lunes, 23 de enero de 2012

La igualdad

Una de las principales características del capitalismo es su masificación a través del tiempo. Elementos tan comunes en la actualidad como una radio o un televisor habrían parecido un lujo inconcebible para un rey de la Edad Media. Cuando recién se inventaron, esa radio y ese televisor eran verdaderos artículos suntuosos que sólo los más ricos ostentaban. El capitalismo, obviamente, beneficia en primer término a los más ricos, pero termina favoreciendo, aunque sea muy lentamente, a los demás. Y tal vez la paradoja más extraña es que la movilidad social ascendente estriba en las desigualdades. ¿Qué incentivo puede tener un hombre en un sistema colectivista para trabajar más y mejor, para producir más si sabe que será toda la vida oveja de un rebaño anónimo en un reino de igualdad social, que será eternamente un cero de una cartilla de racionamiento? Al desaparecer el incentivo, desaparece también el producto total y la riqueza en su conjunto disminuye. El capitalismo pone en práctica el principio de la propiedad privada, permite usufructuar el esfuerzo del trabajo y, por lo tanto, incentiva al hombre a producir más. Es una consecuencia natural y lógica. La riqueza en su conjunto aumenta en progresión geométrica. Es obvio e innegable que en la distribución final algunos salen más favorecidos que otros, pero aún el que menos recibe se encuentra en una situación infinitamente más favorable que bajo un sistema de socialismo colectivista. Nadie hace tres horas de cola para recibir una rebanada de pan que le da el gobierno.
Además, el hecho de que una persona se encuentre en una situación desfavorable no significa, estructuralmente, que dicha situación no vaya a mejorar. En la práctica, no está garantizado, obviamente, porque eso está mediatizado por las posibilidades sociales, económicas y las aptitudes de cada individuo, pero el hecho de que la mencionada masificación del capitalismo se cumpla coloca al hombre potencialmente más cerca de lograr esa movilidad social.
Hay un “uno por ciento” de ricos que parece tener obsesionado a todos los demás. Los Angeles Times informa que “los seis herederos de Walmart son más ricos que la suma del 30% de los estadounidenses con menos ingresos.” Es ciertamente honorable el hecho de querer disminuir las desigualdades sociales, pero el verdadero desafío consiste en lograr una sociedad que estimule y recompense el trabajo, la innovación, el talento y la eficiencia. Todo lo demás pasa por el camino de lo absurdo. Lograr una sociedad más igualitaria ha sido el objetivo de innumerables experimentos que han provocado más desigualdad, pobreza, atraso, pérdidas de libertades e indecibles horrores en la historia.
Este año habrá elecciones y cambios de liderazgo en países que concentran el 50% de la economía mundial. Y se verán innumerables propuestas para corregir las inequidades económicas que se han agudizado en los últimos años. Algunas serán tan ridículas que darán risa. El movimiento Occupy Wall Street sostiene la consigna “abolir la propiedad privada” (la de ellos no, por supuesto). Sin embargo, puede haber ideas nuevas y muy buenas.
Así, la economía de mercado sumada a una red de contención social inteligente es una combinación imbatible que asegura el progreso y el bienestar para todos.
La propuesta y, a la vez, el desafío es aprender de la historia. La historia humana es la aventura constante de nuestra raza de ampliar nuestros horizontes tanto como sea posible. Albert Einstein decía que debemos “aprender del ayer, vivir para el hoy y tener esperanzas para mañana.” Para nosotros, sin duda, lo asombroso es darnos cuenta de la vigencia de esas palabras.

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