través de la Argentina, evitando el paso por el cabo de Hornos.” Los buques traerían desde Europa al puerto de Buenos Aires su mercadería, sus hombres, su correo. De allí pasarían en ferrocarril hasta Chile y seguirían a las costas del Pacífico, California o China. La Argentina que quería Sarmiento era la vinculada con el mundo de la modernización y el progreso. Nunca el país aislado, el país huraño.
Esa fue la idea del gran sanjuanino y tuvo la gran oportunidad de realizarla en teoría y en práctica, a través de sus escritos, intelectualmente, y a través de su acción de gobierno.
   

jueves, 6 de diciembre de 2012

¿Y después del 7-D, qué?

Cuando un político argentino en alguna ceremonia dice "tengo el honor...," ya está mintiendo. No tienen ningún honor. Porque en un espacio político bastardeado por casi ya diez años de mentira, impunidad y soberbia, aterra ver el descaro con que se vulnera la propiedad privada, el comercio y todas las actividades lícitas de la población con medidas arbitrarias e inoperantes como la "ley de medios" que nos compete en este artículo, propias de dictaduras de republiquetas bananeras más que de una nación seria. Enfurece que se incite al odio entre argentinos, la lucha de clases, la xenofobia y la violencia. Las masas acuden a las urnas cada cuatro años para votar no a los más idóneos y honestos, sino a los más demagogos y corruptos.
Ahora que llega el 7-D, agitado como bandera de guerra final por el oficialismo, ¿qué expectativas reales de cambio hay? Básicamente ninguna. La fiesta terminó y todo sigue igual, como dice una canción que encaja perfectamente al caso. Está bien que se intente la desconcentración y democratización de los conglomerados de prensa. A los ojos de muchos, de esa forma se abre un camino para que más voces se expresen. Pero no que intenten callar a los medios opositores y perseguir a quienes denuncian a funcionarios corruptos, y esto último es justamente lo que pretende el gobierno, ya que en su saga contra los “medios hegemónicos” encuentra la justificación para dedicarse frenéticamente a recursar jueces y evitar que Clarín alargue la cautelar y consiga un fallo de fondo favorable a sus intereses. ¿Qué idea se quiere instalar? La idea de que si Clarín no desinvierte como y cuando quiere el gobierno, sobrevendrá el caos. Es el mismo presupuesto que pretende vincular una realidad tan ineludible como la inseguridad a la “sensación” agitada por las “malas noticias” de la “cadena nacional del desánimo.” En realidad, el poder está convencido de que, con Clarín desguazado, las posibilidades de reformar la constitución e intentar una nueva reelección para Cristina Fernández de Kirchner estarán al alcance de la mano. La idea es herir de muerte al grupo Clarín: si se logra cortar todo vínculo entre sus diversas empresas como Cablevisión, canal 13 y TN, el gobierno verá esto como un logro político de excepción, capaz de disuadir, entusiasmar y amedrentar a propios y extraños. De modo que esta es la razón de fondo, aunque, mientras tanto, también funcione como cortina de humo que sirve para tapar otros asuntos más urgentes e importantes, como el pago de las sentencias a los jubilados o el expediente que tiene al vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, como su principal sospechoso; sin mencionar el deterioro manifiesto de la educación, los servicios públicos y las instituciones, las cuales, indefectiblemente, continuarán en caída libre. Y la inflación se seguirá disparando, así como las dietas de los funcionarios. En esa construcción de cortinas de humo, en esa búsqueda de enemigos corporativos externos, se esconde un gobierno corrupto y mentiroso que intenta exculpar la mediocridad y la ineptitud con que está administrando el país.  
Por eso, después del 7-D, presumiblemente, el país estará igual o peor que antes: el costo de vida seguirá creciendo y se seguirá comiendo el salario de los que menos tienen, el gasto público continuará aumentando en partidas no esenciales como el Fútbol para Todos, la pobreza, la indigencia y la marginalidad se mantendrán en los niveles que todos conocemos y la inseguridad se ubicará primera en el ranking de las preocupaciones de los argentinos, aunque el poder no la nombrará, igual que jamás pronuncia la palabra inflación.
Lo que hace grande a un pueblo y a una nación, entre otras virtudes, es reconocer sus errores. Tengamos, entonces, la grandeza de corregir nuestras fallas y cambiar el rumbo en que estamos yendo, si hemos tomado un camino equivocado. No busquemos en el odio y el enfrentamiento la solución a los problemas. No está bien dividir a los argentinos en "buenos" y "malos" según respondan o no a la ideología y a la moral reinantes. El país necesita paz y trabajo para todos. La confrontación y el odio no producen riqueza, solamente tragedia. Los demagogos no buscarán nuestro bien, sino sólo votos para seguir en este ciclo decadente que vive la nación, y van a intentar convencernos, siempre que les creamos, que el número es superior a la razón y que ellos saben mejor que nosotros lo que es mejor para nosotros mismos.