Gramsci sugiere el establecimiento de una contrahegemonía cultural que
nazca de las masas del proletariado para arremeter contra la cultura
"tradicional" o "burguesa" como él la conocía. Influir
sobre la cultura significaba realizar una "guerra de posición"
conducente a una "guerra de momento" lo cual no era otra cosa que
tomar el poder. A diferencia de Marx, que creía en la dialéctica de la
historia, Gramsci sostenía que no es necesario esperar la maduración del
capitalismo para implementar el socialismo. Su consigna más conocida era:
"instruir, agitar, organizar."
El pensamiento de Antonio Gramsci y su consiguiente estrategia han
influido notablemente sobre el mundo actual. En efecto, es un gran referente de
los "indignados" del mundo que levantan pancartas con su imagen en sus manifestaciones. La ironía es que la "larga marcha
sobre las instituciones" ahora va al revés.
Gramsci, quien sufriera las persecuciones y encierros de Mussolini, se
sorprendería al constatar que los indignados que lo llevan en pancartas
pregonan el mismo modelo económico de sus represores fascistas: el férreo
control de las empresas más grandes por parte del estado. Gramsci era
comunista y, como tal, creía en la abolición final y definitiva del estado y en la propiedad
colectiva de los medios de producción. Por el contrario, la consigna por
excelencia del fascismo era: "Todo en el estado, nada contra el estado, nada fuera del estado."
Mientras Gramsci decía que "es en verdad admirable la lucha que
lleva la humanidad desde tiempos inmemoriales por arrancar y desgarrar todas
las ataduras," los indignados piden más de lo mismo: un leviatán
gubernamental omnímodo que, además, en definitiva, ajusta y fortalece las
ataduras con los burócratas del poder de turno. Las mismas ataduras que Gramsci
tanto odiaba y quería destruir. Y es a raíz de estas ideologías de
intervencionismo estatal que los indignados llevan adelante una cruzada por el
absoluto control gubernamental de la industria, el comercio, la banca, la
enseñanza y los servicios públicos. Es a raíz de tales ideologías que intentan
tomar la cultura y la educación y, en suma, conquistar la hegemonía para
obtener luego el poder político, un poder político tan omnímodo e inapelable
como el que apresó a su maestro Gramsci por un total de diez años en las
cárceles del dictador fascista Mussolini.
Es que no se puede soslayar el hecho de que el nazi-fascismo y el
comunismo se parecen no solamente por sus comportamientos aberrantes, sus
consecuencias criminales, sino también porque parten de la misma base
ideológica: el control gubernamental sobre todos los aspectos de la vida y el
avasallamiento de las libertades individuales.
Tal vez el problema consiste en la incomprensión respecto de las causas
de las condiciones de vida de las personas. Se trata de contar con marcos
institucionales adecuados en libertad y en democracia. Hay que estudiar y
difundir los principios y valores sobre los que descansa una sociedad abierta
y, al mismo tiempo, rechazar los discursos de pretendidos iluminados que
compiten desde los más diversos flancos para manejar la vida y la propiedad de
los demás. Juan Bautista Alberdi sostenía que “no basta con reconocer la
propiedad como derecho inviolable. Ella puede ser respetada en su principio y
desconocida y atacada en lo que tiene de más precioso: el uso y la
disponibilidad de sus ventajas… El ladrón privado es el más débil de los
enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el estado en
nombre de la utilidad pública.”
Los mencionados marcos institucionales permiten atraer inversiones que
apoyarán al trabajador para elevar su productividad. El resultado será el
aumento generalizado de la prosperidad, el apuntalamiento de las instituciones
democráticas y, en definitiva, el aumento del nivel de vida para todos dentro
del marco del imperio de la ley.
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