viernes, 1 de noviembre de 2013

La historia los juzgará, señores jueces

A medida que las elecciones parlamentarias se acercaban, se vislumbraba la paliza que recibiría el oficialismo a lo largo y a lo ancho del país. Y, en efecto, los cinco principales distritos le fueron adversos. Sin embargo, su capacidad para causar desmanes sigue dando de qué hablar.
El fallo de la Corte que legitimó la ley de medios es una muestra de cuán difícil es acabar con un mal hábito. Los señores jueces son indiferentes al hecho de que el 67 por ciento del electorado no acompaña el presente proyecto político. Los números y las urnas no mienten, y el modesto 33 por ciento de los votos, si bien levemente superior al 26 por ciento de las PASO, reflejan un ciclo terminado, una ideología y un modelo a la cual esta corte se obstina en aferrarse sin razón. Como un fumador empedernido, la Corte sigue adicta al veneno político que la encadena: el kirchnerismo.
El gobierno iniciado en 2003 ha demostrado acabadamente su voluntad de avasallar la prensa y acallar críticas. Montó además un enorme aparato de medios adictos financiado con fondos fiscales a través de la publicidad oficial que cumple las funciones de un aparato de propaganda como el de los estados totalitarios. La buena noticia en este aspecto es que no los lee, ni los ve, ni los oye nadie. Son peores que malos: son inocuos.
Y el grupo Clarín, que rompió su alianza con el gobierno, mereció por eso todo tipo de persecuciones. La ley de medios tiene como motivo central el descuartizamiento de ese grupo mediático, como una forma de avanzar sobre toda voz que no responda al relato.  
La persecución a las voces no adictas nunca se aplicará, en cambio, a los empresarios amigos que fueron quedándose con todas las radios, canales de TV y medios gráficos disponibles. Pero ya que nadie los oye, lo único que quedaba era destruir a la prensa desafecta. Esas fueron las condiciones en que se gestó la controvertida ley de medios ¿Cuáles pueden ser sus efectos? Instaurar un monopolio comunicacional. Buscar hegemonía a todo nivel. Lograr omnipresencia. Apuntalar la red de complacencia mediática del gobierno que en todo momento le rinde pleitesía a la vez que distorsiona los informes, las estadísticas y los hechos mismos a su favor. Todo con el aval de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, último bastión de la justicia independiente.
Esta justicia independiente es el último y verdadero recurso que tenemos los ciudadanos para asegurar la estabilidad institucional en el tiempo. Cuando la justicia se compromete con el poder de turno está en juego la continuidad misma de la república, porque la política y el poder pasan a tener más peso que las instituciones republicanas en sí mismas. La república deja de ser tal para convertirse en cualquier cosa. Por eso es lamentable comprobar que nuestra justicia se encuentra sometida al poder central.
Este fallo de la corte nos aleja de la posibilidad de restaurar las instituciones y nos muestra cuán difícil es la tarea que tenemos por delante. Como un malicioso virus que se instala en una computadora y es tan difícil de desinstalar, la Argentina tiene pendiente la misión de desisntalar este régimen nefasto y atroz que la está hundiendo. Si a eso le sumamos la oposición que sigue sin aprender las lecciones de la atomización, la tarea es más dura todavía.
En 1989, cuando los rumanos salieron a la calle y Ceausescu dio la orden de reprimir, el ejército se interpuso entre ellos y la Securitate, la guardia pretoriana del dictador. Y el resto es historia.
En la Argentina, la Corte tenía una oportunidad: interponerse entre la Securitate kirchnerista y nosotros. No lo hicieron. No nos defendieron. Dejaron que el poder nos avasalle.
¿Por qué no se interpusieron entre el poder y el pueblo? ¿Por qué no nos defendieron?
La historia los juzgará, señores jueces.
Tarde o temprano, tendrán que dar explicaciones.

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