lunes, 13 de febrero de 2012

Codicia corporativa

Hay una tendencia humana a endilgarle a un tercero las culpas por las propias fallas. Es el proceso que en psicología se conoce como “transferencia.” Ante la crisis económica actualmente en curso en los países industrializados, los diversos movimientos de protesta han dado lugar a un sinnúmero de teorías que intentan explicar como se ha llegado a esto. Por ejemplo una de las consignas que circulan por todo el orbe es “detener la codicia corporativa,” una versión corregida y aumentada de la “voracidad de la clase media” de la que hablaba Marx en el siglo XIX. Pero como muchos analistas lo han señalado, ocuparnos de la codicia no va al fondo de las cosas.
Vamos por partes. En cierto modo, procurar el propio bienestar en el mercado libre es ayudar a otros a lograr el suyo. Una verdadera virtud del sistema de mercado es, en general, que está estructurado de tal manera que permite canalizar esa búsqueda del interés propio hacia fines que son benéficos para el conjunto de la sociedad. Los hombres de empresa proporcionan productos y servicios útiles y necesarios y, en el proceso de hacerlo, requieren la ayuda de trabajadores a quienes contratarán. Es lógico que los empresarios esperen beneficios a cambio de sus productos y servicios por la simple razón de que el mundo se mueve en función de obtener beneficios y todos se especializan en ganar. Nadie se especializa en perder.
Los movimientos de protesta se refieren también al alto costo de los préstamos de vivienda, pero la gente no fue obligada a pagar más por las casas empleando dinero prestado en condiciones cuestionables, sino que tomaron la decisión de hacerlo. La crisis financiera no aconteció porque la gente de repente se volvió codiciosa después de toda una vida dedicada al ascetismo. Hay una crisis financiera debido a que las decisiones estaban equivocadas. Mucha gente aduce que siguieron reglas de juego que eran perversas, pero lo que importa señalar en este punto es que si en realidad hubo perversión, ésta provino de precios distorsionados. Los precios, en los mercados competitivos, expresan la verdad sobre los costos y los beneficios de producción en las más diversas actividades. Cuando el mercado es sistemáticamente distorsionado por el intervencionismo estatal, los precios mienten.
Por eso, la respuesta a estos problemas no es buscar la culpa en la codicia de terceras personas. Tampoco, obviamente, impulsar políticas socialistas de redistribución de la riqueza. Incluso si hoy día redistribuyéramos toda la riqueza, la distribución sería desigual mañana. Una vez que se acaba lo que hay para distribuir, no queda más que escasez y miseria que repartir y la única que se beneficia en última instancia es la burocracia. Lo único que consiguen las políticas de redistribución de la riqueza es eliminar todo incentivo para producir nada que distribuir. La economía de mercado es un sistema que tiende a estabilizarse a sí mismo cuando se produce algún inevitable desequilibrio producto de los vaivenes del mismo mercado. Todo lo que necesita es que se le permita operar libremente. Las máquinas eficientes funcionan sin que se las sometan a apremios, y la función del estado es ser un celoso guardián de las instituciones que hicieron posible el crecimiento económico moderno.

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