lunes, 16 de septiembre de 2013

Venezuela se hunde en el caos

A poco más de seis meses de la muerte de Hugo Chávez, Venezuela es "un verdadero desastre, un verdadero caos," según declara el escritor y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.
"Es un país donde en vez de avanzar se retrocede; tiene la inflación más alta de América Latina," afirma, y agrega que en este país abunda "la demagogia, la corrupción y la violencia."
Vargas Llosa está satisfecho con la situación actual del Perú y dice que desde que cayó el gobierno de Fujimori en 2000, su país "ha estado en muy buen pie," aunque "problemas siempre existen."
El Perú "ha crecido económicamente, ha habido elecciones libres, las instituciones democráticas han funcionado" y hay una política económica que "cuenta con unos consensos que no había en el pasado y que ha traído mucho desarrollo económico."
Esta situación se repite "en muchos países de América Latina, que están mucho mejor que en el pasado, sin ninguna duda," asevera el autor de "El héroe discreto," su última novela.
Hay "excepciones negativas" y una de ellas es Venezuela, opina. "El caso de Venezuela es más bien trágico."
Lo que lleva al escritor a pensar así es su temor a que el actual presidente venezolano, Nicolás Maduro, continúe con "esa idea mesiánica" que tuvo su antecesor, Chávez, de que Venezuela se convierta "nuevamente en el faro, en el ejemplo" para otros países.
"Creo que Venezuela es más bien la excepción a la regla. Hoy en día hay muchos más países en América Latina en los que la democracia se va enraizando con unas políticas económicas modernas que están trayendo desarrollo, progreso", señala.
¿Cuál es la situación económica de Venezuela? Veamos.
"Todos los días aumentan los precios,” afirma, apenado, José González, gerente de una ferretería en Puerto La Cruz, en el estado de Anzoátegui donde, además, no hay productos esenciales como hierros para la construcción o cemento. Esos productos están regulados y escasean desde que el gobierno expropió las empresas que los fabricaban, entre ellas, la argentina Techint. González dice que a veces se consigue lo que falta, pero clandestinamente y a precios exorbitantes. El "exprópiese" de Chávez llevado hasta las últimas consecuencias.
Igual situación viven los supermercados y farmacias. Las medicinas y los productos de la canasta alimentaria están regulados y escasean porque el gobierno debe importarlos, como ocurre con el papel higiénico. Los que no están regulados, como verduras y frutas, se consiguen en el mercado, pero a precios que desbordan incluso la enorme tasa de inflación del país.
En los últimos doce meses, la inflación llegó a 45,4%. En agosto trepó a 3%, el mayor índice de toda la era bolivariana, equivalente a lo que la mayoría de sus vecinos acumulan en un año. Es el país con más inflación después de Siria. Y el primero en la región seguido por Argentina. La ventaja es que Nelson Merentes, el ministro de economía vernáculo, no se quiere ir.
“Podemos afirmar que el país está en el umbral de la hiperinflación,” dice el prestigioso economista Alexander Guerrero, un duro crítico del gobierno de Nicolás Maduro. Si se discrimina la canasta completa de precios, los alimentos muestran una suba espectacular de 62,5% en los últimos 12 meses, con una carencia aguda de productos de primera necesidad. El problema adicional es el mercado negro: hay 400% de sobreprecio en algunos productos que se venden en la calle. Para intentar aliviar la presión, el gobierno anunció un acuerdo comercial con Colombia para la compra de alimentos por 600 millones de dólares. El mismo esquema que siguió Hugo Chávez para reducir el impacto del costo de vida y garantizarse la victoria en las elecciones de octubre pasado. El problema es que ese plan generó un rojo fiscal de dos cifras y aumentó la deuda nacional.
En esa espiral, el dólar paralelo, ilegal tanto aquí como en Argentina, cotiza a 42 bolívares por unidad contra 6,3 bolívares de la paridad oficial. Los economistas afirman que la inflación se debe a un conjunto de causas: falta de inversión, los gastos electorales, la escalada del dólar, expropiaciones y la dependencia de importaciones que agotan las divisas oficiales.
“La hiperinflación en Venezuela es de hecho un peligro real,” lo advertía en junio el economista y profesor de la Universidad de Yale, Ed Dolan. “Podemos ver los primeros signos de todas las vías de retroalimentación que provocan la hiperinflación,” añade en un artículo distribuido por Roubini Global Economics. Para el economista Orlando Ochoa, la crisis es aún más grave.
“La realidad es que estamos ante una crisis cambiaria más compleja, originada por excesos fiscales que comprometieron a la petrolera PDVSA, creando crisis en esta empresa y restringiendo el suministro de divisas al Banco Central; luego, sin escrúpulos, se recurrió al financiamiento monetario del déficit fiscal y de PDVSA, violando los artículos (318 y 320) de la Constitución."
“El impacto de la devaluación del bolívar de febrero sobre los precios, cuando la moneda venezolana se ajustó poco más de 30% a su valor actual, la falta de divisas y la rápida depreciación del bolívar en los mercados no oficiales, elevó agudamente la expectativa sobre el costo de reposición de mercancías importadas. Los precios se han disparado de tal manera, en bienes importados o nacionales con componentes importados, que el poder de compra del venezolano cae rápidamente," explica.
La escasez y el desabastecimiento son moneda corriente. La gente se mata -literalmente- por un rollo de papel higiénico o una botella de aceite. El mes pasado, en una tienda estatal Bicentenario del estado de Falcón, un hombre de 52 años murió asfixiado.
Se armó un tumulto de gente que luchaba por conseguir una botella de aceite de cocina, un bien preciado como una joya. Nadie vio a este hombre en medio del tumulto, y murió.
Una vida humana por una botella de aceite. Así es el modelo nacional y popular. Tome nota, señora Cristina.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El dilema de Siria

¿Es correcto que Estados Unidos asuma el papel de gendarme del mundo? Ese es el tema de debate que la crisis de Siria ha vuelto a poner sobre el tapete. En cualquiera de sus numerosas intervenciones foráneas, la cuestión era si la nación tomada como objetivo era estratégica para los intereses vitales norteamericanos. En el caso de Siria, la propuesta del presidente ruso Vladimir Putin de examinar el arsenal de Al -Assad, pone por lo menos una presión sobre el régimen sirio y a la vez pone limitaciones objetivas a Estados Unidos para que se involucre nuevamente en una guerra, luego del desgaste bélico que supuso la intervención de Afganistán e Irak. En su carta publicada en The New York Times, Putin señala que es “alarmante que la intervención militar en conflictos extranjeros se haya convertido en un lugar común para los Estados Unidos.” De hecho, una hipotética intervención en Siria no está bien vista por el pueblo norteamericano según indican todas las encuestas: la última publicada por el Washington Post y la cadena CBS señala que el 59% de los ciudadanos está en contra de un ataque y que sólo el 29% lo apoyaría. Más aún: tanto como el 75% de los militares se oponen. Putin agrega que “el uso de la fuerza sólo está permitido actualmente bajo la ley internacional en defensa propia o por una decisión del Consejo de Seguridad de la ONU.”
Más allá de sus buenas intenciones, el mandatario ruso no parece presentar una alternativa plausible. Siria está padeciendo una guerra civil que ya lleva dos años y medio que ha causado al menos 110.000 muertos, dos millones de refugiados y cuatro millones y medio de desplazados internos. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon asegura que el régimen de Assad ha cometido “muchos crímenes contra la humanidad” y que espera que las investigaciones de los inspectores confirmen un ataque con armas químicas. “Creo que el informe será un informe abrumador de que se usaron armas químicas,” expresó. Por su parte, la organización Human Rights Watch presentó documentación sobre la matanza de 248 civiles perpetrada por el ejército sirio en los pueblos de Bayda y Banias en mayo pasado. En Bayda, "los soldados entraron en las casas, separaron a los hombres de las mujeres, reunieron a los hombres de cada barrio en un solo lugar y los ejecutaron disparando a quemarropa ." La mencionada  organización afirma tener "información documentada sobre la ejecución de al menos 23 mujeres y 14 niños, algunos de ellos bebés," y que hay testigos que vieron a las fuerzas favorables al régimen quemar decenas de cadáveres y luego saquear e incendiar casas. “En Banias fueron ejecutados 26 miembros de una misma familia, nueve hombres, tres mujeres y 14 niños,” dicen los reportes.
Estos hechos aberrantes dan cuenta de la grave situación que se vive en Siria y plantean el dilema: ¿Qué hacer? ¿Cruzarse de brazos y seguir mirando con la parsimonia de espectadores de un circo romano cómo este país se sigue desangrando? Cuando el mundo asiste a la tragedia de flagrantes violaciones a la dignidad humana, hay un interés que se impone sobre toda otra consideración y nos urge encontrar una solución. Y ponerla en práctica.
Ya una vez Occidente miró para otro lado cuando los tanques rusos aplastaron Hungría y Checoslovaquia sin el menor pudor. En ese caso la actitud fue apaciguar a los invasores rusos, ya que la idea era evitar todo motivo que pudiera provocar a éstos a seguir cometiendo más ataques. Pero esta actitud de apaciguamiento y retroceso siempre tiene un efecto inverso al deseado. Al ver que nadie reacciona, el enemigo se convencerá de que nadie le hará frente; y así, creyéndose dueño del campo, se sentirá incentivado a seguir golpeando. Apaciguar al enemigo que se expande es incitarlo a seguir atacando. Si la inacción y pasividad del mundo le hacen ver a Assad que nadie le hace frente, se sentirá inmune para seguir cometiendo toda clase de desmanes.
“No me gusta la idea de un ataque armado, no sé dónde está Siria ni por qué quieren lanzar bombas, pero en la guerra todo el mundo pierde, no hay guerras humanitarias”, dice una mujer frente a las cámaras de televisión. Más allá de sus pobres conocimientos de geografía, injustificables desde todo punto de vista, estamos de acuerdo con que no queremos un ataque armado. No queremos que nadie ataque a nadie. Nadie quiere la guerra. Todos queremos la paz. Pero la diferencia es que a veces hay que elegir. Siria no es una democracia de sólidas instituciones republicanas. Es un lugar de gran violencia donde se está jugando el futuro del mundo. Es necesario, entonces, que el mundo sepa qué hacer ante los asesinatos de Al-Assad. La actitud de apaciguamiento no es la respuesta. Por el contrario, Occidente debe ponerse a la altura de sus atemporales principios y valores y tomar la determinación de poner límites a esta locura. Franklin Roosevelt dijo una vez: “Nuestra determinación como nación de mantenernos fuera de las guerras y de los enredos en el extranjero no nos puede impedir sentir una profunda preocupación cuando se desafían los ideales y los principios que valoramos.”
Estos ideales están en juego en Siria. Si Estados Unidos debe erigirse como el gendarme del mundo es una cuestión que todavía debe resolverse, pero con una actitud firme y decidida se puede evitar que más hombres inocentes, mujeres y niños mueran envenenados con gases tóxicos a manos de un régimen despótico y demencial.

lunes, 9 de septiembre de 2013

¿Qué culpa tiene el Sargento García?

Henry Calvin era el actor que representaba al "Sargento García" en la inolvidable serie televisiva El Zorro. En julio de 1973, en ocasión de una visita a la Argentina junto con su ex-compañero Guy Williams, fue ovacionado por la multitud de niños y adultos, familias enteras, que lo aguardaban en el aeropuerto de Ezeiza, ya que este personaje siempre fue muy querido en nuestro país.
Por ese motivo, resulta particularmente irritante que una agrupación de adictos al gobierno kirchnerista (de cuyo nombre no quiero acordarme) utilice su imagen para desprestigiar a un periodista que está llevando a cabo investigaciones de corrupción que salpican a la actual administración. El panfleto circula por Internet y contiene un fotometraje que lo representa como el sargento de la serie, y acompaña recientes declaraciones de dicha agrupación en las que se afirma que este periodista desea "que le vaya mal al país" y que es "amigo y vocero de los fondos buitres."
Una vez más, vemos a un gobierno empecinado en aferrarse a su visión histérica y paranoica de que el periodismo independiente es una conspiración en su contra. El gobierno de la década ganada insiste en atribuir todos los males bajo el sol a inicuas conspiraciones corporativas, siempre certeras e infalibles, por medio de las cuales se exacerba la división con su ingrato pueblo. El pueblo, lejos de agradecer el crecimiento de los últimos diez años, se forma opiniones negativas. Lejos de agradecer el crecimiento de la inflación, de la inseguridad, de la marginalidad, de la malversación de fondos, del cepo cambiario y del deterioro institucional, el pueblo sólo exige soluciones a estos factores, y miran televisión y se informan, y hasta tienen la desfachatez de ir al kiosko a comprar el diario Clarín.
El periodismo no crea los hechos. Los investiga, analiza, informa y critica. Si esa investigación, análisis, información o crítica es desfavorable al gobierno, el ciudadano se forma una opinión. Si esa opinión, al convertirse en el voto que se deposita en las urnas resulta políticamente letal para el régimen de turno, es porque el periodismo, al margen de los errores que pudo cometer, ha sabido transmitir la realidad. El reportero, como su nombre lo indica, reporta lo que sucede, y eso significa que estaba haciendo bien su trabajo.
El país vive una realidad que ya es imposible de ocultar, tergiversar o distorsionar. A las irregularidades mencionadas debemos agregar la persecución a opositores empleando recursos del estado, el avasallamiento de la justicia, el empeño por encubrir a altos funcionarios sospechados de actos corruptos y criminales, las inundaciones y tragedias ferroviarias causadas por desvíos de fondos destinados a obras de infraestructura, la desatención a jubilados, y sigue un largo etcétera.
Por eso, es necesario reflejar y difundir fielmente la realidad. Es necesario que los profesionales del periodismo se muevan cómodamente para hacerlo. Pero para eso es imprescindible nuestra opción de elegir en libertad. Somos nosotros quienes hemos de decidir en qué medio o periodista vamos a confiar para ejercer nuestro derecho a estar bien informados. Luego, pretender que un gobierno haga esa elección por nosotros es una ofensa a nuestra inteligencia.
Tal vez el gobierno haría mejor en tratar de resolver nuestros problemas. Tal vez el gobierno debería abandonar la guerra santa contra las corporaciones y el diario Clarín. Tal vez lo mejor sería que en estos dos años que le queda al kirchnerismo en el poder, no le vuelva el rostro a los hechos que la prensa refleja y difunde. El relato de los medios oficialistas, que más que relato es puro cuento, no tiene la menor vinculación con la realidad. Ese es otro factor que el ciudadano percibe, y ante el cual también se irrita.
Tal vez, entonces, el gobierno haría bien en asumir su responsabilidad por sus errores de gestión, por los graves hechos que aquejan al país. El periodismo no fragua la realidad: sólo la refleja.
Por el contrario, es la nube de complacencia periodística del oficialismo la que burdamente pretende instalar su cuento.          

lunes, 2 de septiembre de 2013

El golpe del knock-out

En el box, cuando el adversario vacila, no hay que darle oportunidad a que se recupere. Hay que terminar de darle con todo para cumplir el objetivo: acabar la pelea de manera victoriosa. Es setiembre, y más que nunca el kirchnerismo está contra las cuerdas, y de hecho, podemos afirmar que ya perdió la pelea por puntos. La imagen del oficialismo se encuentra muy deteriorada y va a ser muy difícil, hasta imposible, que se recupere. Los avatares de todo tipo que viene sufriendo a diario le están haciendo la vida imposible y ya todo habla del fin.
Tomemos, por ejemplo, las recientes modificaciones en el impuesto a las ganancias a los trabajadores asalariados. Fue una decisión que nos tomó a todos por sorpresa ya que dio cuenta de una notable rectificación del rumbo oficial, más aún cuando fue luego de las PASO, como si se hubieran tomado el tiempo de asimilar la derrota sufrida ese día en las urnas. Muchos se preguntan si se hubiera tomado esa medida de haber sido otro el resultado de las elecciones. El gesto de levantar el mínimo no imponible exhibe a un grupo gobernante agobiado por las circunstancias, que finalmente parece comprender que no debe albergar ninguna esperanza de continuar en el poder. Se acelera el proceso de un kirchnerismo en fuga. La tan mentada "Cristina eterna" queda archivada en el armario de los sueños y una reforma constitucional es tan factible como que resuciten los dinosaurios.
Más aún, la reforma tributaria añade peso a los rivales. Las encuestas que se han conocido tras las PASO revelan un acrecentamiento de la popularidad de Sergio Massa y es una tendencia que se profundiza todavía más ahora. El gobierno admite de manera implícita que estaba equivocado y que, por lo tanto, es hora de que el país mire hacia otro lado. Por lo menos, hay un 74% del electorado que ya pide otra cosa. Este proceso no hará más que profundizarse hasta el 27 de octubre. Y si le sumamos la economía que se sigue resquebrajando, el deterioro institucional a todo nivel que se sigue agudizando y las denuncias de corrupción que siguen estando a la orden del día, el resultado es que los argentinos estamos muy cerca de dar la vuelta de página del actual régimen. ¿Qué cuenta el gobierno para sí en estos momentos tan cruciales? Nada, excepto la runfla de alcahuetes mediáticos que le sigue rindiendo pleitesía mantenidos con el dinero de los sufridos contribuyentes. Pero ya ni siquiera eso les representa un punto a favor. El resultado es el mismo: nadie les cree nada.
Los argentinos tenemos una oportunidad única: asestar el golpe del knock-out. El 27 de octubre debe ser el día en que la ciudadanía en su conjunto diga "se terminó." ¿Será posible? ¡Apuesto a que sí!