miércoles, 16 de marzo de 2011

Hay que crear miles de McDonald's

Cuando el Che Guevara dijo, "hay que crear miles de Vietnam," no sospechó la ironía que esa frase tendría en el tiempo. Convertir América Latina en un Vietnam sería llevarla velozmente al capitalismo. Tales son los méritos que ha hecho Hanoi para conseguir lo que por fin logró en 1994: el levantamiento del embargo norteamericano. Vietnam ha realizado reformas de mercado y en la actualidad la presencia de la Coca-Cola es más significativa para el pueblo vietnamita que la que tuvo en su momento el Vietcong.
Es que, salvo honrosas excepciones, no ha habido en toda la historia humana una sola revolución que no trajera a los pueblos más que dolor, atraso, miseria, postergación y el entronizamiento de una clase burocrática dominante. Algunas de esas honrosas excepciones fueron las revoluciones americana y francesa de 1776 y 1789, respectivamente. Sin olvidar, por supuesto, la Revolución de Mayo de 1810, en la que aquellos inolvidables criollos reunidos frente al Cabildo reclamaban "saber de qué se trata." Una Revolución de Mayo que estuvo influenciada por los acontecimientos de Estados Unidos y de Francia. Y el que niega este último punto, ora es un mentiroso ora es un supino ignorante.
En lo que a América Latina se refiere, las revoluciones han sido un permanente regreso al pasado, un indefectible retroceso hacia todas la injusticias del punto de partida (que no sólo se han mantenido intactas sino que se han agravado) y han producido dictaduras en todos los casos. La revolución no sólo es una forma de conquistar el poder sino también de ejercerlo. Su ejercicio requiere el uso de la fuerza; esto es válido tanto desde el gobierno como fuera de él (por ejemplo, Castro y Ortega en el primer caso; Sendero Luminoso y las FARC en el segundo). Y ese uso de la fuerza revolucionaria significó arbitrariedades y atrocidades de todo tipo; también despojos y calamidades económicas. George Orwell decía que no se implementa una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace una revolución para establecer una dictadura.
Y ciertamente, tenía muchísima razón. Las revoluciones de África y Asia se caracterizaron por engendrar verdaderos monstruos. Pol Pot y Mao en Asia, o Hailé Mariam Mengistu y el Movimiento Popular para la Liberación de Angola en África, sólo por poner unos ejemplos, mataron de odio, de miedo y de hambre a sus víctimas, que se cuentan por millones. Mao, el Sol Rojo de Oriente, quemó la vida de sesenta millones de chinos con su colectivización forzosa de la tierra. Para ellos, el "gran salto adelante" fue un salto hacia el exilio o hacia la tumba, donde nunca más verían el sol.
Régis Debray, cercano colaborador del Che Guevara y autor de "¿Revolución dentro de la revolución?" no comprendió que dentro de la revolución no había ninguna revolución sino el horror más grande. Si alguien hubiera escrito un libro llamado "¿Capitalismo dentro del capitalismo?" habría podido decir que dentro del capitalismo hay incentivos para trabajar y progresar, mejor nivel de vida, oportunidades, beneficios, horizontes y progreso ilimitado para todos.
Por eso, no perdamos más el tiempo. Recordemos con gratitud las revoluciones que sí hicieron un bien a la humanidad, como las mencionadas de 1776, 1789 y 1810. Por lo demás, vamos adelante: hay que poner en práctica una economía de mercado. Hay que crear miles de McDonald's. En Vietnam todavía no hay, pero no perdamos las esperanzas: no debe faltar mucho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario