jueves, 2 de septiembre de 2010

Cuba se ahonda en la decadencia

Oficialmente, en Cuba no hay hambre. Sin embargo, la mayoría de los once millones de cubanos se alimenta casi exclusivamente de arroz y porotos, el tradicional plato llamado "moros y cristianos." Para obtener los ochenta gramos de pan por día, los cuatro huevos por semana y la leche, reservada a los niños, las mujeres cubanas hacen cola frente a las bocas de expendio desde el amanecer con sus libretas de racionamiento porque eso se es en Cuba: un cero en un renglón de racionamiento. El resto de los alimentos sólo está en venta en las grandes tiendas reservadas a los extranjeros y funcionarios del gobierno, donde se debe pagar con divisas de otros países como dólares o euros. Hasta australes debían aceptar, frente a la irrisoria relación cambiaria del peso cubano, en tiempos en que esa moneda era de curso legal vigente en la Argentina. Al haberse terminado la ayuda soviética hace ya varios años, Cuba desciende cada día un peldaño en la escasez. En Cuba no hay nada, literalmente. Hay monumentos al Che Guevara, pero irónicamente, no hay habanos.
La escasez se siente sobre todo en la agricultura. Las semillas, los herbicidas y los alimentos para los animales brillan por su ausencia. Coronando esta hecatombre, hay una dictadura cavernícola cuyo máximo referente es un envejecido y desgastado tirano de 84 años.
La ruina económica trajo aparejada la corrupción: drogas y prostitución se pasean impunemente por la isla. Esto es muy significativo si tenemos en cuenta que este régimen había hecho de la moralidad una bandera, contrapuesta al "lupanar" que -según dijeron siempre los castristas- había sido la isla en la época de Batista.
Cuba se encuentra bajo en dilatado régimen que ya lleva más de cincuenta años y que en todo ese lapso no ha hecho otra cosa que mentir a sus súbditos. En Cuba siempre faltó de todo, nunca se satisfizo plenamente la necesidad de vivienda, la comida siempre fue escasa y ni siquiera se consiguen los más elementales artículos como hojas de afeitar o agujas de coser. Desde siempre, el gobierno prometió que la situación iba a arreglarse, pero nunca se arregló sino que sólo empeoró. Y la juventud cubana, que por muchas generaciones fue obligada a formar ejércitos expedicionarios para ir a combatir como peones soviéticos en tierras lejanas, se encuentra ahora con que su recompensa son ochenta gramos de pan por día.
Es cierto que Fidel Castro llegó a introducir ciertas reformas económicas, pero esas reformas son leves, mínimas, insignificantes. Además, lo hizo sin que la conducción política abandonara considerables controles. El régimen sigue básicamente impertérrito. En el espectro de la reforma, Cuba se ubica en alguna parte entre Vietnam y Corea del Norte.
Castro obtuvo de Batista lo que él rara vez -si alguna vez- concedió a sus adversarios: el indulto. Y salió de la cárcel para ir a Sierra Maestra y desde allí proclamar ante el mundo el deseo de libertad de los cubanos. Muchos de los grandes diarios norteamericanos lo auspiciaron fervorosamente en su momento. El era para ellos un héroe romántico al mejor estilo Robin Hood que venía a luchar contra los ricos para liberar al sometido pueblo. El problema fue que nadie vio que este Robin Hood funcionaría al revés: no liberó al pueblo sino que, por el contrario, lo sometió para ponerlo al servicio de una reducida oligarquía que son los funcionarios del partido comunista cubano, empezando por él mismo. Ellos son los únicos que pueden defender al régimen porque son los únicos que sacan provecho del mismo. Nos quieren hacer creer que la Cuba de Castro es un oasis de paz cuando, en realidad, es un lugar de opresión y racionamiento donde la vida de once millones de personas depende de los caprichos de un tirano senil de 84 años, un dictador sumamente pragmático al que no le interesa la opinión de sus conciudadanos.

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