lunes, 3 de febrero de 2014

Las fantasías de Axel

Unos compañeros de la Universidad de Buenos Aires donde estudió Axel Kicillof señalan que era "un tipo inteligente que estaba convencido de que era muy inteligente." Otro comentó que "le costaba y le cuesta asumir que de algún tema no entiende." Mientras que un profesor decía que “hablaba mucho porque le encantaba escucharse.”
Considero que aquí radica esencialmente el problema. Kicillof es un teórico que jamás se ha movido en el plano de la economía real. Ni él ni nadie que lo rodea sabe cómo se crean los empleos ni funciona la economía en el sector privado. Parte de simples postulados teóricos que estudiaba en la universidad para aprobar las materias que cursaba. Y como todos los teóricos, se aferra al convencimiento de que sus conocimientos son correctos y que nada ni nadie podrá sacarlo de esa convicción. Hasta que la realidad toca a la puerta.
Vamos por partes. Hay un sueño del populismo que es controlar la economía en todos sus niveles: precios, salarios, tarifas, tasas de interés, etc. Pero ese sueño se convierte en pesadilla cuando se altera una variable y se lucha infructuosamente por mantener las otras bajo control. Por ejemplo, el gobierno pretendió resolver el problema de la pérdida de reservas y del atraso cambiario y el resultado fue activar otros problemas como la carestía, la puja distributiva y agravar el conflicto social. La presidenta y su ministro pretendieron representar un papel mesiánico y pusieron en marcha un mecanismo que no pudieron controlar.
“No vamos a hacer nada que genere bruscos cambios en la economía,” fue la primera definición de Kicillof el 21 de diciembre cuando asumió como ministro. Dos meses más tarde, el peso sufría su mayor devaluación en 12 años: un 32%. El dólar se fue a 8 pesos, siempre y cuando el ahorrista acredite un sueldo mínimo de 7.200 pesos y consiga autorización de la AFIP. Para todos los demás supuestos, la divisa norteamericana supera holgadamente los 10 pesos, y sigue subiendo. El 14 de abril de 2012,  durante su alocución de defensa de la estatización de YPF en el Senado, Kicillof no escatimó críticas y arremetió contra los “papagayos que repiten la idea de que hay que devaluar la moneda.” Casi dos años después, sin necesidad de hacer comparaciones con un ave tropical, fue el responsable de la devaluación.
El mismo día de su asunción también habló de las reservas: “Tenemos reservas que han sufrido alguna baja, pero que están en niveles consistentes, muy fuertes; el tipo de cambio forma parte de un programa y tenemos que lograr más ofertas de dólares.” Dos meses más tarde, las reservas del BCRA cayeron 12% y pasaron de 31.786 millones a 28.100 millones. Pero el ministro habla porque le gusta escucharse.
Y habla tonterías. En una reciente aparición televisiva dijo que “nadie sabe a cuánto cotiza el dólar 'blue,' porque como es ilegal, nadie sabe.” Señor ministro, todo lo que tiene que hacer es caminar un par de cuadras por la calle Florida para saber la cotización de la moneda en el mercado informal.
A todo esto, ¿cuál es la respuesta oficial? La presidenta habló de una conspiración global de los bancos contra los países emergentes (un plural que es más bien singular, porque sólo afecta a la Argentina) y, por supuesto, cargó por enésima vez contra los medios que nunca dicen lo que ella quiere oír.
Y por enésima vez, el gobierno insiste en su visión histérica y paranoica de que si la realidad y la ideología no coinciden, la realidad es una conspiración en su contra.
De la realidad tomaron nota los sindicalistas que por boca del secretario general de la CGT, Antonio Caló, declararon independientemente de toda teoría conspirativa: "A la gente no le alcanza para comer." Mientras que los municipales bonaerenses empezaban por pedir un aumento del 35%, la UTA tenía a maltraer a Capitanich y se espera una tormentosa negociación de paritarias en casi todos los sindicatos a partir del mes que viene. Otro sindicalista, Jorge Lobais, dijo: "Que a nadie se le ocurra pensar que el ajuste lo van a pagar los trabajadores."
Pero, lamentablemente, el ajuste sí lo van a pagar los trabajadores, porque la corrosiva inflación no da tregua y son los sectores más vulnerables los que más la sufren.
Unos años antes, en agosto de 2008, en una columna de opinión publicada en Página 12, Kicillof también habló del tipo de cambio: “Para un país pequeño (sic) y esencialmente abierto a los flujos del comercio exterior, el tipo de cambio, lejos de ser un precio más, se transforma en una variable de vital importancia en el proceso económico.” ¿A qué se refiere con “un país pequeño?” ¿Holanda? ¿Bélgica? ¿Suiza?
Estas son las increíbles peripecias de un crítico de papagayos que en su vida administró un kiosko en el sector privado, pero que fue subgerente general de Aerolíneas Argentinas la cual se ahoga en tinta roja. Las universidades argentinas están entregando una mediocre calidad de educación. Están entregando al mercado profesionales con una pésima formación. Universidades de mediocre calidad junto a una educación escolar de las mismas características no puede generar una masa crítica de ciudadanos competentes y capaces para poder conducir un gobierno. Son expertos en hacer discursos populistas y complacientes, pero distantes de las necesidades de la mayoría de los ciudadanos. La misma designación de Kicillof como conductor de los destinos económicos de la nación responde a la ansiedad de Cristina Kirchner de dar la imagen de gobierno progresista y revolucionario poblado de jóvenes idealistas. Esa, y no otra, es la razón por la que nuestro patilludo amigo se encuentra al frente del Palacio de Hacienda.
Es obvio, como comentaban sus compañeros, que al ministro Kicillof le cuesta asumir que de algún tema no entiende. Sintetizando, sería lo siguiente: la economía es una ciencia social que llevada a la práctica, parece funcionar sin dirección personalizada y en base a principios y dinámicas que nadie entiende plenamente. Nadie diseñó la economía en el sentido global de la palabra, nadie la conduce y nadie la comprende realmente. No existe el funcionario o el gobierno que mágicamente, por decreto y por discursos establezca la prosperidad y la felicidad para su pueblo, sino que esas condiciones son en realidad un resultado, una consecuencia de la siguiente causa: la estabilidad institucional y el pleno ejercicio de los derechos individuales. Justamente, son las cualidades que están totalmente bastardeadas al cabo de diez años de soberbia, delirio y arbitrariedad. Igual que en “Las fantasías de Lila,” el film del director francés Ziad Douieri que cuenta la historia de una adolescente de 16 años inocente como un ángel y que tiene todo que aprender sobre la vida, Axel tendría que bajarse de sus postulados ideológicos y aprender economía no como teoría de los claustros sino en la vida real.  

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