Los problemas estructurales que aquejan al país son bien conocidos por todos y sería redundante enumerarlos aquí. La actual coyuntura debería ser suficiente para que el gobierno revea sus políticas y el rumbo en el que está llevando el país, pero en el país del relato, el país en virtud del cual la Argentina se aísla del mundo, la prioridad sigue siendo salvar al pueblo de las conspiraciones corporativas.
Y las dimensiones que tiene esa epopeya alcanza ribetes inusitados. Las senadoras oficialistas Nanci Parrilli y Liliana Fellner presentaron en el Congreso un proyecto para incorporar en el Estatuto del Periodista Profesional una "cláusula de conciencia." (?)
¿Y en qué consiste la tal cláusula de conciencia, o como se llame? Según la propuesta, la cláusula de marras sería invocada por los periodistas para negarse a difundir informaciones "contrarias a los principios éticos de la comunicación." Bajo esta norma, los profesionales podrían invocar la cláusula de objeción de conciencia "cuando se produzca un cambio de orientación informativa o línea ideológica que suponga un riesgo para su independencia física o ideológica en el desempeño de su actividad."
Además, también podría hacer uso de dicho
planteo "cuando sin su consentimiento se inserte o retire su firma o
autoría, o atribuyere la autoría de un trabajo propio a otro," entre otras
situaciones.
Las senadoras justificaron su proyecto al
destacar que "el periodista es el responsable de producir la
información" y que por eso "requiere una protección básica para
asegurar su confianza y credibilidad ante la sociedad.” Una previsión similar a
la dictada por el régimen comunista de Checoslovaquia luego de la invasión
soviética de 1968, según la cual en los medios de comunicación sólo podían
expresarse “personas de plena confianza política.”
Es decir que si un periodista critica al gobierno, no es porque esté reflejando la realidad insostenible de inflación, corrupción e inseguridad por la que atraviesa el país, sino simplemente porque se encuentra bajo presión corporativa para hacerlo y, por lo tanto, merece la "protección" que proponen las senadoras. Aquellos periodistas sustraídos a la nefasta influencia de las fuerzas opositoras son los únicos dignos de credibilidad.
Es decir que si un periodista critica al gobierno, no es porque esté reflejando la realidad insostenible de inflación, corrupción e inseguridad por la que atraviesa el país, sino simplemente porque se encuentra bajo presión corporativa para hacerlo y, por lo tanto, merece la "protección" que proponen las senadoras. Aquellos periodistas sustraídos a la nefasta influencia de las fuerzas opositoras son los únicos dignos de credibilidad.
Pero estas senadoras tan concienzudas no
son las únicas que intentan salvarnos a nosotros de nosotros mismos. Para el
juez Eugenio Zaffaroni, los medios “constituyen miedo y terror.”
Llegado a este punto, procede una
definición. El gobierno debería saber que, en cualquier democracia, la misión
del periodismo no es complacer al poder político. Debería entender también que
no es razonable atribuir a inicuas conspiraciones la difusión de informaciones
o versiones que no complacen al gobernante de turno. El periodismo es una
actividad no exenta de cometer equivocaciones y que, como en cualquier ámbito
laboral, puede haber profesionales pasibles de ser corrompidos o medios dispuestos
a ocultar alguna porción de la realidad; o bien, intentarán inclinar la información según el peso de la ideología con que comulguen. Pero eso en sí mismo tiene un límite:
la pérdida de credibilidad por parte de la población que ejerce su derecho a
estar informada y que no dudará en castigarlos si advierte que tal medio o
periodista ha dejado de merecerle confianza: dejarán de ver ese programa de televisión, dejarán de comprar ese diario. Por eso, subestimar la capacidad
del público para detectar una eventual manipulación de la información es un
insulto a la inteligencia de las personas.
Los graves problemas que aquejan al país
no se solucionarán porque el gobierno consiga rodearse de una nube de
complacencia periodística. Es redundante afirmarlo, como es redundante afirmar
que la economía no se reconstruirá mediante la emisión de papel moneda para
pagar los gastos del estado. En ambas actitudes, el gobierno kirchnerista acredita
la incompetencia que este importante indicador internacional le acusa.
Desconectado de las corrientes internacionales de inversión, falto de
previsibilidad, el país navega a la deriva mientras que los actuales punteros
políticos, responsables de la crisis, caen en un descrédito cada vez mayor que
nos lleva a pensar en el mismo fin de ciclo. Como en la problemática familia de O’Neill, se les viene la noche a los protagonistas.
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