lunes, 14 de marzo de 2011

Después de la caída del comunismo

El factor determinante en la caída del comunismo no fue la presión externa sino las contradicciones internas; no hubo ninguna derrota diplomática, ningún Día D que provocase la caída del régimen. Durante su larga y costosa rivalidad con la Unión Soviética, las democracias occidentales prefirieron siempre, en lugar de la franca confrontación, una política que podríamos llamar de contención. Si eso fue por sabiduría política o, simplemente, por imposibilidad de movilizar a una opinión pública indiferente, de alguna manera adormecida por la abundancia y la prosperidad, quizás nunca se sepa. Tal vez ambas cosas: sentido común y realismo. El hecho es que no fue la acción del exterior sino la situación interna la que precipitó el derrumbe.
Un factor fundamental en esa situación interna fue, sin duda, la realidad que Europa y el mundo debieron enfrentar a partir de la caída del comunismo soviético: el resurgimiento de los nacionalismos. Los más claros ejemplos en estas dos últimas décadas han sido los acontecimientos que tuvieron lugar en Chechenia, en Georgia, y en las repúblicas de la ex-Yugoslavia. Todo lo que se creía terminado, ausente, volvió a estar presente. En realidad, nunca dejó de estar presente. La gran potencialidad que anida en esos países se vio postergada, presionada, cohibida bajo el régimen que durante décadas los sometió. Y esa potencialidad latente, sin duda, golpeó las burocracias comunistas en muchas más maneras de las que quizás nosotros podamos jamás saber.
Pero hay un factor aún más importante, o por lo menos, igual de importante como el anterior. La verdad que penetraba y exponía una situación que solamente los más necios y los más abyectos podían aceptar. Durante más de siete décadas, el sistema entero estuvo falsificado a gran escala. Ese, y no otro, fue su rasgo distintivo. La historia, las cifras de la producción, los resultados de los censos, todo era falsificado. Aún más desmoralizador, la esfera entera del pensamiento se encontraba controlada y distorsionada. Y una de las cosas más difíciles de transmitir a las masas occidentales es cuán horribles eran realmente las bases de la vieja clase dirigente soviética: cuán mezquinas, traicioneras, cobardes, hipócritas, obsecuentes e ignorantes. El derrumbe del régimen puso de manifiesto que la URSS, lejos de ser un estado “normal” como pretendían algunos, estaba basada en una fantasía extemporánea y era una aberración repugnante. El comunismo fue la edad de oro de la mentira.
Los desastres económicos y ecológicos causados por el régimen fueron atroces, pero al menos el mundo se ha librado del marxismo-leninismo. La situación en la ex-Unión Soviética sigue siendo delicada. La gente puede no saber allí lo que quieren, pero saben muy bien lo que no quieren. Después de la caída del comunismo, el mundo tiene el desafío de conjugar el sistema de la democracia y la economía de mercado con los nacionalismos. Estamos presenciando la paradoja de de una globalización de la economía enfrentada a un resurgimiento de los localismos culturales y políticos. Hay una brecha insalvable entre la democracia moderna, el sistema de libre mercado y las formas arcaicas de nacionalismo que tienden a basarse en el fanatismo o la intolerancia. Esto suele darse en países que no tuvieron la oportunidad de experimentar una larga tradición de vida cívica, como los países que conformaron la ex-Unión Soviética y que hoy despiertan.
La democracia moderna está basada en la pluralidad y el relativismo, mientras que el nacionalismo y el fanatismo religioso son fraternidades cerradas caracterizadas por el odio a lo extranjero y el culto a lo tribal. La modernidad es, a un tiempo, indulgente y rigurosa: tolera toda clase de ideas, temperamentos y aún errores y vicios, pero exige tolerancia. La modernidad, al pagar con tolerancia, exige que se le retribuya con la misma moneda. La democracia, en definitiva, no es perfecta sino perfectible. En eso quizás reside su fascinación, en el doble sentido de perfeccionar lo perfectible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario