lunes, 8 de octubre de 2012

Una misión sagrada

Simón Bolívar decía que el que sirve a una revolución labra el mar. ¿Por qué? Porque una nación civilizada (con lo cual el inolvidable militar y estadista venezolano se adelantó a su tiempo) debe estar basada en el diálogo, en el debate, en el funcionamiento neto de instituciones transparentes, más que en el caudillismo y en la manipulación del poder. El proyecto de autoritarismo encarnado por Hugo Chávez logró, sin duda, su definitiva consolidación con su aplastante triunfo en las elecciones de ayer sobre su rival Henrique Capriles y deja a Venezuela por seis años más a merced del modelo que él mismo logró instalar consistente en la obediencia ciega, el fanatismo, y el culto a la personalidad infalible del líder. Se trata de un factor no sólo político sino también cultural que encuentra increíbles similitudes con la Argentina de hoy: persecución a los opositores, prensa controlada, capitalismo de amigos, historia reescrita, clientelismo, relato oficial y realidad. "En este país no hay empresarios, hay millonarios," comentaba un caraqueño ante las cámaras de televisión, y es cierto. ¿Quién necesita empresarios cuando se tiene amigos (léase obsecuentes) del poder? Chávez, exactamente igual que Cristina Kirchner, partió la sociedad en dos.
"Tú eres un burgués y esos lentes son burgueses, dámelos," le dijeron a un turista extranjero en un colectivo de Caracas. El turista los entregó en silencio. Hubo 19.000 asesinatos en las calles de Venezuela sólo en 2011. Los especialistas en violencia señalan que ha crecido el número de delitos contra la vida por sobre los delitos contra la propiedad. Un muerto hoy, aquí, no significa nada. Después de todo, lo importante es lograr el equilibrio del universo, como proclama a los cuatro vientos el comandante Chávez.
Y la grieta se profundiza, y eso también forma parte del universo que Chávez se compromete a equilibrar: el enemigo es el otro y el otro es el enemigo: el que piensa diferente, el más rico, el exitoso, el sospechoso de simpatizar con los yankis. Las familias no se hablan, los amigos se dejan de ver, las reuniones se hacen imposibles, invitados despechados se levantan y se van.
Las revoluciones son incompatibles con la tolerancia ya que observan el pluralismo como un signo de debilidad. La democracia, por el contrario, encuentra en ese pluralismo un rico semillero de propuestas cuya cosecha las torna útiles y necesarias para el fin del bien común. Un gobierno, cualquiera sea su orientación política, tiene una misión sagrada: unificar a su pueblo. Hoy, hay dos países, Venezuela y la Argentina, que están más divididos que nunca. En ambos hay un ambiente crispado y de tensión sin precedentes debido a la inseguridad, a la economía tambaleante, al mal funcionamiento de sus servicios e instituciones, a la falta de una verdadera justicia independiente, al deterioro de la educación, sólo por nombrar los factores más relevantes. En ambos, las causas se atribuyen a modelos que basan su hegemonía en la construcción de relatos, al uso del aparato de manera total y absoluta, al uso de la propaganda, con lo que la sociedad está siguiendo una lógica autoritaria. Todo se origina en la vocación de ese autoritarismo, en el desprecio de las instituciones republicanas y en la falta de la alternancia de mandatos fundamental para la supervivencia de dichas instituciones en el tiempo.

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