jueves, 19 de mayo de 2011

El populismo

El populismo es un movimiento totalitario de masas que utiliza el concepto de pueblo como si fuera una esencia supraindividual, una unidad monolítica perfecta. El líder, su partido y la nación constituyen un todo sin fisurar. La lealtad se debe ejercer de abajo hacia arriba, nunca en forma recíproca. El pueblo se debe al líder y el líder dice -sólo dice- que se debe al pueblo. Los grandes enemigos del populismo son la division de poderes, la alternancia política y la independencia de la justicia, aunque la simulen respetar -sólo lo simulan-.
Cuando este fenómeno de masas hace garra en la sociedad, influye en el pensar cotidiano y se convierte casi en esencia de la identidad colectiva. Mantiene una verdadera ilusión de paraíso perdido, ya que se manipula al pueblo para satisfacer al caudillo de turno o a su camarilla íntima del poder. Populismo no significa interés dominante por el bienestar del pueblo ni que gobierne en su favor. Lejos de ello, el pueblo no es servido sino enajenado por medio de esa ilusión. Cae bajo la convicción de quien simula amarlo y sacrificarse por su felicidad. Pero el pueblo en este caso no es sujeto sino masa que se conduce. Hasta su nombre es engañoso: populismo. Tiene literalmente el poder de destruir el carácter de la sociedad que cae bajo su encanto, bajo su hechizo, su insidia.
El arma de elección del populismo es el asistencialismo clientelista. Esa es la base sobre la cual prospera. Este asistencialismo no se aplica para que la sociedad prospere sino para que el pueblo obedezca al estado de la manera más abyecta. Genera un retroceso hacia la dependencia y hacia una postura acrítica de la sociedad. A los jefes que utilizan el asistencialismo no les interesa que los diversos sectores sociales maduren hacia la autonomía y el bienestar. No se esmeran para que prosperen sino, simplemente, para que subsistan. Para ellos, es mejor dar un pescado que enseñar a pescar. El populismo procura una sociedad de mediocres y cómplices con el fin de mantener la hegemonía; los quiere a todos como un ejército agradecido y conforme. El asistencialismo busca obtener retribuciones políticas, y no presenta iniciativas que estimulen un progreso real.
Para reconocer los orígenes del populismo, hay que remontarse a la Francia del siglo XIX. Napoleón III conmovió a las masas hasta seducirlas, y de esa manera desvió la energía de su rebelión hacia el sometimiento político. Más tarde, en Alemania, Bismarck imitó esta técnica hasta que finalmente, en el siglo XX, Hitler y Mussolini la perfeccionaron con la manipulación de masas.
En la Argentina hubo populismo conservador, radical y peronista. El populismo peronista llegó más lejos que los otros y hasta ahora continúa atrapado en sus propias redes ideológicas, pese a que siempre anda a la busca de la versión "auténtica" o "renovadora." El populismo de Perón fue frenético. En nombre de la llamada justicia social, convirtió al estado en una verdadera entidad de beneficencia regalando casas (repartió quinientos millones de pesos en viviendas sociales) e infinidad de ofrendas consistentes en ropas, medicinas, muebles, juguetes y hasta pan dulce y sidra para las fiestas de fin de año.
Perón consiguió abrir un enorme déficit fiscal allí donde había un considerable caudal de fondos y reservas acumulados durante los años de la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, actuó como un heredero que despilfarra de la manera más frívola una cuantiosa herencia recibida. Ese déficit fue la catástrofe que causó al aplicar estas políticas de neto corte populista. Dicha catástrofe fue causada por medidas keynesianas de estímulo al consumo, de nacionalización de prósperas y eficientes empresas de servicios como los ferrocarriles, la electricidad, el gas, los teléfonos, los más grandes bancos y en definitiva, todo lo que tuviera aspecto de inglés y yanki, ya que la consigna era excitar la retórica nacionalista del "establishment" sindical argentino, piedra angular del movimiento peronista. También se aplicaron controles de precios, de salarios, de tipos de cambio, de exportaciones e importaciones, y todo tipo de dislates estatistas y patrioteros. Sin mencionar las demagógicas regulaciones laborales inspiradas en la Carta del Lavoro de Mussolini.
De todo lo expuesto, las inevitables consecuencias fueron la ruina económica y una nación entregada al populismo nacionalista, el cual incluyó una prensa controlada, un poder judicial adicto, una escuela pública inundada con el culto a su personalidad y el virtual establecimiento de un estado policíaco para abordar los desafíos a su disidencia.
Por otra parte, cabe señalar que resulta particularmente curioso que se rinda pleitesía a Perón en razón de su nacionalismo cuando, en realidad, "ese varón argentino" tenía raíces tan europeas como Marcelo T. de Alvear. Su padre poseía dos estancias en Camarones, provincia de Chubut. Su bisabuelo había sido senador de Cerdeña y hasta el día de hoy no está claro si su verdadero apellido era Peroni. Otra característica verdaderamente sorprendente es que en 1973, ya en el marco de su tercera presidencia y cuando sólo le quedaban algunos meses de vida, llegó a coquetear con el liberalismo económico al declarar públicamente que "las empresas del estado no nos han traído más que dolores de cabeza" (!) y que "si los señores empresarios aceptan tomarlas en sus manos, la nación les estará en deuda." Debió ser la primera vez que el general de Lobos no se refería a los empresarios como "oligarcas" ni como "vendepatrias" sino como "señores." Y quiero suponer que cuando dijo "la nación," no era que estaba hablando de un diario.
El asistencialismo clientelista del populismo en el caso de la Argentina significó una involución hacia el subdesarrollo tercermundista; involución que es muy difícil de revertir, ya que perturba la inversión y afecta el aparato productivo. Su consecuencia fue siempre la pobreza.
El populismo busca una comunidad sin contradicciones, sin pluralidad. No sólo hace regalos a los pobres sino también a las demás franjas sociales. Los empresarios dejan de ser competitivos. En lugar de recurrir a la iniciativa y la excelencia, se instalan a la sombra del caudillo (o del estado que él comanda) para obtener privilegios y fáciles ganancias. Los beneficios son el resultado de la obsecuencia, la corrupción y el engaño. El sector productivo ve desperdiciadas sus mejores fuerzas, ya que no recibe estímulos como los que se dedican a ser obsecuentes con el poder. Al contrario: recibe postergación y desprecio.
De la misma manera, el populismo fomenta el letargo mental y espiritual. Inhibe la crítica de fondo y, en consecuencia, aleja la posibilidad de hacer buenos diagnósticos y aplicar soluciones eficientes. Todo lo que hay que hacer es pedir, exigir y hasta extorsionar al estado para que éste brinde todo. Como el pueblo y su líder son la misma cosa, el líder hace lo que el pueblo quiere (o dice que quiere) y el pueblo se lo cree. No hay más ley que la del pueblo y, por lo tanto, puede cambiarla o violarla a su antojo, porque supuestamente lo hace por deseo del pueblo. En realidad, la ajusta a sus intereses. El populismo atrapa la pasión de las masas que caen bajo su hechizante juego de seducción ideológica.
El 23 de octubre de 2011 hay elecciones presidenciales en la Argentina. Cristina Kirchner no ha anunciado aún su desición de postularse para un eventual segundo mandato presidencial. Los próximos cuatro años van a ser cruciales para una Argentina en un mundo con severos niveles de recesión y desocupación. Gane quien gane estas elecciones, él o ella tendrá la responsabilidad de elegir la senda por la cual conducir los destinos del país. Hay dos opciones claramente opuestas: el camino del populismo; esto es, persistir en la ilusión del estado social o estado benefactor despensador de prebendas y favores o, por el contrario, sentar las bases y condiciones para un marco de estabilidad jurídica que favorezca la inversión privada y una moneda fuerte como clave del crecimiento y el bienestar general. Tal vez una buena sería cambiar la parte de la marcha peronista que dice "combatiendo el capital" por "defendiendo el capital" y proceder en consecuencia. Hay que volver al Perón de 1973, el "Perón liberal." Indefectiblemente, mi Perón favorito.

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