viernes, 1 de agosto de 2014

Guerra de carteles

"Ayer Braden o Perón, hoy Griesa o Cristina," rezan los carteles que el autodenominado Grupo San Martín, que responde al diputado Julián Domínguez, empastó en la Capital Federal. Esta campaña compara así la actual disputa que la presidenta tiene con los holdouts con la pelea entre Perón y el embajador de Estados Unidos en la Argentina en 1945, Spruille Braden.
"Es la misma encrucijada histórica desde Rivadavia hasta acá. El gran estrangulamiento del desarrollo nacional siempre fue el endeudamiento escandaloso, soluciones inmediatas que condenan a futuras generaciones," dijo Domínguez en radio La Red al ser consultado sobre los afiches.
La actitud de polarizar este conflicto es símbolo de un gobierno en retroceso y sin respuestas. Emplazar a la ciudadanía en una elección fatal habla de la incapacidad de respuesta del régimen. La opción es inapelable. Blanco o negro. Ellos o nosotros. Si la intención es proclamar una cruzada nacionalista, el oficialismo tiene que saber que el resultado es un simple patrioterismo, que es sólo una actitud prepotente que se queda a mitad camino de toda propuesta, que la única y verdadera estrategia para lograr la reinserción del país en el mundo y conseguir una imagen respetable es mantener, a través del tiempo, la estabilidad institucional y la disciplina en las cuentas fiscales. Por el contrario, esta muestra de patrioterismo barato nos aleja de toda posibilidad de credibilidad ante las demás naciones, ya que le da al país la imagen de republiqueta bananera. El gobierno se basa en obsecuentes, aduladores, intelectuales de café, mentirosos, payasos mediáticos, aplaudidores a sueldo y ex-bolcheviques devenidos en propietarios de departamentos de Puerto Madero. Para montar la propaganda oficial de la mentira se siguen empleando enormes recursos económicos mientras las áreas sociales sufren una enorme desatención y abandono.
En el caso de los afiches, el paralelismo que se plantea no es válido. Se trata, simplemente, de una utilización falaz de la historia. Además, no corresponde usar las insignias patrias de dos estados soberanos como una estrategia para obtener réditos políticos para el poder de turno.
Así, esta guerra de carteles nos da cuenta de un gobierno que necesita construir un enemigo externo como una manera de justificar la incapacidad y la mediocridad con que han venido administrando el país en los últimos once años. En todo caso, fue entonces cuando los argentinos renunciamos a tener una república y aceptamos cambiarla por un falso modelo que ha envilecido la nación. Las políticas realizadas no tienen más continuidad que el clientelismo y la demagogia, y por supuesto, la soberbia y la prepotencia que las caracteriza. Lo que venimos observando es la lucha absurda y delirante por el poder por parte de los profetas de la división y el odio. Pero la solución para esto tiene una fecha: las elecciones presidenciales del 18 de octubre de 2015, cuando la sociedad argentina en su conjunto sea testigo del fin de este delirio; la arbitrariedad y la impunidad con que se nos bastardea todos los días.
Es de esperar, entonces, que el pueblo argentino comience a encontrar reunión luego de tanta infamia. Los años del kirchnerismo serán recordados como “los años del odio.”

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