sábado, 5 de junio de 2010

Los inmigrantes

Hay una solución para el problema de la inmigración ilegal: legalizarla.
Los detractores pondrán el grito en el cielo y encontrarán un millón de objeciones a esta propuesta tan práctica. Ahora bien, ¿alguien tiene una idea mejor?
Por lo pronto, "controlar" o "parar" la inmigración ha demostrado ser una tarea inútil en todo el mundo. Los Estados Unidos saben cuanto llevan gastado tratando de cerrarles las puertas de California, Arizona y Texas a los mexicanos, salvadoreños y peruanos y como éstos siguen entrando por encima de las alambradas militarizadas o por debajo de las narices de los bien entrenados oficiales de aduana gracias a papeles eficientemente falsificados. No es realista suponer que a los inmigrantes se los ataja con dispositivos policiales o decretos gubernamentales por la simple razón de que en los países a los que ellos acuden hay incentivos más poderosos que los obstáculos que tratan de disuadirlos de venir. En otras palabras, porque hay trabajo para ellos, porque hay horizontes y libertad. Si un hombre piensa que la casa donde vive es demasiado chica para él, querrá mudarse a otra casa más grande, nunca más chica, y no habrá manera de disuadirlo. Por eso, no hay forma de poner coto a la marea migratoria. Las políticas "anti-inmigrante" están destinadas al fracaso desde el vamos. Es totalmente inútil gastar el dinero de los sufridos contribuyentes diseñando programas para sellar las fronteras porque no hay un solo caso exitoso que pruebe su eficacia. La inmigración se reducirá cuando los países que la reciben dejen de ser atractivos porque están en crisis o cuando los países emisores ofrezcan empleo y oportunidades de mejoras a sus ciudadanos nativos. Mientras tanto, bienvenida o no, a esta marea humana no hay manera de pararla.
El prodigioso desarrollo de los Estados Unidos, Canadá y Argentina en el siglo XIX, coincidió con políticas abiertas de inmigración que, por otra parte, son de la más pura extracción liberal. El historiador Alan Taylor explicaba que la revolución industrial que hizo la grandeza de Inglaterra no habría sido posible sin el aporte migratorio. Y el candidato a vicepresidente por el Partido Republicano en las elecciones de 1996, Jack Kemp, tuvo el valor de proponer la apertura simple y natural de las fronteras. "La razón por la que debemos cerrar la puerta trasera de la inmigración ilegal es que debemos abrir la puerta delantera de la inmigración legal," dijo.
Los millones de seres humanos que desde todos los rincones del mundo donde hay miseria, desempleo, opresión y violencia cruzan ilegalmente las fronteras de los países prósperos violan la ley, sin duda, pero ejercen un derecho inalienable: el derecho a una vida mejor, el derecho a un futuro tanto para ellos como para sus familias. El inmigrante no quita trabajo, lo crea y siempre es factor de progreso. Se ha demonizado la figura del inmigrante convirtiéndolo en chivo expiatorio de todas las calamidades bajo el sol. Por cierto, tal visión es absurda para todos los que estamos convencidos de que la inmigración de cualquier color y origen es un precioso aporte de talento, energía y cultura que todos los países deberían recibir como una bendición.

1 comentario:

  1. me encanta lo que habías escrito acá. estoy de acuerdo totalmente.
    abrazos, meredith

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