En un país donde las instituciones funcionaran como se debe,
la presidenta Cristina Kirchner debería haber sido demandada por violar el
secreto fiscal de cierto agente inmobiliario, al acusarlo, en un verdadero acto
intimidatorio impropio de la figura presidencial, de no haber presentado su
declaración jurada, o la declaración jurada de la firma de la que sería socio,
por medio de la cadena nacional. Como abogada, Cristina Kirchner debería saber
que el secreto fiscal sólo se levanta por la comisión de un delito o en el
marco de un proceso penal en el que, obviamente, tiene intervención la
justicia, y ésta decide el levantamiento. Si, además, vamos al caso de
declaraciones juradas, el secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezoa, debería
explicar por qué, desde diciembre pasado no hace públicos los gastos del
presupuesto nacional. Es decir, del dinero que paga el pueblo argentino. El
gobierno debería saber que los funcionarios tienen el ineludible deber de
informar. El funcionario no debe controlar al ciudadano para ver qué hace. El
ciudadano debe controlar al funcionario. Es la diferencia entre el estado de
derecho y un régimen autoritario y avasallante.
Por supuesto, no es el único ejemplo. De hecho, la
presidenta habla del estado y de los presupuestos como si ella fuera la dueña
del dinero público. Habla de los gobernadores como si fueran sus
empleados. Habla de los fiscales y los jueces como si fuesen sus
subordinados y no un poder independiente, una de las tres ramas de poder que
constituyen la división de poderes, núcleo mismo de la democracia moderna. Es
capaz de retar a un gobernador, a un periodista, a un empresario, a un “abuelito
amarrete” que le quería regalar dólares a su nieto, a un agente inmobiliario que
tuvo la osadía de decir que cada vez se vendía menos y también a la Corte
Suprema de Justicia como si estuviera por encima de todos (y todas) y como si
el 54% de los votos que obtuvo el año pasado le sirvieran como carta blanca
para hacer todo lo que se le antoja, sin ningún límite legal ni constitucional.
En recientes apariciones televisivas, el ex ministro de
economía Domingo Cavallo aseguró que el matrimonio Kirchner apoyó sus políticas
mucho más de lo que lo hicieron otros peronistas. “Néstor y Cristina venían a
pedirme consejos y a darme apoyo,” declaró Cavallo. “Ellos apoyaron las
políticas de la década del ’90 mucho más que otros peronistas o sindicalistas
como Moyano.” Y agregó que la jefa del estado "es una mentirosa" y que
tiene "una actitud oportunista". "Néstor me pedía aprender
economía cuando conversaba conmigo, que ahora diga que se le atragantó la
tostada es un actitud oportunista. Es una mentirosa, dice eso ahora pero no es
lo que ella pensaba antes."
El tema de “la tostada” se refiere a las más que patéticas declaraciones que tuvo recientemente la presidenta
con respecto a su condición de calvo.
Allí ella había dicho: "Hoy me pegué un susto bárbaro a
la mañana, la verdad. Recibo entre todos los diarios locales, además, El País,
de España, el más importante de la madre patria, casi 2 millones de lectores.
Miren lo que era la tapa: «La UE pone bajo tutela a España». Miren al pelado
ese (por Guindos). Me trajo unos recuerdos que casi me amargan el desayuno, me
quedé con la tostada atragantada".
Cavallo dijo que se sintió aludido, pero que no le importó. “La
presidenta nos miente en todo, “dijo el ex ministro.
No sólo nos miente en todo, sino que todavía tiene el aval
de gente que parece estar dispuesta a aceptar tanta mentira, tanta arrogancia,
tanta prepotencia. En estos momentos, el índice de popularidad de la presidenta
debería ser cero: la economía se contrae, la inflación se dispara, la
inseguridad convierte las calles en tierra de nadie, la justicia es cualquier cosa menos independiente, la educación va en picada. Hay un hecho innegable que duele, que ofende como ningún otro, que es el
siguiente: a la Argentina ya hay que compararla con pobres países gobernados
por payasos y dictadorzuelos de cuarta como Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia
cuando, en realidad, por su potencialidad, por sus recursos humanos y materiales,
(en definitiva, por razones obvias que serían redundantes enumerar aquí) habría
que compararla con Canadá y Australia. Ese, y no otro, es el lugar que le corresponde a este país: ser un
gran país. Cuán horrible, entonces, es nuestra actual clase dirigente: cuán
mezquina, traicionera, cobarde, hipócrita, obsecuente, ignorante e incompetente.
Lo peor no es que la mentira provenga de un partido político, demagogo en
campaña o comunicador de turno, sino que el ardid está legalizado e institucionalizado
para llevar adelante este falso modelo de país que sólo los necios más abyectos pueden aceptar.
La política nacional tiene una deuda: el ciudadano necesita
una opción para polarizar un voto opositor, y que esa opción se transforme en
una alternativa electoral coherente. Contar con una auténtica alternativa de oposición es una necesidad
imperiosa ante tanta mentira, delirio y arbitrariedad.
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