En realidad, la razón de la crítica a la reforma judicial hay que
buscarla en su intrínseca ilegitimidad. Según la definición anglosajona de
democracia, nunca tan apropiada para entender qué está sucediendo, este sistema
de gobierno responde a un concepto de "check and balances." Vale decir,
el poder no está concentrado en una estructura contundente sino disperso en
varias que compiten entre sí y recíprocamente se neutralizan. Cuando una de
ellas (poder ejecutivo) adquiere una influencia desmedida sobre otra (poder
judicial) todo el sistema queda desequilibrado. En la
práctica, el sistema queda tergiversado, y entonces la democracia pasa a ser no
más que un hecho nominal, una manera de legitimar el avasallamiento de un
régimen omnímodo y sofocante. Se cumple aquella vieja máxima según la cual
"el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente." No es
cierta la explicación que intenta dar el gobierno según la cual esta reforma va
a “democratizar” la justicia. ¿Acaso la justicia, tal como la conocíamos hasta
ahora, no va en concordancia con el sistema democrático? Si se garantiza que
ella quede aparte de las pasiones políticas del momento y los jueces son probos
e imparciales, ya se encuentra en el punto requerido para funcionar como
engranaje de la maquinaria democrática. No es necesaria ninguna reforma
adicional.
Lo que el gobierno está buscando, en realidad, es remover todo escollo
que impida consolidar su proyecto de poder hegemónico. Lo hizo con la tan
mentada “ley de medios” que busca acallar, o por lo menos postergar, toda voz
opositora; lo está haciendo con sus constantes amagues de reforma constitucional
para permitir la reelección de la presidente, y lo está haciendo ahora también al privar
a la democracia del bastión mismo de que dispone para seguir existiendo como
tal: un poder judicial independiente. A estas instancias se llega en virtud de
la elección partidaria de los miembros del Consejo de la Magistratura y con las
limitaciones de las medidas cautelares, que resguardaban a los ciudadanos de
las decisiones del gobierno hasta la decisión definitiva de la justicia. En el
comunicado de la ONU, la redactora especial Gabriela Knaul afirma que la
reforma “no respeta los estándares internacionales” de la necesaria
independencia de los jueces, y que se violan artículos del Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos, que la Argentina ha suscrito. Y no es un dato
menor que el gobierno sea reprendido tan severamente por las Naciones Unidas.
Eso habla de una política argentina sin dirección ni conducción tanto en lo
interno como en lo externo que ha logrado exacerbar a este importante organismo
internacional como para que se expida de manera tan categórica sobre lo que
ellos perciben como un gran despropósito.
Y es que en realidad, este país navega a la deriva según los caprichos
de los humores presidenciales. La corrosiva inflación, la baja en la creación
de empleos, el aumento del deterioro institucional, la pérdida gradual de los
derechos individuales en virtud del avasallamiento gubernamental en todos los órdenes, sumados ahora
a esta descalificación internacional, son los factores que evidencian el
desgaste de la gestión. Fue lo que la ciudadanía expresó de manera contundente
en la marcha del 18 de Abril. Tal vez Cristina no previó que recibiría este
golpe en contra del exterior, del organismo internacional más importante de la
Tierra. Tal vez pensó que todos sus enemigos estaban adentro y que para
mantenerlos a raya, le bastaría con rodearse de su comitiva de funcionarios
acólitos y la nube de complacencia mediática que en todo momento distorsiona y
tergiversa la realidad a su favor; pero los actos tienen consecuencias, y tarde
o temprano, la realidad sale a la luz, a veces por el lado que menos se la
espera, en este caso, la ONU.
¿En qué va a devenir todo esto? Este último gran golpe, sumado a todos
los que está recibiendo el gobierno kirchnerista, está haciendo subir los
amperímetros al rojo. Y hay que sumar escándalos, papelones televisivos, las
denuncias de corrupción, etc.
El humor social está cada vez más tenso. La situación es cada vez más
insostenible. Hay un gobierno mentiroso, inepto y totalmente mediocre en la
conducción de un país que se precie de serio y de moderno. Vale decir, estamos
acumulando los factores para una debacle nacional histórica. A los vientos en
contra internos, ahora se le suma esto. La otra guerra de Cristina, un inesperado golpe que los medios adictos no tardarán en encontrar la
forma de vincularlo al diario Clarín.
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