lunes, 1 de septiembre de 2014

Una movida absurda

No hay ninguna seriedad en el proyecto anunciado por la presidenta durante su visita a Santiago del Estero de trasladar la Capital Federal a esa ciudad. Sólo se trata de un intento más de esmerilar las noticias sobre la pésima situación por la que atraviesa el país. Afortunadamente, entre el descrédito que sufre el gobierno y la contundencia de la gravedad actual, cualquier maniobra, por elaborada que sea, chocará con el rechazo de la sociedad. En sus más de once años en el poder, nunca el kirchnerismo se preocupó por el tema del traslado de la Capital sino que sus prioridades fueron otras; por ejemplo, la guerra santa contra el diario Clarín. Pero eso era antes. Ahora cambiaron de opinión. Ahora lo que importa es esta maniobra ambulatoria, y las hasta ayer tan temibles conspiraciones corporativas pasan a un segundo plano.
Hoy, cuando el gobierno no puede garantizar la provisión de energía eléctrica, relanza una y otra vez obras de infraestructura que nunca llegan a materializarse, libra batallas épicas con los interlocutores que él mismo eligió para negociar sus deudas, se empeña en avanzar en la regulación de precios y niveles de comercialización, y cuando se embarca en absurdas denuncias públicas de terrorismo mientras no puede garantizar ni la libre circulación de los ciudadanos ni su seguridad, el traslado de la Capital se transforma en otro mero distractor social, igual que el tren bala, igual que las promesas de autoabastecimiento energético, igual que el plan de construir nuevas autopistas entre otros temas de falsedad que han sacado de la realidad a los argentinos.
El argumento del oficialismo es más endeble ahora que nunca. El titular de la Cámara de Diputados y precandidato presidencial por el FPV Julián Domínguez asegura que el traslado cumpliría con el sueño de San Martín, que quería una capital lejos del puerto, atenuar el poder porteño, pues eso es un viejo mal de la política nacional que siempre tendió a centralizar el poder en manos del gobierno de turno sea donde fuere que éste funcione. Ahora bien, intentar fundamentar esa posición en la situación actual, cuando este gobierno está ejerciendo el unitarismo más feroz y arbitrario de los últimos 30 años de democracia, es una contradicción que no resiste el menor análisis. Muchas veces, la presidenta se jacta de gobernar desde El Calafate, y Santiago del Estero es un feudo que está a merced de los poderosos de turno: primero los Juárez y ahora los Zamora. Por eso, proponer el traslado de la capital allí no es un debate serio sino más bien una estrategia para favorecer negocios de amigos.
En 1986, Raúl Alfonsín propuso trasladar la capital a Viedma, “hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío,” pero la idea no prosperó. Nada permite suponer que haya más posibilidades de hacerlo hoy. El país acumula acuciantes problemas (inseguridad, inflación, situación económica, etc.), ya se encuentra claramente en recesión, y lo que hay que resolver de manera urgente no es el traslado de la Capital sino estos problemas que el gobierno niega sistemáticamente. Simplemente, el país no está en condiciones de trasladar ni una estatua, como la decisión totalmente inútil de remover el monumento a Colón, por ejemplo. Junto con la Capital se trasladará el conformismo, la obsecuencia, la mediocridad, la arbitrariedad y el clientelismo que caracterizan a este gobierno. Eso será el logro de esta movida absurda.
Y en definitiva, no importa donde esté radicada la Capital. Eso no es lo responsable del deterioro institucional, sino que todo fue avalado por el voto del pueblo que convalidó a cada uno de los gobiernos, labrando su propia suerte. Porque no son las instituciones las que modelan la política, sino a la inversa, como quedó a la vista en los últimos treinta años de democracia.

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