sábado, 4 de agosto de 2012

Una civilización del camino

Vea "Easy Rider" y déjese llevar en una formidable saga motorizada por los Estados Unidos, una pasión andante. Así tendrá una cabal comprensión de este país.
Estados Unidos es una civilización del camino. Mientras que otros pueblos se caracterizan por lo sedentario y tienden más al apego a un determinado lugar -el barrio, la ciudad, la provincia- los norteamericanos no cesan de desplazarse a lo largo y a lo ancho de su extenso territorio, en todas las direcciones posibles y por todos los motivos imaginables. Estados Unidos es el país del movimiento constante y permanente.
¿Cuáles son las razones que llevan así a todo un pueblo a experimentar, a innovar antes que repetir su pasado? A primera vista, la explicación sería que Estados Unidos es un país joven y, como todos los jóvenes, tiene mucho que aprender. Los norteamericanos no tienen pasado y, por lo tanto, están obligados a reinventarse continuamente como nación. Pero esta visión no es enteramente apropiada porque Estados Unidos tiene en realidad, detrás de sí, varios siglos de historia, una historia que se remonta a la llegada de los colonos del Mayflower a la bahía de Cape Cod, Massachusetts, en 1620. Los norteamericanos sí tienen historia, monumentos y héroes.
Los norteamericanos tienen historia, pero están convencidos, desde la proclamación de la independencia en 1776, de que son sus amos, no sus víctimas, porque creen en la libertad más que en el peso de las presiones históricas. Todo norteamericano está convencido de que participa de la creación de una nueva Tierra Prometida, sin equivalentes ni antecedentes. En los billetes de un dólar figura George Washington, su primer presidente, el militar que comandó sus tropas contra el poderoso ejército del rey Jorge III, el estadista bajo cuyo mandato la república cobró forma, el propietario cuya hacienda era servida por esclavos.
En el reverso de ese billete figura la leyenda "Novus Ordo Seclorum." En 1776, es verdaderamente un nuevo mundo el que inician los Padres Fundadores, porque ese "nuevo orden mundial" no se detiene en las fronteras del país que lo origina sino que se extiende al mundo entero. Esta nación es, desde hace dos siglos, el laboratorio de todas las experiencias políticas, económicas y sociales que tarde o temprano se volcarán al resto del planeta. De allá vienen las imágenes, las modas, las consagraciones. Los norteamericanos parecen estar impulsados por un verdadero sentido de la vocación, una profunda creencia de tener una misión especial de difundir su modo de vida en todo el mundo. Es precisamente este elemento heroico de la vida cotidiana el que otros pueblos carecen, resisten y resienten.
Y es en ese alcance universal en el que este "nuevo orden" está en permanente construcción. En ese mismo billete, hay una pirámide trunca. Incumbe a todos participar en su terminación. Sea o no norteamericano, esa obra tiene vocación universal: está abierta a todos. Por eso aún hoy siguen llegando millones de voluntarios, inmigrantes indocumentados o no, provenientes del Caribe, de Asia, de las fronteras de México o Canadá. Para millones de desheredados y refugiados del mundo entero, Estados Unidos sigue siendo la Tierra Prometida.
En 1963, un siglo después que Lincoln aboliera la esclavitud, Kennedy es asesinado. A pesar del tiempo transcurrido, fuertes síntomas de racismo persistían. En los estados del sur, los asientos traseros de los ómnibus y tranvías estaban segregados a los negros. La sociedad era muy puritana y conservadora. Ídolos conformistas y de imagen impoluta como los Plateros o Doris Day dominaban la escena.
En diez años, todo eso cambió completamente bajo los efectos de la guerra de Vietnam que significó el descrédito de todo lo conservador y adulto, la liberación femenina, el avance de la rebeldía juvenil, la contracultura, el movimiento hippie, Woodstock, la rebeldía de los negros y de todas las minorías.
Y lo cierto es que, en ese sentido, se ha avanzado bastante. No sólo los negros hace rato que se pueden sentar en el asiento que les plazca en los transportes públicos (y ocupan cargos jerárquicos de las más diversas actividades a lo largo y a lo ancho del país) sino también que Michelle Obama, una mujer de raza negra descendiente en quinta generación de esclavos como los que George Washington tenía en su casa, hoy es la primera dama de los Estados Unidos.
Norteamérica ya no es enteramente blanca y anglosajona. En realidad, hace mucho que dejó de serlo. Y esta coexistencia, ese verdadero "crisol de razas" en una sola nación es, sin duda, una de las experiencias más promisorias que se realizan en el formidable laboratorio norteamericano.
Los logros sociales de la década del '60 consiguieron redefinir el sueño americano, esa utopía que nunca parece terminar de definirse, esa pirámide siempre inacabada del billete de dólar. El mismo Kennedy había dicho que la sociedad americana es un proceso, no una conclusión, como si acaso hubiera podido ver que veinte años más tarde, ese mismo sueño sería nuevamente redefinido por un pueblo norteamericano que ya había adherido a la revolución conservadora del presidente Ronald Reagan.
Para comprender este país, hay que tener en cuenta la medida física de su inmensidad. Recorrer este país, conocerlo a fondo, es más que un mero hecho turístico; es una experiencia reveladora de libertad e independencia. Tal como en la época del Viejo Oeste, cuando el lema era "Go West, young man," Estados Unidos sigue siendo una civilización del camino. Los norteamericanos siguen siendo pioneros que la recorren ahora en automóviles de transmisión automática a 55 millas por hora en las vastas autopistas, pero en esencia siguen siendo pioneros siempre en búsqueda de esa utopía, el sueño americano. Como en esta clásica "road movie" en la que Peter Fonda y Dennis Hopper salieron a buscar a Estados Unidos... y jamás pudieron encontrarlo.


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