miércoles, 22 de septiembre de 2010

Gracias, Sr. Presidente

En febrero de 2003, cuando Estados Unidos se aprestaba a la guerra, el presidente George W. Bush declaró. "Un nuevo régimen en Irak servirá como un dramático e inspirador ejemplo de libertad para todos los países de la región."
Ahora que Barack Obama decide poner fin a las operaciones militares en ese país, queda abortado el proceso que habría podido llevar a lograr el mencionado objetivo: un efecto dominó que derroque a otras dictaduras del mundo árabe. Después de siete años de intervención y de ocupación en los que Washington envió más de un millón de tropas, Irán se alza como el mayor beneficiario de la aventura norteamericana en Irak. Estados Unidos se tomó el trabajo de derrocar al enemigo declarado de Teherán, Saddam Hussein. Luego, ayudó a instaurar un gobierno de extracción chiita, comunidad de ascendencia iraní, por primera vez en la historia moderna de Irak. Y mientras las tropas estadounidenses luchaban denodadamente tratando de contener la insurgencia y evitar una guerra civil, Irán extendió su influencia sobre todas las facciones chiitas iraquíes alterando el equilibrio estratégico del Golfo Pérsico y posicionándose como potencia regional dominante. Medio Oriente se caracteriza hoy por la incertidumbre causada por el ascenso regional del régimen chiita en Irán, por su programa nuclear, por su creciente influencia sobre el liderazgo iraquí y por su intromisión en otros países con grandes comunidades chiitas, especialmente el Líbano. El retiro de los Estados Unidos de esta conflictiva zona, no causará sino un vacío de poder que será sin duda capitalizado por un régimen iraní que busca consolidar su influencia en toda la región para llegar al objetivo posiblemente albergado por el presidente Ahmadinejad de atacar en algún momento a Israel. Teherán es un régimen sumamente inquietante que desafía incluso a la dinastía Al-Saud, que gobierna Arabia Saudita y se considera el líder legítimo del mundo árabe. Dicha dinastía, a la que además le interesa conseguir el apoyo de Bagdad, teme la potencial influencia de Irán sobre una considerable población chiita concentrada en la provincia oriental del reino, rica en petróleo. En Bahrein, la mayoría chiita está inquieta bajo la autoridad de gobernantes de la comunidad sunnita que también temen la influencia de Irán. En el Líbano, Washington apoya a un gobierno sunnita hostigado por Hezbollah, una milicia chiita fundada por Irán. Y todo bajo la anuencia de Ahmadinejad.
Más aún, la guerra entre la mayoría chiita y la minoría sunnita en Irak ha desencadenado odios sectarios difíciles de contener. Así como en la guerra civil del Líbano, que duró 15 años y terminó en 1990, el antagonismo sectario era entre musulmanes y cristianos, ahora el conflicto se da primordialmente entre sunnitas y chiitas.
Mientras tanto, en Irak, los sunnitas, chiitas y kurdos discuten sobre la posibilidad de compartir el poder y la riqueza petrolera del país, y la violencia sigue en ascenso. Las últimas elecciones dieron como resultado un parlamento sin mayoría, algo que no ayuda a decidir la manera de constituir un nuevo gobierno. Lejos de convertirse en un modelo de coexistencia civilizada, Irak sigue siendo un barril de pólvora que puede hacer estallar el conflicto sectario en todo Medio Oriente en cualquier momento. Gracias al capricho de Obama de dar la espalda e irse, la mecha de ese barril ya está encendida a beneficio de Ahmadinejad. Puede dar las gracias al presidente de los Estados Unidos por el invalorable servicio que le ha prestado en retirar sus tropas de combate, dejándole el terreno libre.

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