viernes, 5 de abril de 2013

La última oportunidad

La hora es grave. Está roto el contrato social. La Argentina está fracturada. Por un lado, el país del relato kirchnerista, el país en virtud del cual la Argentina se hunde en la vorágine de inflación, inseguridad, mentiras y prepotencia. Por otro lado, el país real; el país que muy sintéticamente, pero no por eso menos fehacientemente, acabo de describir.
Ya no se trata de ideas políticas encontradas. Se trata de una mafia con códigos operacionales de estilo propio que ha secuestrado la Casa Rosada encabezada por una demagoga, manipuladora y mentirosa patológica, y la runfla de obsecuentes que la rodean como abeja reina y la mantienen en el poder mientras el país involuciona, se cierra al mundo y se aferra a ideologías trogloditas de estatismo populista que sólo buscan aumentar el clientelismo como una forma de acrecentar el caudal de votos para su redil, estrategia que ven como el modo más seguro de perpetuarse en el poder.
El país está fracturado y la ruina es manifiesta a todo nivel. Pero esto tiene nombre y apellido: Cristina Kirchner y su díscolo vicepresidente-guitarrista Amado Boudou, el peor vicepresidente y el peor guitarrista del mundo. Las dos cosas.
Están destruyendo el país en nombre de una ideología que no existe. El gobierno se dedica a presionar intendentes y gobernadores no adictos, la justicia sigue sometida al poder de turno y más que justicia parece una escribanía, la galopante inflación no da tregua, la inseguridad sigue imperando en las calles, la consabida runfla de obsecuentes televisivos siguen cantando loas al régimen cual Ministerio de la Verdad del Gran Hermano de Orwell, y mandatarios de todo el mundo vistan Brasil y Chile, pero no la Argentina.
El kirchnerismo siempre puso especial énfasis en el aumento del empleo. Ese ha sido, sin duda, pilar de su retórica en un país en el que el desempleo había alcanzado niveles demenciales hasta 2003, pero lo cierto es que desde 2008, el empleo público viene creciendo a niveles muy superiores que el empleo privado. Esto, en la práctica, equivale a decir que la economía se está contrayendo y que el país no está creciendo. La Argentina, simplemente, no ofrece garantías para la inversión privada y está muy lejos de ser un país serio, confiable, predecible. El gobierno está otorgando puestos públicos como una manera de tergiversar las estadísticas que indican lo que hasta para ellos tendría que ser evidente: está aumentando el desempleo. No solamente eso. Estos puestos públicos son siempre para los adictos al gobierno (léase la Cámpora), para sus amigos, para los amigos de sus amigos, para los amigos de los amigos de sus amigos y para los amigos de los amigos de los amigos de los adictos al gobierno, ya que en un gobierno corrupto y mentiroso, se castiga y se excluye al idóneo y se premia al obsecuente.
El modelo se basó en que se puede generar una ilusión de progreso indefinido mediante el uso irresponsable de los recursos públicos, la emisión monetaria a discreción como fuego de ametralladora, la distorsión constante y permanente de la realidad y la red de complacencia mediática que en todo momento apoya esa distorsión. Pero como lo demuestra la experiencia mundial, el estado paternalista y dispensador de favores es una ilusión, y ni bien se consumen sus subsidios y prebendas, sus beneficiarios terminan tapados por el agua. Y los alcahuetes mediáticos, desde sus confortables asientos detrás de las cámaras de televisión pagados por los impuestos de los contribuyentes, analizan la cobertura de los hechos, y hablan y ríen, como la familia de robots del señor Hathaway de Crónicas Marcianas.
Y el viento sigue soplando y el mar muerto sigue muerto.
Y el agua nos tapa a todos, moral y materialmente. La tragedia es demasiado grande, demasiado general. Nadie se salva de ella. El gobierno nacional nunca se ocupó debidamente de las obras de infraestructura indispensables. Y para peor, nadie, ni el gobierno nacional ni los gobiernos locales parecieron estar preparados para enfrentar este desastre climático que nos azotó. La tragedia de la inundación dio cuenta de un estado ausente e improvisado, incapaz de garantizar derechos elementales que justifiquen su existencia. No tenemos derechos ni garantías de ningún tipo. No hay transportes públicos adecuados, no hay seguridad en las calles, no hay instituciones sólidas, no hay independencia judicial, no hay educación pública de calidad y, como quedó demostrado, no hay condiciones para afrontar una situación de emergencia.
El poder representa una situación terriblemente despareja para cualquier alternativa opositora, por fuerte que sea, ya que la balanza siempre se inclina para el que lo detenta. Por eso, hoy más que nunca, es menester la presencia de una verdadera fuerza opositora que sirva e freno al avasallamiento de esta dictadura demencial que está mancillando, que está destruyendo literalmente la república. Si ellos dicen “vamos por todo” nosotros tenemos que contestarles “hasta acá llegaron, hasta acá basta.” El disperso arco opositor tiene esa deuda: superar la inoperancia que lo caracteriza y erigirse como alternativa a tanta soberbia, delirio e impunidad. Sabemos que la tarea no es fácil en un espectro político devastado por diez años de prepotencia y de mentiras, pero es menester que políticos capacitados se sientan llamados a ejercer con valentía y decisión esta gran responsabilidad. Hay una oportunidad para comenzar a construir un proyecto político alternativo. El próximo jueves 18 de abril, marchamos a Plaza de Mayo en contra del gobierno kirchnerista. Como una digna continuidad de las históricas marchas del 13 de setiembre y el 8 de noviembre del año pasado, este evento puede significar el cambio de bisagra en la historia. Nadie puede predecir qué saldrá de ello, pero es una oportunidad, y eso es lo que importa. Porque, sencillamente, puede ser la última oportunidad para nosotros. La Argentina está yendo a velocidad crucero a convertirse en una nueva Cuba, y de eso no hay retorno. Si los argentinos no abandonamos nuestra parsimonia, si no somos nosotros los que ponemos límites a este delirio, serán otras las fuerzas que vengan a poner orden, y la próxima marcha la vamos a tener que hacer en Colonia o en Montevideo porque acá no nos van a dejar. No habrá retorno, insisto, cuando la Argentina sea como Cuba. Cuando llegue aquel día, la Cámpora va ser la AKámpora-47, porque van a salir a la calle con fusiles AK-47 y se van a meter por la fuerza en las casas para ver si la gente guarda ejemplares de Clarín, de La Nación o de Selecciones del Reader’s Digest. Y van a pedir los pasaportes para viajar 80 kilómetros en el país como hacían en la Unión Soviética.
El 18 de abril, a la noche, los argentinos tenemos una oportunidad. Debemos demostrar que somos capaces de decir "basta" a la soberbia con que se nos bastardea todos los días. Lo que está en juego es demasiado importante como para que los políticos opositores pierdan tiempo en discusiones superficiales. Es menester dejar atrás la mezquindad y anteponer los intereses de la nación para salvar a tiempo la república. Recordemos que, como dijo, Edmund Burke, lo único necesario para que el mal triunfe es que la gente de bien no haga nada.

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