jueves, 2 de diciembre de 2010

Teología de la liberación

En agosto de 1968, se realizó en Medellín la segunda reunión plenaria del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Para ese evento se pidió la colaboración de los más capacitados intelectuales con que contaba la Iglesia en ese momento; entre ellos, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez. Es para esa ocasión que Gutiérrez comienza a organizar sus reflexiones en un documento en torno a lo que ya llamó “teología de la liberación,” texto que fue enriqueciendo paulatinamente hasta su definitiva publicación en 1971 bajo el título “Hacia una teología de la liberación.”
Gutiérrez parte del análisis convencional de la izquierda marxista para lograr el cambio social. Define: “Los países pobres toman conciencia cada vez más clara de que su subdesarrollo no es sino el subproducto del desarrollo de otros países debido al tipo de relación que mantienen actualmente con ellos. Y, por lo tanto, que su propio desarrollo no se hará sino luchando por romper la dominación que sobre ellos ejercen los países ricos.” Y propone: “Unicamente una quiebra radical del presente estado de cosas, una transformación profunda del sistema de propiedad, el acceso al poder de la clase explotada, una revolución social que rompa con esa dependencia, pueden permitir el paso a una sociedad distinta, a una sociedad socialista.”
Como vemos, se trata de una “solución” verdaderamente violenta. O, por lo menos, drástica. Tácitamente, se alentaba a los cristianos a que mostrasen su compromiso aliándose con los comunistas en las universidades, los partidos políticos y, finalmente, las guerrillas. Si había que tomar las armas para combatir al imperialismo y a las clases dominantes, la Iglesia no iba a organizar ese empeño, pero se sumaría o apoyaría a quienes lo hicieran.
Para entender plenamente el concepto de la teología de la liberación hay que retener el contexto: la década de 1960. Indefectiblemente, la década de la protesta. Todos protestaban contra todo. Los cantantes de protesta protestaban contra las injusticias sociales, los pacifistas contra la guerra, los hippies contra la sociedad de consumo, los estudiantes contra los planes de estudio. Fue la era de la rebeldía y el inconformismo y, naturalmente, la grey católica no podía ser la excepción. De hecho, el sacerdote Camilo Torres moría peleando junto a una guerrilla castro-comunista colombiana en 1966. Y no era infrecuente que de los seminarios religiosos o del magisterio pastoral surgieran movimientos que luego evolucionaban hacia la lucha armada y el terrorismo. Esto sucedió muy especialmente en las guerrillas de Nicaragua y El Salvador y con los tupamaros de Uruguay, sólo por citar algunos ejemplos. La influencia de la teología de la liberación llevó a muchos jóvenes a la violencia, estimuló esa violencia y confirió legitimidad moral a terroristas y asesinos escudados tras las causas de la justicia social y la liberación de los pobres.
Gustavo Gutiérrez, que sigue prestando servicio en su humilde parroquia de Lima, es ante todo un hombre consecuente con sus ideas. Por eso, es una lástima que no haya escuchado a su jefe espiritual, el Papa Pío XI, cuando dijo, “el comunismo es intrínsecamente perverso.” Si lo hubiera hecho, tal vez su libro se habría llamado “Teología de la economía de mercado” y diría, por ejemplo, cosas como: “Todos los experimentos socializantes que se han realizado interviniendo en la economía y en la iniciativa privada no han hecho más que entorpecer la marcha de la sociedad hacia la riqueza y el crecimiento. Los procesos estatizantes llevados a cabo en los países latinoamericanos han hecho que el estado se desvíe de sus cauces naturales para asumir otras funciones acaparando el comercio, la industria, la banca, ahogando a sus súbditos en un mar de controles burocráticos y eliminando todo incentivo para progresar. Nadie puede tener interés en ejercer actividad alguna si sabe que su esfuerzo será usufructuado por un burócrata. Pero, en cambio, si se le permite al hombre ejercer libremente sus facultades creadoras, si se le asegura que tendrá derecho a disponer de lo que ha producido o recibido a cambio de su trabajo, el resultado no será otro que el progreso ilimitado.” Y probablemente añadiría, “La iniciativa privada, al verse libre, crea en forma incesante nuevas riquezas, porque se da lugar a que se trabaje con estímulo e inventiva, habilitando así el desarrollo del potencial humano. La verdadera función del estado no es, entonces, crear la riqueza, sino asegurar que se den las condiciones para que el mercado disponga de toda la libertad que necesita para operar libremente.”
De esa manera, pues, se habría evitado dar letra a muchos idiotas útiles. Al final, la teología de la liberación (original) no ha servido a los pobres ni a la Iglesia.

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