jueves, 2 de septiembre de 2010

Un hombre, una utopía

El muro de Berlín, el desembarco en Bahía Cochinos y la crisis provocada por la instalación de misiles soviéticos en Cuba a la vez que las luchas por los derechos civiles atormentaban su administración nacional, fueron factores de enorme peso político que debió afrontar el presidente John Fitzgerald Kennedy durante sus mil días de gobierno en los Estados Unidos.
El muro de Berlín fue una de las heridas más dañinas que la humanidad padeció desde la finalización de la segunda guerra mundial. Kennedy manifestó su oposición en 1961 y luego repudió aquella ignominiosa frontera desde la misma Berlín con su inolvidable "Ich bin ein Berliner." Y en 1962, al instalar los rusos sus bases de misiles de largo alcance en Cuba, el mismo Kennedy fijó una firme posición que obligó a Kruschev a desmantelar esas bases. El incidente de los misiles demostró que el primer ministro soviético tenía la clara intención de establecer en la isla caribeña la cabecera de puente de la avanzada comunista en América. La decidida intervención del mandatario norteamericano cambió, sin duda, el curso de la historia.
Sin embargo, el episodio más significativo que debió protagonizar el presidente fue su propia muerte, el 22 de noviembre de 1963. Fue asesinado en Dallas, Texas. John Kennedy partía muy pronto de este mundo y Occidente se quedaba sin su máximo conductor político. El magnicidio perpetrado en Dallas fue seguido de una serie de inexplicables desapariciones de testigos del hecho, y hasta el presente plantea una serie de interrogantes a los que no se ha dado satisfactoria respuesta. La primera consecuencia del crimen fue el asesinato del propio Lee Harvey Oswald, a quien todos los indicios presentaban como el principal sospechoso. Un tal Jack Ruby lo asesinaba en la penitenciaría de Dallas frente a las cámaras de televisión. A su vez, la posterior muerte de Ruby borró toda pista para la develación del magnicidio, ya que fue muy difícil aceptar que ambos crímenes no estuvieran conectados.
El juez Warren llegó a compilar en un voluminoso informe las pruebas de que, teóricamente, Oswald había actuado solo. ¿Hubo una conspiración? Hay muchos motivos para creerlo, pero las preguntas que nunca hallaron respuesta son, ¿quiénes? ¿por qué? ¿para qué? Kennedy tenía muchos enemigos a raíz de los graves hechos que debió afrontar durante los mil días en que estuvo al frente de la Casa Blanca. El peor de esos enemigos fue el que lo alcanzó en Dallas.
John Kennedy había logrado redefinir el sueño americano, ese sueño siempre inconcluso, esa utopía que jamás parece terminar de definirse. El mismo había dicho que la sociedad americana era un proceso, no una conclusión. Como si acaso hubiera podido ver que viente años más tarde, ese proceso sería nuevamente redefinido por un pueblo que ya había adherido en forma mayoritaria a la revolución conservadora del presidente Ronald Reagan.
Más tarde, el fallecimiento de Jacqueline Kennedy cerraba definitivamente el ciclo. Y los mismos niños que un frío día de noviembre de 1963 habían despedido al presidente, hacían lo propio, ya adultos, con la ex primera dama en el mismo lugar que treinta años atrás había detenido el pulso del mundo.
Los tiempos han cambiado, pero John Kennedy dejó una herencia que permanece viva en una Norteamérica que cree en su futuro, que constantemente se reinventa y redefine a sí misma, que busca permanentemente su utopía y espera algún día encontrarla sólo para volver a soñar. Desde su eterna morada en Arlington, un hombre llamado John F. Kennedy sigue divisando esa utopía.

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