jueves, 4 de agosto de 2011

El drama de los refugiados cubanos

En mi entrada anterior, toqué el tema de Elián González, el pequeño refugiado cubano que acaparó la atención mundial en su momento. En este artículo, quiero analizar en profundidad este fenómeno, el de los refugiados o “balseros” cubanos, un fenómeno que –extrañamente- tiende a ser tomado por la opinión pública con una ligereza que sorprende y que llega hasta asustar.
Se habla de los “balseros” como si fuera un juego del Parque de la Costa y no como lo que es realmente: una tragedia humana de dimensiones inconmensurables. El mismo nombre es engañoso. La imagen que nos evoca un “balsero” es un “aventurero” o un “explorador” navegando feliz y despreocupado en una simple embarcación: una imagen totalmente inocente.
Lo que los cubanos están protagonizando en forma ininterrumpida desde hace medio siglo es la penosa salida de una dictadura delirante ejecutada por un déspota senil que se niega a conceder a sus súbditos la más mínima y elemental de las libertades: irse del país a quienes no comparten sus ideas.
Una vez que Fidel Castro se hubo consolidado en el poder en Cuba, algunos pudieron salir al principio, en aquellos primeros días. Otros, después, con más dificultades. Luego fue mucho más difícil. Con la anuencia soviética, la cortina de hierro comenzó a cerrarse herméticamente sobre la patria de Martí. Irse era ya muy arriesgado. Había que escaparse en botes precarios navegando en mares repletos de tiburones, o colgados de los trenes de aterrizaje de los aviones, porque la desesperación de los cubanos es tan grande que, a pesar de todo, se iban de Cuba. Y se siguen yendo, por supuesto.
Claro que nada es fácil. Una familia que desea escapar se somete a todos los riesgos, a todos los miedos. Con ayuda de los compañeros de viaje, se procura la embarcación: un bote, una balsa hecha a mano, hasta arrancan el tejado de madera de una casa para usarlo como balsa. No hay opción. Todo es bueno. Todo sirve. Unos afortunados han conseguido una lancha a motor. Alguien trae los bidones de combustible. Ya están listos para partir. No hay un minuto que perder. Pero algo salió mal: uno de los miembros de la familia, el hijo adolescente, no llegó a reunirse con el grupo a la hora señalada. Nadie sabe qué le pasó. ¿Fue detenido? ¿Alguien lo delató? Y el dilema es esperarlo –y arriesgarse a ser descubiertos- o partir inmediatamente de acuerdo al plan. Pasan unos pocos minutos que parecen horas. El resto del grupo empieza a presionar a los padres: tenemos que irnos, no podemos perder más tiempo, ustedes pueden quedarse si quieren, nosotros ya nos vamos. Y se van todos. Porque es tan grande la desesperación, el sistema comunista los asfixia de tal manera que se van de todos modos, así queden despedazados sus corazones al igual que los núcleos familiares.
Este éxodo incesante a través de medio siglo debiera decirle algo al mundo entero, pero no, por cierto, la explicación que una vez dio el periódico Granma, que dijo que las personas que desean abandonar la isla eran “delincuentes, lumpens, antisociales, vagos y parásitos” y “homosexuales, aficionados al juego y a las drogas que no encuentran en Cuba fácil oportunidad para sus vicios.”
La explicación, definitivamente, son estas declaraciones que un ingeniero cubano residente en Key West, Florida, efectuara hace algunos años ante las cámaras de televisión: “Cubanos que son simples operarios tienen en este país mucho más de lo que los profesionales podemos tener en Cuba. Entonces, abramos los ojos, no es el capitalismo el que explota al hombre; es el comunismo, que nos pone a todos al servicio de una reducida oligarquía: los funcionarios del partido, empezando por Fidel. Ellos son los únicos que pueden defender el comunismo, porque son los únicos que sacan partido de él.”
Cada tanto, vemos por televisión multitudinarias manifestaciones en las que millones de cubanos se congregan junto a Fidel Castro brindándole su adhesión. Uno no puede menos que preguntarse, ¿van a la plaza porque están realmente de acuerdo con el gobierno o porque se controla la asistencia, amenazando con retirar la tarjeta de racionamiento a los ausentes?
El ser humano progresa cuando puede ejercer plenamente sus facultades creativas y cuando tiene derecho a la propiedad de lo que ha producido o recibido en compensación por su trabajo. El drama de los refugiados cubanos representa a gentes que creen en algo más grande que ellos mismos, y lo creen tanto que están dispuestos a arriesgar la vida navegando en botes, balsas, lanchas y literalmente cualquier cosa que flote, como un tejado de madera. Reclaman para sus vidas eso que en Cuba les está vedado: la oportunidad de progresar. Por eso, Granma se equivocó en su enfoque sobre el tipo de “oportunidad” que hay en Cuba. Oportunidades para el vicio hay de sobra. La prueba está en que Fidel Castro todavía vive ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario