martes, 1 de octubre de 2013

Las expectativas para el 27 de octubre

A medida que se acerca la fecha de los comicios para renovar el congreso nacional, las expectativas crecen. ¿Qué posibilidades hay para el día 27? ¿Se consolidará la tendencia marcada por las PASO? ¿Hacia dónde se dirige el país en ese contexto? Pese a que el oficialismo insiste en que ha sido la fuerza más votada en términos absolutos, lo que ha resultado en la práctica es que su modesto 26% marca el desencuentro de la población con el régimen.
La fragmentación del electorado es espectacular. Así, podemos constatar una segmentación del mismo en tres grandes fracciones. La primera corresponde al oficialismo, que obtuvo un buen resultado en algunas provincias del norte del país y en la provincia de Buenos Aires, pese a haber sido derrotado por el Frente Renovador, nuevo emergente de la política argentina con Sergio Massa a la cabeza, una figura que promete dar que hablar de acá a 2015. La segunda porción la integra un mosaico de agrupaciones que van del centro a la izquierda, con dos columnas principales: el radicalismo y el socialismo. Con buenas actuaciones en Mendoza y Santa Fe, el socialismo representado por Hermes Binner se atribuye ser la segunda fuerza a nivel nacional. En tercer lugar, podemos ubicar al peronismo federal y disidente, a poca distancia del segundo. Finalmente, el PRO, con una cosecha a nivel nacional que parece impedirle, por ahora, proyectarse como actor relevante en la escena grande.
No hay un ganador claro a nivel nacional. ¿Es posible pensar en una articulación de gobierno que supere las meras instancias electorales? Chile y Uruguay pueden ser un ejemplo. La Concertación y el Frente Amplio son alianzas que, con defectos y virtudes, han podido dotar de eficacia a la administración de sus respectivos países. En la Argentina, esa incógnita no tiene todavía una respuesta, pero el problema es que cada vez hay menos margen y urge encontrar dicha respuesta. La corrupción, la economía en caída libre y el manejo arbitrario de la cosa pública siguen cobrando cuentas y cada día importa.
La peor herencia del kirchnerismo es haber instalado la violencia en la sociedad. Violencia que se vive a diario tanto en las palabras como en los hechos. Cristina no deja pasar un día sin atacar al periodismo. Las recientes tomas de colegios secundarios en la Capital Federal aprobadas por “asambleas” de padres que no superaban el centenar de integrantes, y los graves destrozos cometidos contra la parroquia de San Ignacio de Loyola dan cuenta de una sociedad hacinada, hastiada y dividida.
Por lo tanto, es importante que se dejen de lado intereses individuales para ponerlo todo al servicio del conjunto. Lo que está en juego es demasiado importante como para que los políticos pierdan tiempo en discusiones mezquinas y superficiales. Se trata, nada menos, que de salvar la república. Alguien tiene que ceder. Uno de los más profundos debates de estos diez años de kirchnerismo radicó en la manera en que debía ejercerse el poder. Esa querella generó un enorme nivel de confrontación que traspasó toda la gestión del oficialismo. Fuimos testigos de un modelo populista basado en la concentración de poder que generó lógicas resistencias. En ese contexto, el resultado de agosto, de ratificarse el próximo domingo 27, parece haber evitado aquello que le faltaba a ese esquema para perdurar: la reforma constitucional y la reelección presidencial. Obturado ese camino, se abre la transición hacia un cambio de personas en el gobierno siguiendo los principios republicanos de perioricidad de mandatos. Descreemos del modelo verticalista y autoritario que se nos proponía desde la cultura política kirchnerista. Queremos volver, en letra y en espíritu, al modelo de vida cívica y republicana que nos indica la constitución nacional.
La política siempre es más fácil para quien está en el poder. La increíble ventaja que confiere manejar los recursos del estado representa una situación terriblemente despareja para cualquier candidato opositor por fuerte que sea. Por eso, resulta imperativo que fuerzas organizadas se erijan como la alternativa opositora que tanto anhela una ciudadanía argentina ávida de propuestas plausibles para ser llevadas a la práctica en acciones de gobierno.

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