martes, 1 de junio de 2010

La Incursión Doolittle

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Incursión Doolittle fue la primera operación aérea estadounidense, realizada en abril de 1942, sobre territorio japonés.
Después del ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, Roosevelt buscaba la manera de dar una respuesta. El general George Marshall y su Estado Mayor Conjunto buscaron el plan que fuese la mejor alternativa para realizar esta iniciativa, lo cual resultaba en ese momento tremendamente difícil dado los escasos medios con que Estados Unidos contaba en el área del Pacífico. Cualquier iniciativa implicaría arriesgar los únicos portaaviones disponibles, que eran cinco en ese momento. El plan debía ser muy bien elaborado y analizado.
La idea del plan vino de un oficial del arma de submarinos llamado Francis Low, quien había visto que era factible operar con bombarderos embarcados en portaaviones. Se seleccionó al USS Hornet como plataforma de lanzamiento. La cubierta de despegue no estaba diseñada para lanzar bombarderos, por lo que era necesario determinar el tipo de aparato que realizaría la misión y también a quién encargársela.
El general Arnold nombró al teniente coronel James H. Doolittle como director de la operación. Doolittle era un experimentado aviador y pionero en campos de la aviación de exploración y seleccionó al bombardero B-25 Mitchell, un bombardero medio, bien armado, que podía despegar del USS Hornet si la tripulación era bien entrenada. Doolittle definió que el objetivo de la misión iba a ser acercarse con los portaaviones a 400 millas de la costa japonesa y bombardear Tokio y algunas ciudades más con 16 aparatos B-25. Cada avión llevaría 4 bombas de 500 libras cada una, de alto poder explosivo. Una vez cumplida su misión, los bombarderos aterrizarían en bases chinas, ya que no volverían al portaaviones.
El 2 de abril de 1942, el Hornet junto con su escolta y los B-25 zarparon de la base aeronaval de Alameda, California. En algún punto del Pacífico norte se les unió desde Pearl Harbor el USS Enterprise. La flota iba al mando del almirante William Halsey.
El viaje transcurrió entre mar agitado, niebla y lluvia. El 18 de abril, a primeras horas de la mañana, fue avistado un buque patrulla japonés, el Nitto Maru, encontrándose la flota americana todavía a unas 700 millas. El buque patrulla fue atacado y hundido enseguida a cañonazos. Ahora bien, nadie podía saber si el buque había comunicado por radio a las autoridades japonesas la posición del portaaviones. El coronel Doolittle decidió no correr riesgos, poniendo a sus bombarderos inmediatamente en el aire. Los preparativos de despegue fueron frenéticos, las tripulaciones ocuparon sus apartos y encendieron motores, se cargó apresuradamente el combustible y se procedió al despegue. Uno a uno, los bimotores aceleraron a máxima potencia y despegaron de la cubierta del Hornet. Doolittle iba en el primer aparato, al frente de sus hombres.
Los 16 B-25 se dirigieron inmediatamente a sus objetivos. Sin esperar a hacer formación, descendieron a una altura de vuelo rasante y se dispusieron para un bombardeo a plena luz del día. Al acercarse a la costa japonesa, Doolittle distribuyó sus aviones: diez fueron destinados a Tokio, dos a Yokohama y los cuatro restantes a Nagoya, Osaka, Kobe y Yokosuka. La sorpresa fue total para los japoneses.
Doolittle y sus bombarderos aparecieron sobre Tokio distribuídos en tres columnas, al norte, al centro y al sur de la ciudad. El día estaba seminublado pero la visibilidad era adecuada para un bombardeo visual. La formación remontó sobre los 300 metros de altitud y comenzó a bombardear. Luego, se alejaron en distintas direcciones para confundir al enemigo, no sin antes recibir un débil y poco eficaz fuego antiaéreo que aunque dañó un par de aparatos, no consiguió derribar ninguno. Los otros objetivos fueron certeramente bombardeados. En Yokohama, uno de los B-25 casi alcanzó al submarino portaaviones I-25 que meses después operaría en las costas de Oregon, protagonizando el primer bombardeo sobre territorio estadounidense. Por culpa de aquellas 300 millas de más, ninguno de los B-25 alcanzó los aerodromos chinos. Varios de los aviones se estrellaron, pero la mayor parte de ellos fueron abandonados al acabárseles el combustible, lanzándose sus tripulaciones en paracaídas. De los ochenta aviadores, sesenta y cuatro, incluyendo el coronel Doolittle, se salvaron. Fueron rescatados por patriotas chinos, con cuya ayuda se filtraron por las líneas japonesas, rumbo a la libertad. Desde el punto de vista militar, fue muy poco lo que se logró con aquella incursión, pero entonces los japoneses tuvieron ocasión de apreciar que se enfrentaban con un enemigo obstinado, totalmente capaz de devolver los golpes que le fueran asestados.

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