jueves, 5 de abril de 2012

El último imperio de la historia

En Polonia, los altos funcionarios partido comunista no podían creer cuando uno de sus colegas habló y dijo que quienes trabajaban más debían ser mejor pagados, pues "así son las leyes de la economía." Corría el año 1989 y, como si fuera la enorme invención de algún científico loco, el sistema comunista comenzaba a derrumbarse. Por toda Europa oriental proliferaban las manifestaciones, no pocas de ellas violentas, con muertos y centenares de heridos. El muro de Berlín caía el 9 de noviembre. El último imperio de la historia moría.
El comunismo, al que muchos aclamaron en el siglo veinte como "la oleada del futuro," se estrellaba contra las rocas de la realidad. Como señalaba Robert Gates, asesor de Seguridad Nacional del presidente George Bush, el mundo presenciaba "el fracaso económico, político, social y moral" de un sistema de gobierno.
Este fenómeno presenciaba datos aterradores. El comunismo soviético había asesinado a sus propios ciudadanos a un ritmo equivalente a medio millón por año en siete decenios. Y a cambio  de tan trágico precio, no se había obtenido más que miseria en todos los campos. En 1991, cuando cayó la Unión Soviética, el 40 por ciento de los ancianos vivía en la indigencia. La familia de un obrero no calificado, de cuatro miembros, debía vivir al menos ocho años en una sola habitación antes de poder mudarse. Casi un tercio de las casas soviéticas no tenían servicio de agua corriente.
Un gran porcentaje de los hospitales carecía de agua caliente, su sistema de desagüe era deficiente y ni siquiera contaban con instalaciones sanitarias elementales. La atención médica "gratuita" se daba en realidad mediante un complejo sistema de sobornos. Los alimentos y otras necesidades todavía estaban racionados en muchas regiones; su crónica escasez era un mal omnipresente.  Y la expectativa de vida era mayor en México que en la "superpotencia" soviética.
Como triste complemento a estas ignominias sociales y económicas, Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional de la presidencia de Estados Unidos, tachaba a la sociedad soviética de implacable en su crueldad, señalando el "vacío moral" que había acarreado el comunismo.
¿Cuál fue el giro de bisagra de la historia? Indudablemente, las reformas que implantó Mikhail Gorbachov, conocidas como "glanost" y "perestroika." Estas fueron el resultado del fracaso absoluto del comunismo. Gorbachov, que había asumido el cargo de secretario general del partido comunista soviético en 1985, no tardó en hacer un reconocimiento de ese fracaso. Al analizar el deplorable estado de la economía, decía a los máximos jefes del partido: "Hablando con franqueza camaradas, hemos subestimado la profundidad a que han llegado las deformaciones y el estancamiento."
Brzeziznski nos recuerda que las "deformaciones" fueron el resultado inevitable de la concepción y el nacimiento sangrientos del comunismo. Lenin no se propuso crear una nueva sociedad, sino aplastar a la sociedad, abriendo paso de este modo al estado omnipotente. Durante los seis años de su gobierno, perdieron la vida más de 14 millones de personas. Hacia el año de su muerte, en 1924, Lenin había preparado el escenario para que comenzara la tragedia final con su sucesor, Stalin. "Fue Lenin," afirma Brzezinski, "quien creó el sistema que hizo posible los crímenes de Stalin." Desde 1930 hasta el fin de su régimen, en 1953, Stalin segó la vida de por lo menos 20 millones de sus camaradas. Entre 1937 y 1939, "reformó" sus fuerzas armadas ejecutando a 40.000 oficiales. El exterminio brutal o la muerte lenta (generalmente por inanición) era el destino de toda clase de personas: agricultores, disidentes políticos, grupos étnicos "hostiles," líderes religiosos y sus adherentes; familias enteras de víctimas escogidas. Quienes un día eran miembros del Politburó, al día siguiente podían ser victimas de un juicio y morir fusilados. Se habia llegado al delirante extremo de que Molotov y Kalinin se sentaran en la mesa de debates del Politburó y examinaran junto a Stalin las listas de los camaradas que serían fusilados, mientras las esposas de ambos estaban prisioneras en campos de concentración por órdenes de Stalin.
Stalin logró anotarse las más siniestras estadísticas: se convirtió en uno de los mayores asesinos de masas de la historia. Una fosa común fue descubierta ceca de Minsk, en Bielorrusia, por obreros de un gasoducto. Miles de hombres y mujeres habían sido aquellas víctimas; muchos de ellos presentaban huellas del tiro de gracia.
"Nunca se había pedido tan gran sacrificio humano para un beneficio social tan pequeño," apunta Brzezinski. Y por cierto que, de no haber sido por la ayuda del mundo occidental, tan asiduamente solicitada por Stalin, gran parte del "progreso" industrial logrado bajo su sanguinario régimen jamás se habría logrado.
Este sistema, construido sobre cimientos de mentiras y violencia, se mantuvo hasta la Navidad de 1991, cuando la enseña roja de la hoz y el martillo fue arriada por última vez. Después de la muerte de Stalin, en 1953, Nikita Krushchev no pudo desarraigar el inflexible partido dogmático que controlaba un aparto de terror sin igual. Krushchev intentó iniciar una guerra contra la corrupción y los privilegios de la clase dominante. Pero fue suplantado en 1964 por Leonid Brezhnev. Bajo este fiel custodio del estalinismo, el terror sin máscara dio paso a otro más sutil. El paredón de fusilamiento fue reemplazado por el "hospital psiquiátrico," y se llenaron los campos de concentración, los campos de trabajo forzado. Mientras tanto, para mantenerse en pie, el país siguió requiriendo de grandes dosis de asistencia por parte de Occidente.
La Unión Soviética de Brezhnev era un verdadero cuartel que ejercitaba constantemente su poderoso aparato militar, pero el régimen era incapaz de alimentar o alojar a su población en forma decorosa. El historiador ruso Leonid Batkin se quejaba: "Mientras que el sistema de Brezhnev reducía nuestro país a la mediocridad, el mundo creaba rayos láser y computadoras, y asistía a la explosión  de la revolución posindustrial."
Tras los gobiernos breves e inconclusos de Yuri Andropov y Konstantin Chernenko, Gorbachov asumió el poder. Brzezinski está convencido de que, de no haber sido este último, algún otro reformista habría tomado el liderazgo. Tan grave era la postración, que ni la aislada clase dominante podía permanecer indiferente. Ya fuera por desesperación o por cálculo, Gorbachov puso en práctica las ideas de la "glanost" para poner al descubierto el desperdicio, la mala administración y los abusos de la burocracia estatal, y la "perestroika" con miras a combatir el estancamiento y promover el crecimiento económico. Todo esto en un estado construido en base al control absoluto de la economía, y aún con una completa reverencia a Lenin y dentro del marco ortodoxo del partido comunista.
En marzo de 1989, se llevaron a cabo elecciones para enviar 1.500 delegados al "Congreso de los Diputados del Pueblo." Fue el acto más parecido a unas elecciones nacionales libres en toda la historia de la Unión Soviética hasta ese momento. El diario The Economist de Londres señaló en la ocasión: "En política, los partidos que no tienen una oposición que los impulse a la acción generalmente no autorizan los grandes cambios, y la noción de pluralismo que tiene Gorbachov no va más allá de conminar a los comunistas a discutir entre sí con un poco más de energía dentro del sistema de partido único."
En última instancia, la cuestión de si el sistema soviético, anclado en la irracionalidad del marxismo-leninismo, evolucionó hacia sistemas de pluralismo político y realismo económico, se explica en que aquellos esfuerzos reformistas de Gorbachov desencadenaron el contenido torrente de esperanza, angustia, ira, creatividad y rebeldía. Por todo el imperio soviético cundió como un fuego la disidencia, y en la misma Unión Soviética la fachada superficial de armonía étnica entre los "grandes rusos" y las distintas nacionalidades soviéticas se vino abajo.
Los ucranianos nunca han olvidado la masacre de sus intelectuales y campesinos que perpetró Stalin. Lituanos, letones y estonianos lloraron de emoción al poder cantar libremente su himno nacional por primera vez después de muchos años de silencio. Más de 50 millones de musulmanes de las ex-repúblicas soviéticas reavivaron su identidad religiosa. La libertad es un dominó: tiene que caer la primera ficha. O como decía George Orwell, la libertad es poder decir libremente que dos más dos son cuatro. Si eso se concede, todo lo demás se dará por añadidura.
Lenin entendió el terror; pero si acaso entendió las necesidades y anhelos del pueblo, los pasó por alto olímpicamente. El comunismo fue un capítulo catastrófico de la humanidad que nos ha dado una lección dolorosa, pero de importancia crítica: la utopía de la ingeniería social está fundamentalmente en conflicto con la complejidad de la condición humana, y la creatividad social florece mejor cuando se ponen límites al poder político.

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