lunes, 1 de agosto de 2011

El día que estuvimos en California

Hipólito Bouchard fue un militar y corsario francés que luchó al servicio de las Provincias Unidas del Río de la Plata y del Perú. Radicado desde muy joven en Buenos Aires, tomó parte activa en la Revolución combatiendo a las órdenes de Juan B. Azopardo, el almirante Brown y el general San Martín. Se caracterizó por tener un duro carácter que lo llevó a protagonizar varios incidentes con sus tropas y a tomar severas represalias contra quienes se le insubordinaban. En su personalidad, primaban su valentía y un gran espíritu combativo. Liberal y antimonárquico, fue fiel defensor de la causa de la independencia argentina poniendo a su disposición sus vastos conocimientos navales.
Luego de participar en el combate de San Lorenzo, se embarcó en la aventura que lo llevaría a circunnavegar el mundo comandando operaciones de corso, de combate y otras acciones en Madagascar, Indonesia, Filipinas, Hawaii y, finalmente, California. Al mando de la fragata La Argentina, llega a las costas de Monterrey el 20 de noviembre de 1818. La idea del almirante Brown era hostigar el comercio marítimo realista español y obtener recursos pecuniarios. El objetivo era tomar esa población, que en aquel entonces era una pequeña aldea destinada a padres franciscanos. Debido a su emplazamiento, Monterrey estaba aislada de la civilización por el desierto que la rodeaba, por lo cual la única vía de acceso era el mar. Bouchard llegó acompañado por un total de aproximadamente 200 hombres armados con lanzas, fusiles y algunos cañones.
En la madrugada del 24 de noviembre, Bouchard ordenó a sus hombres entrar en combate. Desembarcaron en las proximidades del fuerte de Monterrey, en una caleta oculta detrás de una colina. La resistencia del fuerte fue muy débil, y tras una hora de combate fue enarbolada la bandera argentina. “A las 8 horas desembarcamos, a las 10 era en mi poder la batería y la bandera de mi patria tremolaba en el asta de la fortaleza,” dice la escueta, pero colorida bitácora. Así, los argentinos tomaron la ciudad durante seis días en los que se apropiaron del ganado, quemaron el fuerte, el cuartel de los artilleros, la residencia del gobernador y varias casas de españoles junto a sus huertas y jardines.
El 29 de noviembre zarparon de la bahía de Monterrey dirigiéndose hacia un rancho llamado El Refugio, y sin encontrar resistencia, se apoderaron de los víveres y sacrificaron el ganado. Algunos milicianos esperaban en los alrededores esperando que alguno de los hombres de Bouchard se separara para tomarlo como prisionero. De esta manera, capturaron a un oficial y dos marineros. Bouchard los esperó durante todo el día 6 de diciembre, creyendo que se habían extraviado. Finalmente, decidió partir a Santa Bárbara, donde posiblemente los tuvieran apresados, no sin antes incendiar el rancho. Tras llegar a Santa Bárbara, el corsario envió un emisario al gobernador para proponerle un intercambio de prisioneros. Después de la negociación, los tres hombres capturados fueron liberados y Bouchard debió entregar un prisionero, “el borracho Molina, del que nos hubiéramos librado a cualquier precio.”
El 16 de diciembre, se dirigieron a la misión de San Juan Capistrano, donde solicitaron víveres a los oficiales realistas. Ante la negativa a este pedido, Bouchard decidió mandar a 100 hombres a tomar el pueblo. Tras una breve lucha, los corsarios se llevaron algunos objetos de valor e incendiaron las casas de los españoles. El 20 de diciembre, zarparon a la bahía Vizcaíno, y luego de algunas operaciones en la costa mexicana, emprendieron el regreso hacia Valparaíso, Chile, donde Bouchard se uniría a José de San Martín para colaborar con su campaña libertadora.
Surge la controversia entre los diversos historiadores sobre si catalogar a Monsieur Bouchard como “corsario” o “pirata.” Está claro, como vimos, que sus acciones no se caracterizaban precisamente por el tacto y la diplomacia. Acaso su capacidad, su lealtad, su honestidad de convicciones y su innegable servicio a la causa de la independencia nacional son los factores que lo exoneran definitivamente de todo juicio peyorativo. Si la resolución era hostigar a los españoles allí donde estén, ese objetivo podía darse por cumplido. La presencia española en el océano pacífico era muy importante en esos días, y era primordial debilitarlos como una estrategia para el logro de nuestra independencia.
Y de esta manera, California fue potestad y dominio argentino dando lugar a los hechos mencionados. Resulta ciertamente extraño y conmovedor pensar que en lo que hoy es la quinta unidad económica del mundo, flameó alguna vez la bandera argentina. Recovecos y vericuetos de la historia, si los hay. Los yankis fueron a la luna y nosotros, a California. Es la diferencia entre lo que hace un país del primer mundo y uno del tercero.

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