miércoles, 11 de junio de 2014

Las venas cerradas de América latina

Durante los últimos cuarenta años, "Las venas abiertas de América Latina," de Eduardo Galeano, ha sido el texto canónico anticapitalista y antiyanki en la región. Hugo Chávez puso incluso una copia del libro, que llamó “un monumento de nuestra historia latinoamericana,” en las manos de Barack Obama la primera vez que se encontraron. A sus 73 años, sin embargo, el escritor uruguayo, se ha arrepentido de su propio libro, diciendo que no estaba calificado para tratar el asunto y que estaba mal escrito. Como era de esperar, sus declaraciones han despertado un vigoroso debate, con la izquierda empecinada en una obstinada defensa de las ideas que su propio referente ahora refuta.
“Las venas abiertas intentaba ser un libro de economía política, pero yo no contaba con suficiente entrenamiento o preparación,” dijo Galeano en abril pasado al responder algunas preguntas en la bienal del libro en Brasil, donde se celebraba el 43º aniversario de la publicación de su libro. Y agregó: “no sería capaz de leerme el libro de nuevo; me desmayaría. Para mí que esa prosa de la izquierda tradicional es extremadamente pesada y mi mente no la tolera.”
En su libro, Galeano promueve la “Teoría de la Dependencia,” la idea de que las naciones y los pueblos ricos y poderosos del mundo asignan y aplican un rol económico secundario subordinado a las naciones y los pueblos del mundo en desarrollo. Es la clásica teoría victimista de izquierda, basamento de todos los movimientos populistas y tercermundistas, una visión conspirativa de la historia en la cual unos fuertes Estados Unidos mandan sobre una débil América Latina.
Pero Galeano no se había detenido a pensar por qué otras sociedades pobres como Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong progresaron sin que nadie se lo impidiera. Malasia transformó completamente su economía en los últimos treinta años. Es decir que no les importó lo que decía el libro para construir, por ejemplo, los modernos y fabulosos edificios de Kuala Lumpur; así como los automóviles, artículos electrónicos, telas y alimentos que hoy constituyen los dos tercios de sus exportaciones. En Indonesia, el sector manufacturero se halla en continua expansión y diversificación, ayudado también por el sector turismo, que ha crecido en forma exponencial en lo que va del siglo. E incluso, en América Latina, Chile y la sexta economía del mundo: Brasil. Estos hechos muestran lo que el propio Galeano confirma ahora: que de economía sabía muy poco y lo poco que creía saber estaba totalmente errado.
Como escritor político, Galeano precisó de un verdadero coraje y gallardía para corregirse públicamente. No es fácil admitir cuando uno se equivoca. Y tengo que admitir que me ha sorprendido. Nobleza obliga.
En sus declaraciones en Brasil, Galeano aseguró que "la izquierda a veces comete graves errores cuando llega al poder," lo que se ha interpretado como crítica a Cuba bajo los hermanos Castro y a la errática administración de Venezuela bajo Chávez y su sucesor Maduro. Pero Galeano se describe todavía como "muy de izquierda," y en otras ocasiones ha celebrado los experimentos en democracia social que se han dado durante la última década en su propio país, y también en Brasil y Chile.
“La realidad ha cambiado mucho, y yo también,” dijo en la bienal. Y agregó: “La realidad es mucho más compleja precisamente porque la condición humana es diversa. Algunos sectores políticos para mí cercanos pensaban que dicha diversidad era una herejía. Incluso hoy, hay algunos sobrevivientes de ese tipo que piensan que toda diversidad es una amenaza. Por fortuna, no lo es.”
La verdad es que el progreso económico y la prosperidad son electivos. Una sociedad puede optar por hacer las cosas bien o mal, y esas decisiones tienen consecuencias. Hacen lo correcto durante un par de generaciones y la economía despegará; hacen lo contrario y la economía se hundirá.
Ya no se puede seguir insistiendo en un rencoroso discurso setentista según el cual los ricos le imponen la pobreza a los pobres. Este escritor demuestra haberlo comprendido. La tan mentada “dependencia” no parece hacer mella allí donde el ser humano elige la independencia. Hay un concepto para eso: libre albedrío.
Es muy simple: hay países que en un punto de su historia -Japón, por ejemplo, a partir de 1945- empiezan a hacer las cosas de un cierto modo que conduce al crecimiento y al desarrollo sostenido, mientras que otros países se quedan atrapados en sus propios discursos caducos. Lo que debe cambiar es la visión, y llevar ese cambio a la práctica. Mientras la visión no cambie, las consecuencias seguirán siendo las mismas.

sábado, 7 de junio de 2014

Otro día, otro recital

El licenciado-guitarrista Amado Boudou cuenta con un raro privilegio respecto a otros casos de corrupción que salpicaron al gobierno: la presidenta lo respalda. A diferencia, por ejemplo, del resonado caso Skanska o las increíbles peripecias de Felisa Miceli y Antonini Wilson, en que el poder no dudó en empujar fuera de sus cargos a los funcionarios sospechados. Boudou, en cambio, no renuncia; ni siquiera pide licencia. En realidad, la primera mandataria no podía abandonar a su suerte al vicepresidente porque detrás del negocio con la ex -Ciccone habría toda una red de complicidades, y porque habría sido Néstor Kirchner quien le encargó a Boudou que desarticulara la posibilidad de que el grupo Boldt, al que se asocia con Eduardo Duhalde, pudiera quedarse con la imprenta que fabricaba billetes para la Casa de Moneda. Por lo tanto, soltarle el brazo a Boudou expondría al gobierno a que el vicepresidente confiese muchas cosas.
Una hipotética caída del vice se interpretaría como un signo de falta de cohesión de cara al fin de ciclo gubernamental, ocasionando que el poder oficialista se termine diluyendo más rápidamente todavía. El hecho de que Boudou esté vinculado a una empresa rodeada de una nube de sospechas de corrupción ha sido un factor constante de erosión al poder real de Cristina y si, además, sus problemas con la justicia se agravan, quedará demostrada la disminución de ese poder cuando el gobierno está atravesando, justamente, su peor momento. Estos avatares que viene sufriendo, su falta de credibilidad en todas las áreas y la difícil situación económica en que se encuentra el país lo ponen en un delicado terreno en el que cualquier movimiento en falso puede resultar fatal.
Frente a este escenario, entonces, la presidenta decidió renovar su defensa del vicepresidente. Lo hizo en forma indirecta el pasado miércoles, durante un acto en la Casa Rosada en el que anunció una nueva moratoria para incorporar a 473.000 nuevos jubilados. Fue cuando reivindicó la decisión de estatizar los fondos previsionales que administraban las AFJP, entre cuyos autores intelectuales se encuentra Boudou.
Al mismo tiempo, la Casa Rosada ayudó a diseñar la estrategia judicial de Boudou, tendiente a entorpecer el accionar de la justicia para postergar una definición de la misma. De acuerdo con ese plan, se pidió la nulidad del llamado a indagatoria y el vicepresidente renovó sus provocaciones al juez Ariel Lijo, tal vez con la esperanza de encontrar un camino que conduzca a la recusación del magistrado, al tiempo que, como le gusta a Cristina, recurrió a los fantasmas de Clarín y La Nación, los culpables de todas sus angustias y todos sus quebrantos como dice el bolero, para explicar su triste situación.
Además, el hecho de que Cristina lo abandone sería admitir lo que debe ser evidente hasta para ella: elegirlo como compañero de fórmula fue un error garrafal.
Lo concreto es que Boudou debe presentarse a declarar ante el juez Lijo, quien cuenta con diez días para decidir su situación procesal. Si las respuestas del vicepresidente convencen al magistrado, lo absolverá y podrá dar por finalizado el caso y seguramente otro día dará otro recital como ya nos tiene acostumbrados. Si no lo convencen, quedará procesado y tendrá problemas más graves que tocar las aburridas canciones de la Mancha de Rolando, una banda mediocre.

viernes, 6 de junio de 2014

El Día-D más 70 años

El 6 de junio de 1944 fue el día más largo, la vuelta de bisagra de la historia expresada de manera dramática por Winston Churchill y su inmortal sentencia: "Jamás nos rendiremos." Palabras que esa madrugada cobraron un sentido que perdurará para siempre.
La Operación Overlord, la hazaña del Día-D, ejecutada por sorpresa y en la que se empeñó un enorme esfuerzo bélico, marcó el principio del fin del dominio nazi en Europa.
Entonces se había reunido, en el más absoluto secreto, un ejército de cientos de miles de hombres en Inglaterra. Los ingleses y los norteamericanos que habían cruzado el océano Atlántico se reunieron para invadir el continente que estaba bajo el dominio de Hitler. Todas las capitales –París, Viena, Varsovia, Bruselas, La Haya, Budapest, Belgrado, Praga, Bucarest, Oslo, Copenhague- tenían la cruz svástica.
De pronto, en Normandía, el mar se cubre de barcos y desembarcan las tropas aliadas. El cielo se pone negro de aviones. Llueven paracaidistas. La invasión se derrama arrolladora, y ningún contraataque alemán pudo ya parar el avance de aquellos soldados. Los ojos del mundo estaban puestos en ellos por medio de las tecnologías disponibles: los diarios, el cine y la radio. La invasión se implementó sobre las cinco playas conocidas como Utah, Gold, Sword, Omaha y Juno. En las tres primeras, los aliados no encontraron mayor resistencia, pero en Juno y en "la sangrienta Omaha" tuvieron lugar encarnizadas batallas. Eisenhower, comandante supremo de las Fuerzas Aliadas, dirigía a casi 3 millones de soldados. Más de la mitad de ellos eran estadounidenses; las tropas británicas y canadienses sumaban alrededor de un millón de efectivos, y también había combatientes franceses, polacos, checos, belgas, noruegos y holandeses. Al caer la noche del 6 de junio había 150.000 soldados de las Fuerzas Aliadas en las costas del continente europeo y miles más en camino. Quienes lucharon en las playas ese día cambiaron el curso de la historia.
Y así, imparables, los aliados avanzan sobre Hitler hasta que, en 1945, queda acorralado en el edificio de la Cancillería de Berlín. Para entonces, también se había producido el avance de Rusia y Hitler queda atrapado entre los americanos que embestían por el Oeste y los rusos por el Este. Acosado simultáneamente por ambos frentes, el Fürher finalmente ve derrumbarse el edificio de la Cancillería y muere aplastado como una rata dentro de su propia ratonera.
Fue así como las fuerzas de la libertad le devolvieron la libertad a Europa. Ese fue el sentido de Normandía.
En la casa del mariscal Rommel, en Herrlingen, Alemania, sonaba el teléfono. Llamaba el jefe de su Estado Mayor para hacerle un resumen de la invasión.
Rommel lo escuchó horrorizado, y aunque estaba claro que aún quedaban por delante meses de lucha, sabía que el juego había terminado. Todavía no eran las 12 del mediodía y el día más largo de la historia ya era historia. La suerte estaba echada. Las cartas ahora jugaban para los aliados. Por un capricho del destino, el poderoso mariscal alemán no estuvo en la línea de fuego durante la batalla decisiva. El 6 de junio era el cumpleaños de su esposa y quiso estar en su casa con ella. Lo único que atinó a decir fue “¡Estúpido de mí! ¡Estúpido de mí!”
Para unos 2.500 soldados estadounidenses, británicos y canadienses, aquel día de gloria fue el último. La batalla de Normandía terminó al final del verano de 1944. En la actualidad, los restos de más de 100.000 soldados que murieron a lo largo de ese verano yacen en 27 cementerios.
Seis semanas después del Día D, un grupo de conspiradores intentó matar a Hitler, pero fracasaron. Rommel, acusado falsamente de estar involucrado en la conjura, se suicidó envenenándose para evitar el juicio y salvar a su familia de las represalias.
Entre los sobrevivientes del Día D se encontraban Bill Millin, el gaitero británico que acompaño el desembarco en la playa Sword. Después de la guerra se convirtió en enfermero y se radicó en Devon, Inglaterra. Millin falleció en 2010.
El comandante alemán Werner Pluskat, quien sobrevivió al combate de la playa Omaha, recibió órdenes de regresar a Alemania, donde más tarde sería tomado prisionero por los norteamericanos. Fue liberado al finalizar la guerra y dirigió una empresa de cemento alemana. Murió en 2002.
El teniente coronel Terence Otaway recibió la Orden del Servicio Distinguido por la toma de la batería antiaérea de Merville, en la playa Sword, y llegó a ser un empresario exitoso en Surrey, Inglaterra. Otaway decía que el Día D “no sólo fue la clave para la liberación de Europa, sino también el día en que las dispersas fuerzas aliadas se convirtieron en una máquina cohesionada. La OTAN y todas las alianzas occidentales actuales le deben su existencia.” Falleció en 2006.
Lo que siguió a Normandía fue la apoteósica liberación de París y la llegada triunfal de los aliados a Berlín. La guerra terminaba. Después de seis largos y peligrosos años, Europa volvía a conocer la paz.
La reconstrucción de Europa fue hecha por los mismos europeos, pero también por los americanos. Fueron manos americanas las que reconstruyeron Monte Casino en Italia, la Catedral de Reims en Francia, o una plaza de Varsovia o un teatro de Berlín. Y la historia da una vuelta completa. Comienza un nuevo tomo de una gran enciclopedia: la historia de Europa.
Finalmente, el Plan Marshall es la mano de América que se tiende a Europa para que se levante de nuevo y camine.
Se cumplen 70 años de ese acontecimiento crucial: el desembarco de los aliados en Europa, el primer paso para liberar el continente de la ocupación nazi.
Hoy quise recordarlo no sólo como la batalla trágica pero a la vez heroica que fue, un relato desgarrador del enfrentamiento entre hombres, sino también como la vuelta de bisagra al significar el principio del fin de un capítulo negro de la historia y salvar al mundo para la civilización.