sábado, 9 de febrero de 2013

Un reaseguro digno y apropiado

El choque entre la era agrícola y la era industrial provocó la emigración del campo a las ciudades con su inevitable secuela de marginalidad, enfrentamientos de todo tipo, violencia y destrucciones. De la misma manera, la transición de la era industrial a la era tecnológica actual plantea dilemas que surgen de la realidad de un mundo interconectado en el que la información, la producción de bienes, las comunicaciones, las finanzas, las decisiones se suceden en forma cada vez más vertiginosa. La expansión de la ideología del libre comercio se da como un medio apto para estimular la producción de riqueza. Sin embargo, esto trae aparejadas serias cuestiones en relación con la situación laboral.
Por ejemplo, muchas grandes corporaciones trasladan sus plantas de países desarrollados con buena protección social a otros cuyas normas laborales son escasas o prácticamente nulas, lo cual permite un costo de producción irrisorio a costa, en algunos casos, de jornadas agotadoras o salarios miserables.
La consecuencia es que muchos trabajadores de los países desarrollados pierdan sus puestos y que las cifras de desempleo aumenten. A esto hay que agregar el gran remanente que en el mercado de trabajo causan las nuevas tecnologías con su devastadora supresión de puestos de trabajo, que obligan a medidas de racionalización laboral que permitan a las empresas ser competitivas.
Aparece entonces la necesidad de la llamada flexibilización laboral para reducir los costos y, eventualmente, favorecer el empleo modificando normas y acuerdos laborales, lo que debía hacerse cuidadosamente y siguiendo prudencialmente todos los tiempos de cambios que fueran necesarios.
Ante el avance de estas tendencias, a veces exageradas, algunas voces se alzaron dando la alarma como una llamada de atención sobre una realidad social que no puede ocultarse. Por ejemplo, la Organización Mundial del Comercio emitió una declaración en la que señala su apoyo al establecimiento de normas laborales básicas y, al mismo tiempo, reconoce que la OIT (Organización Internacional del Trabajo) es el organismo adecuado para promover el cumplimiento de tales normas. Por su parte, la Conferencia Internacional del Trabajo, con sede en Ginebra, llama a sus 174 países miembros a garantizar los derechos básicos de todos los trabajadores, tales como la libertad de asociación y negociación colectiva, la prohibición del trabajo infantil y del trabajo forzado, y el principio de la no discriminación en el trabajo. Estas garantías tendrían que ser respetadas por todos los estados miembros sin importar otras convenciones que han ratificado.
Así, si todo eso se concreta, volvería a tener vigencia el principio angular fijado en el Tratado de Versalles, que decía que "el trabajo del hombre no puede ser considerado como una mercancía." Desde Versalles y sus lejanos días hasta el Silicon Valley de California donde se perfila el futuro, deben cumplirse estos principios tan importantes en nombre de la justicia social, y la ideología del libre comercio habrá encontrado un reaseguro digno y apropiado.

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