Ahora que llega el 7-D, agitado como bandera de guerra final por el
oficialismo, ¿qué expectativas reales de cambio hay? Básicamente ninguna. La
fiesta terminó y todo sigue igual, como dice una canción que encaja
perfectamente al caso. Está bien que se intente la desconcentración y
democratización de los conglomerados de prensa. A los ojos de muchos, de esa
forma se abre un camino para que más voces se expresen. Pero no que intenten
callar a los medios opositores y perseguir a quienes denuncian a funcionarios
corruptos, y esto último es justamente lo que pretende el gobierno, ya que en
su saga contra los “medios hegemónicos” encuentra la justificación para dedicarse
frenéticamente a recursar jueces y evitar que Clarín alargue la cautelar y
consiga un fallo de fondo favorable a sus intereses. ¿Qué idea se quiere
instalar? La idea de que si Clarín no desinvierte como y cuando quiere el gobierno,
sobrevendrá el caos. Es el mismo presupuesto que pretende vincular una realidad
tan ineludible como la inseguridad a la “sensación” agitada por las “malas
noticias” de la “cadena nacional del desánimo.” En realidad, el poder está convencido de que, con Clarín desguazado, las
posibilidades de reformar la constitución e intentar una nueva reelección para
Cristina Fernández de Kirchner estarán al alcance de la mano. La idea es herir
de muerte al grupo Clarín: si se logra cortar todo vínculo entre sus diversas
empresas como Cablevisión, canal 13 y TN, el gobierno verá esto como un logro
político de excepción, capaz de disuadir, entusiasmar y amedrentar a propios y
extraños. De modo que esta es la razón de fondo, aunque, mientras tanto, también
funcione como cortina de humo que sirve para tapar otros asuntos más urgentes e
importantes, como el pago de las sentencias a los jubilados o el expediente que
tiene al vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, como su principal
sospechoso; sin mencionar el deterioro manifiesto de la educación, los servicios públicos y las instituciones, las cuales, indefectiblemente, continuarán en caída libre. Y la inflación se seguirá disparando, así como las dietas de los funcionarios. En esa construcción de cortinas de humo, en esa búsqueda de enemigos corporativos externos, se esconde un gobierno corrupto y mentiroso que intenta exculpar la mediocridad y la ineptitud con que está administrando el país.
Por eso, después del 7-D, presumiblemente, el país
estará igual o peor que antes: el costo de vida seguirá creciendo y se seguirá
comiendo el salario de los que menos tienen, el gasto público continuará
aumentando en partidas no esenciales como el Fútbol para Todos, la pobreza, la
indigencia y la marginalidad se mantendrán en los niveles que todos conocemos y
la inseguridad se ubicará primera en el ranking de las preocupaciones de los
argentinos, aunque el poder no la nombrará, igual que jamás pronuncia la
palabra inflación.
Lo que hace grande a un pueblo y a una
nación, entre otras virtudes, es reconocer sus errores. Tengamos, entonces, la
grandeza de corregir nuestras fallas y cambiar el rumbo en que estamos yendo,
si hemos tomado un camino equivocado. No busquemos en el odio y el
enfrentamiento la solución a los problemas. No está bien dividir a los argentinos en "buenos" y "malos" según respondan o no a la ideología y a la moral reinantes. El país necesita paz y trabajo para
todos. La confrontación y el odio no producen riqueza, solamente tragedia. Los
demagogos no buscarán nuestro bien, sino sólo votos para seguir en este ciclo
decadente que vive la nación, y van a intentar convencernos, siempre que les creamos, que el número es superior a la razón y que ellos saben mejor que
nosotros lo que es mejor para nosotros mismos.
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