Cristina Kirchner asegura que el reemplazo del monumento a Colón por el
de Juana Azurduy "no es una decisión caprichosa." Está bien que lo
aclare. Para caprichos están sus carteras Louis Vuitton y los cien mil dólares que gastó en zapatos de lujo en París. Las cosas
en su lugar.
Entonces, ¿qué le lleva a hacer esto? ¿Qué motivos llevan a remover esta
magnífica obra realizada en mármol de Carrara por el célebre artista florentino
Arnaldo Zocchi? Balanceándose en el arnés, Colón gira en el aire y en esos
segundos en que se queda mirando a la Casa Rosada parece estar diciendo: ¿Qué
hice yo para merecer esto?
Ya recostado sobre el andamio de madera, quizás con la paz mental que
necesitan las estatuas, agrega: Debo ser el espejo en el que el gobierno no
quiere mirarse.
Cristóbal Colón zarpó del Puerto de Palos con la intención de encontrar
un camino alternativo a la India. El hecho de que en su periplo se haya topado
con un continente es harina de otro costal, tanto es así que murió sin saber
que lo había descubierto. La India, en aquellos tiempos, era un gran productor
de especias que a los europeos les interesaba comercializar para obtener
beneficios económicos. Vale decir, estaban realizando lo que el ser humano está
realizando desde, podríamos decir, fines del período neolítico: buscar un
beneficio, progresar, lo cual implica, obviamente, perseguir beneficios
económicos. El mundo se mueve en función de obtener beneficios. El sistema mundial mismo reposa sobre esa premisa. Todos se especializan en ganar. Nadie se especializa en perder. El ser humano progresa cuando puede ejercer libremente sus
facultades creativas en beneficio de sí mismo y de quienes lo rodean. Adam
Smith decía que el hombre consigue el bienestar general persiguiendo el interés
individual.
Partiendo de estos conceptos tan claros, entonces, podemos inferir que el intervencionismo estatal en cualquiera de sus formas, con su sinfín de controles, regulaciones, subsidios y prebendas es una falacia que lejos de lograr el despegue de la sociedad, la retiene, la toma como prisionera y altera e interfiere su funcionamiento retrasando su desarrollo y crecimiento. Ese es el espejo en el que el gobierno no quiere mirarse y que quiere destruir a toda costa. La Argentina está asistiendo como nunca a una corriente política de estatismo demagogo que lo único que busca es aumentar el clientelismo político como una forma de acrecentar el caudal de votos para su redil, estrategia que ven como el modo más viable de perpetuarse en el poder. La idea de que el país ofrezca garantías para invertir queda relegada a un segundo plano ¿A quién le importa que la Argentina sea un país serio y confiable si el modelo se basa pura y exclusivamente en capturar votos por medio del otorgamiento de dádivas? ¿A quién le importa que esas dádivas sean pagadas a base de vilipendiar la moneda nacional por emisión monetaria y la consiguiente inflación?
Partiendo de estos conceptos tan claros, entonces, podemos inferir que el intervencionismo estatal en cualquiera de sus formas, con su sinfín de controles, regulaciones, subsidios y prebendas es una falacia que lejos de lograr el despegue de la sociedad, la retiene, la toma como prisionera y altera e interfiere su funcionamiento retrasando su desarrollo y crecimiento. Ese es el espejo en el que el gobierno no quiere mirarse y que quiere destruir a toda costa. La Argentina está asistiendo como nunca a una corriente política de estatismo demagogo que lo único que busca es aumentar el clientelismo político como una forma de acrecentar el caudal de votos para su redil, estrategia que ven como el modo más viable de perpetuarse en el poder. La idea de que el país ofrezca garantías para invertir queda relegada a un segundo plano ¿A quién le importa que la Argentina sea un país serio y confiable si el modelo se basa pura y exclusivamente en capturar votos por medio del otorgamiento de dádivas? ¿A quién le importa que esas dádivas sean pagadas a base de vilipendiar la moneda nacional por emisión monetaria y la consiguiente inflación?
Ningún país ha salido adelante por persistir en la falacia del
estado benefactor dispensador de favores sino por poner en primer término un
fuerte sentido de iniciativa y responsabilidad individual, la confianza en el espíritu humano, la determinación de superarse y progresar y el anhelo universal de la libertad. Precisamente, se trata de las cualidades que tuvo Cristóbal Colón al
llevar adelante su empresa de internarse en el desconocido océano. Su osada
labor puede ser un ejemplo. El discurso indigenista niega la hispanidad resultante de los últimos cinco siglos que no fueron ningún regalo sino que se dieron por el esfuerzo y el sacrificio de todas las generaciones que nos precedieron.
A luz de las cualidades de marras, el estatismo queda expuesto tal
como es: extemporáneo, banal, falaz, superfluo, prescindible. Lo que el gobierno
está intentando a toda costa es impedir que este mensaje llegue por la simple
razón de que no le conviene políticamente. Y para eso, no encuentra nada mejor
que destruir cualquier imagen que ayude a difundirlo; en este caso, una hermosa
estatua que nos recuerda a un navegante y explorador que creyó en llevar
adelante una empresa.
El gobierno no quiere que la gente progrese, trabaje, se desarrolle. En
suma, no quiere que la gente se haga cargo de sus vidas. Por el contrario, buscan
obtener una masa amorfa y anodina dependiente de los planes sociales para
acrecentar su redil de electores y asegurarse que sean dependientes en ese
redil. Los amos saben muy bien que las ovejas nunca atrancan el corral en que
comen y sobreviven. Toda persona que se torna dependiente del estado es una
persona menos que podría contrarrestar el régimen existente.
Por las mismas razones, tampoco quieren que la gente haga lo que hizo
Colón: descubrir algo. Descubrir es un mal ejemplo para un gobierno que todo lo
que hace está equivocado y todo lo que dice es mentira.
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