viernes, 17 de mayo de 2013

Hoy como ayer

Murió Videla. Muchos festejarán, entre ellos nuestros actuales gobernantes y políticos de la oposición, ora por convicción, ora por conveniencia. ¿Termina esta muerte con las dictaduras en el país? No. Sólo se ha muerto una consecuencia, no la causa. Lo real es que ningún político se hará cargo de las causas.
Videla fue uno más de los dictadores argentinos, quizás el más cruel, pero no el único dictador y, lo que es mucho más importante, no el único responsable de la tragedia. El golpe del 24 de marzo de 1976 no sucedió porque ese día o el día anterior Videla se levantó de la cama y dijo "hoy voy a dar un golpe de estado.” Existió el fundamento y eso fue lo que posibilitó la oportunidad, no la razón.
Las organizaciones subversivas de la década del ’70 intentaron, enarbolando una bandera que no era la argentina, implantar una dictadura cubano-comunista en el país. No lo lograron gracias al accionar de las fuerzas armadas, hoy vilipendiadas por el lavado de cerebro que, con ayuda de los políticos se le hace a la población, en especial a los jóvenes. La historia se enseña de manera parcial y calamitosa. Se omiten factores que son imprescindibles para una apropiada comprensión de los hechos. Y lo que más importa señalar en este punto es que omitir una parte de la verdad es algo que puede servir para construir la peor de las mentiras.
Las fuerzas armadas realizaban el llamado Operativo Independencia, impulsado por el gobierno de María Estela Martínez de Perón, el cual tenía por objetivo “aniquilar la subversión.” Este operativo se llevó a cabo por el sacrificio en muchos casos de jóvenes soldados conscriptos. Sería redundante hablar de los innumerables secuestros, asesinatos y atentados con bombas realizados por las diversas organizaciones guerrilleras a lo largo y a lo ancho del país. Pero un caso emblemático, sin duda, es el de Hermindo Luna, el soldado salvajemente asesinado por guerrilleros montoneros en el ataque al Regimiento de Infantería de Monte de Formosa, el 5 de octubre de 1975. Y no era otro que Juan Domingo Perón el que brillantemente advertía a la población sobre la grave situación por la que atravesaba la Argentina en virtud de esta actividad subversiva. El 22 de enero de 1974, con motivo del ataque guerrillero del ERP a la Guarnición Militar de Azul, declaraba por cadena nacional de radio y televisión lo siguiente:
Ya no se trata sólo de grupos de delincuentes, sino de una organización que, actuando con objetivos y dirección foráneos, ataca al estado y a sus instituciones como medio de quebrantar la unidad del pueblo argentino y provocar un caos que impida la reconstrucción y la liberación en que estamos empeñados. Es la delincuencia asociada a un grupo de mercenarios que actúan mediante la simulación de móviles políticos tan inconfesables como inexplicables.
En consecuencia, ni el gobierno, que ha recibido un mandato popular claro y plebiscitario, ni el pueblo argentino, que ha demostrado con creces su deseo de pacificación y liberación, pueden permanecer inermes ante estos ataques abiertos a su decisión soberana, ni tolerar el abierto desafío a la autoridad, que pone en peligro la seguridad de la ciudadanía, cada día expuesta a la acción criminal de esta banda de asaltantes.”
El caso es que cada vez que un gobierno militar empezaba a dar muestras de resquebrajamiento, los políticos bramaron por la vuelta a la democracia, y cuando la obtuvieron volvieron a hacer inmediatamente lo que había provocado el golpe, negando las causas que llevaron al quiebre institucional y atribuyendo en última instancia todos los males del país a inicuas conspiraciones foráneas. La culpa era siempre del imperialismo yanki, del FMI, del Banco Mundial, de General Motors o de Telefónica de España, pero nunca de quienes manejaron el país a su antojo robando los dineros públicos sin ningún pudor. En eso consiste la verdadera tragedia nacional, en no querer reconocer nunca el ciclo decadente en que se encuentra la nación.    
Los políticos, pasados y actuales, no van a reconocer que fueron ellos los que sembraron la semilla de las distintas dictaduras. Su incapacidad para gobernar, su corrupción, sus actos criminales, sus  violaciones a las leyes vigentes, el dictado de leyes perversas y las peleas por el poder que hoy repiten dieron lugar a los diversos golpes de estado. Las consecuencias fueron siempre la represión, la censura, la persecución, la destrucción del aparato productivo, el aumento de la deuda externa y, en definitiva, la gran tragedia del enfrentamiento entre hermanos. Videla fue tremendamente responsable, sin duda, pero sólo uno de los tantos. 
En esa bajeza de los políticos hay que buscar las verdaderas causas de la tragedia. Lejos de justificar a los militares, estas duras lecciones deben permitirnos repensar nuestra forma de actuar y aprender de nuestros errores. El odio no es la solución. La venganza no nos lleva a la justicia.
Ayer hubo una dictadura militar. Hoy hay un gobierno corrupto y mentiroso que no es otra cosa que la continuidad de esta tragedia de la cual Videla –repito por tercera vez- es sólo uno de los responsables. Hoy como ayer, se incita al odio entre argentinos. Hoy como ayer, se avasallan derechos constitucionales. Hoy como ayer, se vulneran los ahorros, la propiedad privada, las jubilaciones, el comercio y todo tipo de actividades legítimas con medidas torpes e inoperantes propias de una republiqueta bananera más que de un país serio y predecible. Hoy como ayer, hay un clima crispado, de tensión y de violencia que no es ninguna casualidad sino que está provocado, justamente, por la deleznable clase política que nos está azotando. Hoy como ayer, entonces, urge lograr el encuentro entre argentinos para cortar definitivamente con este ciclo decadente que vive la nación y encaminarla a un destino de grandeza.     


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