sábado, 11 de septiembre de 2010

Sobre el 11 de septiembre de 2001 y la barbarie terrorista

Ahora que las Torres Gemelas no existen más porque un tal Bin Laden las tiró abajo, ¿viven mejor los pobres en alguna parte del planeta? ¿Quién se perjudicó realmente por lo ocurrido? ¿George W. Bush, su padre o las 3.000 personas de 62 países diferentes cuyo único error fue estar en mal lugar en mal momento? ¿Y los que se quedaron sin trabajo?
Hay una tendencia a justificar los crímenes de los terroristas atribuyendo, en última instancia, la responsabilidad de estos crímenes a los Estados Unidos. Según ese argumento, los Estados Unidos ejercen desde hace muchos años una política explotadora e imperialista y, por ende, estos crímenes terroristas serían justificables por liberar a los pueblos oprimidos.
Ese argumento omite lo principal: que esta actividad terrorista no cuenta con la aprobación de ningún pueblo del mundo y que está entrenada, financiada y dirigida por gobiernos no para servir a la liberación de ningún pueblo sino a sus propios intereses. Lo peor de ese argumento tan ingenuo es que llega a ser nihilista: vulnera las convicciones sobre la superioridad moral de los valores de Occidente y, como antítesis, confiere legitimidad al odio y a la barbarie. En vez de juzgar a los terroristas por sus crímenes, se los pondera por sus motivaciones. Excepto cuando alguien reacciona contra el terrorismo. Entonces no interesan las motivaciones de nadie, solamente interesa la defensa de los derechos humanos de los asesinos. Occidente se empecina en cerrar los ojos y no quiere entender que el objetivo del terrorismo es destruirlo por completo.
Por su parte, el terrorismo juega con reglas totalmente diferentes. Mientras que Occidente cree en la razón más que en la fuerza, el terrorismo cree en la fuerza más que en la razón y parte de la premisa de que cuanto más terrible sea el hecho que protagonice, más en serio serán tomados por el mundo.
Y, lamentablemente, actúan en base a esa premisa. En el primer atentado contra las Torres, cometido en 1993, un artefacto explosivo colocado en una de las playas de estacionamiento de la Torre Norte mató a seis personas. Seis vidas humanas sacrificadas. Seis familias destruidas. No les bastó con eso. No fue suficiente. Tuvieron que llegar al 11 de septiembre de 2001 y sus cuatro aviones. Y lo peor es que no estamos seguros de que eso haya sido suficiente para ellos, tampoco.
Lo que debemos estudiar son los objetivos del enemigo, no sus motivaciones, no lo que ellos dicen o piensan. Las opiniones, declaraciones, análisis y comentarios de los terroristas no nos tienen que importar en lo más mínimo. Sólo sus actos salvajes y criminales. Sólo sus diabólicos planes para llevar a cabo dichos actos.
Por eso, si el objetivo del terrorismo es destruir y matar, es ridículo ponerse a analizar si el terrorismo tiene razón. Lo que hay que hacer inmediatamente, antes de que sea tarde, es impedir que esos objetivos se cumplan.
No se puede ser dubitativo ante un tema tan sensible. El ataque a las Torres Gemelas fue un acto criminal perpetrado por terroristas, por asesinos, por bestias sin rostro ni nombre. La barbarie no distingue raza, ni color ni credo. En cambio, le da paso al caos y al mal en todas partes.

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