martes, 17 de abril de 2012

Por ese palpitar

Ayer edité mi entrada sobre YPF. Un par de horas más tarde, se me ocurre bajar la página de Clarín y me entero que Cristina Kirchner estatizó la empresa. Hoy procede una reflexión. Nobleza obliga.
Hagamos un poco de historia. YPF fue privatizada durante la gestión de Carlos Menem con el aval de la actual presidenta, que en ese entonces era diputada de la legislatura de la provincia de Santa Cruz. El 17 de setiembre de 1992, la entonces diputada provincial pidió la palabra y requirió que ese organismo "se expida exigiendo a los diputados nacionales del distrito que posibiliten el tratamiento del proyecto de ley de la nación que trata sobre la transferencia del dominio público de los yacimientos de hidrocarburos del estado nacional a las provincias en cuyo territorio se encuentre, en tanto se juega allí la perspectiva de futuro de nuestra provincia."  Ahora cambió de opinión.
Ese cambio de opinión la llevó a expropiar una empresa cuyo capital accionario es en su mayoría de origen extranjero, con lo cual lo único que logra es causar un ambiente crispado y de tensión sin precedentes no sólo con España, de donde es originaria Repsol, sino con todo el mundo, porque la Argentina no demuestra dar las garantías mínimas necesarias en un país que no da un mínimo de seguridad y confianza para que los capitales se sientan seguros y protegidos para invertir. Los capitales se desplazan de nación confiable a nación confiable, y la Argentina debe dar un mínimo de condiciones para que éstos se sientan protegidos. ¿Qué se ha hecho del principio de invulnerabilidad de la propiedad privada consagrado por la constitución de 1853?
Ese cambio de opinión la lleva a enfrascarse en el discurso setentista de cuando ella estudiaba en la universidad, manteniendo un nacionalismo populista troglodita, el cual no contribuye a solucionar los problemas de fondo que aquejan a la sociedad argentina y que lejos de modernizar la nación, no hará más que poner escollos en el camino progreso, haciendo que el país involucione y se cierre cada vez más al mundo, fomentando un modelo populista de nación que sólo consigue traer decadencia.
Ese cambio de opinión favorece a sectores políticos afines al poder de turno (léase la Cámpora) cuyos miembros, los amigos de ellos, los amigos de sus amigos, los amigos de los amigos de sus amigos, y los amigos de los amigos de los amigos de sus amigos serán, en definitiva, quienes ocuparán los cargos directivos por incompetentes que sean. ¿Puede quedar alguna duda de que la idoneidad será absolutamente irrelevante a la hora de designar cargos?
Ese cambio de opinión significará para el estado un costo de 10 a 12 mil millones de dólares por año durante cuatro años, un dato más que preocupante que el viceministro de economía evitó escrupulosamente mencionar en su alocución de casi tres horas ante el Senado de la Nación mientras trataba de explicar y fundamentar la expropiación y que, por supuesto, no queda claro quién lo va a solventar.
Ese cambio de opinión llevará a que Repsol inicie acciones judiciales de inmediato, en la Argentina y en el exterior, las cuales contarán con el respaldo incólume del estado español y de toda la Unión Europea, porque lo que hizo la presidenta fue cambiar las reglas del juego en el medio del partido. Destruyó también todo el orden jurídico previo de la empresa para acceder a sus acciones. Pero la presidenta pareció convencida de su versión de la historia y no quiso escuchar otra versión. Dicho de otra manera, no quiso escuchar otra campana más que la que ella toca, algo que la caracteriza.
Ese cambio de opinión, en definitiva, no ayudará a producir una sola gota más de petróleo en la Argentina y, en cambio, perpetuará la escasez de capitales decididos a invertir. Señores inversores, están ustedes invitados a invertir en una empresa manejada por la Cámpora. ¡Hagan cola! ¡No se maten que hay para todos!
¡Ahí vienen los inversores!
No seamos tan duros. Hagamos un esfuerzo por comprender. En el verano de 2007 y 2008, la presidenta adelantó la hora. En 2009 no, porque cambió de opinión. Asistió a la Cumbre de Cartagena y se fue antes del final porque cambió de opinión. Aprobó la privatización de YPF y la reestatizó porque cambió de opinión. Así es nuestra presidenta. Hace las cosas por ese palpitar, porque cambia de opinión.
A ver si ahora privatiza YPF. Todo lo que tiene que hacer es cambiar de opinión.

lunes, 16 de abril de 2012

YPF: Ya Parece Fantasmal

La estatización de YPF, que iba a ser el jueves 12, fue cancelada. Para eso se dieron dos factores: el desacuerdo de algunos gobernadores con el proyecto de ley mediante el cual se iba a implementar, y la advertencia de España que se potenció con la realizada por el presidente de la Comisión Europea, órgano ejecutivo de la Unión Europea, José Manuel Barroso.
En ese sentido, el mensaje fue tajante: Barroso aseguró que el bloque regional que representa "estará al lado de España" ante una eventual nacionalización de YPF-Repsol. Además, el embajador de la UE en Buenos Aires, Alfonso Díaz Torres, advirtió que si el gobierno argentino llegara a incumplir el contrato con la empresa petrolera de capital español "sería la peor señal que puede dar la Argentina a los inversionistas europeos." Por su parte, diversos diarios españoles hablan de un posible boicot a la soja y carne argentinas como represalia por una estatización. Hasta el canciller español, Juan Antonio García Margallo llevó a su punto máximo la tensión generada por el conflicto de YPF, con una amenaza sin precedentes en la España post-franquista: "La ruptura de las relaciones (entre España y Argentina) sería el peor de los escenarios que podríamos imaginar. No sólo sería una ruptura económica sino también fraternal," declaró. Todo lo cual se da en un contexto en que la Argentina enfrenta cuestionamientos internacionales por su política de restricción de importaciones.
Y como si todo esto fuera poco, Cristina Kirchner se fue de la Cumbre de Cartagena como si tal cosa, y lo que nadie va a saber nunca es por qué lo hizo.
La impresión es que la característica central del ejercicio del poder político por parte del kirchnerismo ha sido siempre la arrogancia. En el caso de YPF, hay dos opciones: una negociación entre todas las partes en conflicto o redoblar la apuesta y avanzar hacia la estatización, pese a las advertencias de España y la Unión Europea. La prudencia aconseja la primera opción, pero la personalidad política de este gobierno lo inclinaría a la segunda. Es que la negociación puede ser interpretada como un signo de debilidad y eso es algo que la presidenta siempre evita. El gobierno se mueve con las pautas de quien dispone de un poder político discrecional, especialmente desde que ganaron las elecciones con el 54% de los votos. Pero esa actitud le genera un desgaste, y también conflictos que son tan evitables como riesgosos. La jefa de estado no mide las fuerzas que debe enfrentar, algo que en el caso de España y sus socios europeos resulta por lo menos inexplicable.
En otro orden de cosas, la promoción de Daniel Reposo como procurador general de la nación representa el último de una serie de pasos desafortunados que comenzaron con una conferencia del vicepresidente Amado Boudou para responder a las acusaciones de corrupción en su contra por el caso de la ex-Ciccone Calcográfica.
En su aburrido monólogo ante la prensa, monotemático y con voz monocorde (nada más alejado de los instructivos y amenos monólogos del inolvidable Tato Bores) Boudou lanzó acusaciones a granel, una de las cuales impactó como un misil en el procurador Esteban Righi forzándolo a renunciar. Otras lo autoincriminaban y lo mostraban enzarzado en una lucha de poder por negocios que no le hizo ningún bien a la imagen del gobierno, ni a la de la presidenta.
Todo lo cual no ayuda a superar el ambiente crispado que es necesario evitar a toda costa para solucionar los problemas de fondo que aquejan al país. La paz social es menester para dar respuesta al clima de incertidumbre y fuerte desgaste que afecta a la sociedad argentina en todos sus niveles. En ese trance, el problema energético y cambiario que hoy desvela al gobierno proviene de la baja producción, lo que no se resuelve aplicando las viejas políticas de intervencionismo estatal, sino con inversiones que el gobierno no está ni remotamente en condiciones de garantizar porque el clima de incertidumbre que reina en el país ya parece fantasmal. En el caso de YPF, lo único que lograría una estatización sería darle más poder político a la Cámpora, convirtiendo a la empresa de hidrocarburos en una nueva Aerolíneas Argentinas, y con un déficit todavía mayor. 
Flota en el aire, además, la sensación de que la presidenta no sabe muy bien cómo resolver el problema. Las demoras y la incertidumbre parecen la norma. También se ignora cuánto costaría la expropiación de la empresa, cuáles serían las consecuencias y qué haría con ella el gobierno. Sólo queda una certeza: la prepotencia, la arrogancia, la amenaza y el amague que caracterizan a este gobierno no se pueden prolongar indefinidamente.

jueves, 12 de abril de 2012

Humpty Dumpty

Humpty Dumpty es un personaje de una rima infantil inglesa que data de principios del siglo XIX. En algunas traducciones al castellano se lo conoce como Zanco Panco. Según la rima original, este personaje estaba sentado sobre una pared desde donde sufre una gran caída, y entonces "ni todos los caballos ni todos los hombres del rey lo pudieron recomponer." Mientras nuestro personaje estuvo sobre esa pared, no hubo problema. El drama fue que se cayó.
Es exactamente lo que puede pasar en la Argentina actual. Ahora está todo bien. Ahora. En cualquier momento, esto estalla.
Está todo prendido con alfileres. El modelo iniciado por él (perdón, ÉL) hace agua. El solo hecho de que haya un vicepresidente vinculado a una empresa que está rodeada de una nube de sospechas de corrupción es por demás elocuente. Partiendo de ahí, la situación es lamentable.
Un funcionario que para eludir una investigación ataca a la prensa y a la justicia se desempeña mal. Mientras aún estaba en funciones, el ex procurador general Esteban Righi fue objeto de una feroz diatriba por parte del vicepresidente Amado Boudou, quien lo acusó de no disciplinar a los fiscales que investigan a los funcionarios. En la embestida cayeron también el fiscal Carlos Rívolo, que lleva adelante el caso, y el juez Daniel Rafecas, a los que Boudou acusó de "colaborar con la mafia." (sic).
La actitud de Boudou es muy peculiar. No se está moviendo con la serena dignidad de alguien que no tiene nada que ocultar. Como funcionario público, debiera saber que si un funcionario se entera de un delito tiene la obligación de denunciarlo porque si no también delinque. ¿Qué problema tiene con que la justicia lo investigue?
En realidad, los increíbles avatares del "Ciccone-gate" representan apenas una muestra de las grietas del actual modelo. Sobran los ejemplos.
Hicieron sacar a todo el mundo la tarjeta SUBE amenazando con un aumento de tarifas que nunca llegó pese a las colas de varias horas bajo el sol de febrero. Amagaron también con quitas al subsidio e instalaron una cruzada publicitaria con funcionarios y miembros de la farándula que renunciaban a su beneficio, pero el operativo no prosperó y el ahorro fiscal fue insignificante. Sacaron a la Policía Federal del subte y la volvieron a poner al día siguiente. En todo, parecen dar dos pasos adelante y uno atrás. En cuanto a una "probable" intervención de YPF, la situación de la empresa es que está en una nebulosa de incertidumbre.
La educación se cae a pedazos, moral y materialmente. Las escuelas carecen de servicios (gas, instalaciones sanitarias adecuadas, etc.), el mantenimiento es escaso y el material didáctico empleado es obsoleto. En muchos casos, se siguen empleando los viejos mapas de Europa y de Asia en los que todavía aparece la URSS. Por lo menos, que le pongan un cartel que diga "No, gracias."
Además, como si fuera el ritual de alguna religión pagana, hay conflictos para empezar el ciclo lectivo año tras año debido al accionar de sindicatos docentes que son tan de izquierda que darían envidia al mismísimo ERP.
Siguiendo con la calidad institucional, el canal 7, en vez de ser empleado como una auténtica opción de televisión pública como en los países más avanzados, ha sido convertido en una usina de obsecuencia y de conformismo oficialista.
Volviendo al caso Ciccone, las alusiones al poder mafioso por parte del vice sólo demuestran la falta de estrategia de comunicación del kirchnerismo para salir del paso. La estrategia de denunciar una conspiración corporativa es absurda, por decir lo mínimo indispensable. Magnetto no puede ser, como dice el conocido bolero, el culpable de todas sus angustias y todos sus quebrantos. No puede estar detrás de todas las desventuras del kirchnerismo como un demonio, ubicuo e infalible. No levantó la quiebra de Ciccone, ni encargó la impresión de billetes a un costo de 50 millones de dólares a una empresa cuyos actuales dueños son un  misterio. Por otra parte, no se entiende cómo la presidenta del BCRA se obstina en contratar la impresión de nuevos billetes con una empresa tan cuestionada.
Esta misma ineficacia en el manejo de una crisis institucional sin precedentes pareció practicar el gobierno con el desastre que produjo la tormenta del miércoles 4 en el conurbano bonaerense. Largos cortes en el suministro de agua y electricidad generaron robos, saqueos y violentas protestas con cortes de avenidas y autopistas. Las quejas sobre la falta de autoridades de todos los niveles estuvieron a la orden del día y la gestión pública mostró una falta de reflejos y de capacidad de respuesta que es alarmante.
Como es alarmante la situación económica, la cual merece un capítulo aparte. La corrosiva inflación no da tregua. El país ostenta el dudoso privilegio de acreditar la inflación más alta de América del Sur, doblando y hasta triplicando los índices inflacionarios de los otros países; algo que también habla por sí solo. Mientras tanto, la inflación de Brasil se desacelera. En marzo, hubo una suba del 0.21% contra el 0.45% de febrero, en línea con el objetivo de cerrar el año 2012 con un alza total del 4.5% frente al 6.5% de 2011. El freno de la inflación es una condición indispensable que se impuso la presidenta Dilma Rousseff para lanzar todo un programa de exenciones tributarias para impulsar el crecimiento de la sexta economía mundial. En este caso particular, la inflación argentina llega a quintuplicar la brasileña.
Hay escasez de productos en todos los supermercados. ¿Por qué? Porque nadie tiene interés en producir algo si la inflación le va a impedir capitalizar cualquier ganancia.
Desde Estados Unidos, se analizan nuevas sanciones económicas contra la Argentina como respuesta a la política de restricciones a las importaciones por parte de nuestro país, y por "la falta de transparencia" con que se aplican.
Y así, podríamos seguir enumerando irregularidades. Tomemos el caso de los ferrocarriles. Las deficiencias de este servicio tan importante para el traslado de personas en Capital Federal y Gran Buenos Aires incluyen  incumplimiento de horarios, falta de personal en las boleterías, funcionamiento defectuoso de máquinas expendedoras de boletos, puertas que se abren con el tren en plena marcha, temerarias maniobras que hacen que el tren se detenga, de marcha atrás y avance un par de estaciones por la vía contraria, y falta de higiene en estaciones y trenes que ya parecen verdaderas pocilgas rodantes.
En una de sus ya habituales diatribas, el vicepresidente Boudou afirmó, "a mi no me van a voltear con dos o tres tapas de un diario."
No, señor vicepresidente. A usted no lo va a voltear la tapa de ningún diario. A usted lo vamos a voltear nosotros, el pueblo, y su caída puede ser acelerada como la de Humpty Dumpty, porque la actitud de este gobierno de pretender justificarse en algo argumentando que obtuvieron el 54 por ciento de los votos en los comicios de octubre próximo pasado es tan pueril que no resiste el menor análisis. Mauricio Macri obtuvo el 60 por ciento de los sufragios. ¿Eso quiere decir que tiene un 6% más de razón que el gobierno?
Martin Luther King decía que llega un momento en que el hombre se cansa de ser pisoteado por los pies de hierro de la opresión. La Unión Soviética no cayó por lo que decía el Washington Post o el New York Times, sino porque el hombre se cansó. Si el kirchnerismo tiene miedo de caer, no va a ser por lo que diga La Nación o Clarín sino porque nosotros, el pueblo, estamos cansados de la inflación, de la inseguridad, de la incapacidad, de la obsecuencia, de las sospechas de corrupción, del clientelismo, del deterioro de la educación, los servicios y las instituciones, de la sensación de que las decisiones se toman a espaldas del ciudadano, y en definitiva de un gobierno kirchnerista que no parece capacitado para dar soluciones a uno solo de estos problemas e irregularidades que afectan a toda la nación. Particularmente, estamos cansados de un gobierno kirchnerista empecinado en aferrarse a su visión histérica y paranoica de que detrás de un simple diario que la gente compra en el kiosko hay una conspiración corporativa para derrocarlo, con lo que pretenden justificar la incapacidad y la mediocridad con que están administrando el país.
Tal vez el mal radica en que la política argentina ha sido siempre el juego de uno solo. Un único actor ocupa la totalidad de la escena, y lo hace durante años. Lo hizo Perón durante diez años, lo hizo Menem durante diez años y medio, y lo está haciendo el kircherismo desde hace nueve años. Un verdadero monopolio que habla de una falta de cultura cívica, más que una falla del gobierno de turno. Es la consecuencia de la falta de alternativa y alternancia, dos factores fundamentales para la vida en democracia. El unicato de poder implica el unicato de corrupción, incapacidad y mediocridad.
El 26 de junio de 1963, mientras hablaba frente al muro de Berlín, John Kennedy conmovió al mundo con su inmortal "Ich bin ein Berliner." El 9 de marzo de 2009, Néstor Kirchner conmovió al país (o no conmovió absolutamente a nadie) con su inmortal (o no tanto) "¿Que te pasa, Clarín? ¿Estás nervioso?" Es la diferencia entre la calidad institucional de un líder del primer mundo y uno del tercero.

jueves, 5 de abril de 2012

El último imperio de la historia

En Polonia, los altos funcionarios partido comunista no podían creer cuando uno de sus colegas habló y dijo que quienes trabajaban más debían ser mejor pagados, pues "así son las leyes de la economía." Corría el año 1989 y, como si fuera la enorme invención de algún científico loco, el sistema comunista comenzaba a derrumbarse. Por toda Europa oriental proliferaban las manifestaciones, no pocas de ellas violentas, con muertos y centenares de heridos. El muro de Berlín caía el 9 de noviembre. El último imperio de la historia moría.
El comunismo, al que muchos aclamaron en el siglo veinte como "la oleada del futuro," se estrellaba contra las rocas de la realidad. Como señalaba Robert Gates, asesor de Seguridad Nacional del presidente George Bush, el mundo presenciaba "el fracaso económico, político, social y moral" de un sistema de gobierno.
Este fenómeno presenciaba datos aterradores. El comunismo soviético había asesinado a sus propios ciudadanos a un ritmo equivalente a medio millón por año en siete decenios. Y a cambio  de tan trágico precio, no se había obtenido más que miseria en todos los campos. En 1991, cuando cayó la Unión Soviética, el 40 por ciento de los ancianos vivía en la indigencia. La familia de un obrero no calificado, de cuatro miembros, debía vivir al menos ocho años en una sola habitación antes de poder mudarse. Casi un tercio de las casas soviéticas no tenían servicio de agua corriente.
Un gran porcentaje de los hospitales carecía de agua caliente, su sistema de desagüe era deficiente y ni siquiera contaban con instalaciones sanitarias elementales. La atención médica "gratuita" se daba en realidad mediante un complejo sistema de sobornos. Los alimentos y otras necesidades todavía estaban racionados en muchas regiones; su crónica escasez era un mal omnipresente.  Y la expectativa de vida era mayor en México que en la "superpotencia" soviética.
Como triste complemento a estas ignominias sociales y económicas, Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional de la presidencia de Estados Unidos, tachaba a la sociedad soviética de implacable en su crueldad, señalando el "vacío moral" que había acarreado el comunismo.
¿Cuál fue el giro de bisagra de la historia? Indudablemente, las reformas que implantó Mikhail Gorbachov, conocidas como "glanost" y "perestroika." Estas fueron el resultado del fracaso absoluto del comunismo. Gorbachov, que había asumido el cargo de secretario general del partido comunista soviético en 1985, no tardó en hacer un reconocimiento de ese fracaso. Al analizar el deplorable estado de la economía, decía a los máximos jefes del partido: "Hablando con franqueza camaradas, hemos subestimado la profundidad a que han llegado las deformaciones y el estancamiento."
Brzeziznski nos recuerda que las "deformaciones" fueron el resultado inevitable de la concepción y el nacimiento sangrientos del comunismo. Lenin no se propuso crear una nueva sociedad, sino aplastar a la sociedad, abriendo paso de este modo al estado omnipotente. Durante los seis años de su gobierno, perdieron la vida más de 14 millones de personas. Hacia el año de su muerte, en 1924, Lenin había preparado el escenario para que comenzara la tragedia final con su sucesor, Stalin. "Fue Lenin," afirma Brzezinski, "quien creó el sistema que hizo posible los crímenes de Stalin." Desde 1930 hasta el fin de su régimen, en 1953, Stalin segó la vida de por lo menos 20 millones de sus camaradas. Entre 1937 y 1939, "reformó" sus fuerzas armadas ejecutando a 40.000 oficiales. El exterminio brutal o la muerte lenta (generalmente por inanición) era el destino de toda clase de personas: agricultores, disidentes políticos, grupos étnicos "hostiles," líderes religiosos y sus adherentes; familias enteras de víctimas escogidas. Quienes un día eran miembros del Politburó, al día siguiente podían ser victimas de un juicio y morir fusilados. Se habia llegado al delirante extremo de que Molotov y Kalinin se sentaran en la mesa de debates del Politburó y examinaran junto a Stalin las listas de los camaradas que serían fusilados, mientras las esposas de ambos estaban prisioneras en campos de concentración por órdenes de Stalin.
Stalin logró anotarse las más siniestras estadísticas: se convirtió en uno de los mayores asesinos de masas de la historia. Una fosa común fue descubierta ceca de Minsk, en Bielorrusia, por obreros de un gasoducto. Miles de hombres y mujeres habían sido aquellas víctimas; muchos de ellos presentaban huellas del tiro de gracia.
"Nunca se había pedido tan gran sacrificio humano para un beneficio social tan pequeño," apunta Brzezinski. Y por cierto que, de no haber sido por la ayuda del mundo occidental, tan asiduamente solicitada por Stalin, gran parte del "progreso" industrial logrado bajo su sanguinario régimen jamás se habría logrado.
Este sistema, construido sobre cimientos de mentiras y violencia, se mantuvo hasta la Navidad de 1991, cuando la enseña roja de la hoz y el martillo fue arriada por última vez. Después de la muerte de Stalin, en 1953, Nikita Krushchev no pudo desarraigar el inflexible partido dogmático que controlaba un aparto de terror sin igual. Krushchev intentó iniciar una guerra contra la corrupción y los privilegios de la clase dominante. Pero fue suplantado en 1964 por Leonid Brezhnev. Bajo este fiel custodio del estalinismo, el terror sin máscara dio paso a otro más sutil. El paredón de fusilamiento fue reemplazado por el "hospital psiquiátrico," y se llenaron los campos de concentración, los campos de trabajo forzado. Mientras tanto, para mantenerse en pie, el país siguió requiriendo de grandes dosis de asistencia por parte de Occidente.
La Unión Soviética de Brezhnev era un verdadero cuartel que ejercitaba constantemente su poderoso aparato militar, pero el régimen era incapaz de alimentar o alojar a su población en forma decorosa. El historiador ruso Leonid Batkin se quejaba: "Mientras que el sistema de Brezhnev reducía nuestro país a la mediocridad, el mundo creaba rayos láser y computadoras, y asistía a la explosión  de la revolución posindustrial."
Tras los gobiernos breves e inconclusos de Yuri Andropov y Konstantin Chernenko, Gorbachov asumió el poder. Brzezinski está convencido de que, de no haber sido este último, algún otro reformista habría tomado el liderazgo. Tan grave era la postración, que ni la aislada clase dominante podía permanecer indiferente. Ya fuera por desesperación o por cálculo, Gorbachov puso en práctica las ideas de la "glanost" para poner al descubierto el desperdicio, la mala administración y los abusos de la burocracia estatal, y la "perestroika" con miras a combatir el estancamiento y promover el crecimiento económico. Todo esto en un estado construido en base al control absoluto de la economía, y aún con una completa reverencia a Lenin y dentro del marco ortodoxo del partido comunista.
En marzo de 1989, se llevaron a cabo elecciones para enviar 1.500 delegados al "Congreso de los Diputados del Pueblo." Fue el acto más parecido a unas elecciones nacionales libres en toda la historia de la Unión Soviética hasta ese momento. El diario The Economist de Londres señaló en la ocasión: "En política, los partidos que no tienen una oposición que los impulse a la acción generalmente no autorizan los grandes cambios, y la noción de pluralismo que tiene Gorbachov no va más allá de conminar a los comunistas a discutir entre sí con un poco más de energía dentro del sistema de partido único."
En última instancia, la cuestión de si el sistema soviético, anclado en la irracionalidad del marxismo-leninismo, evolucionó hacia sistemas de pluralismo político y realismo económico, se explica en que aquellos esfuerzos reformistas de Gorbachov desencadenaron el contenido torrente de esperanza, angustia, ira, creatividad y rebeldía. Por todo el imperio soviético cundió como un fuego la disidencia, y en la misma Unión Soviética la fachada superficial de armonía étnica entre los "grandes rusos" y las distintas nacionalidades soviéticas se vino abajo.
Los ucranianos nunca han olvidado la masacre de sus intelectuales y campesinos que perpetró Stalin. Lituanos, letones y estonianos lloraron de emoción al poder cantar libremente su himno nacional por primera vez después de muchos años de silencio. Más de 50 millones de musulmanes de las ex-repúblicas soviéticas reavivaron su identidad religiosa. La libertad es un dominó: tiene que caer la primera ficha. O como decía George Orwell, la libertad es poder decir libremente que dos más dos son cuatro. Si eso se concede, todo lo demás se dará por añadidura.
Lenin entendió el terror; pero si acaso entendió las necesidades y anhelos del pueblo, los pasó por alto olímpicamente. El comunismo fue un capítulo catastrófico de la humanidad que nos ha dado una lección dolorosa, pero de importancia crítica: la utopía de la ingeniería social está fundamentalmente en conflicto con la complejidad de la condición humana, y la creatividad social florece mejor cuando se ponen límites al poder político.

martes, 3 de abril de 2012

El estatismo

El estatismo es la visión de que todo el poder político y económico en la sociedad debe concentrarse en un gobierno altamente centralizado que controle la toma de las decisiones y todos los aspectos de la vida. El estatismo sostiene que el gobierno es la única fuente de moralidad y del derecho, que el individuo no posee derechos soberanos y que el estado de derecho debe ser reemplazado por la arbitraria regencia de una minoría rectora, fuera del control del derecho consuetudinario o la tradición. Como tal, el estatismo crea una verdadera sociedad de amos y esclavos y es otro término para el totalitarismo.
El estatismo asume numerosas formas y hay una variedad de ideologías colectivistas que han sido empleadas, como el fascismo, el corporativismo, el comunismo, la teocracia, etc. Sin embargo, todas las formas de estatismo consisten en esa clase política minoritaria gobernante que impone normas sobre el resto y las hace cumplir a la fuerza. Para ganar y conservar el poder, estos sistemas controlan toda la información a través de la propaganda de los medios controlados por el estado, el gobierno de un partido único, el culto de la personalidad del líder y el nacionalismo, el control sobre la familia y la economía, la restricción de la palabra, la vigilancia masiva, el empleo generalizado del terror y la represión de los opositores.
Un lema popular de Mussolini y los fascistas era "todo para el estado, nada fuera del estado, nada contra el estado." C. S. Lewis trazó una clara distinción entre la importancia de la libertad individual y el peligro del totalitarismo. El eminente filósofo y ensayista inglés sostenía que el individuo no era un medio sino un fin en sí mismo. Dios creó al hombre proveyéndolo de libre albedrío. Por lo tanto, no es razonable creer que podía ser poseído por otros sino que es un agente libre con sujeción a la ley natural divina y responsable ante el Creador por sus propias decisiones. Siendo la fuente de toda bondad, verdad y belleza, Dios desea que todas las personas lo busquen. Pero para hacerlo, deben tener la libertad de elegir entre el bien y el mal.
Lewis estaba profundamente interesado en las ideas e instituciones que sirvieron de base para los individuos y las comunidades libres y virtuosas. Era profundamente escéptico del poder de los políticos y el gobierno, como lo expresó en su poema "Lines during a general election:" "Sus amenazas son terribles, pero se pueden soportar. Son sus promesas las que traen desesperación."
Lewis advirtió también sobre la unión del poder político y técnico en el estado. Afirmaba que la ciencia debía ser una búsqueda de conocimientos, y su preocupación era que la ciencia moderna es utilizada a menudo como una búsqueda de poder por parte de algunos sobre los demás: "Hoy en día le temo a los especialistas en el poder porque son especialistas que hablan más allá de sus temas específicos. Dejemos que los científicos nos hablen acerca de la ciencia, pero el gobierno involucra cuestiones sobre lo que es bueno para el hombre y la justicia, y qué cosas vale la pena tener y a qué precio; y sobre esto una formación científica no le confiere a la opinión del hombre ningún valor agregado." Lewis se oponía a lo que llamaba el "cientificismo," advirtiendo que una ciega contracción a la ciencia y a la técnica podría despojar a la humanidad de los verdaderos aspectos por los cuales la valoramos: la libertad, la compasión y la felicidad. Este tema fue rescatado luego por Charles Chaplin en "El Gran Dictador." El siguiente es un extracto del histórico discurso final de esa obra: "Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos apresado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos ha dejado en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y desconsiderados. Pensamos demasiado, sentimos muy poco. Más que máquinas, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener gentileza y bondad. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo estará perdido."
¿Han llegado a lograr su cometido las ideologías estatistas? Indefectiblemente, no. Los regímenes totalitarios cayeron uno tras otro. Es en el proceso de instaurarlas, o de intentar instaurarlas por parte de sus propulsores, que se han cometido los más grandes crímenes y aberraciones de los que se tenga memoria en la historia. La libertad confía en el individuo, en su capacidad de dirigir su propia vida frente a cualquier pretensión de imposición gubernamental. La posibilidad de elegir es el factor que habilita el desarrollo del potencial humano. La idea de la libertad es el derecho del ser humano a ejercerla, pero más allá de eso, la tesis de que el ejercicio de ese derecho redunda en el bien común. La función del estado, entonces, no es instaurar la felicidad, sino que cada persona tenga la posibilidad de construir su felicidad. El individuo, como se ha dicho, no es un medio sino un fin en sí mismo. El estado, por el contrario, no es un fin en sí mismo sino un medio para llevar adelante la voluntad popular expresada en elecciones libres y periódicas. Thomas Jefferson decía que el pueblo tiene el derecho de rescindir el poder de un gobierno si éste no cumplía con su voluntad. Esa es la diferencia entre el fin y el medio, el  individuo y el estado, y la razón por la que el estatismo es intrínsecamente inmoral: intenta invertir, en realidad pervertir, dicha ecuación.

domingo, 1 de abril de 2012

El proceso de innovación capitalista

La innovación es un hecho fundamental en una economía libre. Por todas partes, grupos empresariales armados con computadoras están trabajando, creando, innovando, produciendo. Alguien en algún lado está realizando una innovación, a veces casi imperceptible, que ayudará a mejorar la calidad de vida. La creatividad de investigadores y empresarios es un factor de gran capitalización para el conjunto de la sociedad. Eso es más de lo que pueda decirse de cualquier político, especialmente en un año en que hay elecciones en países que concentran al menos un tercio de la economía mundial.
Economistas como Friedrich Hayek han enfatizado sobre "el uso del conocimiento en la sociedad." Eso significa que el problema social consiste en coordinar el conocimiento sobre las preferencias y posibilidades dispersas en millones de individuos que interactúan a diario en el mercado, conformado así esa maravillosa conjunción de proyectos que explican el crecimiento de una nación cuyo orden social esté basado en la previsibilidad y la transparencia. Ahora bien, tal conocimiento no puede ser monopolio de una sola persona, y como Hayek y otros han argumentado, los mercados son necesarios para que dicho conocimiento pueda ser aprovechado y transmitido a través de señales coherentes.Thomas Sowell decía que no hay soluciones, sólo intercambios.
Esas señales se dan en la sociedad por la ley de la oferta y la demanda. La economía de mercado no es más que un parco sistema de señales -el único que existe- que informarán qué productos y servicios son requeridos, la manera en que se producirán, y el costo que se habrá de pagar por ellos.
Desde luego, estos principios de economía liberal no garantizan ciento por ciento el crecimiento, pero sin ellos hay pocos horizontes. Aún si admitimos que la deuda de los países ricos es crear un sistema monetario internacional estable, esto no invalida lo anterior.
El economista Donald Boudreaux llama al mercado "la piscina de la prosperidad." Eso ilustra una verdad sobre el proceso de innovación capitalista. Es un proceso de experimentación que permite a las personas identificar, a través de la prueba y el error, un conjunto de bienes y servicios que coloca a la comunidad en una situación mejor. Como decía Joseph Schumpeter, el logro capitalista no consiste en mejores baratijas para los plutócratas. Consiste en una serie incontable de innovaciones que benefician al resto de nosotros. El capitalismo es el único sistema que funciona para todos, ricos y pobres.
Y si afirmamos que el capitalismo es el único sistema que funciona para todos (y todas) es, simplemente, porque es de esa manera. ¿Qué se puede comparar al capitalismo? ¿Con qué sistema se puede siquiera remotamente pensar en reemplazarlo?
Mientras las políticas socialistas de redistribución de la riqueza proponen, al menos en teoría, arrebatar la riqueza a sus dueños para repartir entre todos (y todas) por partes iguales, el capitalismo hace una cosa mucho más inteligente: produce, en proporción geométrica, nuevas riquezas, sin quitar nada a nadie, estimulando a cada individuo para que produzca libremente lo que quiera, no lo que el estado le indique, beneficiando, en mayor o menor proporción a todos (y todas, por tercera vez) como resultado de la nueva abundancia.
Además, en el capitalismo, la creación de nuevas riquezas es incesante, mientras que en una economía central planificada por el estado, en cuanto se acaba lo que hay para distribuir, no queda más que miseria y escasez que repartir, ya que el sistema habrá extinguido todo incentivo que alienta al hombre a producir. La única que se beneficia en última instancia es la burocracia: justo lo que interesa a los que están en el poder.
La realidad es que el mercado -y esto es algo que los estatistas no parecen entender nunca- se mueve en formas elaboradas y complejas que van mucho más allá de cualquier planificación estatal. Por eso es que el progreso se basa en las soluciones del mercado, no en los remedios del estado. Aunque siguiendo la línea de pensamiento de Sowell, deberíamos hablar de los "intercambios" del mercado. Claro que aquello, antes que una definición, está más cerca de ser una ironía.