martes, 1 de julio de 2014

Retroceder nunca, rendirse jamás

Si algo debemos reconocerle a la presidenta Cristina Kirchner es la constante en las decisiones que toma: todas ellas están equivocadas. El traslado del monumento a Colón es una maniobra estimada en un costo de no menos de 85.000 dólares para el bolsillo del sufrido contribuyente, monto mucho mayor que el necesario para mandar un telegrama de despido a Axel Kicillof, por nombrar una decisión, por ejemplo, que sería realmente acertada.
En el caso del "Ciccone-gate" y su protagonista estelar, el ex-DJ y guitarrista devenido en vicepresidente Amado Boudou, el sentido común indica que éste debería dar un paso al costado (léase renunciar). El juez Lijo lo ha procesado, pero la actitud de la presidenta consiste en defender al imputado de manera acérrima. Cristina ha evitado pronunciarse públicamente sobre el caso, y esta actitud hasta se puede interpretar como una estrategia en línea con ese fin. ¿Cómo se explica esto? El hecho de apartarse de Boudou sería interpretado como una falta de cohesión del poder oficialista, lo cual añadiría peso a la oposición política. Cristina no retrocede, mucho menos se rinde. Por el contrario, insiste en defender al vice a toda costa. Tal es su tesitura.
Ahora bien, la actitud presidencial de empecinarse hasta lo último en defender a su delfín supone un desgaste que en cualquier momento puede llegar a su punto límite. Algo va a ceder a tanta presión, máxime cuando el gobierno se encuentra en su momento más débil al cabo del desgaste que implica once años en el poder. La presidenta libra una guerra en dos frentes. Por un lado, la sentencia del juez Thomas Griesa; por el otro, la carga que significa un vicepresidente procesado. La prensa internacional, que venía registrando a un país al borde de la cesación de pagos, añade un segundo foco hacia un caso de corrupción que llega hasta la cima misma del poder. Además, como en el ajedrez, Cistina se bloquea con sus propias jugadas: sus intentos de destituir al fiscal Campagnoli no le dieron resultado. Cercada por problemas judiciales, realizando movimientos no exitosos, la presidenta atraviesa el final de su mandato en las condiciones más desfavorables que haya conocido jamás.
Boudou anunció que apelará el procesamiento. Eso no significa gran cosa. Las pruebas reunidas por Lijo pesan más en el platillo de la balanza en su contra. Al caso Ciccone, le seguirá el del auto con documentación adulterada. Después, la investigación por el inexplicable aumento del patrimonio del licenciado-guitarrista. La sombra de Boudou se proyectará sobre Cristina hasta su último día en el poder y, más aún, sobre los candidatos del Frente Para la Victoria durante toda su campaña. Será interesante ver qué argumentos esgrimen para sostener la consigna “Yo amo a Boudou.”
El gobierno está acorralado, el “kernerismo” se está disgregando y las grietas ya se empiezan a ver. En todo caso, hace una década se sepultó una república y comenzó una de las etapas más nefastas para la convivencia en democracia. Es positivo, por lo tanto, el curso que está tomando la investigación judicial al vicepresidente como una forma de empezar a reparar la terrible situación que hoy padecemos luego de estos años de despropósitos. Es bueno que comience la real evaluación de esta década, que se inicie por medio de la justicia independiente, la poca que ha sobrevivido, pero no olvidemos el resto: este gobierno deja a la Argentina con la deuda externa que aumenta y aumenta, una deuda interna a futuro, inflación, recesión, comercio destruido, política energética nula, transportes públicos colapsados, agricultura que sólo consiste en la soja, ganadería destruida, e industria automotriz y de la construcción en retroceso. Solamente queda en pie la única creación exitosa del régimen: la red de alcahuetes mediáticos que se ocupa de difundir el relato e impulsar la guerra santa contra el diario Clarín, adjudicarse méritos, y ahora formar el “correcto” pensamiento argentino. No debemos olvidarnos de este legado, pero seguramente no lo haremos pues el sufrimiento y el esfuerzo que demandará a la sociedad argentina remontarlo, será titánico.
Por último, es menester reclamar que la oposición política se erija inmediatamente como una alternativa plausible al proyecto de poder como requisito fundamental para recuperar la república.

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