viernes, 11 de julio de 2014

El proceso

El licenciado-guitarrista Amado Boudou cuenta con el privilegio de tener entre sus filas al enemigo declarado de la oligarquía Luis D’Elia, quien usó un argumento de lo más insólito para defenderlo. Comparó a Boudou con Martínez de Hoz y Cavallo y dijo que el caso Ciccone era de 50 millones de dólares contra 200.000 millones “de los otros.” Lo excusó, tácitamente, por ser un ladrón de poca monta.
De todos modos, Boudou no está dispuesto a exponerse. En Panamá, mientras la prensa intentaba a toda costa alcanzarlo, el vicepresidente se recluyó en su habitación de hotel al mejor estilo de "Pink," el desquiciado personaje de The Wall. Luego, sólo estuvo dos horas en Tucumán donde habló en un teatro con capacidad para 1.500 personas y donde también evitó el contacto con el periodismo. Su discurso, que sólo duró 11 minutos, consistió en una serie de elogios a Perón, y a Néstor y a Cristina Kirchner, y aseguró que “no es tiempo de las corporaciones, sino del pueblo.” Además, criticó a Gran Bretaña por su “enclave colonial” en las islas Malvinas y prometió continuar con el reclamo de soberanía.
"Amado, querido, el pueblo está contigo," le gritaron por unos pocos segundos los miembros de la Cámpora presentes, pero el pueblo no demostró estar más cerca de él que la fuerte custodia que lo rodeaba. Boudou se mostraba sonriente como siempre, aunque se lo notaba tenso y rígido. No habló una sola palabra de la causa judicial, y se lo vio, por orden de Cristina Kirchner, acompañado por un gabinete casi en pleno, pero visiblemente incómodo con la situación. Boudou estuvo, a fin de cuentas, sólo dos horas en esa provincia, no habló con la prensa, dio un discurso de Perogrullo y el gobernador José Alperovich tampoco le prodigó elogios ni muestras de apoyo excesivas.
Boudou juega a la defensiva. No está para que lo muestren ni para que lo comparen. Pero lo concreto es que el vicepresidente de la nación debería cumplir con su obligación de dar explicaciones, no esconderse. La actitud oficialista de atribuir todos los males habidos y por haber a inicuas conspiraciones mediáticas parece haber llegado a su punto álgido. Esgrimir ese argumento es una estrategia que ya no arroja ningún resultado. Si, como el propio Boudou dice, todo se reduce a una operación mediática, lo ideal hubiera sido que se diera una discusión abierta, un debate para que pudiera defenderse.
Pero un debate es una justa en la que se ve la capacidad intelectual de los participantes; implica confrontar ideas, esgrimir argumentos. Ese no es el terreno de Boudou. El terreno de Boudou es rodearse de aplaudidores como focas de circo. Ese es el exclusivo campo intelectual en el que nuestros funcionarios se mueven como pez en el agua.
Además, los apologistas del relato incurren en un sofisma: Mauricio Macri está procesado y, sin embargo, los medios no lo hostilizan. Esa defensa es endeble por tres razones. Primero, que Macri sea supuestamente impune no justifica la impunidad de Boudou. Segundo, los casos son distintos y el trámite judicial también. Macri fue procesado por el juez Oyarbide, pero posteriormente el juez Casanello sostuvo que no hay pruebas en su contra. Tercero, Macri se sometió a una comisión investigadora legislativa. Esa comisión, con el PRO en minoría, desestimó la acusación de espionaje -no de corrupción- en su contra.
Con esa comparación y seguramente sin quererlo, los kirchneristas están empujando a Boudou a comparecer ante los diputados opositores, algo que no parece el mejor plan. Con el trámite del juicio político en su contra, se multiplicaría la exposición mediática de lo que ya constituye un escándalo sin precedentes. Ya parece haber llegado la hora, entonces, de que en la Casa Rosada diseñen una estrategia para la emergencia. El proceso sigue su marcha, pero a deferencia de la obra de Kafka, a los defensores del imputado no les resultará alegar que “alguien debió haber calumniado a Amado B.” Una justificación más consistente será necesaria para impedir que la infamia se prolongue de manera indefinida.

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