sábado, 18 de septiembre de 2010

El estado debe devolver a la empresa privada el incentivo de trabajar y de innovar

Si el fin de la economía es crear riquezas y empleos, la aplicación de los principios del liberalismo constituye una gran victoria.
Desde luego, estos principios no garantizan ciento por ciento de crecimiento económico, pero sin ellos hay poca esperanza de recuperación. Los verdaderos economistas no hacen predicciones, no poseen las recetas del éxito, pero conocen los métodos que llevan al fracaso.
Uno de esos métodos es intentar reactivar la economía mediante la emisión monetaria. La condición previa absoluta para la recuperación y el crecimiento económico es extirpar de la economía sus tendencias inflacionarias. Esta actitud siempre es objeto de las críticas más violentas por parte de la izquierda, pero es lo que hace posible la estabilidad de la moneda, base de la recuperación en tiempos de crisis. Si todos los gobiernos del mundo siguieran esta línea de conducta de moderación monetaria, la inflación sencillamente no existiría.
Otra medida decisiva es rebajar las tasas más altas del impuesto a las ganancias. La consecuencia inmediata es devolver a los dirigentes de empresas la motivación de trabajar y de innovar. Además, empresarios de otros países que soportan sobretasas acuden invariablemente al país donde la presión impositiva es menor y allí crean riquezas y empleo. En este punto, mientras que las anteriores tasas confiscatorias llevaban al fraude o a comportamientos irracionales, el nuevo régimen logra que los ciudadanos vuelvan a las actividades productivas.
Todos estos efectos benéficos explican por qué, en realidad, la reducción del impuesto a las ganancias no cuesta nada al presupuesto del estado. El salto hacia adelante de la economía en una nación compensa con creces los "favores" fiscales otorgados a los empresarios.
Otro aspecto fundamental, después de la estabilidad monetaria y la reducción de la presión impositiva, es la desregulación. Al eliminar monopolios públicos y privados, sectores enteros de actividades como los transportes o las telecomunicaciones entran nuevamente en competencia y el resultado es que una mayor cantidad de ciudadanos viaja o se comunica a tarifas más bajas. La disminución del volumen de los textos reglamentarios que habitualmente controlan esas actividades es, asimismo, decisiva.
La puesta en práctica de estas políticas de neto corte liberal desmiente los sombríos vaticinios sobre el carácter ineluctable de la desocupación en tiempos de una crisis. Los empleos que se van creando en el proceso de recuperación no son únicamente, como a veces afirma la izquierda, trabajos subalternos y mal remunerados. Esos empleos son el resultado del crecimiento. La incitación a volver a encontrar trabajo es más fuerte en los países que han adoptado una economía de mercado que en aquellos donde el estado sigue siendo fuertemente intervencionista. En estos últimos, es más difícil contratar a una persona joven sin capacitación, porque las presiones impositivas que pesan sobre los empleadores son tan grandes, la toma de personal implica obligaciones tan engorrosas (beneficios sociales de todo tipo, asignaciones familiares, etc.) que la contratación suele restringirse al arco de lo imprescindible: el personal más capacitado y experimentado. Además, lo abultado que suele ser la ayuda social que el estado otorga a los desocupados, desmotiva a éstos a buscar rápidamente un nuevo empleador.
Otro punto muy importante es otorgar a la inmigración un carácter más liberalizado. En 1987, el congreso norteamericano aprobó una ley que prohibía a los empleadores contratar inmigrantes indocumentados. ¿Cuál pudo haber sido el resultado? Absolutamente ninguno, excepto hacer florecer la industria de la falsificación de documentos. De los 400 dólares que costaba la "green card" falsa cuando se votó la ley, el precio cayó a la décima parte en menos de cinco años. La ley no prevé que el empleador verifique la autenticidad de los documentos que se le presentan. ¿Cómo podría hacerlo? En la actualidad, se estima que hay unos 11 millones de inmigrantes ilegales en los Estados Unidos. Si tenemos en cuenta este dato, nos daremos una idea de la "efectividad" de esa ley. A la inmigración no la controla el estado; la regula el mercado de trabajo. Si los inmigrantes afluyen de un país a otro, lo hacen por la simple razón de que en el país receptor hay empleadores interesados en contratarlos. El potencial de un trabajador inmigrante, que no cabe duda que ha venido a trabajar, es incalculable. Además, la inmigración contribuye a que los trabajadores nativos suban un punto en la jerarquía de empleos. Alguien que comprendió muy bien todo esto fue Ronald Reagan. Por eso, fomentó el ingreso de trabajadores emigrados cuando era gobernador de California y continuó haciéndolo desde la Casa Blanca.
Sin embargo, cabe señalar que si la contratación de los inmigrantes está mal orientada, puede pesar indebidamente sobre la seguridad social. La red de ayudas públicas puede atraer también a numerosos inmigrantes que tal vez sólo buscan aprovechar la ayuda social del estado.
¿El crecimiento es una ilusión a corto plazo, suscitada por un déficit que habrá que reembolsar? En realidad, esa crítica no tiene ningún fundamento económico. Es sencillamente errónea. Supone, efectivamente, que la realidad social es comparable a la de un particular que se endeuda y, tarde o temprano, tendrá que restringir sus gastos para reembolsar el dinero prestado. No son dos situaciones que se puedan comparar.
En primer lugar, si los capitales afluyen a un país determinado, es porque ese país se ha convertido -y se sigue convirtiendo- en una economía más atractiva respecto a otras, inspira confianza y se presenta ante el mundo como la mejor opción para invertir. Este clima de confianza a través del tiempo atrae capitales como ningún otro factor. El dinero que afluye de esta manera no se derrocha, sino que se invierte en empresas y los beneficios de esas empresas reembolsarán las deudas respectivas. Esto responde a una crítica constante según la cual el crecimiento económico es "artificialmente" inflado por las actividades de servicio. En síntesis, todos los argumentos corrientes hostiles al liberalismo económico son falsos, basados todos ellos en la ignorancia. Y el clásico argumento según el cual el capitalismo hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, no tiene asidero alguno. Nada ha verificado esta infamia tan vieja como la historia del capitalismo y totalmente invalidada por los hechos.
Los medios de comunicación nos bombardean con historias de pobres dejados en los andenes de la economía, pero los pobres no subsisten en una economía liberal. Como los de Europa o Japón, sobreviven artificialmente mediante subvenciones que los políticos perpetúan por razones electorales. La respuesta adecuada a la pobreza debería ser, según Milton Friedman, un "impuesto negativo sobre las ganancias." Esta idea del célebre economista estadounidense, que puede ser aceptada por la izquierda y por la derecha, sería el único medio de contener los gastos sociales. En ese sistema, todas las ayudas sociales serían reemplazadas por un mínimo asegurado a cada ciudadano, a condición de que cada uno administre de la mejor manera posible ese ingreso mínimo.
Igualmente, el problema de la pobreza tan flagrante en los grandes centros urbanos es, en realidad, un problema extra-capitalista. En efecto, las ayudas del estado reservadas a los padres solteros perpetúan la inestabilidad familiar, encierran a los más desposeídos en una verdadera dependencia burocrática. Debemos fortalecer por todos los medios la familia, núcleo de la sociedad.
Otra propuesta original de Friedman es el equilibrio obligatorio del presupuesto. Friedman siempre consideró que la presión política del parlamento es tal que los gastos del estado jamás podrían ser controlados salvo que la constitución pusiera un freno a ello. De ahí la idea de una enmienda constitucional que obligue a contener los gastos en un nivel constante y a equilibrar el presupuesto. Es necesario, nos dice Milton Friedman, que las autoridades monetarias puedan resistir a las presiones políticas. Es igualmente indispensable reducir el gasto público para devolver a los ciudadanos la libre disposición de su dinero: siempre lo utilizan de una manera más productiva que el estado.
Desde luego, no todo será color de rosa, pero los problemas no están allí donde los adversarios del liberalismo los ven. Las fallas del liberalismo no se deben a los excesos sino a la timidez del liberalismo. Lo que no es liberal no funciona en el liberalismo. Si hay un solo servicio que los economistas liberales prestaron a la humanidad, es haber enseñado que la libertad en todos los campos es la condición de la prosperidad. La privatización y la desregulación son las claves de la recuperación económica. Combatir la inflación, no acostumbrarse a vivir con ella. Reducir el gasto público, no crear nuevas oficinas burocráticas para administrar la maraña de regulaciones que traban la libertad económica. Fortalecer la moneda como clave del bienestar general en lugar de persistir en la ilusión del estado paternalista dispensador de favores.
Finalmente, los países industrializados tienen el deber de llevar a término una obra común: un sistema monetario internacional estable.
Con frecuencia, la economía es impredecible; pero no hay que entrar en pánico: hay que establecer las reglas que calmarán a los jugadores.
Tal debería ser la prioridad de todos los gobiernos y de sus sucesores. Estos sucesores proseguirán con el capitalismo porque es el único sistema que funciona para todos, ricos y pobres.

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