jueves, 5 de agosto de 2010

Bagdad: Otro plan

Saddam Hussein llevó a Irak a una larga guerra contra Irán en la que fue personalmente responsable por un millón de muertes. Luego invadió Kuwait, una delirante acción que costó otras cien mil vidas. Entre tanto, ejerció una política de genocidio contra los kurdos... ¿en Irán? ¿en Kuwait? No; en su propio país, Irak. Teniendo en cuenta estos antecedentes, ¿por qué Estados Unidos lo tenía que atacar?
¿Será porque era aburrido como De la Rúa? Puede ser, pero el balance a poco más de siete años de la invasión es un país liberado de un déspota amoral. Y eso no es mínimo. Nadie duda que queda mucho por hacer, pero tampoco puede negarse lo logrado hasta ahora. En enero de 2005, se celebraron las primeras elecciones libres en 52 años como resultado de la caída del antiguo régimen en un país que no conoció otra cosa que el terror y la opresión por veinticuatro años desde que Saddam tomara el poder en 1979 hasta su derrocamiento y posterior ejecución.
Luego de la primera guerra del Golfo Pérsico, tuvo lugar un largo período de acciones diplomáticas y actividades militares limitadas que no impidieron que Saddam siguiera atacando a pilotos norteamericanos y su negativa, hasta su último día en el poder, de permitir la inspección irrestricta de su arsenal. ¿Por qué el mundo debía tolerar ese estado de cosas? La elección de invadir y derrocar a Saddam no era una elección entre la guerra y la paz. Era entre la guerra y una amenaza mayor. Había que tomar una decisión. El Irak de Saddam no era una democracia de sólidas instituciones cívicas.
El Irak de Saddam era un lugar de terrible crueldad y violencia donde se torturaba hijos de Dios.
Y aunque no hubiera armas químicas como las que ya había empleado contra los kurdos, si se veía libre de la presión internacional y de la amenaza de la acción militar, Saddam las habría adquirido otra vez y las habría usado inmediatamente contra quien sea.
El mundo tiene un especial interés por mantener a toda costa este tipo de armas fuera del alcance de los terroristas, y Saddam lo era. Más que eso, era un terrorista de estado. Por eso, el mundo no podía permitirse el riesgo de que este personaje permaneciese en el poder un minuto más. Por eso, la misión de derrocarlo era necesaria. Por eso, al destruir su régimen nefasto se hizo justicia. La operación militar en contra de Saddam llevó a un pueblo largamente oprimido el mensaje de que al menos esa justicia, la justicia de acabar con una dictadura, es posible.
Si un gobierno ejerce discrecionalmente sus funciones controlando toda la vida política del país sin que exista la atribución de modificar o rescindir ese poder, es una dictadura. Y en una dictadura no hay ningún resquicio por donde puedan filtrarse los dos principales enemigos de los dictadores: la libertad de pensamiento y la libertad de expresión. Los dictadores acallan toda rebeldía, anulan toda alternativa, persiguen toda voz opositora porque temen que se descubra la verdad. Saddam era un individuo egoísta e inescrupuloso que necesitaba a toda costa distraer la atención mundial sobre la ineficacia de su gobierno que, a la vez de preparar uno de los ejércitos más poderosos del mundo, mantenía en el analfabetismo a más de la mitad de la población. Su régimen de terror de veinticuatro años no tiene parangón. Acuciado por su propia ambición de dominio, llegó a tener literalmente poder de vida y muerte sobre sus súbditos. Invadió Kuwait intentando librar una guerra contra el mundo; una guerra que perdió gracias al accionar de Estados Unidos y los otros países que ayudaron a combatirlo. De la misma manera, perdió otra guerra, la que sostuvo por veinticuatro años contra su propio pueblo víctima de su dictadura retrógrada. Su caída era inevitable, como era inevitable que tenía que entender que en este mundo no había lugar para personajes como él. Fue un tirano cruel y despiadado que se amparó en el engaño, en la demagogia, pero sobre todo, en la pléyade de obsecuentes que giraba a su alrededor y que no tuvieron la menor sutileza en abandonarlo en cuanto vieron que no les convenía seguir junto a su "líder."
Irak mira al futuro tratando denodadamente de encontrar su lugar en la familia de las naciones. Merece el apoyo de toda la comunidad civilizada.

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