sábado, 8 de mayo de 2010

El liberalismo en la Argentina

Para nosotros, los liberales, la libertad económica tiene la jerarquía de una libertad civil.
Cuando Mitre asume la presidencia en 1862, la Argentina era un semidesierto apenas interrumpido por aldeas alejadas cientos de kilómetros, sin caminos adecuados ni medios de comunicación. El censo de 1869 reveló que había 2 habitantes por cada 3 kilómetros cuadrados. Casi el 80 por ciento de la población era analfabeta y solamente el 15 por ciento de los menores de edad recibía instrucción. El trigo que se consumía era importado de Chile. El ganado era silvestre y cimarrón. No existía el alambrado. Estaba todo por hacerse. En 1872, la epidemia de cólera mató al 10 por ciento de la población.
Sobre esta escena comenzó a construir el liberalismo a una velocidad prodigiosa, porque la libertad económica tenía la jerarquía de una libertad civil.
En 1910, el país celebra el Centenario en un clima de crecimiento y de optimismo que sólo los Estados Unidos igualaban. El desierto ya había sido surcado por miles de kilómetros de vías férreas y de líneas telegráficas. Buenos Aires deslumbraba a sus visitantes. Sus dos principales diarios rivalizaban con los más importantes del mundo, algo muy significativo para la época. La producción de carne y cereales colocaba a la Argentina en uno de los puestos de vanguardia como exportadora. El oro afluía a raudales a la Caja de Conversión. Los inmigrantes llegaban de todas partes. No había otro país que brindara más y mejores oportunidades para progresar.
Hay otro dato que evocamos con nostalgia: la genuina validez del peso. Los turistas argentinos podían comprar una alfombra en Persia, pagarla con dinero argentino y hacerla remitir. Por cada peso que los argentinos tenían en el bolsillo, había 79 por ciento de respaldo oro en la Caja de Conversión. Administraciones sensatas consolidaron la confianza en el peso. Durante la presidencia de Alvear, hubo cinco superávits fiscales consecutivos, de 1923 a 1927.
¿Cómo se dejó de lado este modelo de país y de gobierno ejemplar? El factor fundamental fue la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, sancionada en 1946. En su versión de 1935, de neto corte liberal, el banco tenía una función esencial: preservar la estabilidad monetaria. En 1946, ese objetivo fue reemplazado por otro de orientación keynesiana: mantener, a precio de la inflación, el pleno empleo. La institución emisora perdió la autonomía que había llegado a hacer de ella un virtual cuarto poder para convertirse en una dependencia manejada por el secretario de Hacienda con límites que fueron cada vez más elásticos en la provisión de fondos para cubrir déficits fiscales. Desde entonces, esta estructura inflacionaria del Banco Central fue la política de todos los gobiernos. El déficit fiscal, la inflación crónica, el dirigismo y la sobredimensión del sector público a expensas de las mejores energías creativas del sector privado, fueron los contraideales que nos condujeron a la decadencia por el camino de la insolvencia. Y a la humillación de ver al país sometido a la permanente fiscalización de sus cuentas por parte del FMI.
Los gobiernos liberales sabían que, por ser el capital el factor de producción más escaso, era necesario economizarlo, asignándolo a actividades que el sector privado no cumple. Aquellas para las cuales fue instituído el estado según los principios del liberalismo: salud, educación, justicia, defensa y relaciones exteriores. Las privatizaciones en la Argentina se llevaron a cabo no porque sus propulsores estuvieran convencidos de los beneficios de la libertad económica, sino simplemente porque vieron la oportunidad de ponerse en fila para percibir las atractivas comisiones con que se alzaron. Para ellos, la libertad económica no sería buena por ser una consecuencia coherente e inevitable de la aceptación de la libertad individual. Sería apenas una metodología oportuna, circunstancial, para salir del atolladero al que nos había llevado el estatismo. Me indigna que le endilguen al liberalismo los males causados por un modelo que nunca fue liberal, porque acá no creían en la libertad, no la valoraban, no la atesoraban. En una palabra, no la amaban. Cumplir el requisito moral de amar la libertad. En eso consiste el verdadero liberalismo. Un liberal de pura cepa como yo sabe muy bien lo que dice.
El liberalismo es una cosmovisión completa y coherente que abarca a todo lo humano, y de la que lo económico no es más que una faceta, una consecuencia, un corolario. La libertad sólo es sagrada para los liberales. Los otros, los burócratas, los tecnócratas, los oportunistas, la usan pero no creen en ella. Por eso, la respetarán mientras les convenga. Es la diferencia entre actuar según ideales o moverse por intereses.

No hay comentarios:

Publicar un comentario