lunes, 23 de agosto de 2010

Lo que el hombre le debe a la libertad

A través de la historia, la libertad debió ser comprada muy a menudo con el coraje de muchos valientes cuya sangre y sacrificio la hicieron posible, casi como un regalo, para nosotros.
La lucha por la libertad siempre es una lucha legítima. Siempre. Tal vez la razón principal que sustenta este argumento es que el pueblo, en esa lucha, se juega la vida. Desde la comodidad de sus despachos privados, los dictadores ordenan la represión.
Una revolución por la libertad pide poco para sí. Los hombres y mujeres que participan en ella ambicionan poco o nada relacionado con sus intereses personales. En cambio, ambicionan mucho para sus pueblos.
Rara vez buscan posiciones; por el contrario, si circunstancialmente llegan al poder, la constante es renunciar a la posibilidad de perpetuar su presencia en ese poder. Buscan, en cambio, liberar el pueblo al que pertenecen, el pueblo que los vio nacer, el pueblo para el que tal vez el yugo haya sido una constante por varias generaciones, el pueblo que sufrió la asfixia de las doctrinas totalitarias y sus mezquinos intereses políticos.
La lucha por la libertad es legítima porque vastos sectores del pueblo siempre la acompañan. Y lo hacen llenos de emoción y de expectativa durante cada una de sus complejas fases, en cada uno de los movimientos de las fuerzas revolucionarias. El pueblo está expectante, atento, hora a hora, día a día, a cada novedad, a cada noticia que, en realidad, deben provenir del extranjero ya que nada de lo que dice el régimen imperante es cierto. ¿Cómo confiar en la "información" que da una dictadura? El pueblo reza para que quienes están luchando no comentan algún error, no caigan en alguna trampa que los lleve a ser traicionados, a ser encarcelados, quizás a ser muertos.
Y aunque falten alimentos y otras necesidades a raíz de las revueltas, un generalizado optimismo aparece. El pueblo vislumbra al fin una salida, ese amanecer que pone fin a la noche de la opresión. El sol de la libertad empieza a llenar el horizonte de luz y color.
Vienen a continuación tiempos difíciles. Se sufre un nuevo nacimiento que, como todos, es doloroso. Pero el nuevo día comienza y, con él, su esperanza. Vientos libres y de cambio no se pueden detener. Cuando se ha encendido la llama de la libertad en un pueblo, es muy difícil apagarla. Nada detiene a un hombre que pide libertad.
El valor de quienes han luchado por la libertad ha fortalecido una raza. El hombre le debe mucho a estos héroes que, a lo largo de los siglos, dieron la oportunidad de abrir el camino. Sólo sabemos los nombres de algunos de ellos; sus jefes, sus dirigentes recordados a través de los monumentos. Detrás de ellos están los otros, los héroes anónimos. Ellos dieron todo y algo más: la vida. Tengámoslos siempre presentes.
Es necesario unir fuerzas quienes creemos en la libertad, quienes sabemos que la opresión es la perdición del hombre. Como decía Thomas Jefferson, el odio a los tiranos constituye obediencia a Dios.
A ese simple propósito están dedicadas las presentes consideraciones, a transmitir el sentimiento de que la libertad no debe morir jamás y que su espíritu es más necesario que nunca en el mundo de hoy.

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